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viernes, 25 de abril de 2025

BASÍLICA DE SAN PEDRO: Una iglesia monumental única en su concepción

Ubicada en la Ciudad del Vaticano, en Roma, su origen se remonta a su construcción en el siglo IV por el emperador Constantino, en el lugar en el que se encontraba el sepulcro del apóstol Pedro. Esta primera iglesia obedecía a un planteamiento revolucionario, ya que supuso la adopción para los templos cristianos de un tipo de edificio, la basílica, que en el mundo romano se usaba para la actividad política y se localizaba en el foro. San Pedro surgió así como un espacio de grandes dimensiones, dividido en tres naves porticadas, en cuyo extremo se colocó un altar. Frente a los espacios bajos y recogidos de la arquitectura abovedada del Imperio romano, la basílica constantiniana destacaba por su elevación. El techo era de madera y sus grandes columnas, reutilizadas de otros edificios romanos y por ello de formas muy variadas, alcanzaban los nueve metros de altura. Dos de ellas, de mármol negro africano, se conservan todavía hoy, situadas a ambos lados de la puerta central de la basílica renacentista. Su suntuosa decoración interior presentaba policromías y mosaicos habituales en la arquitectura paleocristiana. Con el paso de los siglos, la basílica romana sufrió un inevitable deterioro que se agravó durante el siglo XIV cuando los papas trasladaron su sede a la ciudad francesa de Aviñón. Fazio Degli Uberti, poeta florentino de la época, escribió sobre Roma que “parecía una anciana, y tristes eran sus ropas […] su vestido viejo y ajado”. San Pedro simbolizaba como ningún otro edificio la decadencia de la capital de la Cristiandad. Sus frescos estaban cubiertos de polvo y algunos muros amenazaban con derrumbarse. Por otra parte, a lo largo de los siglos se habían llevado a cabo numerosas modificaciones y añadidos en la basílica, que alteraron su concepción original. Según el testimonio de un peregrino inglés que estuvo allí hacia el año 1344, “si uno pierde a su acompañante en esta iglesia, es posible que tenga que buscarlo durante todo el día, tal es su tamaño y tan numerosa la muchedumbre que corre de un lugar a otro, prodigando en las capillas besos y plegarias”. Un siglo más tarde, San Pedro era todavía una enorme basílica medieval, cargada de simbolismo, pero en estado de ruina. Se encontraba rodeada por una amalgama de edificios con diferentes fachadas y estructuras. Y el espacio que precedía al conjunto era, literalmente, un descampado. En el siglo XV, con la llegada del Renacimiento, se realizaron diversos estudios sobre el estado en que se encontraba el principal templo de la Cristiandad. Así lo hizo el arquitecto florentino y funcionario papal León Battista Alberti, en diversos análisis recogidos en su tratado De re Aedificatoria (1450). En este documento, Alberti informaba sobre la proliferación de capillas, las modificaciones realizadas en las decoraciones de las puertas, las reparaciones de los tejados y los defectos de la estructura: “En la basílica de San Pedro he podido observar un elemento resuelto de forma burda; un muro extremadamente alto y largo que ha sido construido sobre una serie continua de aperturas, sin ningún arco para darle fuerza ni ningún contrafuerte que lo soporte. El muro ha sido perforado por demasiados huecos a lo largo de toda su extensión, y se ha construido en un lugar donde enfrentará toda la violencia del Aquilón [el viento del norte]. Como resultado, la continua fuerza del viento ya ha desplazado el muro en su vertical más de seis pies.No tengo ninguna duda de que, finalmente,alguna
pequeña presión o el más ligero movimiento hará que el muro se derrumbe”. Todo ello hacía urgente emprender una restauración a fondo de la basílica. El papado, que en 1420 había retornado a Roma de la mano de Martín V, propugnaba un renacimiento de la Iglesia Católica que pasaba por recuperar la gloria pasada de las iglesias y monumentos de Roma, entre ellos la basílica de San Pedro. En lugar de una restauración, se optó por construir una nueva basílica según las líneas del arte renacentista. Fue el papa Nicolás V quien en 1447 decidió que para simbolizar el regreso de la Iglesia al Vaticano se precisaba una construcción en la cual se reconociera una nueva etapa para la Iglesia Católica. Era necesario anunciar que la Iglesia volvía a la ciudad con su poder terrenal y espiritual. Era necesario refundar Roma. El proyecto de Donato Bramante para la basílica de San Pedro, aprobado por el papa Julio II en 1506, planteaba un diseño en forma de cruz griega, con todos los brazos de la misma longitud, en contraste con la cruz latina de la basílica constantiniana. El modelo de cruz griega nació en las iglesias ortodoxas del Imperio romano de Oriente, herederas a su vez de santuarios de origen persa. Adoptar esta tipología suponía romper con la tradición latina y el modelo de basílica romana. Bramante pretendía que San Pedro de Roma simbolizase la renovación de la Cristiandad, por lo que debía diferenciarse de cualquier otra iglesia católica, pero otros lo vieron como una traición a los antepasados. En las décadas siguientes se mantendría la vacilación entre ambos modelos. Rafael Sanzio abogó por la planta de cruz latina, mientras que Antonio da Sangallo, Baldassare Peruzzi y Miguel Ángel retornaron a la forma de cruz griega de Bramante. Finalmente, Carlo Maderno instauró el modelo latino definitivo, aunque conservando el diseño del crucero propuesto por Bramante como espacio central. Finalmente Miguel Ángel fue nombrado arquitecto pontificio en 1546, cuando tenía 72 años. En la correspondencia con Vasari, su primer biógrafo, Miguel Ángel escribió: “Creo que Dios me ha confiado esta obra”. Enseguida elaboró un nuevo proyecto para San Pedro que, en respuesta a los defectos del de Sangallo, proponía eliminar los campanarios y todo exceso ornamental para engrandecer la cúpula central y conseguir así una mejor iluminación en el interior. Además, sus naves eran más pequeñas, lo que debía abaratar la construcción. Miguel Ángel siguió muy de cerca el avance de las obras. “Si se pudiera morir de vergüenza y sufrimiento, yo ya no estaría vivo”, dijo tras la demolición del techo de una capilla mal diseñada. Al ser nombrado arquitecto pontificio en 1546, Miguel Ángel recuperó el modelo de planta central propuesto por Bramante, pero aumentando la luminosidad mediante una cúpula mayor que debía reposar sobre un tambor aún más elevado. La influencia de Brunelleschi es patente en el diseño de esta nueva cúpula. El arquitecto escribió a Florencia en 1547 solicitando detalles técnicos de la cúpula de Santa Maria dei Fiori, cuyo diseño de doble cascarón estaba a su vez inspirado en el Panteón de Roma. Se buscaba crear así un efecto que engrandeciera la luz natural, mostrando al visitante una piel interior de gran ligereza sostenida gracias a la estructura exterior más pesada. La piel interior, construida desde dentro, es totalmente hemisférica, mientras que la exterior tiene una forma ovoide más resistente. Miguel Ángel no llegó a ver terminada la cúpula, y ni siquiera comenzó su construcción. Su diseño fue heredado por Giacomo della Porta, quien se encargó de adaptar el proyecto y de dirigir las obras, que finalizaron en 1590. La forma definitiva de la basílica de San Pedro quedó fijada por el arquitecto Carlo Maderno en 1607.Su objetivo era dar
coherencia a una iglesia que, tras más de un siglo de obras, aún no se había terminado y en la que se combinaban secciones nuevas con otras de más de un milenio de antigüedad. Maderno, sobrino de Domenico da Fontana, extendió las tres naves de acceso a la basílica para otorgarle una estructura definitiva de cruz latina. Esta prolongación provoca un interesante efecto espacial, pues al entrar en el templo el visitante no puede evitar dirigir la vista hacia la cúpula mientras avanza en línea recta. Heinrich Wölfflin, historiador del siglo XIX, llamaba a este efecto “espacio dirigido hacia el infinito”. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que San Pedro es una iglesia monumental única en su concepción, pensada para el peregrinaje y los actos multitudinarios y no para las ceremonias de culto convencionales. El proyecto de Maderno incluía la actual fachada de la basílica, que fue terminada en 1615. Su diseño difería notablemente de las propuestas anteriores y desde el primer momento fue objeto de críticas por su estilo demasiado recargado y por el hecho de que el ático ocultaba a la vista parte de la cúpula mayor. Según el especialista James Lees-Milne, “hasta el más imparcial de los críticos admite que [la fachada] fue un error y algunos son de la opinión de que es ni más ni menos un desastre”. Maderno también proyectó dos brazos laterales terminados en campanarios, que nunca se construyeron. La decoración interior de San Pedro se emprendió bien entrado el siglo XVII y refleja el estilo barroco del momento. Su principal artífice fue el genial escultor Gian Lorenzo Bernini, que gozó del patrocinio del papa Urbano VIII. La primera gran aportación de Bernini fue el baldaquino que se levanta sobre el altar mayor, erigido entre 1626 y 1633. Su altura de 28,5 metros, sus cuatro columnas salomónicas y sus decoraciones generan un efecto tensionante que llena de fuerza el espacio central de la basílica. La propuesta del baldaquino inspiró la remodelación y decoración tanto de los pilares centrales como de las columnas de la nave principal, marcando el estilo que se terminaría extendiendo por todo el edificio. Cada rincón del espacio interior contiene decoraciones referidas a santos y pontífices, a menudo enmarcados por motivos vegetales. En las pilastras de la nave central hay medallones con retratos de los primeros papas, sostenidos por ángeles. Bernini también se encargó en persona de esculpir la estatua de san Longinos como parte del crucero central, dedicada al centurión romano que atravesó el costado de Cristo con su lanza. En 1655, el papa Alejandro VII encargó a Bernini el proyecto de dos columnatas que encerraran la plaza de San Pedro, delimitando el espacio que precedía a la basílica. Bernini diseñó dos grandes brazos de sobrias columnas dóricas, los cuales forman una elipse con el obelisco en su centro. Del final de estas columnatas nacen dos brazos rectos que componen un trapecio con la fachada de la basílica, creando un segundo espacio de recepción. Este diseño provoca un efecto óptico que parece acercar la fachada de San Pedro a la plaza elíptica, corrigiendo en parte la horizontalidad del diseño de Maderno. Bernini planteó una tercera columnata que enmarcaba el acceso a la basílica desde el puente de Sant’Angelo, lo que suponía derribar parte de las viviendas del barrio frente al Vaticano, el Borgo. Pero ni su proyecto ni otros parecidos planteados posteriormente llegaron a realizarse. Al final fue el Duce Benito Mussolini quien, en 1937, abrió una calle monumental conocida como Via della Conciliazione, terminada en 1950. La imponente basílica ha seguido transformándose desde entonces, a través de sus representaciones en los grandes medios, el cine y la televisión. Sigue siendo un símbolo vivo, siempre adaptado al signo de los nuevos tiempos.
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