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viernes, 3 de noviembre de 2023

CIUDADES PERDIDAS: Aketatón

Cuando, descendiendo por el Nilo, desembarcamos en Amarna (originalmente llamado Aketatón), la que fuera capital de Egipto durante el breve reinado de Akhenatón y Nefertiti, nos encontramos en una planicie desértica con algunas ruinas diseminadas. Sólo las dos columnas reconstruidas del Pequeño Templo de Atón dan fe de su antigua grandeza, hoy desaparecida. La ciudad fue abandonada luego de la muerte de su fundador, Akhenatón, y los siguientes faraones decidieron borrar su memoria destruyéndola sistemáticamente, arrancando sus piedras para reutilizarlas en sus propias construcciones; pero, por fortuna para los arqueólogos, no se alzó nunca otra ciudad encima de su suelo. Por esto, las arenas del desierto fueron enterrando y conservando los cimientos de sus edificios y los restos abandonados por sus habitantes, con lo que hoy es el enclave arqueológico que más datos aporta sobre la vida de los antiguos egipcios. Una de las cosas que más información ha proporcionado sobre la vida en la ciudad desaparecida son los montones de basura de aquella época, entre los que se han descubierto plumas y huesos de aves, restos de cabras y de ovejas, espinas de pescado, semillas de cebada, guisantes, lentejas, pepinos, cebollas, ajos, granadas, uvas, higos, aceitunas, dátiles... De todo ello podemos deducir que su dieta era sana y equilibrada. Cuando, en el quinto año del reinado de Akhenatón, la corte se trasladó a la nueva capital, los primeros en instalarse fueron los nuevos funcionarios que siguieron al faraón. Cada uno eligió el sitio y el tamaño de su casa, situada en una gran parcela con todas las comodidades. En el exterior había graneros y almacenes donde se guardaban los alimentos y los artículos que se intercambiaban por bienes necesarios para la familia, las cuadras para los caballos, un pequeño recinto para los carros y talleres de tejido y cerámica para uso diario. No faltaban una huerta y un pozo, ni los establos para los animales domésticos. Había igualmente lugares especiales donde se elaboraban los alimentos: uno para moler el grano, ya que esta faena levantaba mucho polvo, otro destinado a la fabricación de cerveza, además de la cocina propiamente dicha, al sur de la casa para que el viento del norte, el que más sopla en Aketatón, se llevara los humos y malos olores fuera del recinto. También se construía una pequeña capilla con estatuas o relieves de los reyes, a quienes como intermediarios entre hombres y dioses se les pedía que dirigieran sus súplicas y peticiones a Atón, el disco solar que reemplazo a los dioses anteriores, que fueron proscritos y sus sacerdotes ejecutados. Las viviendas estaban formadas por un salón central alrededor del cual se distribuían las demás estancias. Ese salón constaba de tres elementos que se repiten en todas las casas: un banco bajo con almohadones para sentarse encima con las piernas cruzadas, un brasero para calentar las frías noches del desierto y una losa de abluciones con un cántaro de agua para lavarse las manos y los pies o, simplemente, refrescarse. Una de las casas más lujosas de la capital era la del visir Nakht. Además de un salón profusamente decorado, disponía de otra pequeña sala que serviría de comedor, así como dos estancias más de recepción: dos galerías con grandes ventanales que se abrían al jardín, una al norte para el viento fresco del verano y otra al oeste para recibir los últimos rayos de sol en el invierno. Las casas grandes y medianas poseían un cuarto de aseo que constaba de un excusado con un asiento de piedra, el cual contenía un recipiente de barro y una tapa de madera, y la ducha, que era una losa de piedra con un canalillo que llevaría el agua a un agujero con una vasija para recogerla. Los tocadores de las damas nos han dejado muestras de la delicadeza de los artesanos al fabricar pequeños frascos de vidrio o alabastro para perfumes, cajitas para guardar los cosméticos, peines, espejos... Alrededor de estas grandes casas se fueron levantando otras más pequeñas de gentes que acompañarían a estas familias nobles y trabajarían para ellas. En Aketatón no había un barrio de ricos y otro de pobres, sino que cualquiera podía elegir el lugar de su vivienda. Así, la ciudad se fue llenando de habitantes llegados de otros pueblos y ciudades de Egipto; venían en grupos de un mismo lugar y formaban un pequeño barrio para vivir juntos y no sentirse solos en una ciudad extraña. A veces, varias viviendas tenían salida al mismo patio, lo que suponía que entre los vecinos debía haber una relación amistosa. También llegaban familias de artesanos que habían trabajado juntos y decidían probar fortuna en la nueva capital. En el barrio norte encontramos una serie de pequeñas casitas pobres en las que se fabricaba conjuntamente cerámica vidriada. Algún vecino trabajaría en un taller estatal y conseguiría, como parte de su sueldo, los materiales necesarios para montar un pequeño negocio. En las excavaciones de 1931 se recogieron infinidad de cuentas de collares con formas de flores, de frutos o simplemente redondas; además de las cuentas, también se hallaron los moldes para fabricarlas. De esta manera, en esta zona se fabricaría una bisutería muy de moda en Aketatón; buena prueba de ello es que Nefertiti, en el famoso busto de Berlín, luce un collar de varias hileras de cuentas de cerámica, a modo de pectoral que la cubre casi hasta el pecho. Esta actividad sugiere que en Aketatón se desarrolló una incipiente economía privada basada en el pluriempleo, gracias a la libertad de que gozaron sus habitantes y su afán por aumentar su nivel de vida. Por cierto, Aketatón no gozó de una urbanización inicial. La única calle planificada fue la Calzada Real, que salía del extremo norte, donde residían Akhenatón y Nefertiti, y cruzaba toda la Ciudad Central. En ella se situaron los edificios oficiales, como los dos templos dedicados a Atón, grandes espacios que estaban abiertos al público, a diferencia de los templos de los anteriores dioses, donde su ingreso estaba prohibido. Egipcios y extranjeros debían de asombrarse por la belleza de sus palacios cuando eran invitados a las recepciones reales, porque Aketatón fue una ciudad muy cosmopolita, capaz de atraer tanto a comerciantes de todas partes del mundo conocido. Así, en el constante trasiego de gentes que transitaban por la Calzada Real se veían indumentarias diferentes y se oían idiomas distintos. En alguna ocasión, los maravillados paseantes podían incluso contemplar a los reyes desplazándose en sus carros para atender los ritos religiosos en los dos grandes templos de la ciudad o las ceremonias oficiales en el Palacio Central. Por ejemplo, en la tumba del alto dignatario Meryre, una hermosa escena nos da idea de la magnitud de una procesión en la Calzada Real. El rey, sin cochero, sujeta un brioso corcel, mientras detrás va Nefertiti, única reina de Egipto a la que vemos conduciendo su propio carro. Observamos también a las princesas saliendo de palacio, donde dos porteros hablan, acompañadas por portadores de abanicos y damas, a la vez que los soldados corren delante del carro y a los lados de la calzada, y el visir precede a los reyes. Pero no todo era bello y saludable en la ciudad de Akhenatón. La intransigencia religiosa del rey a partir del año 9 de su reinado debió de desilusionar a muchos nobles, que comenzaron a conspirar. Aketatón existió muy poco tiempo como ciudad: doce años durante el reinado de Akhenatón y se supone que unos tres años durante el de su hijo Tutankhatón. Pero cuando los rencorosos sacerdotes de Amón se hicieron con el poder - quizás mediante un golpe de Estado - obligaron al pequeño faraón a trasladarse a Tebas, rebautizándolo como Tutankhamon, dando inicio además a la destrucción de la odiada capital fundada por su padre, cuya memoria fue maldecida y estatuas y monumentos destruidos, para ‘borrarlo’ de la historia. Sin embargo, el gobierno del faraón hereje fue un período de una gran actividad intelectual, de notables innovaciones y de extraordinaria libertad, como se manifiesta en las distintas formas de arte, que se salvaron de su destrucción al ser reutilizadas como cimientos de construcciones posteriores. La cosmopolita, dinámica y creativa Aketatón representó, sin duda, un momento único de la historia del antiguo Egipto
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