SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 28 de julio de 2017

LA TORRE EIFFEL: Un símbolo que no deja indiferente a nadie

Construida para la Exposición Universal de Paris en 1889, se encuentra situada en el extremo del Campo de Marte a la orilla del río Sena y es considerada la imagen mas preciada de Francia y de su capital, siendo la estructura más alta de la ciudad y el monumento más visitado del mundo, con 7,1 millones de turistas cada año. Nos referimos a la torre Eiffel, que con una altura de 300 metros (prolongada más tarde con una antena a 324 metros) fue la estructura más elevada del mundo durante 41 años. Realizada por Gustave Eiffel, su diseño se debe a Maurice Koechlin y Émile Nouguier, tardó dos años en finalizarse y pesa entre 7.300 y 10.000 toneladas. Si bien al momento de su inauguración generó mucha controversia entre los artistas de la época - quienes la veían como un monstruo de hierro forjado y exigieron su demolición - con el paso del tiempo termino convertido en un icono de la ciudad a tal grado que hoy es imposible no asociarlo con ella. El monumento estuvo destinado a ser la puerta de entrada para la Exposición Universal de París, que tuvo lugar en la capital francesa de mayo a octubre de 1889 y que conmemoró el primer centenario de la Toma de la Bastilla, símbolo del inicio de la Revolución Francesa. Para su inauguración se pintó con un tono más claro en la parte superior, haciéndose más obscura hacia la parte inferior. A principios del siglo XX, con la llegada de la I Guerra Mundial, las autoridades encontraron su utilidad como antena de radiodifusión y con ella captaron mensajes que ayudaron a los aliados de forma decisiva. Cuando los alemanes hicieron su ingreso triunfal a Paris en 1940, la torre Eiffel se engalano con una gran bandera con la esvástica nazi, la que flameo sobre ella durante los años que duro el conflicto. Desde el 2013 es de color bronce, habiendo cambiado sus tonalidades periódicamente. Para evitar la oxidación del hierro, cada siete años se le aplica una capa de pintura. Quien visite París, sabe que su destino obligatorio es una visita a la célebre torre, no solo por su fantástico diseño, sino por la hermosa vista que proyecta de la ciudad, sus calles, sus edificios y sus monumentos. Estar en la torre significa conocer el corazón de Francia y ser parte de las miles de historias que se tejieron en su hermoso mirador. Para llegar a ella se debe subir 1.662 escalones, mientras que el segundo mirador está cerrado al público. Los mejores momentos para subir son la primera hora de la mañana, cuando aún no se han formado interminables colas, o bien al anochecer para disfrutar de la ciudad de las luces en todo su esplendor. Como no podía ser de otra manera, ha sabido renovarse en los últimos años para seguir siendo uno de los lugares más atractivos del mundo y una muestra de ello es la instalación de una pasarela de cristal a 57 metros de altura que ofrece una nueva perspectiva y visión de París.

viernes, 21 de julio de 2017

SCYTHIANS, WARRIORS OF ANCIENT SIBERIA: Guerreros de las estepas en el Museo Británico

Hace 2.500 años, grupos de formidables guerreros vagaban por las vastas llanuras abiertas de Siberia. Eran los Escitas: temidos, odiados, admirados, pero con el pasar del tiempo fueron olvidados ... Hasta ahora. En efecto, organizado por el Museo del Hermitage de San Petersburgo (Rusia), el British Museum nos trae en septiembre una nueva exposición dedicada a los antiguos Escitas, la cual explora su historia como tribus nómadas y maestros de la guerra. Sus encuentros con griegos, asirios y persas fueron frecuentes en la historia, pero durante siglos todo rastro de su cultura se perdió. Cuando a finales del siglo VI a.C. los griegos atravesaron el Bósforo para establecer varias colonias en la costa septentrional del mar Negro, entraron en contacto con un misterioso pueblo de guerreros nómadas que ocupaba las infinitas estepas de lo que hoy es Ucrania y el sur de Rusia. Los escritores helenos, en particular el historiador Heródoto, recogieron múltiples referencias e historias sobre esos hombres “de ojos azules y cabello color de fuego”, jinetes invencibles, maestros en el manejo del arco y con costumbres tan inquietantes como la de beberse la sangre del primer enemigo que abatían y recoger las cabezas de sus rivales muertos para ofrecérselas a su rey. A partir de informaciones de este tipo, los griegos se imaginaron a los escitas como un modelo de pueblo bárbaro, contrapuesto en todo a su modo de vida civilizado. Unos bárbaros que, sin embargo, fueron capaces de desafiar a los mayores imperios de Mesopotamia y crear un Estado complejo, una poderosa monarquía que tuvo un destacado papel histórico hasta su declive y desaparición en el siglo II a.C. Sobre los orígenes de los escitas, Heródoto recogía un relato que al parecer aún corría en su época, el siglo V a.C. Los escitas decían que en una tierra anteriormente desierta nació un primer hombre, Targitao, hijo de Zeus y de la hija del río Borístenes, antiguo nombre delDniéper. Targitao tuvo tres hijos: Lipoxais, Arpoxais y Colaxais. A la muerte de su padre pasaron a reinar conjuntamente, hasta que en una ocasión cayeron del cielo unos objetos de oro: un arado, un yugo, una copa y un hacha de doble filo. Cuando los dos hermanos mayores intentaron asirlos, el oro se tornó rojo incandescente, por lo que tuvieron que renunciar a él. Sin embargo, al acercarse el pequeño pudo tomarlo y llevárselo a casa, por lo que sus otros dos hermanos convinieron en entregarle el reino. Naturalmente, el relato es un mito sin base histórica, pero contiene quizás una clave para entender el origen último de los escitas. Según los estudiosos actuales, la historia sería una metáfora de la organización de la sociedad en “tres órdenes” típica de los pueblos indoeuropeos, es decir, de una sociedad compuesta por una clase dedicada a rezar-simbolizada por la copa - otra especializada en la guerra - encarnada en el hacha - y una tercera ocupada en trabajar la tierra, a la que harían referencia el arado y el yugo. En efecto, hoy sabemos que, desde un punto de vista étnico y lingüístico, los escitas eran indoeuropeos, pertenecientes al grupo nordiranio, emparentados con otros pueblos nómadas de Asia, como los sármatas, los masagetas y los sacios. La procedencia geográfica exacta de los escitas es incierta y ha dado pie a diversas hipótesis, pero su aparición en la historia escrita se sitúa en el siglo VIII a.C. Se sabe que por entonces entraron en conflicto con los cimerios, otro pueblo nómada estepario a los que vencieron gracias a su dominio del combate a caballo y a quienes finalmente expulsaron de la región septentrional del mar Negro. Más tarde atravesaron el Cáucaso y en 676 a.C., coaligados con los maneos, atacaron el Imperio asirio, pero el rey Asarhadón logró derrotarlos. Las fuentes asirias los llaman ishkuzai, término muy parecido a la denominación griega skythai, lo que anula la pretensión de Heródoto de que el nombre de escitas se lo pusieron los griegos. Poco después, los escitas reaparecieron como conquistadores en Mesopotamia. Hacia 650 a.C. se habían apoderado de Media – en la Mesopotamia central –, del norte de Siria y de la costa levantina. Más tarde llegaron incluso a la frontera de Egipto, donde Psamético I tuvo que comprar su retirada. Heródoto explica que su dominio en Mesopotamia se prolongó 28 años, hasta que fueron expulsados por los medos. El cronista griego supone incluso que a su vuelta los guerreros escitas se toparon con un ejército formado por los esclavos con los que se habían casado sus mujeres, hartas de su ausencia, y en vez de masacrar a esos esclavos en una batalla, los guerreros habrían decidido usar el látigo para devolverlos a su condición servil y seguir explotándolos. En cualquier caso, tras su derrota frente a los medos, la mayoría de los escitas se replegaron a la región meridional de la actual Rusia y fue allí donde fundaron el reino de Escitia propiamente dicho. La etapa de la historia escita que se inició entonces estuvo marcada por la llegada de los griegos a la costa septentrional del mar Negro. Las nuevas colonias helenas potenciaron la actividad económica de los escitas, en particular los intercambios comerciales. Los escitas vendían a los griegos ganado, pieles curtidas y cereales, así como numerosos esclavos, ya que los antiguos nómadas se habían convertido en traficantes de personas capturadas entre los pueblos limítrofes. Asimismo, algunos artesanos griegos empezaron a trabajar para los escitas, creando un estilo artístico greco-escita extraordinariamente interesante. Como resultado de ello, el arte escita alcanzó unas cotas de calidad altísima, que le reservaron un lugar destacado en la orfebrería y otras producciones suntuarias. En paralelo a este proceso de enriquecimiento, las tribus escitas se fueron uniendo en una estructura estatal. En su cúspide se hallaba un monarca hereditario, al que aparentemente se otorgaba una condición divina, aunque su poder parece limitado por una asamblea en la que estaban representadas las tribus. La manifestación más visible del poder de estos soberanos la encontramos en sus enterramientos, los famosos kurganes, el término turco con el que se designan los grandes túmulos que cubrían una o varias cámaras funerarias de los reyes o príncipes escitas, en los que los arqueólogos han descubierto riquísimos ajuares funerarios con armamento, vajillas de oro y plata, cerámica griega, adornos de fina orfebrería, estatuas e incluso alimentos. La unificación política impulsada por los reyes vino acompañada por un reforzamiento de su poder militar. Así lo experimentó el rey persa Darío cuando en 512 a.C. lanzó una gran campaña contra los escitas con el objetivo de cortar las rutas de aprovisionamiento de grano a las ciudades griegas que se proponía conquistar. Darío en persona dirigió su ejército más allá del río Don y durante más de dos meses se dedicó a perseguir a las huestes de los escitas, los cuales habían decidido evitar la batalla y retirarse cada vez más hacia el este. Heródoto, en su detallado relato de la campaña, supone que Darío envió a los escitas un mensaje para reprocharles su cobardía y exigirles sumisión, a lo que el rey escita Idantirso habría respondido: “Yo jamás he huido por temor ante hombre alguno y, en estos momentos, tampoco estoy huyendo ante ti. Voy a explicarte por qué no te presento batalla: nosotros no tenemos ciudades ni tierras cultivadas que podrían inducirnos, por temor a que fueran tomadas o devastadas, a trabar de inmediato combate con vosotros para defenderlas. Pero si descubrís y violáis las tumbas de nuestros antepasados, sabréis si lucharemos contra vosotros. Por eso a ti, en lugar de ofrecerte la tierra y el agua, te aseguro que te vas a arrepentir”. Finalmente, Darío decidió emprender la retirada y escapó a duras penas del acoso de los escitas. El momento culminante de su expansión se produjo a mediados del siglo IV a.C., bajo la dirección del rey Ateas. Según Estrabón, Ateas reunificó todas las tribus bajo su mando y, animado por su éxito político, decidió experimentar la gloria militar extendiendo su reino hasta el Danubio. Pero Filipo II de Macedonia decidió frenar su avance y los derrotó en una batalla junto a aquel río, en la que murió el propio Ateas. Pocos años después, sin embargo, los escitas repelieron una expedición de castigo enviada por Alejandro Magno y dieron muerte a su general. A partir del siglo II a.C. se inició la desintegración del reino escita. Los celtas ocuparon la región balcánica, mientras los jinetes sármatas merodeaban por sus territorios del sur de Rusia, de los que terminaron por apoderarse. Los reyes escitas Esciluro y Palaco aún fueron capaces de enfrentarse al rey Mitrídates VI del Ponto en el siglo I a.C. por el control del litoral de Crimea y otras zonas del mar Negro. Pero poco a poco, las informaciones sobre los escitas se fueron desvaneciendo en las fuentes clásicas, hasta que se les pierde totalmente la pista coincidiendo con el fortalecimiento de los galos y los sármatas. No obstante, algunas noticias aún permiten fantasear con la leyenda de los escitas, ya que habrían sido capaces de sobrevivir en un nuevo territorio. En efecto, a finales del siglo II a.C. un grupo de tribus escitas habría emigrado hacia Bactriana, Sogdiana y Aracosia, las satrapías más orientales del viejo Imperio persa. Al frente iba el rey Maues, cuya gesta superó incluso el viaje de Alejandro Magno, ya que tras cruzar el Indo, como hizo el macedonio, alcanzó Cachemira y el Punjab. Allí se asentarían los últimos escitas hacia el año 85 a.C. Nada más se supo de ellos. En los siglos siguientes, el interés por estos misteriosos guerreros renació al ser desenterradas sus tumbas y encontrar en ellas espectaculares joyas de oro, ropas, tejidos, alimentos, armas e incluso cuerpos de los escitas y sus caballos momificados, todos sorprendentemente bien conservados. Hoy podemos saber algo más sobre ellos con esta extraordinaria exposición, que nunca antes había salido de San Petersburgo, el cual podrá ser apreciado en Londres hasta el 14 de enero del 2018. Si que tenemos tiempo para visitarla.

viernes, 14 de julio de 2017

NI ISIS PUDO CON ELLA: El renacimiento de la milenaria ciudad de Hatra

ISIS, aquella bestia sionista financiada, armada y entrenada por los EE.UU. y Arabia Saudita con el objetivo de desatar el caos y el terror en el Medio Oriente para ‘justificar’ el intervencionismo estadounidense en esa estratégica región y que hoy forma parte del basurero de la historia, se ensaño de manera sistemática con el patrimonio cultural de aquellos lugares que estuvieron bajo su control, saqueando sus tesoros arqueológicos para venderlo en el mercado negro y dinamitando todo aquello que no pudo robar y Palmira (ubicada en Siria) fue un trágico ejemplo de ello. Pero no fue la única victima de ese acto de barbarie, aunque hubo casos en los que por más empeño que puso en borrar todo vestigio de ellas, simplemente no pudo hacerlo. Un ejemplo es la ciudad de Hatra, la más importante reliquia de la antigua civilización parta, que pudo sobrevivir al fanatismo terrorista que si bien destruyó parte de sus monumentos, no pudo derribar las imponentes fortificaciones que en el siglo II frenaron a los romanos. Levantada en medio del desierto a unos 90 kilómetros al sur de Mosul (en la actual Iraq). Su ubicación estratégica hizo de ella una ciudad fabulosa y envidiada por su gran riqueza. Hatra, probablemente un antiguo asentamiento asirio, fue poblada desde el siglo I a.C. y se convirtió en un pequeño Estado autónomo bajo dominio parto. En el siglo II d.C. resistió diversos ataques de los romanos, pero fue finalmente el soberano sasánida Sapor I quien conquistó y destruyo la ciudad en 240-241 d.C. Reducida en gran parte a ruinas, desde entonces Hatra cayó en el olvido. El último testigo occidental que habló de ella fue el historiador romano Amiano Marcelino, que la menciona como “una antigua ciudad situada en una zona no habitada, que está desierta desde mucho tiempo atrás”. No surgió ninguna población cerca de los restos, lo que sin duda contribuyó a su preservación. También inspiró algunos relatos árabes que se referían a una legendaria urbe con inmensas construcciones llamada al-Hadr. El honor del redescubrimiento de Hatra suele atribuirse a John Ross, un funcionario adscrito al consulado británico de Bagdad, que entre los años 1836 y 1837 visitó el yacimiento a pesar de la inseguridad que reinaba en la zona. Tras él, William Francis Ainsworth publicó en 1841 las notas de su visita a las ruinas, que describió como espectaculares a pesar de que acceder a ellas era casi imposible a causa del terrible clima y de la animadversión mostrada por los lugareños hacia todos los que intentaban acercarse al lugar. Estas noticias llamaron la atención del arqueólogo inglés Austen Henry Layard, famoso por sus descubrimientos en Nínive. A pesar de las advertencias de sus compatriotas ingleses y de los árabes, que le aseguraban que no saldría con vida de la empresa, Layard proyectó en 1846 una expedición para realizar una primera prospección arqueológica de la ciudad. Acompañado de su amigo Edward Mitford y de otros tres guías locales, y cargando únicamente con cuatro pistolas, abundante munición, unas capas y una bolsa de galletas, Layard se encaminó hacia las ruinas. Tras dormir varias noches al raso o en establos abandonados, al final pudo contemplar la ciudad, que identificó erróneamente como una ciudad babilónica. En su informe describió el emplazamiento estratégico del asentamiento, en una llanura elevada a unos tres kilómetros al oeste del wadi Tharthar, y proporcionó asimismo interesantes datos acerca del tamaño y la forma del yacimiento. El resultado de los trabajos arqueológicos debe atribuirse principalmente a los estudiosos iraquíes que trabajaron en el yacimiento desde 1951. Como una curiosidad, cabe destacar que la ciudad sirvió como lugar de filmación de la escena de apertura de la película The Exorcist en 1973. Su lejanía probablemente la protegió de daños y saqueos luego de la invasión estadounidense de 2003 a Irak, pero no sucedió lo mismo cuando la ciudad fue capturada por ISIS en el 2014. En marzo del 2015, se difundieron informes a través de los medios de comunicación indicando que gran parte de la ciudad había sido destruida, pero cuando ISIS publicó un video de la destrucción al mes siguiente, mostró a los terroristas desfigurando con martillos o disparando con ametralladoras algunas estatuas sin llegar a destruir los edificios. Tras la liberación de la ciudad por las fuerzas iraquíes se descubrió el motivo de ello y es que la utilizaron no solo para almacenar municiones y explosivos, sino también como un centro de entrenamiento, sabiendo que los aviones de la coalición no bombardearían un sitio histórico invaluable. Sin embargo al hacerlo, también preservaron el lugar, ya que si lo destruían completamente, no les proporcionaría la protección que deseaban. Aparte de las numerosas huellas de balas que muestran tanto las esculturas como las paredes de los edificios, estas parecen ser estructuralmente sólidas y el sitio se parece en mucho a como se encontraba antes de su caída en manos de ISIS. La directora de Patrimonio en la provincia de Nínive, Laila Mahmud Saleh, dijo que la destrucción de la ciudad no se compara con lo le ocurrió a los otros sitios arqueológicos de Irak. Si bien los terroristas robaron algunas piezas valiosas y destruyeron prácticamente todas las estatuas antiguas, dejaron los pedazos destrozados en los almacenes, lo cual abre la posibilidad a que algunas sean restauradas, según la responsable. No obstante, será necesario formar un comité para realizar un inventario de las antigüedades que han sido robadas y contabilizar los daños. Por lo visto, Hatra pudo salir airoso de esta dura prueba, a diferencia de otros sitios arqueológicos que no tuvieron la misma suerte, pero su lejanía impedirá que se convierta en una atracción turística importante, lo cual paradójicamente también ayudara a su supervivencia, algo que sin duda será un consuelo para muchos iraquíes.

viernes, 7 de julio de 2017

IL DUOMO DI MILANO: Una auténtica obra de arte

Pocas construcciones resultan ser grandiosas tanto por dentro como por fuera y el maravilloso templo conocido como il Duomo di Milano es una de ellas. Tanto la fachada gótica, su glorioso interior, como así también el tejado, constituyen una verdadera obra de arte. Es una construcción de ladrillo revestida de mármol, de marcado estilo gótico que culmina en infinidad de pináculos y torres coronadas por estatuas. El punto más alto del majestuoso edificio es conocido como La Madonnina y pertenece a Carlo Pellicani. La terraza ocupa casi toda la superficie. Para subir al tejado por escalera hay que dirigirse al ala exterior paralela al edificio Vittorio Emannuelle II, mientras que para subir por ascensor, se accede por el ala opuesta. Lo mejor de subir al tejado es la vista del bosque de pináculos. Si bien la plaza es muy concurrida en cualquier época del año, detenerse a contemplar los detalles que componen la fastuosa fachada es imprescindible. Ya en el siglo V d.C. la ciudad contaba con una basílica dedicada a San Antonio a la que en el siglo VIII se le adosó un nuevo edificio con el fin de ampliar su capacidad. En torno al año 1075 ambos edificios fueron destruidos en un incendio y entonces se planteó la construcción de una gran catedral. Las obras comenzaron en 1386 de la mano del obispo Antonio da Saluzzo y el duque Gian Galeazzo Visconti. Tres años después se nombró al francés Nicolas de Bonaventure arquitecto mayor de la catedral y éste planteó un primer proyecto que dotaba a la construcción de un elegante estilo gótico inspirado en las formas traídas de Francia. Bonaventure fue sustituido por Jean Mignot pero con los años se plantearon distintos problemas constructivos que obligaron a cambiar continuamente de arquitecto. De hecho la construcción se dilató tanto en el tiempo que hasta el siglo XIX il Duomo di Milano no estuvo completamente terminado. Se trata de un templo con planta de cruz latina cuyo transepto se marca tanto en planta como en altura. El cuerpo de la iglesia cuenta con cinco naves de las cuales la central es más ancha y alta que las laterales. Las naves laterales se prolongan hasta el transepto y rodean el altar mayor formando una girola o deambulatorio típico de las iglesias de peregrinación. El amplio espacio del transepto se ha aprovechado para colocar el coro realizado en época renacentista. En el interior destacan las bellísimas bóvedas de crucería que se sustentan con más de cuarenta pilares tallados en diferentes estilos. Los grandísimos vitrales que se han abierto en el paramento otorgan a la edificación de una singular luminosidad; este sentido cabe destacar como los vitrales de la zona de la cabecera son los más grandes jamás utilizados en una construcción cristiana. El templo cuenta con grandes fachadas de estilo gótico, la principal fue proyectada por el arquitecto Pellegrino Pellegrini pero a lo largo de la historia el proyecto inicial sufrió numerosas modificaciones y las fachadas no se concluyeron hasta el siglo XIX, en torno a 1814. Presenta además cinco puertas diferentes se acceso de las cuales, la principal se ha dedicado a Santa María. Su imponente aspecto exterior está configurado por las más de noventa gárgolas y ciento treinta agujas que se levantan vertiginosas hacia lo alto, arquitectónicamente las gárgolas servían como vertederos de agua. La más alta de las agujas - situada a más de cien metros de altitud - se corona con una espléndida imagen de la Virgen María que corona el edificio. En su interior se pueden admirar numerosas estatuas, altares, pinturas y retablos así como monumentos. Una de las esculturas más reconocidas e impresionantes es la estatua de San Bartolomé, que muestra al apóstol (desollado vivo) con la piel colgando de sus hombros, para representar su martirio. Asimismo, en la cripta se encuentra la Capilla de San Carlos Borromeo, que alberga los restos del santo, y el tesoro de la catedral. Además se vanagloria de poseer un clavo de la cruz de Cristo, que se encuentra en una bóveda del techo tras el altar principal de la catedral. Como podéis notar, il Duomo di Milano es una joya de la arquitectura que hay que preservar para la posteridad.
actualidad cultural
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