SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 23 de febrero de 2024

EL KREMLIN DE MOSCÚ: Núcleo supremo del poder ruso

La palabra Kremlin es un perfecto ejemplo de la metonimia, o el giro que experimentan algunos nombres para convertirse en sinónimos de otros conceptos. En este caso concreto, los conceptos son muchos: la mención de este vasto conjunto de edificios civiles y religiosos en el centro de Moscú evoca el poder y la autocracia, el lujo de los zares, la fe ortodoxa, la revolución y, especialmente, el gobierno de Rusia, el país más extenso del mundo. Hoy es también sinónimo de su dirigente, Vladímir Putin, el nuevo Zar de todas las Rusias, quien desbarata todas las amenazas de los EE.UU. y la OTAN, quienes se niegan a reconocer que ya son parte del pasado y no tienen cabida en el Nuevo Orden Mundial del siglo XXI, liderado por Rusia y China. Cabe precisar que el Kremlin, que significa “fuerte dentro de una ciudad”, no se ubica en el corazón de Moscú: es el corazón de Moscú. La sede del poder desde la Edad Media, cuando lo que era una fortificación de madera, situada en la orilla izquierda del río Moscova, se convirtió en la residencia de los grandes príncipes de la época. Entre los siglos IX y XIII, el territorio donde se encuentra Moscú formaba parte de la Rus de Kiev: un grupo de tribus asentadas en lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania y parte de Rusia. La dinastía Rúrika reinaba desde Kiev, entonces la ciudad más importante, pero Moscú, casi mil kilómetros al nordeste, empezaba a despuntar. Allí fue enviado, en 1156, el príncipe Yuri, hijo del gran príncipe de Kiev. En el llamado Códice de Hipacio, del siglo XV, se menciona por vez primera una fortificación de madera erigida, por orden del citado príncipe, en la colina de Borovitsky. Yuri ha pasado a la historia como el fundador de Moscú y artífice del Kremlin; su estatua preside la plaza del ayuntamiento de la capital. Sin embargo, fue su hijo Andrei quien finalizó la obra concebida por su padre. El fuerte que, con forma de triángulo irregular, ocupaba un tercio de lo que abarca el complejo actual. En los años sucesivos, la fortaleza fue expandiéndose con nuevas construcciones de madera. Pero no pudo resistir el embate de las hordas mongolas, que invadieron Rusia a principios del siglo XIII. De su reconstrucción se ocuparía otro príncipe de la dinastía Rúrika, Daniil Alexandrovich (1261-1303). Hijo menor del mítico príncipe Alexander Nevsky, recibió como herencia el patrimonio que se consideraba menos valioso: Moscú. Nombrado allí primer príncipe de Moscú, Daniil creó una nueva morada de interiores más palaciegos. Iván Kalita, el segundo hijo de Daniil, heredó el principado en 1328. Fue el primero de los gobernantes de Moscú en proclamarse “gran príncipe de Rusia”. Su reinado fue ambicioso: pactó con los mongoles el derecho a recolectar los tributos de los otros príncipes, lo que derivaría en la supremacía financiera y política de Moscú. Aquel poder se reflejaría en el Kremlin, al que añadió una serie de extensiones para alojar a la corte. Entre otras cosas, agrandó y reforzó el muro perimetral con grandes troncos de roble. La tarea fue continuada a partir de 1340 por su sucesor, Dmitri Donskói, cuyo largo gobierno marcó un nuevo período en la construcción del Kremlin. Fue el primero en utilizar piedra para su estructura, con un muro de caliza blanca que se mantuvo en pie durante un siglo. Así, el fuerte resistió ataques, y él pudo consolidar la autoridad de su gobierno. Al final de su reinado, en 1389, había doblado el territorio de su principado. La expansión continuó: en el siglo XV, durante el reinado de Iván III, Rusia se convirtió en un Estado prácticamente centralizado, libre de las ataduras a los mongoles y con Moscú como eje. Conocido como Iván el Grande, en 1478 adoptó el título de soberano de toda Rusia, cuadriplicó su territorio y proclamó Moscú como la tercera Roma y sucesora de Constantinopla. Sus aspiraciones precisaban una sede acorde a tanta grandeza, por lo que se consagró a afianzar el Kremlin como palacio y eje del gobierno y la espiritualidad del país. Para ello, invitó a arquitectos e ingenieros italianos. Durante esa etapa se construyen los principales hitos del Kremlin, como las imponentes murallas y las torres de defensa, en llamativo ladrillo rojo (inspiradas en las fortificaciones del norte de Italia). En tiempos de Iván el Grande se erigieron también los templos que conforman la plaza de las catedrales: la catedral de la Asunción, o Dormición, el templo del arcángel san Miguel, la catedral de la Anunciación y el campanario de Iván Veliki, que, con sus 82 metros, fue el edificio más alto de Rusia. El palacio de las Facetas también fue construido en esa época por arquitectos italianos. Está considerado el edificio secular más antiguo de Moscú, y en su espléndido salón principal, bajo una profusión de frescos y arcos dorados, el nieto de Iván III, Iván IV el Terrible, recibía a los embajadores de la época. El fastuoso lugar sigue utilizándose para agasajar a dignatarios, como Isabel II de Inglaterra, que en 1994 fue recibida allí por Borís Yeltsin. Coronado gran príncipe de Moscú a los tres años, Iván IV pasó parte de su infancia en el Kremlin, donde fue semiprisionero de los clanes boyardos (miembros de la nobleza rural) que se disputaban el poder. No alcanzó el mando hasta la adolescencia, pero, una vez conseguido, lo ejerció con una crueldad remarcable. Profundamente religioso, Iván IV fue el artífice de la construcción de la catedral de San Basilio, que se levantó entre 1555 y 1561 para celebrar una de sus conquistas militares. El templo es famoso por sus cúpulas coloreadas, en forma de bulbo. Situado en la Plaza Roja, en 1990 fue declarado, junto al Kremlin, Patrimonio de la Humanidad, aunque no forma parte estrictamente del mismo. La segunda era de esplendor constructivo del Kremlin aconteció en el siglo XVII, con la ascensión al poder de la dinastía Romanov. Fue entonces cuando se coronaron con chapiteles muchas de las torres diseñadas por los arquitectos italianos y se construyó el palacio de los Terems, la residencia oficial de los zares. Sin embargo, fue también un Romanov, el zar Pedro I, quien provocó la primera pérdida de poder del Kremlin como símbolo nacional. Considerado el creador de la Rusia moderna y apodado el Grande, en 1712 decidió trasladar la capital a San Petersburgo. De este modo, el Kremlin dejó de ser la residencia permanente de la familia real y el recinto donde se decidía la sucesión. Pese a ello, todavía jugaba un papel significativo en la vida política, ya que los zares seguían coronándose en la catedral de la Dormición. Así lo hizo, precisamente, Catalina la Grande en 1762. Amante de la arquitectura, encargó la construcción en el Kremlin de un gran edificio para albergar el Senado. Encargó el diseño a su arquitecto favorito, Matvéi Kazakov, quien creó un recinto monumental, de líneas neoclásicas. Completado en 1787, la emperatriz pudo pasearse por sus estancias. En especial, por el llamado Salón de Catalina, con forma circular y decorado con bajorrelieves en los que ella aparece como la diosa Minerva. Catalina murió en San Petersburgo en 1796, de modo que no fue testigo de la invasión napoleónica de Moscú, en septiembre de 1812, cuando el emperador de los franceses ordenó que se dinamitara el Kremlin luego de su retirada y saqueo. La destrucción no fue completa, pero el conjunto quedó seriamente dañado debido al gran incendio que provocaron las explosiones. El Kremlin renació de sus cenizas por el empeño del zar Alejandro I (1777-1825). El nieto de Catalina se propuso restaurar los palacios, murallas y catedrales afectados por el fuego, aunque no fue hasta el reinado de su hermano, Nicolás I, cuando se repararon por completo los daños provocados por el bastardo francés. Alejandro I convirtió la armería en el primer museo público de Moscú y levantó una nueva residencia, el gran Palacio Real del Kremlin, que se completaría en 1849. Toda la familia imperial asistió a la inauguración del que se considera el último gran edificio construido con tanta opulencia en Rusia. Hoy es la residencia oficial del presidente. En 1913, el Kremlin fue la sede para la celebración, con toda la pompa y circunstancia, del 300 aniversario de la dinastía Romanov. Aquella fue la última ceremonia real que tuvo lugar en Rusia: la Revolución de 1917 provocó la aniquilación de la monarquía y la destrucción de los monumentos que la representaban. Muchos de ellos estaban en el Kremlin. El último atropello arquitectónico tuvo lugar a finales de los años cincuenta del pasado siglo, cuando el dictador comunista Nikita Jruschov encargó la construcción de un palacio de congresos. El gigantesco edificio de hormigón desentona en la arquitectura del recinto, pero el proyecto no pudo ser rebatido: como sus antecesores, este sátrapa gobernaba con mano de hierro. Pero con el derrocamiento de la odiada tiranía comunista y el colapso de la Unión Soviética en 1991 - que termino en el basurero de la historia - ha resurgido la Nueva Rusia, bajo el sabio liderazgo de Vladimir Putin, por los siglos de los siglos

viernes, 16 de febrero de 2024

GÁRGOLAS DEL NOTRE DAME DE PARIS: Terroríficos guardianes que custodian la ciudad

Convertido en uno de los iconos del templo y de la capital francesa, las gárgolas de Notre Dame son criaturas grotescas que vigilan a ciudad y a los millones de turistas que la visitan desde lo alto de su catedral gótica. A pesar de que la palabra gárgola ha acabado por englobar a todos los engendros de piedra esculpidos en los muros de una iglesia, el término debería aplicarse estrictamente a aquellos que tienen una función muy determinada y esencial para la conservación de la catedral. Si bien que a pesar de estar inspirados en los monstruos y las supersticiones de la Edad Media, en realidad fueron tallados en siglos posteriores; y más que evocar las tinieblas medievales reflejan los miedos y los prejuicios de la época en la que fueron esculpidos, recordándonos la oscuridad que muchas veces envuelve la naturaleza humana. Como sabéis, la catedral de Notre Dame es un símbolo de París y un icono de la arquitectura gótica. Comenzó a erigirse a mediados del siglo XII y tardó doscientos años en completarse. El pasó de los siglos y las inclemencias climáticas hicieron mella en el templo, pero fueron las revoluciones, motines y disturbios vividos por la ciudad a partir del siglo XVIII que la dejaron en un estado casi ruinoso. Tras la Revolución Francesa las vidrieras habían sido destruidas, las estatuas mutiladas y era un refugio para las aves, que anidaban en su interior y la llenaban de basura y excrementos. A principios del siglo XIX, la Iglesia católica emprendió la faena de limpieza y adecuamiento del templo, de modo que el propio Napoleón Bonaparte pudo consagrarse allí como emperador de los franceses. Pero el verdadero resurgimiento de Notre Dame es más actual, si cabe. En 1831 la novela de Victor Hugo Nuestra Señora de París, volvió la mirada de los parisinos hacia la maltrecha mole de piedra, iniciándose una campaña para recaudar fondos y devolver al monumento su esplendoroso pasado gótico. El aspecto actual de la catedral es obra del arquitecto e historiador del arte Eugène Viollet-le-Duc, que durante dos décadas dirigió la restauración del edificio eliminando añadidos posmedievales "inferiores", reponiendo elemento estructurales y esculturas dañadas pero también añadiendo elementos decorativos, vidrieras y las gárgolas y monstruos medievales que imitaban a las que la catedral tenía originalmente, que, según su criterio, devolvían el edificio a su estado original. De todas las criaturas monstruosas que decoran o sobresalen de la fachada de Notre Dame, solo son gárgolas, propiamente dichas, aquellas que tienen una función estructural básica para el edificio, el desagüe de la lluvia acumulada en los techos para evitar que el edificio se derrumbe. Un elemento que ya estaba presente en los templos antiguos y renació con la edificación de las grandes catedrales góticas. Los canteros medievales se dieron cuenta de que al multiplicar el número de gárgolas, podían tallarlas más finas y estilizadas haciendo su boca más pequeña y disminuyendo el chorro de agua que salía por ella, preservando la integridad de las construcciones inferiores al expulsar el agua lo más lejos posible. Sin embargo, ninguna de las gárgolas que se pueden contemplar en la actualidad en Notre Dame data de la Edad Media. Todas son fruto del proyecto de restauración del siglo XIX y fueron hechas por el escultor Victor Joseph Pyanet siguiendo los diseños de Eugène Viollet-le-Duc y su visión sobre la estética gótica medieval. Cabe precisar que las gárgolas de Notre Dame no se diseñaron para resistir el paso de los siglos. Su función y el material en el que fueron construidas, la piedra caliza, las hacía especialmente expuestas al desgaste. Estas canalizaciones reciben su nombre de una criatura fantástica medieval, un dragón escupefuego al que en el siglo VII San Román de Rouen sometió y clavó su cabeza en una iglesia para que drenara agua. Su nombre en francés, gargouille, evoca el sonido que hace un líquido en un tubo. Muy pronto comenzaron a representar todo tipo de seres de exagerada fealdad, tanto reales - leones o perros - como fantásticos, tales como demonios, sirenas e híbridos de animales y humanos. Todas estas criaturas demoníacas añadirían una función de protección simbólica a la real, la de custodiar el lugar sagrado de los espíritus malignos. En efecto, la Iglesia Católica, conocedora de la escasa educación que tenía el pueblo llano y obcecada en su cruzada “moralizante”, introdujo en la estética de sus fachadas a estas criaturas malignas afirmando que eran un símbolo de protección ya que se mantenían fuera de la iglesia o la catedral en la que se posaban, ahuyentaban a los malos espíritus y confirmaban que el interior del edificio era perfectamente seguro para esas pobres almas que buscaban la salvación. Por cierto, muchas iglesias construidas hace siglos tienen gárgolas más o menos actuales y es bastante frecuente que los motivos representados sean tengan que ver con intereses contemporáneos más que antiguos. Viollet-le-Duc y Paynet ejecutaron diversas gárgolas en las que vertieron los prejuicios e ideas propias de su época, la segunda mitad del siglo XIX. Humanos de rasgos simiescos que evocan teorías de superioridad e inferioridad racial, monstruos que apelan a las depravaciones humanas y hasta un grotesco monje que parece una referencia anticlerical, un aviso de que algunos monstruos anidan dentro de la propia creencia religiosa. Con la actual reconstrucción de la catedral, víctima de un terrible incendio hace unos años, las gárgolas - que también están siendo restauradas - volverán a custodiarla y vigilar silenciosamente desde las alturas, la Ciudad Luz.

viernes, 9 de febrero de 2024

LEGION / LIFE IN THE ROMAN ARMY: La vida de los soldados romanos en el Museo Británico

Las legiones romanas llegaron, vieron y conquistaron vastas extensiones de territorio desde Mesopotamia hasta Escocia, y ahora, pasado unos 2.000 años, vuelven en una nueva y apasionante exposición en el Museo Británico, titulada Legion: Life in the Roman Army (Legión: La vida de los soldados romanos), mediante la cual se explora cómo se construyó este vasto imperio sobre la base del poder militar y se pregunta no sólo cómo funcionaba sino también cómo era la vida de los reclutas al frente de esta temible maquinaria de guerra. La historia de cómo los soldados, desde los auxiliares hasta los centuriones de alto rango, se unieron, lucharon, jugaron, y murieron se cuenta en esta muestra con glorioso detalle a través de sus escritos, vestimenta, armas, arte… y sus lápidas. Como sabéis, el imperio romano se extendía por más de un millón de kilómetros cuadrados y debía su existencia a su poder militar. Al prometer ciudadanía a quienes no la tenían, el ejército romano - la primera fuerza de combate moderna y profesional de Occidente - también se convirtió en un motor para crear ciudadanos, ofreciendo una vida mejor a los soldados que sobrevivieron a su servicio. Amplia pero profundamente personal, esta exposición lo transporta a través del imperio, así como a través de la vida y el servicio de un verdadero soldado romano, Claudio Terentianus, desde el alistamiento y las campañas hasta la imposición de la ocupación y finalmente, en el caso de Terentianus, el retiro. Los objetos incluyen cartas escritas en papiros por soldados del Egipto romano y las tablillas de Vindolanda, algunos de los documentos escritos a mano más antiguos que se conservan en Gran Bretaña. Las tablillas, del fuerte cerca de la muralla de Adriano, revelan de primera mano cómo era la vida cotidiana de los soldados y las mujeres, niños y esclavos que los acompañaban. La historia militar romana quizás se remonta al siglo VI a. C., pero no fue hasta el primer emperador, Augusto (63 a. C. – 14 d. C.), que el servicio militar se convirtió en una elección profesional. Si bien las recompensas de la vida en el ejército eran tentadoras (los que estaban en las legiones podían ganar una pensión sustancial y los que ingresaban en las tropas auxiliares podían obtener la ciudadanía para ellos y sus familias), los peligros eran reales. Los civiles veían a los soldados con miedo y hostilidad (no ayudados por sus abusos ocasionales y su papel adicional como verdugos y ejecutores de la ocupación) y podían encontrar finales sombríos tanto dentro como fuera del campo de batalla. Los hallazgos en Gran Bretaña incluyen los restos de dos soldados probablemente asesinados y enterrados clandestinamente en Canterbury, lo que sugiere resistencia local. Pero ¿cómo era la vida en el ejército romano desde la perspectiva de un soldado? ¿Qué hacían sus familias en el fuerte? ¿Cómo reaccionaron los recién conquistados? Legion: Life in the Roman Army explora la vida en comunidades militares asentadas desde Escocia hasta el Mar Rojo a través de las personas que la vivieron. Esta muestra está llena de impresionantes símbolos de la vida cotidiana de los soldados romanos de todo el imperio. Calcetines de lana roja para protegerse del roce de las sandalias de cuero con los clavos, carteras con un puñado de monedas de plata, dados para apostar, cartas a casa pidiendo una túnica nueva. Es simplemente la monotonía de la existencia normal, igual en el año 60 d.C. como lo es ahora. Y entre todo eso, símbolos de guerra: cascos de bronce relucientes, espadas oxidadas desde hace mucho tiempo en sus vainas, un montón de cotas de malla casi fosilizadas. Un cilindro curvo es el único escudo largo completo que existe, repleto de líneas ornamentadas y victorias aladas. Pero no todo fue obediencia ciega y anónima. Un busto de plata aplastado del emperador Gala habla de motines y rebeliones entre las tropas, mientras que una increíble armadura de piel de cocodrilo habla de las tradiciones religiosas locales. Y luego vienen las batallas, el derramamiento de sangre y el botín de guerra, esparcidos por los fuertes y campamentos de las tierras conquistadas. A ello debemos agregar los huesos de dos soldados que yacen destrozados, con sus armas al costado. Asimismo, se exhibe el cuerpo de la única víctima conocida de crucifixión en Gran Bretaña que todavía tiene un clavo atravesándole el tobillo. No cabe duda que esta exposición poderosamente atmosférica logra transportarte al pasado: todo es brutal, sangriento, violento, pero de alguna manera también totalmente mundano. Desde la vida familiar en el fuerte hasta la brutalidad del campo de batalla, experimenta la máquina de guerra de Roma a través de las personas que mejor la conocían: los soldados que sirvieron en ella, desde el 1 de febrero hasta el 23 de junio en el Museo Británico.

viernes, 2 de febrero de 2024

BRONZI DI RIACE: Guerreros rescatados del mar

Aunque cueste creerlo, son escasos los bronces de la antigua Grecia que han sobrevivido. El porqué causa estupor: la mayoría terminaron refundidos para darle otros usos al metal, no pocas veces reciclado para fabricar armas. Este menosprecio del patrimonio cultural abundó, sobre todo, en épocas con una menor conciencia histórica y arqueológica que la actual. En muchos casos, incluso con esculturas que proclamaban a voz en grito una calidad artística fuera de lo común y una antigüedad más que respetable. Un ejemplo concreto de los tesoros que pudieron perderse por ese negligente reaprovechamiento material lo da, desde hace 52 años, lo contrario: dos admirables estatuas de la Grecia clásica que han llegado a la actualidad en un estado encomiable. Nadie tuvo la ocurrencia de devolverlas a la fragua desde su creación en el siglo V a. C., porque no hubo ocasión. Estuvieron a salvo de cualquier daño durante dos milenios y medio gracias a una saludable distancia de la especie que las había creado, hasta el verano de 1972 en Calabria, la región que dibuja la punta de la bota italiana. Era el boom del turismo de sol y playa, donde un joven químico llegado desde Roma buceaba con snorkel el día posterior al tórrido ferragosto. Stefano Mariottini apuraba los últimos días de sus vacaciones persiguiendo con tesón un pez de buen tamaño, quizá un mero. Se había sumergido en el mar Jónico en Monasterace, donde se alojaba, pero en ese momento se encontraba a unos doscientos metros de la costa de Riace. Con reparo y a la vez muy intrigado, se aproximó para poder escrutar mejor qué era aquello. Pero solo logró salir de dudas al atreverse a tocar la extremidad medio oculta por la arena. Para su sorpresa, y también alivio, era sencillamente el brazo de una estatua. Estas dudas en el primer avistamiento de los bronces de Riace - al final eran dos las esculturas -evidencian el grado de excelencia alcanzado por los escultores de la antigua Grecia en el modelado de metal. Eran capaces de reproducir la anatomía humana con un realismo tal que sus obras consiguen hacerse pasar por creaciones de la naturaleza a milenios de su forja. Lo cual, por otro lado, aumenta la extrañeza de que muchas acabasen transformadas en cañones, campanas o vaya usted a saber. Las dos estatuas helenas, de guerreros quizá mitológicos retratados de cuerpo entero y a escala natural, no estaban del todo intactas, lógicamente, al emerger en la playa de Porto Forticchio, en Riace Marina. Su permanencia secular en el fondo del Jónico les había pasado factura. Fue de un modo asumible, sin embargo. Formó en ellas una costra. Esa petrificación sedimentaria, llamada tierra de fusión (en realidad, arena hormigonada o concretizada), no alteró del todo su exquisita fisonomía; de ahí el susto inicial de su descubridor. La cobertura terminó siendo incluso una ventaja, ya que preservó la fina piel metálica de daños serios al encapsular las figuras en una especie de envoltura protectora. Mariottini notificó el hallazgo a las autoridades al día siguiente de la inmersión. Desde ese momento, se puso en marcha un operativo de rescate coordinado por el doctor Giuseppe Foti, responsable a la sazón de la Superintendencia del Patrimonio Arqueológico de Calabria. Ocho días más tarde, ambas piezas pisaban tierra firme gracias a un eficaz dispositivo que había implicado al cuerpo de buzos de los carabineros, zódiacs, sondas, cuerdas y otros recursos de salvamento marino. Rápidamente trasladadas al Museo Arqueológico Nacional de Regio de Calabria, también conocido como Museo Nacional de la Magna Grecia - en alusión a la costa sur de Italia, intensamente colonizada en la Antigüedad por aqueos, dorios y jonios - las estatuas fueron sometidas a una primera fase de cuidados. Estos obedecieron, sobre todo, a la necesidad de liberar a las figuras de las adherencias silíceas. La arena endurecida no solo se encontraba presente a la manera de una cobertura, sino que también rellenaba las estatuas, cuyo interior es hueco. Había tanto sedimento dentro de ellas como para que cada una pesase unos 400 kilos. Compárese con los 160 actuales tras un minucioso saneamiento. Ese tonelaje extra no solo impedía disfrutar por fuera de la belleza del bronce milenario en todo su esplendor. También constituía un elemento corrosivo, ya que la arena acumulada dentro de las esculturas iba soltando en ellas el agua salada absorbida a lo largo de siglos. Se emprendió un paciente trabajo de limpieza, consistente en ir eliminando capa a capa, con la mayor delicadeza, los restos prendidos al bronce. Luego de los primeros auxilios realizados en el museo calabrés, las estatuas fueron enviadas en 1975 a Florencia, al gran taller de referencia en Italia en materia de restauración y uno de los principales del mundo, el legendario Opificio delle Pietre Dure, el primero establecido en el país con un criterio científico (y con ilustres orígenes vinculados a los Médici en el siglo XVI posrenacentista). Durante un lustro, esa institución acogió a los guerreros de Riace para restituirlos a su mejor forma. Las manos expertas de los maestros restauradores Renzo Giachetti y Edilberto Formigli dieron a los colosos griegos incesantes baños de agua desmineralizada para quitarles con esmero la sal marina. Este tratamiento se realizó, una vez tras otra, en grandes tinas especiales, donde el líquido se cambiaba a cada inmersión para retirar con él la fina escoria, los detritos químicos y cualquier otro residuo potencialmente nocivo para las reliquias. Fue un proceso tan meticuloso que llegó a parecer “casi infinito”, recordaba Maurizio Paoletti, el catedrático de Arqueología Clásica de la Universidad de Calabria, en el cincuentenario del descubrimiento. Tanto era así que solo al año de iniciada esta tarea comenzó a considerarse que la higiene progresaba. Simultáneamente, se iban analizando el bronce expurgado de añadiduras y también estas, las partículas extraídas, para ahondar todo lo posible en el conocimiento de las obras que habían sido rescatadas. Esta concienzuda puesta en forma concluyó en 1980. Sin embargo, la Toscana no devolvió de inmediato los bronces a Calabria, y, en recompensa por la excelente labor del Opificio, organizó una exposición en el Museo Arqueológico de Florencia. El sur se sintió afrentado ante esta muestra, que se extendió a lo largo de seis meses, tuvo una afluencia masiva de público y disfrutó de una resonancia mediática que, para Regio, debería haberse concentrado allí, no en el norte. La disputa alcanzó tal acritud que hasta medió el propio presidente de la República de ese entonces. Sandro Pertini, no obstante, también sacó tajada de ello. Hizo que las itinerantes esculturas recalasen dos semanas en el propio palacio del Quirinal en Roma antes de seguir camino hacia Calabria. Tras su breve visita a la sede del Gobierno, donde cosecharon de nuevo largas colas de admiradores, luego de lo cual, el Bronce A (el de pelo largo) y el Bronce B (reconocible por su tocado) regresaron, por fin, a la costa en cuyas aguas habían reaparecido. Allí se convirtieron, desde ese mismo instante, en el legado primordial del Museo Arqueológico Nacional de Regio de Calabria, abarrotado de tesoros de la Magna Grecia. El porqué lo explicaba con entusiasmo el profesor de Numismática e Iconografía de la Universidad de Mesina durante el cincuentenario del hallazgo. Daniele Castrizio calificaba las dos esculturas como “las obras de arte más extraordinarias del mundo griego clásico”. Tanto por su valor estético, ya que en su opinión “reproducen al ser humano como ninguna otra estatua del mundo antiguo”, como también “desde el punto de vista técnico” asevero.
actualidad cultural
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...