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viernes, 23 de febrero de 2024

EL KREMLIN DE MOSCÚ: Núcleo supremo del poder ruso

La palabra Kremlin es un perfecto ejemplo de la metonimia, o el giro que experimentan algunos nombres para convertirse en sinónimos de otros conceptos. En este caso concreto, los conceptos son muchos: la mención de este vasto conjunto de edificios civiles y religiosos en el centro de Moscú evoca el poder y la autocracia, el lujo de los zares, la fe ortodoxa, la revolución y, especialmente, el gobierno de Rusia, el país más extenso del mundo. Hoy es también sinónimo de su dirigente, Vladímir Putin, el nuevo Zar de todas las Rusias, quien desbarata todas las amenazas de los EE.UU. y la OTAN, quienes se niegan a reconocer que ya son parte del pasado y no tienen cabida en el Nuevo Orden Mundial del siglo XXI, liderado por Rusia y China. Cabe precisar que el Kremlin, que significa “fuerte dentro de una ciudad”, no se ubica en el corazón de Moscú: es el corazón de Moscú. La sede del poder desde la Edad Media, cuando lo que era una fortificación de madera, situada en la orilla izquierda del río Moscova, se convirtió en la residencia de los grandes príncipes de la época. Entre los siglos IX y XIII, el territorio donde se encuentra Moscú formaba parte de la Rus de Kiev: un grupo de tribus asentadas en lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania y parte de Rusia. La dinastía Rúrika reinaba desde Kiev, entonces la ciudad más importante, pero Moscú, casi mil kilómetros al nordeste, empezaba a despuntar. Allí fue enviado, en 1156, el príncipe Yuri, hijo del gran príncipe de Kiev. En el llamado Códice de Hipacio, del siglo XV, se menciona por vez primera una fortificación de madera erigida, por orden del citado príncipe, en la colina de Borovitsky. Yuri ha pasado a la historia como el fundador de Moscú y artífice del Kremlin; su estatua preside la plaza del ayuntamiento de la capital. Sin embargo, fue su hijo Andrei quien finalizó la obra concebida por su padre. El fuerte que, con forma de triángulo irregular, ocupaba un tercio de lo que abarca el complejo actual. En los años sucesivos, la fortaleza fue expandiéndose con nuevas construcciones de madera. Pero no pudo resistir el embate de las hordas mongolas, que invadieron Rusia a principios del siglo XIII. De su reconstrucción se ocuparía otro príncipe de la dinastía Rúrika, Daniil Alexandrovich (1261-1303). Hijo menor del mítico príncipe Alexander Nevsky, recibió como herencia el patrimonio que se consideraba menos valioso: Moscú. Nombrado allí primer príncipe de Moscú, Daniil creó una nueva morada de interiores más palaciegos. Iván Kalita, el segundo hijo de Daniil, heredó el principado en 1328. Fue el primero de los gobernantes de Moscú en proclamarse “gran príncipe de Rusia”. Su reinado fue ambicioso: pactó con los mongoles el derecho a recolectar los tributos de los otros príncipes, lo que derivaría en la supremacía financiera y política de Moscú. Aquel poder se reflejaría en el Kremlin, al que añadió una serie de extensiones para alojar a la corte. Entre otras cosas, agrandó y reforzó el muro perimetral con grandes troncos de roble. La tarea fue continuada a partir de 1340 por su sucesor, Dmitri Donskói, cuyo largo gobierno marcó un nuevo período en la construcción del Kremlin. Fue el primero en utilizar piedra para su estructura, con un muro de caliza blanca que se mantuvo en pie durante un siglo. Así, el fuerte resistió ataques, y él pudo consolidar la autoridad de su gobierno. Al final de su reinado, en 1389, había doblado el territorio de su principado. La expansión continuó: en el siglo XV, durante el reinado de Iván III, Rusia se convirtió en un Estado prácticamente centralizado, libre de las ataduras a los mongoles y con Moscú como eje. Conocido como Iván el Grande, en 1478 adoptó el título de soberano de toda Rusia, cuadriplicó su territorio y proclamó Moscú como la tercera Roma y sucesora de Constantinopla. Sus aspiraciones precisaban una sede acorde a tanta grandeza, por lo que se consagró a afianzar el Kremlin como palacio y eje del gobierno y la espiritualidad del país. Para ello, invitó a arquitectos e ingenieros italianos. Durante esa etapa se construyen los principales hitos del Kremlin, como las imponentes murallas y las torres de defensa, en llamativo ladrillo rojo (inspiradas en las fortificaciones del norte de Italia). En tiempos de Iván el Grande se erigieron también los templos que conforman la plaza de las catedrales: la catedral de la Asunción, o Dormición, el templo del arcángel san Miguel, la catedral de la Anunciación y el campanario de Iván Veliki, que, con sus 82 metros, fue el edificio más alto de Rusia. El palacio de las Facetas también fue construido en esa época por arquitectos italianos. Está considerado el edificio secular más antiguo de Moscú, y en su espléndido salón principal, bajo una profusión de frescos y arcos dorados, el nieto de Iván III, Iván IV el Terrible, recibía a los embajadores de la época. El fastuoso lugar sigue utilizándose para agasajar a dignatarios, como Isabel II de Inglaterra, que en 1994 fue recibida allí por Borís Yeltsin. Coronado gran príncipe de Moscú a los tres años, Iván IV pasó parte de su infancia en el Kremlin, donde fue semiprisionero de los clanes boyardos (miembros de la nobleza rural) que se disputaban el poder. No alcanzó el mando hasta la adolescencia, pero, una vez conseguido, lo ejerció con una crueldad remarcable. Profundamente religioso, Iván IV fue el artífice de la construcción de la catedral de San Basilio, que se levantó entre 1555 y 1561 para celebrar una de sus conquistas militares. El templo es famoso por sus cúpulas coloreadas, en forma de bulbo. Situado en la Plaza Roja, en 1990 fue declarado, junto al Kremlin, Patrimonio de la Humanidad, aunque no forma parte estrictamente del mismo. La segunda era de esplendor constructivo del Kremlin aconteció en el siglo XVII, con la ascensión al poder de la dinastía Romanov. Fue entonces cuando se coronaron con chapiteles muchas de las torres diseñadas por los arquitectos italianos y se construyó el palacio de los Terems, la residencia oficial de los zares. Sin embargo, fue también un Romanov, el zar Pedro I, quien provocó la primera pérdida de poder del Kremlin como símbolo nacional. Considerado el creador de la Rusia moderna y apodado el Grande, en 1712 decidió trasladar la capital a San Petersburgo. De este modo, el Kremlin dejó de ser la residencia permanente de la familia real y el recinto donde se decidía la sucesión. Pese a ello, todavía jugaba un papel significativo en la vida política, ya que los zares seguían coronándose en la catedral de la Dormición. Así lo hizo, precisamente, Catalina la Grande en 1762. Amante de la arquitectura, encargó la construcción en el Kremlin de un gran edificio para albergar el Senado. Encargó el diseño a su arquitecto favorito, Matvéi Kazakov, quien creó un recinto monumental, de líneas neoclásicas. Completado en 1787, la emperatriz pudo pasearse por sus estancias. En especial, por el llamado Salón de Catalina, con forma circular y decorado con bajorrelieves en los que ella aparece como la diosa Minerva. Catalina murió en San Petersburgo en 1796, de modo que no fue testigo de la invasión napoleónica de Moscú, en septiembre de 1812, cuando el emperador de los franceses ordenó que se dinamitara el Kremlin luego de su retirada y saqueo. La destrucción no fue completa, pero el conjunto quedó seriamente dañado debido al gran incendio que provocaron las explosiones. El Kremlin renació de sus cenizas por el empeño del zar Alejandro I (1777-1825). El nieto de Catalina se propuso restaurar los palacios, murallas y catedrales afectados por el fuego, aunque no fue hasta el reinado de su hermano, Nicolás I, cuando se repararon por completo los daños provocados por el bastardo francés. Alejandro I convirtió la armería en el primer museo público de Moscú y levantó una nueva residencia, el gran Palacio Real del Kremlin, que se completaría en 1849. Toda la familia imperial asistió a la inauguración del que se considera el último gran edificio construido con tanta opulencia en Rusia. Hoy es la residencia oficial del presidente. En 1913, el Kremlin fue la sede para la celebración, con toda la pompa y circunstancia, del 300 aniversario de la dinastía Romanov. Aquella fue la última ceremonia real que tuvo lugar en Rusia: la Revolución de 1917 provocó la aniquilación de la monarquía y la destrucción de los monumentos que la representaban. Muchos de ellos estaban en el Kremlin. El último atropello arquitectónico tuvo lugar a finales de los años cincuenta del pasado siglo, cuando el dictador comunista Nikita Jruschov encargó la construcción de un palacio de congresos. El gigantesco edificio de hormigón desentona en la arquitectura del recinto, pero el proyecto no pudo ser rebatido: como sus antecesores, este sátrapa gobernaba con mano de hierro. Pero con el derrocamiento de la odiada tiranía comunista y el colapso de la Unión Soviética en 1991 - que termino en el basurero de la historia - ha resurgido la Nueva Rusia, bajo el sabio liderazgo de Vladimir Putin, por los siglos de los siglos
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