SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 29 de mayo de 2020

JUANA DE ARCO: El espíritu indomable de Francia

Si hay una francesa conocida en todo el mundo, esa es Juana de Arco (c. 1412-1431), la heroína de la lucha contra los ingleses. En su figura es difícil separar los hechos de la leyenda. Tal vez por eso, a lo largo de los siglos, se ha convertido en un punto de referencia para justificar en estos tiempos el auge del nacionalismo en Francia. Nos encontramos ante un relato inverosímil y novelesco. Una simple niña asegura tener visiones: el arcángel Miguel, santa Margarita y santa Catalina de Alejandría le encomiendan, en plena guerra de los Cien Años, salvar a Francia. En esos momentos, los ingleses controlaban la mitad de su territorio y la situación interna no podía ser más calamitosa: derrotas militares, disensiones... Tal vez la corte tomó en serio a Juana de Arco precisamente porque se vivían momentos de desesperación y se necesitaba alguna esperanza, por mínima que fuera. El hecho es que su presencia iba a representar un punto de inflexión en el conflicto. El rey, Carlos VII, la envía a Orleans, cercada por el enemigo, junto con el ejército de socorro. A los pocos días, los ingleses se ven obligados a retirarse. ¿Hay que atribuir a la doncella el éxito? Los historiadores no han conseguido ponerse de acuerdo. De la mano de aquella joven enigmática, las victorias francesas se suceden. Hasta que los ingleses logran su captura. Será sometida a una parodia de juicio - cuya sentencia se conocía de antemano - bajo cargos tan inverosímiles como el de herejía, por lo que fue condenada a la hoguera. Pero pocas décadas más tarde, la propia Iglesia Católica que fue una de las principales instigadoras de su muerte, ‘reviso’ el proceso y la declaro inocente. Desde entonces su figura quedo enaltecida y fue un referente de los conservadores para combatir a sus enemigos. En el siglo XVI, por ejemplo, la Liga Católica, un grupo integrista que tuvo un gran protagonismo durante las guerras de religión entre católicos y protestantes que asolaron Francia durante varias décadas, la hizo suya convirtiéndola en su símbolo de lucha. Del lado contrario, William Shakespeare, en Enrique VI, también en aquel siglo, aportó la visión peyorativa de un inglés hacia la antigua enemiga de su país. Juana de Arco había sido una bruja que recurría a ritos macabros con tal de obtener la victoria de su monarca: “Ahora ayudadme, hechizos de encantamiento y amuletos, y vosotros, espíritus elegidos que me aconsejáis y me dais señales de futuros acontecimientos”; Ya en época de la Ilustración, Voltaire escribe un poema con una visión burlesca de su compatriota. La obra, una epopeya bufa, provocó un escándalo por su irreverencia. Pocos decenios más tarde, los revolucionarios franceses tampoco muestran especial respeto hacia el mito. En 1792 funden su monumento en Orleans para fabricar cañones; Napoleón, en cambio, apreciará las ventajas simbólicas del personaje y pretenderá utilizarla para su guerra contra la Gran Bretaña. En efecto, sumido en una lucha continua contra los ingleses, encuentra en Juana de Arco un modelo más que oportuno. Había combatido justo contra el mismo adversario. Su ejemplo, según Bonaparte, probaba una gran verdad: los franceses podían conseguir cualquier cosa, por difícil que fuera, siempre que permanecieran unidos. Desde esta óptica, la doncella de Orleans era la artífice de una lucha de liberación nacional contra un invasor foráneo. Pero, con la caída de Napoleón, la recién restaurada monarquía borbónica contempló a la joven desde un prisma muy diferente. Gracias al coraje de Juana, Carlos VII se había consolidado en su vacilante trono. La heroína era, por tanto, un pilar de la monarquía. Se entiende así que Luis XVIII, como su hermano Carlos X posteriormente, vieran con simpatía a un referente que les parecía idóneo para legitimar el regreso de su dinastía. A partir del siglo XIX, el movimiento nacionalista hará de la joven medieval la encarnación de su idea de Francia. El historiador Jules Michelet es uno de los representantes más conocidos de esta corriente, destinada a extraer enseñanzas de pasado con que fortalecer el patriotismo del presente: “Recordemos siempre, franceses, que la patria ha nacido del corazón de una mujer, de su ternura y de sus lágrimas, de la sangre que ella vertió por nosotros”. Michelet habla términos casi religiosos de una redentora, del faro al que había que acudir en los momentos de dificultad. En 1870, cuando Francia entre en guerra con la Prusia de Bismarck, la popularidad de Juana de Arco alcanzará una de sus máximas cotas. Su biografía proporcionaba el modelo de lo que debía ser el buen ciudadano, siempre dispuesto a sacrificarse por su país. La Iglesia Católica hizo de ella una santa. Es así como Roma la beatificó en 1909 y la canonizó once años más tarde. Innumerables escritores cristianos la tomaron de fuente de inspiración, como Paul Claudel o Georges Bernanos. Este último, por cierto, contrajo matrimonio en 1917 con Jeanne Talbert d’Arc, descendiente del hermano de la heroína. Símbolo por excelencia de Vichy durante la II Guerra Mundial, para denunciar las amenazas del comunismo y el judaísmo que se cernían sobre Francia, en la actualidad la doncella de Orleans no se ha desprendido de sus connotaciones conservadoras y los nacionalistas rescataron su figura identificándola con sus sagrados ideales de luchar contra los indeseables “refugiados” procedentes del norte del África y el Medio Oriente, que en realidad son terroristas que sirvieron a ISIS y otros grupos criminales financiados por EE.UU. y Arabia Saudita, que buscan ingresar a Europa para desatar el terror “en tierra de los cruzados” según afirman ellos mismos, por lo cual es imperativo impedir su llegada y combatidos implacablemente. Es mas, la lideresa de Agrupación Nacional - Rassemblement national, RN) denominado hasta el 2018 como Frente Nacional (FN) - Marine Le Pen, no ha perdido ocasión de subrayar la semejanza entre la muchacha medieval y su propia figura. Juana, representa a una Francia sublime en la que no hay lugar para las gentes de razas y tradiciones culturales ajenas. En esta línea, la actriz Brigitte Bardot, ha llegado a decir que Marine Le Pen es la Juana de Arco del siglo XXI, y no le falta razón. Como recordareis, durante sus campañas electorales, fue habitual ver a Le Pen y sus miles de partidarios evocando la figura de la doncella, alrededor de su estatua ecuestre ubicada en el centro de Paris: "Tened esperanza. Ha llegado el momento de seguir el ejemplo de Juana, esa muchachita, casi una niña, que impulsada por una inmensa fe y un amor indefectible por nuestro país, salvó a la Francia de su época. Su ejemplo es eterno y si, además, se leen los testimonios de entonces, se ve que las similitudes de su época y la nuestra son muy preocupantes. Por ello, no estamos solos. Contigo, Juana, bajo tu estandarte, batallaremos y el corazón de Aquel que guió tus pasos volverá a conducir a Francia hacia su grandeza perdida" expresó enfervorizada en uno de sus multitudinarios mítines. No cabe duda que Juana de Arco encarna a la perfección la resistencia nacional contra la actual invasión musulmana y africana que acecha no solo a Francia, sino a toda Europa. Una lucha por la defensa de nuestros valores occidentales que no deben cesar ni ahora ni nunca.

viernes, 22 de mayo de 2020

PATRIMONIO MUNDIAL: Palacio y jardines de Schönbrunn (Austria)

Residencia imperial de la dinastía de los Habsburgo desde el siglo XVIII hasta 1918, el palacio de Schönbrunn, construido por los arquitectos Johann Bernhard Fischer von Erlach y Nicola Pacassi, alberga un gran cúmulo de obras maestras de las artes decorativas. Con sus jardines forma un conjunto barroco de excepcional calidad y constituye un acabado ejemplo de “Gesamtkunstwerk” (obra de arte total). Ante todo, cabe recordar que el emperador Francisco José I de Austria fue uno de los dirigentes cuyo gobierno fue más longevo. Con casi 70 años, el suyo fue un extenso mandato marcadamente conservador en medio de un siglo XIX lleno de cambios sociales. La derrota austriaca en la I Guerra Mundial - al cual ingreso al lado de Alemania - posibilito la caída de la monarquía y la proclamación de la república. Se ponía así fin al protagonismo de los Habsburgo en Europa. Fue esta una de las casas reales más importantes durante siglos, con multitud de ramificaciones como los Habsburgo españoles. Ascendieron al trono durante el Medievo y en el siglo XV pasaron a controlar ininterrumpidamente el Sacro Imperio Romano Germánico desde su centro de operaciones: Viena. A través de los Lorraine, que recuperaron el nombre tras agotarse la línea dinástica principal en el XVIII, se mantuvieron en el trono hasta 1918. Francisco José I de Austria fue el último gran Habsburgo. Nació, vivió y murió en el mismo sitio: Schönbrunn. Este conjunto monumental compuesto por un gran palacio veraniego e inmensos jardines representa la mayor gloria de esta casa imperial. Cuando Maximiliano II ascendió al poder en 1564, era un tiempo complicado por el acoso de los otomanos, las relaciones con los primos españoles y las guerras de religión. Entre tanto escollo tuvo tiempo de adquirir unos terrenos cerca de Viena. Schönbrunn, que hace referencia a un viejo pozo, fue vallado y convertido en coto de caza durante muchos años. Los antiguos dueños habían levantado allí el palacio Katterburg, pero tuvo que pasar un tiempo para comenzar las construcciones. La viuda de Ferdinand II añadió el primer palacio y la orangerie a comienzos del XVII. A finales de ese siglo, los otomanos asediaron Viena. Aunque la capital imperial no cayó, Schönbrunn no corrió la misma suerte y fue gravemente dañado. Hubo que transcurrir doce años para que arrancara bajo la dirección del arquitecto Johann Bernhard Fischer von Erlach el gran proyecto barroco para Schönbrunn. Las obras fueron acabadas en tres periodos del siglo XVIII bajo el patronazgo de la emperatriz Maria Teresa. Fue Nicola Pacassi el que le dio los acabados interiores a la estructura de Fischer von Erlach. Tras el fin del Imperio de los Habsburgo en 1918, Schönbrunn se ha convertido en un gran museo, un enorme museo. Y es que el palacio es absolutamente inmenso, a la moda de la época. Contiene 1.441 habitaciones en las que los estilos dominantes son el barroco y el neoclásico. Este último se lo debemos a unas remodelaciones de Francisco II, último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a finales del XVIII. Fue la última remodelación relevante del palacio: en el XIX solo se añadió mobiliario. Las estancias más importantes están en el ala este e incluyen lacados, chinescos, tapices, porcelanas, etc. El jardín barroco francés supera al propio palacio. Tiene influencias de numerosos gobernantes, aunque lo fundamental es de los últimos años de Maria Teresa, quien murió en 1780. El gran parterre es la vista dominante. Va desde el palacio hasta la imponente arcada de la Gloriette, una estructura inspirada en la guerra justa elevada sobre una colina de sesenta metros. De camino a la Gloriette, el jardín se llena de esculturas barrocas. Hay 32 y muestran deidades mitológicas y virtudes, encabezadas por la fuente de Neptuno. Un poco a la izquierda, según subimos, tenemos las ruinas romanas: una representación romántica del pasado imperial. En el lado oeste hay un jardín botánico con su arboreto. En cuanto a la arquitectura, la Orangerie actual es la más grande del mundo con 186 metros de largo. La casa de la Palmera es un enorme invernadero en hierro forjado de 1880 construida por arquitectos británicos inspirados en las estructuras de los londinenses Kew Gardens. En Schönbrunn hay hasta un zoo de 1752 que pasa por ser el más antiguo del mundo. Mezcla estructuras barrocas e instalaciones modernas y en él destacan los pandas gigantes. Convertido en uno de los iconos austriacos por excelencia, en Schönbrunn se han rodado multitud de películas y series, incluyendo la trilogía de Sissi. Si sumamos todos sus recintos es la atracción más vista del país gracias a su cercanía a Viena y a su zoo. Llegar es muy sencillo, ya que hay estaciones de tranvía y metro con el nombre del palacio. Una vez en este hay dos tours disponibles con mayor o menor número de estancias cubiertas. Los jardines y el zoo van aparte. Hay asimismo una nutrida de agenda de conciertos clásicos, sobre todo de Mozart, en la Orangerie o en el Schlosstheater. Cada verano se celebra además el Sommernachtskonzert, un festival al aire libre. No cabe duda que por todos los atractivos que ofrece, Schönbrunn es inigualable.

viernes, 15 de mayo de 2020

LUDWIG VAN BEETHOVEN: El genio inmortal

Fue un niño prodigio, como Mozart, temperamental y comprometido en política. Un maestro, un creador visitado por la tragedia. Era Ludwig Van Beethoven. Con solo diez años, era un niño con un enorme talento musical. La gente pagaba por escucharlo tocar el piano en los conciertos que organizaba su padre. Era un crío desastrado, retraído y taciturno que apenas tenía amigos y a quien su familia solía llamarlo Der Spagnol (‘el español’). El pequeño había nacido el 16 de diciembre de 1770 en la ciudad alemana de Bonn. Su padre, Johann, era un alcohólico y un soñador que siempre tuvo en la cabeza la idea de que su hijo siguiera los pasos de Wolfgang Amadeus Mozart, quien con solo siete años ofrecía recitales organizados por su progenitor. Como sabéis, los años de infancia y juventud de Beethoven - la década de 1780 - fueron los del apogeo de la Ilustración, cuyo epílogo fue la sangrienta Revolución francesa. Flotaba en el ambiente una convicción de que la humanidad estaba a punto de pasar página para enfrentarse al nacimiento de una verdadera civilización. Si el objetivo que perseguir era la búsqueda de la felicidad, la tiranía de cualquier índole era el gran anatema para los ilustrados. Cuando Beethoven era un adolescente, Kant publicó la Crítica de la razón pura. Fue la época de Mozart, cuando estrenó su ópera La flauta mágica, y también el periodo tardío de Joseph Haydn, cuando presentó sus Cuartetos de cuerda rusos. En ese ambiente de fervor ilustrado, Beethoven inició sus estudios con Christian Gottlob Neefe, un músico de treinta años cautivado por las obras literarias de Goethe y Schiller y por la música barroca de Bach. Todas esas influencias impregnaron el proceso educativo de Beethoven. “Hacer el bien allí donde podamos, amar la libertad sobre todas las cosas, y nunca negar la verdad, aunque sea frente al trono”, afirmaría el compositor alemán. Su madre murió cuando él tenía dieciocho años, lo que agravó el alcoholismo de su padre, que acabó en prisión. El joven Beethoven tuvo que ocuparse de sus hermanos. Finalmente, en 1792, el príncipe elector de Bonn le financió un segundo viaje a Viena, que a partir de entonces sería el lugar de residencia del compositor. A finales de 1795, el joven músico y su nuevo protector, el príncipe Karl Lichnowsky, emprendieron un viaje de placer por Centroeuropa. Estuvieron en Praga, donde Beethoven interpretó obras suyas ante la admiración de nobles y burgueses. Luego encandiló a los aficionados de Dresde y a las pocas semanas llegó a Berlín, donde causó sensación con sus nuevas sonatas para violonchelo. Años más tarde, Beethoven recordó su enojo cuando, al finalizar una de sus interpretaciones, el público berlinés se agolpó en torno a él con lágrimas en los ojos. “Eso no es lo que desea un artista -se quejó-. ¡Queremos el aplauso!”. En 1797, el compositor publicó la canción Adelaide, adaptando un poema de Friedrich von Matthisson que evocaba imágenes de la amada inspiradas por la naturaleza. Fue uno de sus más perdurables éxitos. ¿Compuso aquella maravilla inspirándose en una mujer concreta? Es probable. Pero lo mismo que ocurrió con otras jóvenes, sus relaciones sentimentales siempre estuvo envuelto en un halo de misterio y fracaso. En 1798, Beethoven había completado su primer nivel de instrucción, un aprendizaje que le inculcó los ideales ilustrados. Aunque había triunfado en Viena, Dresde, Praga y Berlín, Beethoven se preguntaba cómo podría elevar su propio arte. ¿Qué debía hacer para dar un salto hacia delante y entrar triunfante en la historia de la música orquestal? Corría el año 1799 cuando publicó la sonata n. º 8 op. 13, llamada Patética, en la que el genio encontró la dirección que lo llevaría a su plena madurez. Ese fue el camino que le abriría las puertas de la inmortalidad. “Aquella sonata causó una inmediata y duradera sensación. Interpretada en salones y auditorios privados, contribuyó a llevar el nombre del compositor por toda Europa”, explica Jan Swafford en Beethoven, la nueva biografía sobre el genio alemán. A partir de entonces, su confianza y su reputación crecieron a la par. Mantuvo contacto con el maestro Haydn, incrementó su círculo de amistades y comenzó a estudiar composición vocal en italiano con Salieri, el famoso rival de Mozart. Beethoven tenía en mente el proyecto de abordar una ópera y, para lograrlo, debía sumergirse en la cultura transalpina, en cuyo seno se había gestado aquel género musical. En pleno triunfo profesional, cuando disfrutaba el imparable ascenso al olimpo de la música, el compositor sufrió el golpe más duro del destino. Todo comenzó en un momento de ira. Alguien lo interrumpió cuando estaba concentrado en una composición y Beethoven saltó de su escritorio tan furioso que sufrió una convulsión y se desplomó. Cuando se levantó, descubrió que estaba sordo. ¿Cuál fue la causa de aquella repentina sordera? Podría deberse a las sales con plomo que añadían al vino barato o a las aguas de los balnearios. El plomo es un potente veneno, pero no suele dañar los oídos. El origen de su sordera también podría ser el tifus que padeció años antes. Nunca se sabrá a ciencia cierta cuál fue la causa de aquella tragedia que tanto iba a cambiar su vida. Todo se le vino encima. ¿Qué había hecho para merecer tal castigo? Fue un drama que llevó en solitario hasta que ya no pudo ocultarlo. Temió que aquella dolencia pudiera arruinar su carrera si salía a luz. Cambió radicalmente su rutina diaria. Tras levantarse, el compositor improvisaba y luego escribía. Después salía y paseaba por las murallas de la ciudad. En sus primeros estadios, su sordera no le impidió tocar en público y seguir con sus alumnos. Sus necesidades económicas le impedían dejar de dar clases de piano, un trabajo que odiaba, salvo cuando la alumna era una joven atractiva, tuviera talento o no. Ese fue el caso de Therese y Josephine, dos de las tres hijas de la condesa Anna von Brunszvik, con las que coqueteó hasta el ridículo. De las dos adolescentes, la que más lo obsesionó en aquellos años fue Josephine, a la que su madre forzó a casarse con el conde Joseph von Deym. En cualquier caso, la joven aristócrata estaba fuera del alcance de un plebeyo como él, por muy genial y admirado que fuera. Si ella hubiera accedido a casarse con Beethoven, habría perdido su título y sus privilegios. Años después, el compositor cortejó a Therese Malfatti, una muchacha de 17 años que lo humilló. En abril de 1804, Beethoven finalizó la Sinfonía Bonaparte, una obra repleta de fuerza y originalidad que dedicó al hombre que creía, encarnaba el espíritu de la Revolución. Su autor seguía pensando que la llama revolucionaria bonapartista y el poder de las artes llevarían al mundo hacia un nivel más elevado. La gran sorpresa saltó a finales de mayo, cuando el compositor supo que Napoleón se había coronado como Emperador de Francia, una noticia que lo afectó profundamente. “¡Ese hombre inculto, ese hombre vulgar, pisoteará todos los derechos humanos, y se ocupará de su propia ambición!”, bramó Beethoven, quien en un arrebato de furia arrancó la portada de la sinfonía, la rompió y la arrojó al suelo. La Revolución había muerto, pensó el compositor, aunque no renegó de su sinfonía. Se limitó a borrar el nombre de Napoleón de la partitura y añadir un nuevo título: Sinfonía heroica, compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre. Aquella magnífica obra de arte pasó a describir la muerte de un sueño. En 1812, Beethoven se trasladó al balneario de Teplice (República Checa), donde escribió su carta a su “amada inmortal”, que provocó numerosas especulaciones sobre la identidad de la destinataria.. Según fue enfermando y envejeciendo, comenzó a sentirse solo. Su menguante capacidad para escuchar suaves matices erosionó su técnica, lo que hizo que sus actuaciones se fueran espaciando más y más. Con el paso del tiempo comenzó a tener problemas económicos. A los pocos meses de su estancia en Teplice, Beethoven compuso la Sonata para violín y piano en sol mayor, op. 96. Esta exquisita obra desvelaba que, aunque la vida lo había golpeado con fuerza, su coraje y devoción por el arte no lo habían abandonado del todo. En aquel entonces solo podía escuchar aquello que imaginaba y cantaba en su cabeza, pero seguía percibiendo el sentimiento del amor y recordando los sonidos de la naturaleza. En noviembre de 1815 murió su hermano Kaspar, y Beethoven tomó la decisión de acoger a su sobrino de nueve años, en contra de la voluntad de su cuñada. Cuatro años más tarde, sus enfermedades eran más graves y prolongadas, lo que supuso un incremento de sus gastos. El 26 de marzo de 1827, estalló una violenta tormenta que descargó nieve y granizo en Viena. Hacía días que Beethoven se encontraba en la cama, inconsciente y muy enfermo. De repente, un relámpago iluminó la habitación. El compositor recuperó la conciencia y alzó al aire su puño cerrado, como si maldijera la comedia de la vida. Luego dejó caer el brazo y falleció. Tras su muerte, se encontró una carta angustiada a sus hermanos. El documento que se conoce como El testamento de Heiligenstadt, refleja el terrible padecimiento y la depresión del músico. “Oh, hombres que me juzgáis malevolente, testarudo o misántropo. ¡Cuán equivocados estáis!”, escribe Beethoven. Es una persona sociable y amigable, pero ha tenido que apartarse para disimular su sordera. “Es imposible para mí decirle a los hombres habla más fuerte, grita porque estoy sordo”. No puede confesar la falta de un sentido “que en mí debiera ser más perfecto que en otros”. Está desesperado. “Un poco más y hubiera puesto fin a mi vida”, confiesa, pero la música le frenó: “Imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir”, escribió a modo de despedida, No cabe duda que la vida fue dura con el, pero nos dejo su exquisito arte para la posteridad.

viernes, 8 de mayo de 2020

VICTORIA DE SAMOTRACIA: Un icono de la Grecia Clásica

Descubierta en 1863, la monumentalidad de La Victoria de Samotracia siempre ha despertado la admiración de cuantos visitantes se acercan hasta el Museo del Louvre. Tras una minuciosa restauración llevada a cabo a partir del 2014 por especialistas estadounidenses, griegos, alemanes y franceses, hoy luce majestuosa para disfrute de todos los amantes del arte antiguo. Como sabéis, los griegos simbolizaban la victoria (niké) con la imagen de una mujer alada, y una de sus representaciones más impresionantes de cuantas se conservan es la que preside la escalera Daru del museo parisino. La pieza es exclusiva por su tamaño y magnífica por sus rasgos y su idea de movimiento. La Victoria de Samotracia fue rescatada del olvido gracias a los trabajos arqueológicos impulsados por Charles François Champoiseau, vicecónsul de Francia en la isla. Salió a la luz inesperadamente, cuando los técnicos de la campaña trabajaban en el santuario de los Grandes Dioses, recinto de culto mistérico que perduró como tal hasta la época romana. Se trataba de una escultura femenina en parte hecha pedazos. Pese a su deterioro, despertó tanto interés que los trabajos se prolongaron cuatro años más con el ánimo de localizar la cabeza y los brazos con que completarla. No fue posible. A un año de su hallazgo, partes de la escultura y sus cientos de fragmentos llegaron a París para ser recompuestos. El equipo de especialistas del Louvre encargado de ello hizo un buen trabajo, pese a la ausencia de algunas piezas. Durante la década siguiente, una misión arqueológica austriaca que trabajaba en el santuario obtuvo nuevos logros. Las excavaciones dieron con unos grandes bloques de mármol gris que imitaban la forma de la proa de un navío. Su disposición a modo de pedestal indicaba que debían de ser la base de la estatua. Animado por ese hallazgo, Champoiseau inició una segunda misión en la zona en 1879 para recuperar aquellos restos del navío y trasladarlos a París. Quería reconstituir el monumento por completo. A partir de 1885, la Victoria y su navío pasaron a gobernar uno de los principales accesos al ala Sully del Louvre. Al emplazamiento privilegiado (una escalera de grandes dimensiones) se sumaron otros artificios (un pedestal y una mayor iluminación). Erguida con firmeza, con las alas desplegadas y el vestido surcado de pliegues por el efecto del viento, la Victoria fue (y sigue siendo) especialmente admirada por la naturalidad de su pose. Se ha convertido en un emblema del dominio de la forma y del movimiento de la época helenística, que arranca con la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C. La Victoria despertó de inmediato infinidad de interrogantes. ¿Cuál es su origen? ¿Y su autor? A falta de datos irrefutables, responder a estas preguntas es adentrarse en un terreno en que se atropellan las teorías. Dada la similitud entre el monumento y la imagen de una serie de monedas acuñadas por el macedonio Demetrio Poliorcetes entre 307 y 294 a. C. (en las que figura una representación de una Niké idéntica a la de Samotracia), algunos creyeron que la Victoria pudo ser obra de un autor de finales del siglo IV y principios del III a. C. llamado Eutícides de Siciona. La escultura conmemoraría así un triunfo, seguramente el que Demetrio obtuvo en una batalla naval en 307 a. C., cerca de Chipre, ante la flota del egipcio Ptolomeo Sóter. Esta tesis fue rápidamente refutada. Según la mayoría de los historiadores, Demetrio no habría podido levantar ese monumento en una isla que en aquella época controlaba su enemigo tracio Lisímaco. Además, el descubrimiento de otras esculturas sobre las formas de un navío en la Acrópolis de Lindos, en Rodas, parecían vincular la pieza con la conmemoración de una batalla rodia. Esta segunda versión, generalmente aceptada, parece la más lógica por tres motivos: en esa época, Rodas había probado su hegemonía en el Egeo con dos importantes victorias navales (Side y Myonnisos, en 190 a. C.) contra Antínoco III el Grande, rey de los seléucidas de Asia Menor; sus artistas marcaban las pautas en otros territorios, como Samotracia; y entre los restos del conjunto escultórico de Samotracia figuraba la firma de Pitócrito, escultor reconocido de la escuela rodia por aquel entonces. Sin embargo, tampoco esa tesis disfruta hoy de consenso absoluto. Dado que la firma del rodio aparecía solo en un pequeño fragmento de la base, algunos historiadores aventuran una tercera teoría: por mucho que el navío sea de factura rodia, no lo es la escultura. Su indiscutible similitud con los frisos del Gran Altar de Pérgamo, en los que priman el detalle, el movimiento y la expresividad, la emparentan directamente con los talleres de dicha ciudad, que muchos denominan la Atenas de Asia Menor por la fineza de sus trabajos en mármol. El origen exacto de la Niké sigue siendo una incógnita. Desde su descubrimiento, la pieza hizo las delicias de la comunidad científica, que, entusiasmada con su excepcionalidad, centró su atención en la isla. De esta forma, la Niké helénica prolongó las excavaciones del santuario de los Grandes Dioses. Considerado en principio un centro de interés menor, pasó a convertirse en foco de primer orden. Desde entonces rondaron por él especialistas franceses, austriacos y estadounidenses. La primera de aquellas misiones, encabezada por G. Deville y F. Coquait, de la Escuela Francesa de Atenas, resultó infructuosa. Aun así, otro arqueólogo, el austríaco Alexander Conze, se desplazó a la zona. Este especialista en arte griego y director de los trabajos en Pérgamo ya había trabajado en Samotracia, aunque sin resultado. Sin embargo, estaba dispuesto a volver a intentarlo. Su nueva expedición ayudó a recuperar algunos monumentos. Desde ese momento, los trabajos se sucedieron con campañas diversas que rescataron edificios y sepulcros excepcionales. Las excavaciones devolvieron Samotracia al lugar que le corresponde: el de uno de los centros de la historia y el arte helenísticos. Los expertos podrán discutir su autoría, pero coinciden en destacar la excepcionalidad de la Victoria de Samotracia. Su estudiada composición, grandes medidas (3,28 m de altura, más 2 m del navío a sus pies) y sutiles detalles hacen de ella una pieza única. La estatua, que se alzó para ser vista desde su costado izquierdo, el más trabajado, se elaboró siguiendo la tradición helenística. Se trabajaron seis bloques de mármol blanco por separado, los correspondientes al cuerpo, el busto, los brazos y las piernas. Se unieron los bloques por sus superficies de juntura previamente alisadas y se usaron varas de bronce para reforzar la unión. Finalmente, se añadieron las piezas de menor importancia, como los flecos del vestido. Sus alas constituyen un desafío a la gravedad. Aparecen desplegadas de manera solemne y se mantienen unidas al cuerpo mediante una vara de hierro. En el momento del hallazgo, las alas eran un cúmulo de fragmentos de mármol. En cuanto a los brazos, los expertos imaginan su disposición a partir de los fragmentos conservados. El izquierdo pudo haberse colocado junto al cuerpo, un poco separado de él. El derecho pudo estar alzado con la palma de la mano abierta. La disposición de este brazo constituía todo un reto: se cree que no existía un soporte extra. El ropaje, de estilo desenfadado y con pliegues atropellados, contrasta con el propio de la época clásica, caracterizado por la caída plácida de la tela a lo largo del cuerpo. Cada uno de los pliegues de la túnica provoca un efecto de dinamismo. La Niké parece dominar la fuerza del viento sobre la proa de un navío. Los arqueólogos no han hallado resto alguno de los pies, pero intuyen su disposición. El derecho solo tocaría el suelo con los dedos, mientras que el izquierdo quedaría suspendido en el aire. La Victoria estaría representada en el momento en que descendía del cielo y se posaba sobre la proa del navío. Al observar a la estatua, no debemos olvidar ni por un momento que al igual que muchos tesoros griegos, asirios o egipcios - entre otros - que se encuentran en el Louvre, se trata de un arte expoliado ¿volverá algún día a Grecia?

viernes, 1 de mayo de 2020

RAMADAN: Origen y significado de una celebración

Desde el pasado 23 de abril, casi dos mil millones de musulmanes en todo el mundo observan el mes de Ramadán, que este año, se prolongara hasta el 23 de mayo. Se trata de uno de los cinco pilares de aquella religión. El Ramadán es su mes sagrado porque coincide con el momento en que Mahoma - el profeta desnudo del Islam - recibió su primera ‘revelación’ del Corán, su libro sagrado. Durante este periodo, los musulmanes deben evitar beber y comer mientras es de día. Tampoco pueden fumar ni mantener relaciones sexuales. Los creyentes consideran que su sacrificio les permite acercarse a Alá, el dios musulmán. Además, también es un periodo para arrepentirse de los pecados, reflexionar sobre su religión y ponerse en la piel de los más necesitados. Ayunar durante el Ramadán es obligatorio para todos los musulmanes sanos que hayan pasado la pubertad. Sin embargo, también es una prueba física y psicológica muy dura, sobre todo en verano, cuando hay más horas de sol y los creyentes deben ayunar más durante más tiempo. Por ese motivo, niños, ancianos, enfermos, mujeres con la menstruación o embarazadas, y aquellos que están de viaje no están obligados a seguirlo. Los días que no se ayuna pueden compensarse durante el resto del año, seguidos o por separado. El Ramadán también es una oportunidad para reunirse con la familia y amigos. Los musulmanes acostumbran a desayunar y a rezar todos juntos antes de la salida del sol, y vuelven a reunirse al anochecer para compartir la cena. El primer día del Ramadán, los creyentes suelen tomar el desayuno(o suhoor) a las 4 de la madrugada. Luego realizarán la primera plegaria del día, el fajr. La comida del anochecer se llama iftar. Los musulmanes rompen el ayuno tomando dátiles y agua, tal y como se cree que lo hizo Mahoma. Luego rezan y cenan. En los países nórdicos, en los que hay muchas horas de luz o directamente no se pone el sol, los creyentes pueden seguir el horario de Arabia Saudita. Durante el Ramadán hay dos fechas importantes. Una es el Lailat el Qadr o la Noche del Destino. Cada año se celebra en un día diferente y conmemora el día en que Mahoma recibió las escrituras. Los musulmanes creen que esa noche se decide cómo será su próximo año, por lo que dedican la noche entera a rezar a Alá. La otra celebración destacada es Aíd al Fitr, tres días de fiesta para celebrar el fin del ayuno. Cabe destacar que el Ramadán es el nombre del noveno mes del calendario musulmán, que sigue el ciclo lunar. Puede durar entre 29 y 30 días, dependiendo del año. El inicio del Ramadán está marcado por el avistamiento de la luna nueva, que puede ser en días diferentes en función del lugar del planeta. Los países musulmanes más tradicionales se guían por la decisión del Tribunal Supremo de Arabia Saudita, cuyos miembros observan el cielo a simple vista y desconfían de los calendarios astronómicos elaborados con antelación. En cambio, las comunidades musulmanas existentes en los EE.UU. y Europa sí que utilizan los cálculos científicos para saber cuándo empieza su mes sagrado. Este año el Ramadán será una celebración distinta a las anteriores, debido al Coronavirus, por lo cual sus millones de fieles no podrán acudir a las mezquitas que fueron cerradas para combatir la pandemia y evitar su propagación. Es el caso de la Gran Mezquita de la Meca - que ilustra nuestra nota - la Mezquita del Profeta en Medina, la Mezquita Al Aqsa en Jerusalén y en todas las demás existentes en el mundo. El Corán no prevé cómo debe comportarse un musulmán durante una pandemia, de modo que es una cuestión abierta a discusión. No obstante, sí que existe una tradición que atribuye a Mahoma el siguiente dicho: "Si oyes que hay peste en una zona, no vayas allí. Si la peste está donde tú estás, no salgas de tu zona". El Ramadán es uno de los momentos más importantes del año para los musulmanes y, al mismo tiempo que tiene la capacidad de movilizar a millones de personas cada año, también se ve con regularidad sometido a influencias de distintas clases, desde la extremista de los grupos terroristas hasta la de la industria del marketing, que busca vender sus productos e introducir nuevas costumbres en la sociedad durante este periodo, como es la presentación de series y películas nuevas o los anuncios publicitarios. Por cierto, a pesar de la profunda desconfianza que tenemos en Occidente por los musulmanes es de esperar que no ocurran hechos que lamentar, debido a su predisposición a la violencia para extender sus creencias. A estar atentos y vigilantes con ellos en nuestras ciudades.
actualidad cultural
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