SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 4 de agosto de 2023

LA AGÓNICA MUERTE DE STALIN: ¿Quién mató al sanguinario dictador?

La noche del 28 de febrero de 1953, Josef Stalin celebró una reunión en Kúntsevo con su círculo de hombres de confianza. En dicho encuentro los invitados vieron una película y se retiraron a altas horas de la madrugada, cuando Stalin se fue a dormir . No obstante, según una versión no oficial, el mayor genocida que el mundo haya conocido (superando con mucho por la magnitud de sus abominables crímenes a Atila, Tamerlán y Genghis Khan) se retiró luego de discutir gravemente con dos de sus seguidores, Lázar Kaganóvich y Voroshílov . Al día siguiente, Stalin no salió de su cuarto y no llamó ni a los criados ni a los guardias. Nadie se atrevió a entrar en su habitación hasta que, sobre las diez de la noche, su mayordomo forzó la puerta y lo encontró tendido en el suelo, junto al diván, vestido con la ropa que llevaba la noche anterior y sin apenas poder hablar. El sátrapa había sufrido un ataque cerebrovascular que, tras unos días de agonía, le causó la muerte el 5 de marzo. Al menos así reza la teoría oficial, sobre la que rondan innumerables incógnitas y la sospecha de su asesinato . “El miedo y el odio contra el viejo tirano casi podían olerse en el aire”, escribió el embajador americano sobre los últimos meses de vida del que fue durante más de 30 años Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. El ascenso al poder de Josef Stalin se caracterizó por los brutales métodos empleados contra cualquier persona crítica con su figura. Poco tiempo antes de fallecer, el propio Lenin hizo un llamamiento para frenar a Stalin, que terminó elevado, a ser el genocida más sangriento de la historia. Con 50 millones de muertos a su espalda y terminada la II Guerra Mundial , la salud de monstruo empezó a declinar a partir de 1950, cuando la Guerra Fría iba tomando su forma más característica. Durante su vida, Stalin había padecido numerosos problemas médicos. Nació con sindactilia (la fusión congénita de dos o más dedos entre sí) en su pie izquierdo. A los 7 años padeció la viruela, que le dejó cicatrices en el rostro durante toda su vida. Con 12 años tuvo un accidente con un carro de caballos, sufriendo una rotura en el brazo, que le dejó secuelas permanentes. A todo ello había que añadir que su madre y él fueron maltratados continuamente a manos de su alcoholizado padre. Ya siendo adulto, Stalin además padeció de psoriasis (una enfermedad de la piel que causa descamación e inflamación). A los 70 años de edad, su memoria comenzó a fallar, se agotaba fácilmente y su estado físico empezó a decaer. Vladímir Vinográdov , su médico personal, le diagnosticó una hipertensión aguda e inició un tratamiento a base de pastillas e inyecciones. A su vez, recomendó al genocida que redujese sus funciones en el gobierno. Obviamente, Stalin en su paranoia, vio una conspiración en el consejo médico y no solo se negó a tomar medicinas , sino que despidió a Vinográdov. Sus problemas de salud coincidieron con uno de los pocos reveses políticos que sufrió durante su rígida dirección del Partido Comunista. Pocos meses antes de su muerte, en octubre de 1952, se celebró el XIX Congreso del PCUS, donde Stalin dejó entrever sus deseos de no intervenir militarmente fuera de sus fronteras. Frente a esta opinión, Gueorgui Malenkov –colaborador íntimo del dictador y Presidente del Consejo de Ministros de la URSS a su muerte– hizo un discurso en el cual reafirmó que para la URSS “era vital estar presente en todos los conflictos internacionales apoyando las revoluciones socialistas”, lo que luego sería una constante de la Guerra Fría . Como un hecho inédito tras décadas de un férreo marcaje, el Congreso apoyó las intenciones de Malenkov y no las de Stalin. Fue entonces cuando Stalin reanudó sus purgas, si es que alguna vez habían parado. Lo hizo motivado por el pequeño tropiezo político y alertado por una carta de la doctora Lidia Timashuk, una especialista del Policlínico del Kremlin , que acusaba a su antiguo médico, Vinográdov, y a otros ocho galenos de origen judío de estar recetando tratamientos inadecuados a altos mandos del Partido y del Ejército. Sin esperar a recibir ninguna otra prueba, Stalin ordenó el arresto de los nueve médicos y aprobó que fuesen torturados salvajemente en lo que fue bautizado como “ el Complot de los médicos “. La persecución afectó en total a 37 doctores de todo el país, 17 de ellos judíos, mientras que su paranoia se trasladó también a su círculo cercano. A finales de enero de 1953 su secretario privado desapareció sin dejar rastro. El 15 de febrero, el jefe de sus guardaespaldas fue ejecutado bajo extrañas circunstancias. Conocedores del régimen de extremo terror impuesto por Stalin en el pasado, entre los miembros más veteranos del Politburó (el máximo órgano ejecutivo) corrió el miedo a que una purga masiva estuviera en ciernes. Solo la muerte de Stalin en marzo pudo frenar la escalada de asesinatos que había empezado tras el congreso de octubre. Precisamente por este clima de desconfianza, -aunque la causa oficial de la muerte fue un ataque cerebrovascular - la sospecha del asesinato del genocida por sus propios colaboradores temerosos de perder la vida en cualquier momento, ha perseguido el suceso hasta la actualidad. Una vez descubierto al dictador tendido sobre el suelo de su habitación, su hombre más fiel entre los fieles, Lavrenti Beria, fue el primero en asistirle, pero lo hizo al parecer con cierta parsimonia. Se dice que no convocó a los doctores hasta pasadas 24 horas del ataque. Demora tan prolongada, sostienen los defensores de la teoría de la conspiración solo pudo ser un acto deliberado para precipitar una muerte que se sabía segura, o una decisión basada en la certeza de que esta sería inmediata y no corría prisa contar con médico alguno para certificarla. Pasado ese tiempo, la Academia de Ciencias Médicas se reunió con carácter extraordinario para intentar salvar al hombre más poderoso de Rusia. El propio ministro de Salud de la URSS , Tretiakov, dirigió el consejo médico para debatir un posible tratamiento. La agonía de Stalin se alargó varios días más sin que ninguno de los cirujanos se decidiera por una intervención o algún tratamiento específico. Según el testimonio de su hija Svetlana Alliluyeva , en ocasiones el dictador abría los ojos y miraba furibundamente a quienes lo rodeaban, entre los que estaba Beria –jefe de la policía y el servicio secreto (NKVD) –, quien le cogía de la mano y le suplicaba que se recuperase. “Era aquella una mirada horrible, una mirada de locura, de cólera tal vez, y de pavor ante la muerte y ante los desconocidos rostros de los médicos que se inclinaban burlonamente sobre él. Aquella mirada se posó en todos durante una fracción de segundo. Y entonces alzó de pronto la mano izquierda ( la que conservaba el movimiento ) y pareció como si señalara con ella vagamente hacia arriba o como si nos amenazara con matarlos a todos si pudiera en ese instante. El gesto resultaba incomprensible, pero había en él algo amenazador, y no se sabía a quién ni a qué se refería...”, describió su propia hija. La cada vez más angustiosa respiración de Stalin marcó los últimos días del dictador, mientras su rostro se ennegrecía a causa de la mala circulación. El día 4 de marzo pareció por un momento que estaba recuperándose y una enfermera comenzó a darle de beber leche con una cuchara. En ese instante, sufrió un nuevo ataque y entró en coma. Los médicos que atendían a Stalin le practicaron reanimación cardiopulmonar en las diversas ocasiones en que se le detuvo el corazón, hasta que finalmente a las 22:10 del día 5 de marzo no consiguieron reanimarlo. Los sanitarios siguieron esforzándose hasta que su sucesor, Jrushchov, dijo: “Basta, por favor... ¿No ven que está muerto?”. 90 minutos antes de su último aliento, a las 20:40, representantes del Comité Central del PCUS , el Gobierno y la presidencia del parlamento habían celebrado una reunión conjunta para decidir la sucesión del dirigente comunista. Había demasiada prisa por enterrarlo y cerrar su sucesión, incluso para esperar a que estuviera definitivamente muerto. El primero en propagar la teoría del envenenamiento fue su alcoholizado hijo Vasily, que, desde el principio, denunció las negligencias médicas que rodearon la muerte de su padre. Sin embargo, el máximo sospechoso, más allá de los médicos a los que el propio Stalin acusó de conspiradores, siempre ha sido Beria. Según las memorias de Nikita Jrushchov , que se alzó como el líder principal del país e inició un proceso de desestalinización, Beria llegó a confesar ante el Politburó : “Yo lo maté, lo maté y os salvé a todos”. Ciertamente, si alguien podía frenar los planes de purga del dictador ese era el siniestro jefe de la policía y el NKVD. Si la teoría de la conspiración exige enemigos, a Stalin le sobraban. Sin embargo, los capaces de atentar contra él, de envenenarlo o de inducir a alguien a hacerlo se reducían a su corte, al cuarteto que compartió su última cena en Kúnstevo. ¿Tenían aquellos hombres motivos para asesinarlo? Obviamente. Desde finales de 1952, Stalin representaba una amenaza para su supervivencia política, desde que anunció una remodelación profunda de los órganos de poder para incorporar savia nueva a la dirección del país. Así, para los que afirman que hubo conspiración, Lavrenti Beria sería el mejor candidato para urdirla. Reunía las condiciones idóneas. Era despiadado, sanguinario, ambicioso y, más importante aún, como antiguo jefe de los servicios secretos, tenía acceso a medios y personal para ejecutarla. Otros indicios refuerzan su candidatura. Parece que Beria estuvo detrás de la sustitución de los hombres clave en el sistema de seguridad personal de Stalin meses antes de su muerte. El objetivo bien podría ser desproteger a su futura víctima o colocar cerca de ella al envenenador. Por otro lado, el comportamiento de Beria durante la agonía de Stalin fue propio de alguien deseoso de su muerte. Svetlana apunta en sus memorias que en aquellos días “se conducía de manera casi indecorosa”. Hay testimonios que lo recuerdan maldiciendo a Stalin en su lecho de muerte, pero tan pronto como el moribundo mostraba algún atisbo de conciencia, Beria se arrodillaba servil y le besaba la mano. Años más tarde, Viacheslav Mólotov, otro estrecho colaborador de Stalin, diría que Beria se jactó de haberlo matado. Sin embargo, cuando fue detenido luego de perder el pulso por el poder con Jruschov, fue acusado de los todos crímenes imaginables, excepto de asesinar a Stalin, y ejecutado sumariamente. Para los partidarios de la tesis de la conjura, ese dato solo prueba el miedo de los rivales de Beria a revelar la existencia de la conspiración y evitar que se los pudiera relacionar con ella. En el 2003, los historiadores Jonathan Brent y Vladimir Naumov avivaron el debate sugiriendo que Beria, con la complicidad de Jruschov, envenenó a Stalin con warfarina, un anticoagulante letal en grandes dosis, usado también como raticida. Argumentaron que, al ser un fármaco incoloro e insípido, pudo pasar desapercibido disuelto en las bebidas de la última velada en Kúntsevo. Brent y Naumov llegaron a la conclusión del envenenamiento siguiendo la pista de los vómitos de sangre registrados en el informe elaborado por los médicos que atendieron a Stalin. Los vómitos implicaban una hemorragia gastrointestinal, y esta solo podía ser consecuencia de la intoxicación por warfarina. Ambos autores creían haber encontrado la prueba concluyente que certificaba la teoría de la conspiración. A partir del 2011, cuando se hizo pública la autopsia del genocida, diversos médicos, a través de la palestra de las revistas académicas, se sumaron al debate y concedieron con la hipótesis de Brent y Naumov al considerar la intoxicación por anticoagulantes la causa más probable de las hemorragias gastrointestinales detalladas en la autopsia. En el 2021, cuando el caso parecía zanjado, The Times se hizo eco de la petición de Selim Bensaad, biznieto de Stalin, de exhumar sus restos para analizarlos y dilucidar si sus rivales políticos lo habían envenenado. No parece probable que las autoridades del país vayan ahora a perturbar el descanso del monstruo, por lo que la teoría del complot continuará.
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