SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 27 de mayo de 2022

GIGANTI DI MONT´E PRAMA: El misterio de los guardianes milenarios de Cerdeña

Se trata de unas esculturas de entre dos y dos metros y medio creadas por la civilización Nurágica que habitó la isla de Cerdeña entre los siglos XVIII y II a.C. Los investigadores todavía no se han puesto de acuerdo en si estos Nurágicos eran originarios de la propia isla o por el contrario se les puede relacionar con los enigmñaticos 'Pueblos del Mar', que asolaron las costas del Mediterráneo entre los siglos XIV y XIII a.C. En este último caso habrían llegado a Cerdeña luego de ser derrotados en su fallida invasión de Egipto - tras destruir a su paso Troya y el Imperio Hitita - entre el siglo XIII y XII a.C. Los primeros Gigantes, como los han denominado algunos estudiosos, fueron hallados en 1974 cerca de la localidad de Cabras, al Oeste de la isla. Representan guerreros, arqueros y luchadores con escudos. Una de sus características más destacadas, además de su gran tamaño, son los ojos formados por dos discos concéntricos. No se sabe tampoco si representan a héroes mitológicos o a dioses. El hallazgo se produjo junto a una tumba de la misma época, por lo que se cree que estaban dispuestos en torno a ella como guardianes. Pero tampoco esto está demasiado claro. Bien podrían haber pertenecido a un templo cercano todavía no hallado. Fue en marzo del 2014, luego de 40 años de estudio y restauración, cuando fueron expuestos al público en el Museo Arqueológico Nacional de Cagliari y en el Museo de Cabras. En total, con las más de cinco mil piezas encontradas se pudieron reconstruir unos 33 Gigantes. Sin embargo, dos nuevas piezas se hallaron en septiembre de ese mismo año, con la particularidad de que están completos e intactos. Un tercero se encontró enterrado más profundamente según las prospecciones de radar. La novedad que aportan estos dos gigantes es que, a diferencia de los hallados anteriormente, estos llevan sus escudos pegados al costado y no sobre la cabeza. Una postura que es muy similar a la de un pequeño bronce nurágico de la misma época encontrado en Viterbo (al norte de Roma), del cual se sabe con certeza su fecha: siglo IX a.C. Si la conexión se demostrase cierta, estaríamos ante el ejemplo más antiguo de colosos (estatuas gigantes) encontrado en el Mediterráneo, varios siglos anteriores que los colosos griegos. Y aun hay más, porque los estudiosos creen que los Gigantes debieron llevar máscaras, muy similares a las que hoy se usan en las celebraciones tradicionales de Cerdeña. Aunque éstas no fueran exactamente iguales, eso demostraría que algunos ritos y tradiciones ancestrales han pervivido en la isla durante más de 3.000 años. Son muchos los misterios que rodean a la necrópolis nurágica y a los Gigantes de Mont’e Prama, hallazgos que no tienen parangón en la estatuaria de la Cerdeña nurágica y que parecen ser producto de una exageración extrema de los bronces votivos, implementados en un contexto cultural atravesado por profundas líneas de fractura en un momento de transición muy sentido y sufrido. ¿Guardianes ancestrales de una zona sagrada, símbolos de las funciones sociales de los difuntos o el recuerdo de un acontecimiento importante de la historia local nurágica? ¿Destruida durante una guerra interna entre comunidades nurágicas, demolida por los fenicios o los cartagineses? Los estudios más recientes datan las tumbas y las esculturas entre finales del siglo IX y la primera mitad del siglo VIII a.C., en plena Edad de Hierro, obra de una sociedad que había cambiado radicalmente respecto a la de la Edad de Bronce. La necrópolis de Mont’e Prama pasó por tres fases de uso: la primera consistió en tumbas de un solo pozo en las que se depositaba un cuerpo inhumado; la segunda consistió en nuevas tumbas individuales o agrupadas cubiertas por losas de piedra de forma desordenada; la tercera consistió en tumbas con cubiertas de losas cuadradas, perfectamente alineadas. Por encima de estas tumbas bien organizadas y en el espacio abierto delante de ellas, que constituye una especie de camino funerario, se encontraron estatuas en estado fragmentario, destrozadas ya en la antigüedad y depositadas voluntariamente encima y junto a las tumbas, por lo que no es posible determinar la ubicación original de las estatuas, cuyos fragmentos se encontraron en un estado caótico. Se han planteado tres hipótesis principales sobre su destrucción: la primera hipótesis considera la destrucción del complejo como un episodio de lucha interna entre comunidades locales de cultura nurágica; la segunda hipótesis es que la destrucción tuvo lugar a manos de los fenicios de Tharros a finales del siglo VII a.C.; la tercera propone que la destrucción se remonta a la segunda mitad del siglo IV a.C. a manos de los cartagineses presentes en la isla. Según una interpretación, las esculturas representaban a la clase social más destacada, identificando a los arqueros con los valores militares, a los boxeadores con los religiosos y a los modelos de los nuraghi con los políticos. Otra interpretación, en cambio, reconoce en las estatuas, más que en los propios difuntos, la representación de sus antepasados, evocados como héroes míticos de las leyendas nurágicas, y en los modelos de los nuraghi el símbolo de la identidad y la unidad de la comunidad. Según una última interpretación, finalmente, las estatuas podrían celebrar el recuerdo de un acontecimiento importante de la historia local nurágica. El complejo funerario y escultórico suele definirse como un heroon, es decir, un lugar organizado y estructurado para el culto de los antepasados elevados al rango de héroes. Así, las esculturas de Mont’e Prama expresan la identidad y la pertenencia, valores especialmente significativos en una época de transición caracterizada por profundas tensiones y transformaciones. Tendrían, por tanto, un fuerte valor simbólico, dirigido tanto a las comunidades locales como a las procedentes del Mediterráneo oriental, que en aquellos años se encontraban frente a las costas de Cerdeña occidental.

viernes, 20 de mayo de 2022

THE GATEWAY OF INDIA: Un monumental testigo de la historia

No hay escasez de puntos de referencia en Bombay (Mumbai), la ciudad de los sueños situada en la costa oeste de la India. Pero si hay un hito icónico que se ha convertido en un emblema de la ciudad, es la majestuosa Gateway of India (Puerta de la India). Construida en un exquisito estilo indo-aracénico utilizando piedra basáltica amarilla, la puerta se alza en el sur de la ciudad y con vista al Mar Arábigo. Cabe precisar que es el punto de entrada a la India desde las vías marítimas. Como innumerables monumentos del país, tiene un origen colonial y dice mucho sobre la historia política de la India. Su significado cultural es inmenso también. Si quiere señalar el lugar desde el que debe comenzar su visita a Bombay, la Gateway of India es definitivamente el orgullo de la ciudad. La primera piedra del portal fue colocada por Sir George Sydenham Clarke, el entonces Gobernador de la ciudad el 31 de marzo de 1911, para conmemorar la visita del Rey Jorge V y la Reina María a la India ese mismo año. La pareja real desembarcó en el Apolo Bunder, ahora conocido como Muelle Wellington, que está a sólo un kilómetro de la Gateway of India. Huelga comentar que, por entonces, el país aún no se había independizado y formaba parte del Imperio Británico. Fue el arquitecto escocés George Wittet quien diseñó la estructura que estaba fuertemente influenciada por el Arco del Triunfo de París. Tomó la friolera de 13 años para completar el proyecto, y la puerta fue finalmente inaugurada el 4 de diciembre de 1924. La estructura tiene un arco de 26 metros de altura unido por cuatro torretas y está adornada con hermosos enrejados por todas partes. Además, bajo la puerta se encontraba la estatua ecuestre de Jorge V, derribada tras la independencia del país. Y es que, en una ironía histórica, si la Gateway of India estaba destinada a conmemorar el dominio británico en la India, el último barco británico salió del país justo desde la puerta luego del colapso del régimen colonial. En efecto, por ella desfilaron las tropas de la Infantería Ligera de Sommerset el 28 de febrero de 1948 al ritmo del himno Auld Lang Syne (el que cantan los anglosajones en Nochevieja) para embarcar en el Empress of Australia rumbo a Inglaterra, en lo que era la retirada definitiva de Gran Bretaña del país que ocupaba desde hacía dos siglos. No cabe duda que la Gateway of India es un microcosmos de Bombay. Si quiere conocer el alma animosa y cosmopolita de la ciudad, la puerta es el lugar donde hay que estar. Está casi llena de gente de todas las clasessociales y de todas las partes no sólo de la India sino del mundo entero. El magnífico edificio está flanqueado por el Mar Arábigo. La mejor manera de experimentar la tranquilidad en medio del caos habitual de Bombay es presenciar el amanecer en la Gateway of India, una vista espectacular que no tiene paralelo en la ciudad. A propósito, no hay que confundir a esta puerta con la que existe en Delhi, que tiene el mismo nombre, pero es más elevada y fue erigida en memoria de los noventa mil soldados indios caídos durante la Primera Guerra Mundial y las Guerras Afganas de 1919. Por último, justo al otro lado de la calle de la puerta se encuentra el legendario hotel del Palacio Taj Mahal, que desde 1903 ofrece una lujosa morada a quienes visitan la ciudad. El gran hotel, cuya historia se entrelaza con la de Mumbai, fue escenario el 26 de noviembre del 2008 de un atentado terrorista que asolaron la propiedad. Desde entonces, el hotel ha sido renovado y ahora es el símbolo del espíritu de Bombay que nunca morirá.

viernes, 13 de mayo de 2022

LA NECROPOLIS DE VARNA: Un cementerio de oro

Hace seis milenios y medio, a pocos siglos de la llegada a Europa de los primeros humanos que dominaban la agricultura, tuvo lugar una revolución no menos importante para la evolución humana. Un descendiente de aquellos viajeros observó que, al someterse a un intenso calor unas piedras muy llamativas de color azul, ese mineral se fundía y transformaba en un elemento increíble. La azurita, derretida y colada, producía una sustancia dura, compacta y uniforme de un color rubio rojizo, que recordaba al sol del atardecer: Además de bella, esa maravillosa esencia ígnea que exudaba la roca era asombrosamente maleable. Se le podía dar, mediante moldes, la forma que se quisiera. Una vez solidificado el objeto resultante, podían limarse sus bordes hasta dotarlos de un filo muy preciso, o bruñirse sus caras planas hasta hacerlas casi tan reflectantes como un cuenco con agua. Otro milagro: las herramientas, armas, adornos y demás artefactos confeccionados con ese material eran infinitamente reciclables. Si se partían, rayaban o mellaban, podían refundirse y recomponerse de nuevo. Se trataba del cobre, el cual dio un carpetazo a la larguísima Edad de Piedra, comenzando por su tecnología. Como sabéis, los utensilios neolíticos eran imprecisos y proclives a desgastarse y romperse con frecuencia. Como contrapartida, estaban compuestos por elementos que se encontraban por doquier; en este sentido, cualquiera podía acceder a las piedras, arcilla, madera, huesos, conchas y astas con que se fabricaban los artilugios para los quehaceres cotidianos. Para la metalurgia, en cambio, hacía falta un factor inusitado en las sociedades primitivas. Eran necesarios especialistas. Gracias a ellos, el Cobre, la edad inicial de los Metales –a la que seguirían el Bronce y el Hierro–, no solo dejó atrás las industrias rudimentarias de la prehistoria del pedernal. La especialización en el trabajo reorganizó por completo las comunidades primigenias, aunque antes hubo de resolverse un problema funcional. Solo los escasos maestros metalurgistas sabían cómo procesar las rocas singulares hasta hacer con su alma oculta deslumbrantes espadas, arados, martillos y diademas. Valiosos artesanos aparte, la propia obtención del material para elaborar las piezas de cobre o de oro resultaba muy costosa. Una onza troy de oro, apenas una treintena de gramos, demanda la depuración de unas diez toneladas de mineral potencialmente áureo. Un kilo de cobre puro también exige minar, extraer, seleccionar, fundir y colar varios céntuplos de escoria. Estas labores demandaban formación, destreza, esfuerzo y mucho tiempo. A los preciados trabajadores que se ocupaban de ellas había que darles de comer para que no se distrajeran con las tareas propias de la subsistencia. Alguien debía regular ese nuevo orden y velar por su obediencia generalizada. Un jefe, un gobernante. Así, el boom de la metalurgia, además de suponer un inmenso avance tecnológico, desencadenó profundos cambios sociales, económicos y políticos. La evidencia palpable más antigua y espectacular de este paso de gigante para la humanidad no se ha hallado en Mesopotamia, ni en Egipto ni en el valle del Indo. La clave primordial de la jerarquización social la encontró una máquina excavadora en Bulgaria, en el este de Europa. Era 1972 y Raycho Marinov tenía veintidós años. Operaba mecanismos de construcción como el que, en aquel octubre, estaba abriendo una fosa para tendido eléctrico en el sector industrial de Varna. En ese suburbio, a medio kilómetro del lago homónimo y a cuatro del centro urbano del mismo nombre, iba a levantarse una fábrica de conservas. Situada donde el delta del Danubio confluye con el mar Negro, a la vista de los Balcanes orientales, el área fabril era una dependencia prioritaria para la ciudad, el núcleo principal del país, y, como tal, un nodo relevante en el bloque soviético que capitaneaba Brézhnev. Una mañana, un brillo dorado atrajo la atención del joven obrero hacia la pala cargada de tierra. A los pocos momentos, descubrió que era un brazalete. Tomó otras piezas metálicas que encontró entre los terrones, las echó en la caja de sus botas de trabajo nuevas y, una vez en casa, deslizó el recipiente bajo la cama. Sin darles ninguna importancia, calculó que los objetos sumarían un kilo y pico de peso. Debían de ser trastos viejos de cobre, latón o algo así. Semanas más tarde, Marinov llevó la caja a quien había sido su maestro en el colegio. Dimitar Zlatarski entendía tanto de antigüedades que incluso había fundado un pequeño museo en el pueblo de Dalgopol. El pedagogo museólogo se quedó atónito cuando su exalumno le mostró el brazalete, los pendientes, un peto rectangular, los anillos y otros elementos amontonados en la caja de cartón, elementos evidentemente arcaicos. De inmediato, llamó al Museo Arqueológico de Varna (MAV), el mayor de la región. Los expertos de la institución confirmaron las sospechas del maestro. No solo eran piezas antiquísimas, sino además de oro. Pertenecían a la Edad del Cobre, y ellas solas duplicaban todo el metal precioso que se había recuperado de ese período remoto. El gobierno búlgaro tomó cartas en el asunto. Paralizó las obras de la planta conservera, recompensó al joven descubridor y encomendó a dos prestigiosos arqueólogos una excavación en toda regla. Así, Mihail Lazarov, hasta 1976, e Ivan Ivanov, hasta 1991, dirigieron esos trabajos. No tardaron en comprobar que se trataba de una inmensa necrópolis del Calcolítico, insólita por su opulencia y por la buena conservación de los ajuares. Las autoridades de Sofía, cada vez más entusiasmadas, llegaron a echar mano de presidiarios para agilizar la prospección. En poco tiempo, se había recobrado un tesoro de tal envergadura que salió de gira por diversos países europeos, como propaganda cultural del Este comunista. Ciertamente, durante las dos décadas en que se realizaron los sondeos, se rescató una enormidad de oro, casi seis kilos en total. La mayoría fue a parar al MAV, donde se ha convertido en la estrella de su catálogo. Allí, incluso, se ha recreado hasta en sus mínimos detalles un sepulcro clave del cementerio prehistórico. Se trata del número 43, del que se exhiben los vestigios materiales originales, adornando una osamenta artificial. En esa única tumba se halló acumulada más orfebrería áurea del Calcolítico que en el resto del mundo hasta la fecha. La concentración de riquezas en esa fosa representa una señal inequívoca de una sociedad compleja. Los otros enterramientos –hasta tres centenares, agrupados en cuatro clases correspondientes a otras tantas categorías sociales– palidecen en comparación con el de ese viejo líder, hasta el punto de que cabría considerar la escena como la primera jerarquización fehaciente a nivel global. La desproporción entre los enseres certifica la estratificación de la población eneolítica, de acuerdo con la consideración de su función dentro de la comunidad. Aunque se ignora por qué desapareció la cultura de Varna, su efímera existencia, entre 4.600 y 4.200 a. C., ha dejado un reguero de hitos imborrables. El descubrimiento de la necrópolis marcó un antes y un después en las nociones sobre la prehistoria. Derribó hipótesis como la de un idílico matriarcado o la de pequeñas comunidades igualitarias en Europa, antes de la violenta invasión de guerreros indoeuropeos en el IV milenio a. C. A su vez, el yacimiento también añadió a la ecuación de la Edad del Cobre el elemento del oro, trabajado con una excelencia inimaginable, por no mencionar que sus artesanos sentaron un precedente en el facetado de piedras semipreciosas tan duras como la cornalina. Logros como estos, así como la pionera jerarquización social que los hizo posibles, han llevado a que algunos estudiosos consideren Varna el boceto inicial de una civilización europea. Pese a que la excavación de este cementerio capital cesó con el derrocamiento de la dictadura comunista y la inestabilidad económica de Bulgaria desde entonces, lo recobrado entre 1972 y 1991 es de tal magnitud que aún se continúan publicando hallazgos e interpretaciones. Sin olvidar que todavía queda por explorar un tercio del yacimiento.

viernes, 6 de mayo de 2022

SALADINO: El gran héroe del mundo islámico

La importancia de Saladino en la historia fue la de ser el único líder musulmán medieval respetado no solo entre sus seguidores, sino también por sus enemigos cristianos. La imagen de hombre cruel, despiadado y fanático con la que se le ha querido caracterizar en ocasiones está muy lejos de las descripciones que dejaron los cronistas de la época. Su comportamiento político basado en la prudencia, la sabiduría y la caballerosidad es, quizás, una de las armas que mejor supo manejar este monarca. Todo ello hizo que los historiadores le convirtieran en una suerte de héroe medieval. Al-Nāsir Salah ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido como Saladino, cuyo significado es “la honradez de la fe”, nació hacia 1138 en Tikrit (actual Irak) y creció en la corte del gobernador turco de Siria del Norte. Se convirtió en el primer sultán de la dinastía ayubí que gobernó Egipto y Siria, conquistó Jerusalén como gran defensor del islam y logró unificar política y religiosamente el Oriente Próximo tras combatir con los cruzados cristianos. Es conocido, sobre todo, por haber vencido en la batalla de Hattin y su participación en la Tercera Cruzada liderada por Ricardo “Corazón de León”. Para el mundo islámico, Saladino fue un gran héroe que consiguió unificar el islam cuando parecía prácticamente imposible. Se erigió así como paladín de la ortodoxia musulmana contra los ‘invasores’ cristianos. Su gloriosa carrera militar y el apoyo de su familia le permitieron escalar rápidamente los peldaños de la política para ser nombrado visir de Egipto en 1169. Con solo 31 años comenzó la unificación de Siria y Egipto, hasta entonces fragmentados y ocupados por los cruzados. Según explica Robert Payne en The Holy Sword, su objetivo supremo era acabar con los ‘francos’ - como denominaban a los cruzados - “quienes faltaban con el mayor desparpajo a los juramentos y cuya presencia en Tierra Santa se le antojaba insultante”. De esta forma, el califa prolongó su propia yihad, “hasta convertir todas las iglesias en mezquitas”. Saladino le dio un nuevo significado al conflicto contra los cruzados: ya no era una simple conquista de territorios, sino una auténtica guerra religiosa. El sultán nunca pensó en otra cosa que no fuera la yihad definitiva contra los cristianos. Sin embargo, para llevar a cabo esta empresa necesitaba librarse de los rivales que le disputaban el control de las tierras del califato. Tras conseguir la bendición del Califa, Saladino recurrió con eficacia a la propaganda para atraer más seguidores a su causa y reunir un gran ejército. La meta que se marcó era tomar la ciudad santa de Jerusalén, que se encontraba en manos los cruzados luego de haberla tomado a sangre y fuego en 1099, pasando a cuchillo a toda su población musulmana. En la primavera de 1187 Saladino inició la invasión contra las posesiones cristianas a la cabeza de un enorme ejército. La batalla más destacada de esta campaña fue la de los Cuernos de Hattin, acaecida el 4 de julio de 1187. En ella venció al ejército cruzado de Guido de Lusignan (rey de Jerusalén) y Reinaldo de Châtillon. Fue una matanza colosal en la que Guido cayó prisionero y Reinaldo fue ejecutado. Payne afirma que la victoria de Saladino fue completa: “los cruzados nunca se recobraron totalmente de ese descalabro”. La toma de Jerusalén pareció dar la razón a quienes veían en él el líder que el islam necesitaba. A pesar de ser parte del mundo islámico, los cristianos lo admiraron por su carácter noble y caballeroso. Cuando Saladino entró Jerusalén garantizó a los derrotados que podían marcharse sin peligro. Fue un gesto muy noble con los enemigos, a diferencia de lo que ellos hicieron cuando la tomaron. Sin embargo, las guerras no habían terminado, ya que los ‘francos’ si bien habían perdido la mayor parte de sus ciudades y fortalezas en Siria y Palestina, todavía tenían presencia en la región. La conmoción y la indignación por la pérdida de Jerusalén fueron determinantes para que el Papa Urbano III convocara de nuevo a cientos de caballeros para recuperar el Santo Sepulcro. Así, los cristianos lanzaron una tercera cruzada para recuperar Tierra Santa. Entre los reyes que participaron destacaron Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el francés Felipe III y el inglés Ricardo I. Estos construyeron un poderoso ejército que desembarcó en Acre y sitió la ciudad, donde ejecutaron a más de 3.000 musulmanes que residían allí. La llegada del monarca inglés activó muchos otros enfrentamientos entre musulmanes y ‘francos’, que incluso se encaminaron a sitiar Jerusalén, aunque acabaron por desistir de su objetivo. La batalla de Jaffa en 1192, con derrota de las tropas de Saladino, fue el último enfrentamiento de la Tercera Cruzada, que culminó con una tregua entre Ricardo y Saladino pactada mediante intermediarios, ya que en contra de historias apócrifas que circularon, ambos nunca llegaron a verse y menos combatir en persona. Una tregua que incluía la permanencia ‘franca’ en varios emplazamientos de la costa mediterránea y el dominio musulmán en Jerusalén, que permitiría en adelante a los cristianos desarmados visitar la ciudad. Lo curioso de esta contienda es la relación que mantuvo Ricardo con Saladino, quienes, a pesar de luchar uno contra otro, se tuvieron profundo respeto. Destaca un episodio en el que se muestra la amabilidad y el trato caballeresco del sultán hacia su rival: el musulmán hizo transportar nieve de las montañas que rodeaban Damasco para refrigerar la tienda del inglés, enfermo de fiebres. Payne asegura que los ‘francos’ que lo conocieron daban fe de “sus ademanes nobles y altivos y de su porte, digno de un emperador y que en nada afectaban a su espontánea cordialidad ni a su simpatía”. Como podéis imaginar, la figura de Saladino transgredió en el tiempo y espacio, llegando a ser considerado como uno de los personajes más importantes de la Edad Media, tanto en Occidente como en Oriente. Murió en Damasco el 4 de marzo de 1193 a la edad de 55 años, víctima de una enfermedad, pero su figura ha crecido desde entonces. A menudo, gracias a leyendas falsas. El famoso sarraceno, descendiente de una noble familia francesa, raptado y criado en Oriente. También ingresando en una orden de caballería. Hasta convertido al cristianismo. O con una agitada vida romántica por Europa, que incluye incluso a una Leonor de Aquitania harta del aburrido Luis VII. La febril imaginación de poetas y escritores ha alimentado durante ocho siglos la figura del personaje medieval, de tal manera que incluso su nombre aparece en obras como La Divina Comedia, de Dante Alighieri, El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, o más cercana en el tiempo, El talismán, de Walter Scott. Aunque a veces través de la ficción, el alcance de la huella de Saladino en Europa es inmenso. Como es obvio, en las últimas décadas relevantes líderes árabes han intentado sacar partido de su ascendente para impulsar sus proyectos políticos, presentándose como el nuevo Saladino que liberaría a Jerusalén que ahora se encuentra en las garras de los sionistas. Un ejemplo de ello fue el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, que impulsó la creación de la breve República Árabe Unida en la que ingresaron en 1958 Egipto y Siria (territorios históricos de Saladino), o el líder iraquí Saddam Husseín, que a menudo hizo un uso propagandístico de la figura del sultán y sus gestas amparado en que él también nació en Tikrit. Saladino siempre fue una figura apreciada por ser el hombre que unió a los pueblos de la región alrededor de una causa común, por crear una coalición prácticamente de la nada y llevarla a la victoria. Reconocimiento profesado incluso entre los chiitas, que le pueden recriminar haber acabado con su califato en Egipto. Pero en el ámbito occidental no son menores los valores que se le atribuyen, como la fe, la generosidad, la misericordia y la justicia, según cuenta Jonathan Phillips en su libro The Life and legend of Sultan Saladin: “Me atrevería a decir que es imposible pensar en otra figura histórica que, tras haber causado una herida tan profunda a un pueblo y a una fe, haya terminado siendo objeto de semejante admiración”.
actualidad cultural
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