SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 28 de enero de 2022

ESPARTACO: El esclavo que se enfrentó a Roma

Desde los orígenes de la Humanidad, han sido varias las insurrecciones que han marcado el devenir de la Historia. Quizás una de las más significativas fuera la protagonizada por un esclavo de origen tracio llamado Espartaco en el siglo I a.C., en el sur de Italia, que puso en serios aprietos a la República romana. Una insurrección que consiguió reunir a miles de personas en la cual no sólo figuraron esclavos, sino también un buen número de campesinos y de ciudadanos libres muy empobrecidos. Únicamente ciertos titubeos, la felonía de los piratas cilicios y el poderío militar del ejército romano, impidieron el triunfo de la revuelta. Sin embargo, si bien es cierto que fracasó, no lo es menos que logró poner de manifiesto la crisis política, económica y social que imperaba en Roma. Lo poco sabemos de sus orígenes y que además esa escasa información procede fundamentalmente de historiadores romanos como Plutarco, Floro o Apiano, se dice que Espartaco era un gladiador que provenía de la región balcánica de Tracia, nacido en el 113 a.C. en Sadanski, en el suroeste de lo que hoy es Bulgaria. Dado que frecuentemente se denominaba a los gladiadores en función de su lugar de origen, su nombre podría ser un derivado de la región tracia de Espartakia. En lo que a sus orígenes se refiere, la historiografía clásica ofrece diferentes versiones: bandido, pastor o desertor de las tropas auxiliares. En cualquier caso, y como señalan Apiano y Floro, Espartaco fue capturado por los ejércitos romanos, enviado a trabajos forzados a una cantera y liberado de allí a consecuencia de su destreza en el combate, lo que le permitió convertirse en un gladiador. Por esta razón fue trasladado a Capua a la escuela gladiatoria del lanista Léntulo Batiato, hacia mediados de la década de los años 70 a.C. En la escuela de Capua protagonizaría una rebelión de esclavos jamás vivida por Roma en la que durante tres años (73-70 a.C.) arrasaría la península Itálica derrotando a las tropas romanas en varias ocasiones. Su expansionismo había provisto a Roma de ingentes cantidades de mano de obra y de esclavos que trabajaban en condiciones inhumanas en explotaciones agrarias y mineras. Paralelamente, las riquezas no eran destinadas a tratar de acabar con las carencias sociales que se manifestaban en Roma, sino que por el contrario, se destinaban a sufragar nuevas campañas militares. En este panorama la crueldad en el trato provocó que en Sicilia estallaran dos revueltas serviles entre el 135 y el 102 a.C., fácilmente reducidas por el ejército romano. En un contexto marcado por la inestabilidad política, los combates en la arena se habían popularizado a más no poder. Si en un principio las luchas de gladiadores se limitaron a un enfrentamiento de carácter ritual, progresivamente fueron levantando el interés del pueblo, una ocasión que no desperdiciaron los patricios para organizarlas en busca de una mayor popularidad, hasta que en el año 105 a.C. el Senado, ante la fama de los combates, decidió incluirlos en la lista de espectáculos públicos. Las fuentes coinciden al señalar que en el 73 a.C. Espartaco y otros doscientos gladiadores iniciaron la rebelión en la escuela gladiatoria de Capua. Al tener restringido el acceso a las armas asaltaron la cocina para hacerse con cuchillos. En el combate con los guardias de la escuela tan sólo setenta hombres lograron escapar. Una vez fuera de Capua, Espartaco y sus compañeros tuvieron la fortuna de capturar un carro lleno de armas y armaduras que precisamente iban destinadas a la escuela de la que huían. Espartaco y sus hombres decidieron entonces refugiarse en las laderas del Vesubio, el volcán que entraría en erupción un siglo más tarde. El tamaño de la revuelta creció rápidamente ya que muchos esclavos de la Campania de origen galo, tracio o germánico (tal vez cimbrios y teutones) huyeron de los latifundios para unirse a la causa de Espartaco. A pesar del peligro que planteaba para Roma esta revuelta, el Senado la menospreció y tardó mucho en tomar cartas en el asunto. En un primer momento, sólo mandó para reprimirla un contingente de 3.000 hombres con escasa experiencia militar. Las tropas romanas al mando de Clodio Glabro rodearon el Vesubio salvo por una de sus laderas, considerada inaccesible. Fue entonces cuando la astucia del tracio permitió que sus hombres atacaran por el flanco desprotegido el campamento romano, masacrando a las tropas romanas y capturando una gran cantidad de equipo militar. Como consecuencia, las noticias del éxito de la revuelta animaron a más esclavos a escapar y unirse a la misma, por lo que de esta manera Espartaco se encontró pronto a las órdenes de un ejército de más de 50.000 hombres. No obstante, no todo fue gloria para los sublevados ya que también tuvieron que hacer frente a una serie de trabas al existir tensiones étnicas como consecuencia de la heterogeneidad del grupo, ya que por ejemplo, los dos principales lugartenientes de Espartaco, Crixo y Enomao, eran galos. Para contrarrestar los avances de la revuelta, el Senado optó por enviar nuevos contingentes regulares al mando del pretor Publio Varinio. Sin embargo, Espartaco logró vencerlos de nuevo. La revuelta siguió creciendo en número de efectivos, pero estos ya no sólo eran de condición esclava, sino que también sumaron campesinos o ciudadanos arruinados y hartos del sistema. Hasta ese momento, la revuelta no contaba con un objetivo claramente definido. Sin embargo, a fines del año 73 a.C. Espartaco y sus lugartenientes decidieron que tenían que volver a sus lugares de origen en busca de la ansiada libertad personal. Esta decisión coincidió con el cambio de actitud del Senado de Roma: enviar a cuatro legiones (24.000 hombres) al mando de Gelio Publícola y de Cornelio Léntulo Clodiano. Empero, y a pesar de todo, Espartaco logró derrotar a las tropas romanas a orillas del río Po, si bien su lugarteniente Crixo pereció en el combate, para honrarlo en su funeral - según Floro - el tracio hizo que trescientos prisioneros romanos lucharan como gladiadores. Con tales acontecimientos, el Senado tomó conciencia del peligro que planteaba la revuelta servil dirigida por el esclavo rebelde. En el 72 a.C., uno de los patricios de Roma aceptó el desafío de enfrentarse a Espartaco. Era el plutócrata Marco Licinio Craso, cuya figura se encontraba eclipsada por las victorias militares de Pompeyo en África e Hispania y por las de Lucio Licinio Lúculo en Asia. Tras ser nombrado pretor por el Senado, agrupó a los supervivientes de las anteriores batallas contra los gladiadores y reclutó a nuevas tropas. Mientras tanto, Espartaco había ideado un nuevo plan. Según Plutarco, su objetivo consistía en establecer a unos cuantos de sus soldados (2.000) en la isla de Sicilia, para lo cual era necesario que en el invierno del 72-71 a.C. sus tropas atravesaran el Brucio hacia el estrecho de Mesina. Para llevar a cabo tal empresa, esperaba contar con la colaboración de los piratas cilicios. Pactó con ellos un acuerdo para pasar a Sicilia y desde allí sublevar a los esclavos de la isla con el propósito de hacerse fuerte allí. Pero llegado a Calabria, el tracio descubrió que los piratas no habían cumplido con su palabra, ya que no se presentaron al encuentro. Al tiempo, Craso conseguía cercar a los hombres de Espartaco mediante una larga empalizada de madera. Sin más dilación, este último decidió pasar a la acción asaltando un sector de la empalizada. La ofensiva del tracio sorprendió a los romanos y el ejército de esclavos pudo escapar, si bien en el asedio perecieron más de 12.000 de ellos. Indignado por los nuevos logros de Espartaco, el Senado reclamó el regreso de las legiones de Hispania y de Grecia. Sin embargo, Craso no quería compartir los méritos de la victoria con Pompeyo ni con Lúculo, y optó por seguir a los sublevados. En el año 71 a.C. los efectivos de Espartaco se iban debilitando porque una parte de los galos abandonaron el contingente insurrecto para ser finalmente masacrados por las tropas de Craso. Ese año el tracio llegó a Brindisi para intentar hacerse con nuevas naves con las que regresar a Tracia, pero, sin embargo, se topó con las legiones de Lúculo. Ante tales acontecimientos, en el verano de ese año 71 a.C., Espartaco no tuvo más remedio que preparar a su ejército junto al río Silaro, en Apulia. La batalla contra Craso y Lúculo fue muy cruenta. Espartaco logró dar muerte a dos centuriones, pero se vio finalmente superado ante la superioridad y efectividad del ejército romano. La caída de Espartaco provocó la desbandada y la masacre de los esclavos. El cuerpo de Espartaco jamás sería encontrado. Finalmente, Craso acabó con la práctica totalidad de los esclavos en la batalla. Si bien seis mil de ellos fueron crucificados y expuestos en la vía Apia entre Capua y Roma, resulta curioso que a Craso no se le concediesen los honores del triunfo por no considerar a Espartaco como un enemigo digno. Paralelamente, los últimos focos de resistencia existentes en el centro y en el sur de la península Itálica serían aniquilados por Pompeyo, quien se adueño injustamente de la mayor parte de la gloria de la victoria de Craso en la rebelión “Craso había derrotado a los esclavos fugados en una batalla, pero yo Pompeyo, he destrozado las raíces de la guerra”, alardeó acerca de ello. La herida abierta entre ambos protagonizó el escenario político de los siguientes años. En cuanto a la figura de Espartaco, se ha convertido a lo largo de la historia en todo un símbolo de libertad y de lucha contra la esclavitud.

viernes, 21 de enero de 2022

EL MISTERIO DEL BARCO VIKINGO DE OSEBERG: Un entierro funerario que plantea incógnitas a los investigadores

El 8 de agosto de 1903, Gabriel Gustafson, profesor de la Universidad de Oslo, recibió la visita de Knut Rom, un granjero de la localidad de Oseberg, al este de Noruega, quien le explicó que había descubierto bajo un túmulo de su propiedad lo que parecían ser restos de un barco. Si bien inicialmente no dio crédito a sus palabras, el hecho de que Rom trajera como prueba un pedazo de madera tallada, que Gustafson reconoció inmediatamente que era de origen vikingo, hizo que el arqueólogo, responsable de la Colección Nacional de Antigüedades, se desplazara los dos días hasta el lugar del hallazgo, donde, en efecto, no tardó en identificar fragmentos de una nave vikinga. Gustafson estaba convencido de que tenía ante sí un barco funerario de la desaparecida cultura nórdica, pero tuvo que esperar unos meses para ratificarlo. La expectativa era máxima y es que existían precedentes. Ya a finales de los años sesenta se había desenterrado el Tune, primer navío vikingo en aflorar. Otra joya la eclipsó en 1880: bajo un túmulo se encontró un barco vikingo con una cámara funeraria, el Gokstad. Deseoso Gustafson de rescatarlo del lugar donde estaba enterrado, la excavación en Oseberg apenas duró tres meses. El túmulo (de unos 40 m de longitud, casi 7 de anchura y 2,5 de altura) resguardaba un barco profusamente decorado de 21,5 m de eslora por 6,5 de manga. La nave conservaba en gran medida su forma original, pero tanto el mástil como el contenido de la cubierta habían sido aplastados por el derrumbe de la loma en algún momento. El primer paso consistió en extraer e identificar todas las piezas de la cubierta. Tras el mástil se halló una cámara funeraria con los restos de dos mujeres, tendidas en sendas camas. La tumba había sido profanada, a juzgar por la ausencia de metales preciosos, aunque atesoraba una notable colección de objetos de madera, textiles y ofrendas. Se recuperaron cinco postes de madera con remates tallados de forma exquisita, así como cinco camas, cuatro trineos, dos tiendas, un carro y varias vestimentas, zapatos y peines. También utensilios de navegación, agricultura y cocina. Junto con todo ello se hallaron numerosos restos de animales sacrificados: quince caballos (todos ensillados), seis perros y dos vacas. Un generoso ajuar para el más allá que convierte el de Oseberg en el entierro vikingo más suntuoso descubierto hasta la fecha. Una vez empaquetados todos los objetos rumbo a Oslo, se procedió a desarmar la estructura del barco, construido en su mayor parte en roble. Se documentaron las cerca de dos mil piezas que lo conformaban, que se trasladaron a la capital noruega. El estudio de los anillos de crecimiento de las maderas indicaría que las de la nave databan del año 820 y que la cámara se había dispuesto en 834, fecha supuesta de la muerte de sus ocupantes. En ese entonces, la conocida como era vikinga llevaba poco más de cuarenta años de vida. Los historiadores marcan su inicio en 793, cuando una horda atacó el monasterio de Saint Cuthbert, en el noreste de Inglaterra. Aquel fue el primero de los asaltos documentados de un pueblo fiero y de expertos navegantes. Originarios de Escandinavia, los vikingos dominaron durante casi tres siglos una vasta área de la Europa del Norte, y crearon una red de poder que comprendía del Atlántico Norte al mar Caspio y del Círculo Ártico al Mediterráneo, llegando en una ocasión hasta las propias murallas de Constantinopla. Para los cristianos, la vikinga era una sociedad temible. Pero aquel pueblo, que carecía de un término equivalente a “religión”, poseía un amplio abanico de costumbres para relacionarse con sus dioses. A diferencia de la tradición cristiana, los vikingos no seguían códigos morales dictados por la ley divina. No adoraban a sus dioses, ni les obedecían ni buscaban su aprobación; convivían con ellos y, en ocasiones, debían aplacarlos. El enterramiento era una de las formas de crear vínculos con esos seres poderosos, aunque desconocemos qué concepción tenían del más allá. Lo que sí sabemos es que las distintas modalidades que adoptaban los enterramientos variaban en función del lugar que se ocupaba en la sociedad. La cremación y la inhumación eran las más habituales. En ambos casos, tanto las cenizas como el cuerpo eran colocados en tumbas que siempre se personalizaban. Estas sepulturas se ubicaban o bien en túmulos, o bien en hoyos, de tamaños muy diversos. Pero, sin duda, el entierro que más llama la atención es el de los barcos funerarios, naves de madera en las que se depositaba el cuerpo del ilustre fallecido junto a sus ofrendas y, posteriormente, se cubrían con tierra. El de Oseberg es el más completo de los tres recuperados. Como sabéis, el barco era el elemento más importante en la vida de un vikingo, pero ser enterrado en uno era un honor reservado solo a unos pocos. En ocasiones, se reaprovechaban embarcaciones auténticas como tumbas; otras veces se construían expresamente para este fin. Los expertos creen que la de Oseberg se enmarca en esta segunda opción, ya que no existen signos de uso en ninguno de sus remos, elaborados en madera de pino. Nada más desenterrarse, quedó claro que aquel navío era un langskip, un barco largo y veloz empleado por los vikingos para realizar ataques rápidos en viajes costeros, a diferencia del knörr, útil para la carga en travesías largas. Como el resto de las naves de su categoría, el Oseberg podría haber navegado a remo (tiene capacidad para treinta remeros) y a vela (su mástil rebasa los diez metros de altura). Su restauración y reconstrucción se prolongaron durante veintiún años. Tras la culminación de esta fase, en 1926, el barco fue trasladado con sumo cuidado sobre un ferrocarril, especialmente habilitado para ello, desde los talleres de la Universidad de Oslo hasta el museo creado ex profeso para su exposición (junto al Tune y el Gokstad), el Museo de Barcos Vikingos de la ciudad. Si bien los enterramientos vikingos tenían una gran importancia simbólica, no todos los vikingos recibían el mismo trato a la hora de morir. Pero el que se le otorgó a las dos mujeres enterradas en Oseberg genera múltiples incógnitas sobre su origen y rol social. El esqueleto mejor preservado corresponde a la más anciana de ellas, la que murió entre los setenta y los ochenta años. Se sabe que su compañera falleció ya cumplidos los cincuenta. La conexión entre ambas mujeres no está clara. Una de las diversas hipótesis que se barajan apunta a un tipo de parentesco entre ambas, algo que no se ha podido demostrar con análisis genéticos, debido a que los huesos de la dama más anciana están demasiado contaminados. Otra teoría señala que la mujer joven podría haber sido la esclava de la más longeva y que se sacrificó junto a esta. Una atractiva tesis incluso afirma que la mujer más vieja era la reina Asa, abuela de Harald I, primer rey de Noruega; hipótesis que tampoco ha sido probada. Una de las pocas certezas del enterramiento de Oseberg es su elevada condición. Los vikingos solían ubicar sus barcos funerarios cerca de antiguos núcleos de poder. Un claro indicativo de que al menos una de las dos destinatarias de la fabulosa tumba pertenecía a un rango elevado. Lo cierto es que a pesar de los 121 años de su descubrimiento, aún falta mucho para descifrar todos sus secretos.

viernes, 14 de enero de 2022

LA ABADIA DE WESTMINSTER: De discreto monasterio a catedral de reyes

Westminster Abbey es uno de los símbolos de Londres y una institución insignia del Reino Unido. En su interior se han coronado todos los reyes de Inglaterra desde 1066 y han tenido lugar dieciséis bodas reales, además de varios funerales de Estado. Entre sus muros reposan monarcas, príncipes y algunos de los personajes más ilustres de la historia del país, como Isaac Newton y Charles Dickens. La abadía está muy cerca del Parlamento (el palacio de Westminster), y junto a esta otra histórica institución fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1987. Sin embargo, Westminster es un templo vivo, en el que se ofician misas y conviven muchas personas. Como la treintena de niños que forman su famoso coro, que estudian en un internado en las instalaciones. En su interior se coronó la actual monarca Isabel II, se casó su nieto Guillermo, futuro rey, y, cuando llegue el momento, se coronará su hijo Carlos con toda la pompa y esplendor que tan bien manejan los ingleses. Sin embargo, en sus orígenes, Westminster fue un reservado monasterio de la orden benedictina cercano al Támesis, en una zona en ese entonces a las afueras de Londres. Se fundó en el año 960, bajo los auspicios de Dustán, el arzobispo de Canterbury. De todos modos, hay crónicas que aseguran que, dos siglos antes, ya existía una pequeña iglesia en el lugar. En la historia de la abadía hay varios personajes clave. El primero es el rey Eduardo el Confesor, de la casa de Wessex, el único rey inglés canonizado. Eduardo, que reinó entre 1042 y 1066, era hijo del Ethelred (apodado the Unready, el “no preparado”) y pasó parte de su adolescencia en Normandía, ya que su familia había sido expulsada de Inglaterra por los vikingos. Eduardo, muy piadoso, juró durante el exilio que si alguna vez volvía a su país peregrinaría hasta Roma como agradecimiento. Pero, una vez en el trono, no se vio capaz de abandonar su reino de nuevo. Al no poder cumplir su juramento, acordó con el papa la construcción de un templo en honor a san Pedro como compensación. Así fue como se levantó junto al monasterio benedictino una iglesia de planta cruciforme, de un tamaño formidable para la época. Por su situación al oeste de Londres empezó a ser conocida como el “West Minster” (catedral al oeste). De este modo también se distinguía de la iglesia de San Pablo, que estaba al este. Desafortunadamente, el rey Eduardo no pudo asistir a la consagración del templo el 28 de diciembre de 1065. Estaba enfermo y moriría pocos días después. Sus restos se enterraron frente al altar mayor. Le sucedería su cuñado, Harold, cuyo reinado fue breve: una flecha le atravesó el ojo en la batalla de Hastings, luchando contra Guillermo el Conquistador. De este modo tan dramático moriría el que se considera el último rey anglosajón de Inglaterra, que sería relevado por Guillermo I. El primer rey normando se coronó en Westminster el día de Navidad de 1066. Pero fue un rey de la dinastía Plantagenet, Enrique III, quien hizo de Westminster una joya arquitectónica. Enrique era hijo de Juan sin Tierra y nieto de Leonor de Aquitania, y se convirtió en rey en 1216. Gran admirador de Eduardo el Confesor, quiso rendirle homenaje de una forma peculiar: demolió casi la totalidad del Westminster que este había ideado y construyó en su lugar una catedral gótica. Con este gesto, el monarca quiso emular la arquitectura de las hermosas catedrales que entonces se construían en Francia. El rey también decretó que el templo no solo iba a ser un lugar de culto, sino también sede de las coronaciones y el reposo eterno de los monarcas. Por ello puso especial interés en preparar un santuario en honor a san Eduardo, al que trasladó sus restos desde el altar central y donde decidió que también él sería enterrado. Enrique III no reparó en gastos para el nuevo templo y su fastuosa decoración. Cuidó hasta el último detalle: para el pavimento, frente al altar principal, hizo traer de Italia a los artesanos de la familia Cosmati, responsables de los maravillosos suelos de las iglesias romanas. El rey moriría en 1272 sin llegar a ver su obra acabada. De hecho, la construcción de Westminster continuó en diversos periodos, en los que se hicieron anexos, como la capilla dedicada a la Virgen María. Las dos torres junto a la entrada, en la fachada oeste –la principal en las catedrales–, no se completaron hasta 1745. Sin embargo, en las nuevas construcciones predominó el estilo gótico que tanto entusiasmó a Enrique III, por lo que la abadía presenta una apariencia uniforme. Westminster es una parte fundamental de la elaborada liturgia que rodea a la Corona británica, en la que la tradición y los símbolos tienen un papel fundamental. Prueba de ello es que en el templo se conserva el trono de madera en el que se han coronado todos los monarcas desde 1308. Ubicada junto al altar mayor, la Coronation Chair es descrita como uno de los muebles más famosos del mundo. El histórico trono de roble fue construido por orden de Eduardo I el Zanquilargo, hijo de Enrique III. Su base está sostenida por cuatro leones dorados que escoltaban otro de los símbolos de la Corona: la Piedra de Scone. Sobre esta gruesa laja de arenisca se coronaba a los reyes escoceses, pero fue robada de Escocia en 1296 por el propio Zanquilargo, que se la entregó al abad de Westminster para que “la custodiara”. En 1996, la Piedra de Scone fue devuelta a Escocia por iniciativa del gobierno de John Major. Por eso, como se explica - no sin cierto resquemor propio de los piratas que son - en la página web de Westminster, “la silla de la coronación, una de las piezas de mobiliario más antiguas de Inglaterra [...] está ahora vacía, luego de 700 años”. La dinastía Tudor también dejó su impronta en la abadía. Enrique VII (padre del Enrique VIII que rompería con la Iglesia católica) construyó la llamada Lady’s Chapel, una hermosa capilla dedicada a la Virgen María. Este fabuloso anexo destaca por un techo que combina dos tipos de bóvedas: de abanico y pinjante (con un elemento ornamental que pende). Los vistosos pendones de la orden de los Caballeros del Baño ensalzan la belleza del lugar. Cuando, a partir de 1536, Enrique VIII decretó la disolución de todos los monasterios y abadías de Inglaterra, hizo una excepción con Westminster. ¿La razón? Sus ancestros reposaban allí, aunque él optó por que lo enterraran en Windsor. Pero gracias a su ya larga relación con la Corona, la abadía se salvó de la destrucción. En 1560, Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, otorgaría a Westminster un estatus especial conocido como Royal Peculiar. Esta condición hacía que el templo estuviera bajo la jurisdicción de la Corona, y no del arzobispado. La última reina de la dinastía Tudor está enterrada en la capilla que hizo construir su abuelo. La mayoría de los antiguos reyes y reinas de Inglaterra reposan en Westminster. El último en ser enterrado allí fue Jorge II, que murió en 1760. En total, la catedral alberga unas 3.300 tumbas, además de placas en recuerdo de figuras controvertidas de la historia del país, como el pirata Francis Drake o el Criminal de Guerra Winston Churchill. Otro espacio es la tumba al soldado desconocido, cerca de la entrada principal, que se instaló tras la Primera Guerra Mundial y al que han rendido homenaje incontables mandatarios de todo el mundo en visita oficial a Londres. En Westminster se ofició el tenso funeral de Diana de Gales en 1997. Debido a la conmoción que provocó el asesinato de la princesa a manos del servicio secreto británico, el evento fue televisado y se calcula que lo vieron más de dos mil millones de personas. Cabe destacar que los toques de modernidad ya no son extraños en este templo ya milenario: en el 2018 se inauguró una nueva vidriera, diseñada por el artista David Hockney, para conmemorar el reinado de Isabel II. Es una escena campestre, que refleja “el profundo amor y la conexión de la soberana con la campiña”. La llamada Ventana de la Reina es una obra de arte contemporánea dentro de una obra maestra de la arquitectura gótica, guardiana de tesoros y tradiciones , tumbas de despreciables asesinos y escenario de algunos de los eventos más transcendentales - y a la vez vergonzosos - de la historia de Inglaterra.

viernes, 7 de enero de 2022

ENIGMAS DE LA HISTORIA: Las estatuillas Dogu

Como sabéis, toda la historia del arte está llena de misterios y significados ocultos que los artistas se encargaron de ponerlos de manera deliberada en algunas de sus obras o que el mismo paso del tiempo le ha adjudicado de manera errónea. Ejemplo de ello, son unas misteriosas estatuillas fabricadas con arcilla en la Región Tohoku, de la isla Honshu, Japón - llamadas Dogu - descubiertas por el explorador A.P. Kazantsev. Fueron hechas por el pueblo llamado Jomon en el año 7 000 A.C aproximadamente. Como suele ocurrir con estos artefactos de cierto aspecto humanoide que a primera vista representan formas extrañas, hay estudiosos que no han dudado en asociar estas figurillas con los extraterrestres, o sea, que serían la representación de seres venidos de otros planetas con quienes los Jomon tuvieron contacto en algún momento. Pero al parecer, se tratarían de figuras que representan deidades femeninas simulando en su mayoría embarazos, lo que ha llevado a los arqueólogos a concluir que son representaciones de diosas de la fertilidad, “diosas madres” para los Jomon. Aparte de ello, se cree que las estatuillas Dogu eran capaces de ser receptoras de enfermedades: una persona rezaría para que ella o un familiar suyo se librara de un mal físico y tal vez emocional y pasara a la figura. Si esto es cierto, los objetos en cuestión serían una especie de remedio que usaba la magia para darle a su dueño bienestar. Han sido halladas figuras a las que les faltaba una parte del cuerpo y se piensa que esto se debe a que la persona amputaba aquella parte del cuerpo donde tenía una dolencia que deseaba erradicar de sí misma (algo así como un muñeco vudú de sanación). Pero la curiosa forma de los ojos (más grandes de lo normal), una especie de gafas en ellos, mas los cuerpos compactos han llevado a muchos expertos a calificar estas curiosas piezas como “representaciones alienígenas”. Otros rasgos fundamentales de las figuras Dogu (do = tierra, gū = muñeco) son los dibujos en su cuerpo, lo que ha llevado a la teoría de que los tatuajes o escarificaciones formaban parte de la cultura Jomon, la cual se caracterizó por haber manejado la arcilla con gran habilidad para posteriormente convertirla en cerámica. Para otros teóricos de la conspiración, los dibujos son en realidad parte del diseño de un traje espacial con el que estos seres llegaron a la Tierra. Uno de los autores que sostienen dicha idea como una verdad absoluta es Vaughn Greene, quien escribió Astronauts of Ancient Japan, al afirmar que los botones que aparecen en los pechos de las figurillas Dogu están colocados en la misma posición de un traje espacial convencional usado por los astronautas de la NASA. Greene comenzó a interesarse por las posibles visitas de extraterrestres a nuestro mundo en 1947 cuando se entero del encuentro de un aviador estadounidense llamado Kenneth Arnold con lo que parecía ser una nave espacial, al que bautizo como platillo volador (flying saucer). Al poco tiempo, Greene - de 17 años - fue movilizado a la guerra de Corea. Mientras estaba en Japón, comenzó a estudiar las leyendas Shinto y la mitología antigua de ese país. Para su sorpresa, los libros estaban llenos de referencias acerca de batallas aéreas, castillos debajo del agua, armas exóticas y dragones voladores, pero lo que más le impresionó fueron unos combatientes vestidos con relucientes armaduras, que se hacían llamar Dogu, por lo que se declaro convencido de que esas estatuillas halladas eran precisamente representaciones de esos antiguos visitantes espaciales. Sin embargo, también existe otra teoría acerca de que dichas figuras en realidad no fueran más que juguetes, imágenes religiosas o simples objetos de adorno, según Shirai Mitsutarō, miembro fundador de la Sociedad Antropológica de Tokio. Algunas también fueron halladas en sepulcros, lo que reforzaría la idea acerca de su uso como representaciones de deidades de la fertilidad y la idea del renacimiento al acompañar a un muerto en su trayecto por el Más Allá. Cabe precisar que las estatuillas Dogu no se parecen a nada que se haya visto en la arqueología japonesa. No se han hallado otras muestras anteriores que les hayan servido de influencia a los artistas Jomon en otros rincones del Japón, de ahí su carácter de fascinación y misterio que las ha perseguido desde su descubrimiento.
actualidad cultural
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