SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 1 de julio de 2022

PHARAON DES DEUX TERRES: La epopeya africana de los reyes de Nubia en el Louvre

Con el título de Pharaon des dex Terres (Faraón de las dos Tierras) el Museo de Louvre continua presentando hasta el 25 de julio una interesante exposición acerca de una época muy poco conocida del Antiguo Egipto, como es la historia de la remota región egipcia de Nubia, donde en el siglo 8 a. C., surgió un nuevo reino organizado en torno a su capital: Napata. Hacia el 730 a. C. el soberano Pianjy, aprovechando la debilidad por la que por entonces pasaba Egipto, decidió conquistarla - unificando “las dos tierras”, Egipto y su reino del sur, impregnado a este del arte, la ideología y la religión faraónicos - fundando la dinastía de los faraones kushitas. A pesar de proceder de un ambiente étnico diferente, los nubios no se consideraban invasores, sino “unificadores” de un gran Egipto: el Alto y Bajo Egipto de un lado y Kush de otro. Para indicarlo, añadieron otra cobra al uraeus (la cobra de la corona). Los reyes nubios se consideraron representantes genuinos de las tradiciones, y se dedicaron a la construcción con cierto carácter arcaico, respetando escrupulosamente los hábitos y las instituciones; se afirmaron como plenamente “egipcios”, guardando al mismo tiempo su apariencia de negros africanos en los retratos. Ejercieron su control sobre los sacerdotes locales obligándoles a admitir nubios entre sus filas: En Tebas, la divina adoratriz tuvo que adoptar para sucederle una hija de Kashta, Aménardis, y los príncipes kushitas se integraron en el clero de Amón junto a las grandes familias tebanas. El considerado primer faraón de esta dinastía, Sabacon o Shabaka, reinó desde Menfis. El poder kushita, deseoso de integrarse en la tradición institucional faraónica y de mezclarse con las élites egipcias, reanudó para ello una activa política en favor de los templos. Sin embargo, no obstante sus esfuerzos de asimilación y debido a que eran negros, los egipcios siempre los vieron como extranjeros y con gran desconfianza. Sus sucesores reinaron durante más de cincuenta años sobre un territorio que abarcaba desde el delta del Nilo hasta la confluencia del Nilo Blanco con el Nilo Azul. La exposición pone de relieve el importante papel que desempeño este vasto y casi desconocido reino, ubicado en lo que hoy es el norte de Sudán. En un recorrido cronológico, la muestra expone monumentales estatuas de granito que representan al dios Amón con la forma de un carnero protegiendo a Amenofis III, esfinges y diosas, abundantes jeroglíficos y escrituras en muros, como también amuletos y objetos de bronce que provienen de la colección del Louvre y de otros grandes museos del mundo. Muchos de los objetos expuestos proceden de excavaciones realizadas en los últimos años que ofrecen un contraste entre esta desconocida cultura y el oro y la opulencia asociada con los faraones. La exposición se centra especialmente en la figura del monarca más conocido de esta estirpe, Taharqo, que está citado en la Biblia, y termina con la derrota de esta dinastía contra los asirios. Uno de los aspectos originales de esta muestra, es la reconstrucción imaginaria de las estatuas que representan a los cinco faraones de esta dinastía, cuyos restos fueron descubiertos en una fosa en el 2003 y fueron recreados gracias a las hipótesis de los arqueólogos. Con Vincent Rondot, director del Departamento de Antigüedades Egipcias, Museo del Louvre, como comisario de la exposición y la ayuda de Nadia Licitra, Faïza Drici y Hélène Guichard, la muestra está vinculada a la misión arqueológica llevada a cabo por el Museo del Louvre en Sudán, donde ha pasado 10 años investigando el yacimiento de Muweis, y donde continuará haciendo lo mismo en el yacimiento de El-Hassa, 30 km más al norte y no lejos de las enigmáticas pirámides de Meroe.
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