SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 6 de mayo de 2022

SALADINO: El gran héroe del mundo islámico

La importancia de Saladino en la historia fue la de ser el único líder musulmán medieval respetado no solo entre sus seguidores, sino también por sus enemigos cristianos. La imagen de hombre cruel, despiadado y fanático con la que se le ha querido caracterizar en ocasiones está muy lejos de las descripciones que dejaron los cronistas de la época. Su comportamiento político basado en la prudencia, la sabiduría y la caballerosidad es, quizás, una de las armas que mejor supo manejar este monarca. Todo ello hizo que los historiadores le convirtieran en una suerte de héroe medieval. Al-Nāsir Salah ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido como Saladino, cuyo significado es “la honradez de la fe”, nació hacia 1138 en Tikrit (actual Irak) y creció en la corte del gobernador turco de Siria del Norte. Se convirtió en el primer sultán de la dinastía ayubí que gobernó Egipto y Siria, conquistó Jerusalén como gran defensor del islam y logró unificar política y religiosamente el Oriente Próximo tras combatir con los cruzados cristianos. Es conocido, sobre todo, por haber vencido en la batalla de Hattin y su participación en la Tercera Cruzada liderada por Ricardo “Corazón de León”. Para el mundo islámico, Saladino fue un gran héroe que consiguió unificar el islam cuando parecía prácticamente imposible. Se erigió así como paladín de la ortodoxia musulmana contra los ‘invasores’ cristianos. Su gloriosa carrera militar y el apoyo de su familia le permitieron escalar rápidamente los peldaños de la política para ser nombrado visir de Egipto en 1169. Con solo 31 años comenzó la unificación de Siria y Egipto, hasta entonces fragmentados y ocupados por los cruzados. Según explica Robert Payne en The Holy Sword, su objetivo supremo era acabar con los ‘francos’ - como denominaban a los cruzados - “quienes faltaban con el mayor desparpajo a los juramentos y cuya presencia en Tierra Santa se le antojaba insultante”. De esta forma, el califa prolongó su propia yihad, “hasta convertir todas las iglesias en mezquitas”. Saladino le dio un nuevo significado al conflicto contra los cruzados: ya no era una simple conquista de territorios, sino una auténtica guerra religiosa. El sultán nunca pensó en otra cosa que no fuera la yihad definitiva contra los cristianos. Sin embargo, para llevar a cabo esta empresa necesitaba librarse de los rivales que le disputaban el control de las tierras del califato. Tras conseguir la bendición del Califa, Saladino recurrió con eficacia a la propaganda para atraer más seguidores a su causa y reunir un gran ejército. La meta que se marcó era tomar la ciudad santa de Jerusalén, que se encontraba en manos los cruzados luego de haberla tomado a sangre y fuego en 1099, pasando a cuchillo a toda su población musulmana. En la primavera de 1187 Saladino inició la invasión contra las posesiones cristianas a la cabeza de un enorme ejército. La batalla más destacada de esta campaña fue la de los Cuernos de Hattin, acaecida el 4 de julio de 1187. En ella venció al ejército cruzado de Guido de Lusignan (rey de Jerusalén) y Reinaldo de Châtillon. Fue una matanza colosal en la que Guido cayó prisionero y Reinaldo fue ejecutado. Payne afirma que la victoria de Saladino fue completa: “los cruzados nunca se recobraron totalmente de ese descalabro”. La toma de Jerusalén pareció dar la razón a quienes veían en él el líder que el islam necesitaba. A pesar de ser parte del mundo islámico, los cristianos lo admiraron por su carácter noble y caballeroso. Cuando Saladino entró Jerusalén garantizó a los derrotados que podían marcharse sin peligro. Fue un gesto muy noble con los enemigos, a diferencia de lo que ellos hicieron cuando la tomaron. Sin embargo, las guerras no habían terminado, ya que los ‘francos’ si bien habían perdido la mayor parte de sus ciudades y fortalezas en Siria y Palestina, todavía tenían presencia en la región. La conmoción y la indignación por la pérdida de Jerusalén fueron determinantes para que el Papa Urbano III convocara de nuevo a cientos de caballeros para recuperar el Santo Sepulcro. Así, los cristianos lanzaron una tercera cruzada para recuperar Tierra Santa. Entre los reyes que participaron destacaron Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el francés Felipe III y el inglés Ricardo I. Estos construyeron un poderoso ejército que desembarcó en Acre y sitió la ciudad, donde ejecutaron a más de 3.000 musulmanes que residían allí. La llegada del monarca inglés activó muchos otros enfrentamientos entre musulmanes y ‘francos’, que incluso se encaminaron a sitiar Jerusalén, aunque acabaron por desistir de su objetivo. La batalla de Jaffa en 1192, con derrota de las tropas de Saladino, fue el último enfrentamiento de la Tercera Cruzada, que culminó con una tregua entre Ricardo y Saladino pactada mediante intermediarios, ya que en contra de historias apócrifas que circularon, ambos nunca llegaron a verse y menos combatir en persona. Una tregua que incluía la permanencia ‘franca’ en varios emplazamientos de la costa mediterránea y el dominio musulmán en Jerusalén, que permitiría en adelante a los cristianos desarmados visitar la ciudad. Lo curioso de esta contienda es la relación que mantuvo Ricardo con Saladino, quienes, a pesar de luchar uno contra otro, se tuvieron profundo respeto. Destaca un episodio en el que se muestra la amabilidad y el trato caballeresco del sultán hacia su rival: el musulmán hizo transportar nieve de las montañas que rodeaban Damasco para refrigerar la tienda del inglés, enfermo de fiebres. Payne asegura que los ‘francos’ que lo conocieron daban fe de “sus ademanes nobles y altivos y de su porte, digno de un emperador y que en nada afectaban a su espontánea cordialidad ni a su simpatía”. Como podéis imaginar, la figura de Saladino transgredió en el tiempo y espacio, llegando a ser considerado como uno de los personajes más importantes de la Edad Media, tanto en Occidente como en Oriente. Murió en Damasco el 4 de marzo de 1193 a la edad de 55 años, víctima de una enfermedad, pero su figura ha crecido desde entonces. A menudo, gracias a leyendas falsas. El famoso sarraceno, descendiente de una noble familia francesa, raptado y criado en Oriente. También ingresando en una orden de caballería. Hasta convertido al cristianismo. O con una agitada vida romántica por Europa, que incluye incluso a una Leonor de Aquitania harta del aburrido Luis VII. La febril imaginación de poetas y escritores ha alimentado durante ocho siglos la figura del personaje medieval, de tal manera que incluso su nombre aparece en obras como La Divina Comedia, de Dante Alighieri, El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, o más cercana en el tiempo, El talismán, de Walter Scott. Aunque a veces través de la ficción, el alcance de la huella de Saladino en Europa es inmenso. Como es obvio, en las últimas décadas relevantes líderes árabes han intentado sacar partido de su ascendente para impulsar sus proyectos políticos, presentándose como el nuevo Saladino que liberaría a Jerusalén que ahora se encuentra en las garras de los sionistas. Un ejemplo de ello fue el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, que impulsó la creación de la breve República Árabe Unida en la que ingresaron en 1958 Egipto y Siria (territorios históricos de Saladino), o el líder iraquí Saddam Husseín, que a menudo hizo un uso propagandístico de la figura del sultán y sus gestas amparado en que él también nació en Tikrit. Saladino siempre fue una figura apreciada por ser el hombre que unió a los pueblos de la región alrededor de una causa común, por crear una coalición prácticamente de la nada y llevarla a la victoria. Reconocimiento profesado incluso entre los chiitas, que le pueden recriminar haber acabado con su califato en Egipto. Pero en el ámbito occidental no son menores los valores que se le atribuyen, como la fe, la generosidad, la misericordia y la justicia, según cuenta Jonathan Phillips en su libro The Life and legend of Sultan Saladin: “Me atrevería a decir que es imposible pensar en otra figura histórica que, tras haber causado una herida tan profunda a un pueblo y a una fe, haya terminado siendo objeto de semejante admiración”.
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