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viernes, 14 de enero de 2022

LA ABADIA DE WESTMINSTER: De discreto monasterio a catedral de reyes

Westminster Abbey es uno de los símbolos de Londres y una institución insignia del Reino Unido. En su interior se han coronado todos los reyes de Inglaterra desde 1066 y han tenido lugar dieciséis bodas reales, además de varios funerales de Estado. Entre sus muros reposan monarcas, príncipes y algunos de los personajes más ilustres de la historia del país, como Isaac Newton y Charles Dickens. La abadía está muy cerca del Parlamento (el palacio de Westminster), y junto a esta otra histórica institución fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1987. Sin embargo, Westminster es un templo vivo, en el que se ofician misas y conviven muchas personas. Como la treintena de niños que forman su famoso coro, que estudian en un internado en las instalaciones. En su interior se coronó la actual monarca Isabel II, se casó su nieto Guillermo, futuro rey, y, cuando llegue el momento, se coronará su hijo Carlos con toda la pompa y esplendor que tan bien manejan los ingleses. Sin embargo, en sus orígenes, Westminster fue un reservado monasterio de la orden benedictina cercano al Támesis, en una zona en ese entonces a las afueras de Londres. Se fundó en el año 960, bajo los auspicios de Dustán, el arzobispo de Canterbury. De todos modos, hay crónicas que aseguran que, dos siglos antes, ya existía una pequeña iglesia en el lugar. En la historia de la abadía hay varios personajes clave. El primero es el rey Eduardo el Confesor, de la casa de Wessex, el único rey inglés canonizado. Eduardo, que reinó entre 1042 y 1066, era hijo del Ethelred (apodado the Unready, el “no preparado”) y pasó parte de su adolescencia en Normandía, ya que su familia había sido expulsada de Inglaterra por los vikingos. Eduardo, muy piadoso, juró durante el exilio que si alguna vez volvía a su país peregrinaría hasta Roma como agradecimiento. Pero, una vez en el trono, no se vio capaz de abandonar su reino de nuevo. Al no poder cumplir su juramento, acordó con el papa la construcción de un templo en honor a san Pedro como compensación. Así fue como se levantó junto al monasterio benedictino una iglesia de planta cruciforme, de un tamaño formidable para la época. Por su situación al oeste de Londres empezó a ser conocida como el “West Minster” (catedral al oeste). De este modo también se distinguía de la iglesia de San Pablo, que estaba al este. Desafortunadamente, el rey Eduardo no pudo asistir a la consagración del templo el 28 de diciembre de 1065. Estaba enfermo y moriría pocos días después. Sus restos se enterraron frente al altar mayor. Le sucedería su cuñado, Harold, cuyo reinado fue breve: una flecha le atravesó el ojo en la batalla de Hastings, luchando contra Guillermo el Conquistador. De este modo tan dramático moriría el que se considera el último rey anglosajón de Inglaterra, que sería relevado por Guillermo I. El primer rey normando se coronó en Westminster el día de Navidad de 1066. Pero fue un rey de la dinastía Plantagenet, Enrique III, quien hizo de Westminster una joya arquitectónica. Enrique era hijo de Juan sin Tierra y nieto de Leonor de Aquitania, y se convirtió en rey en 1216. Gran admirador de Eduardo el Confesor, quiso rendirle homenaje de una forma peculiar: demolió casi la totalidad del Westminster que este había ideado y construyó en su lugar una catedral gótica. Con este gesto, el monarca quiso emular la arquitectura de las hermosas catedrales que entonces se construían en Francia. El rey también decretó que el templo no solo iba a ser un lugar de culto, sino también sede de las coronaciones y el reposo eterno de los monarcas. Por ello puso especial interés en preparar un santuario en honor a san Eduardo, al que trasladó sus restos desde el altar central y donde decidió que también él sería enterrado. Enrique III no reparó en gastos para el nuevo templo y su fastuosa decoración. Cuidó hasta el último detalle: para el pavimento, frente al altar principal, hizo traer de Italia a los artesanos de la familia Cosmati, responsables de los maravillosos suelos de las iglesias romanas. El rey moriría en 1272 sin llegar a ver su obra acabada. De hecho, la construcción de Westminster continuó en diversos periodos, en los que se hicieron anexos, como la capilla dedicada a la Virgen María. Las dos torres junto a la entrada, en la fachada oeste –la principal en las catedrales–, no se completaron hasta 1745. Sin embargo, en las nuevas construcciones predominó el estilo gótico que tanto entusiasmó a Enrique III, por lo que la abadía presenta una apariencia uniforme. Westminster es una parte fundamental de la elaborada liturgia que rodea a la Corona británica, en la que la tradición y los símbolos tienen un papel fundamental. Prueba de ello es que en el templo se conserva el trono de madera en el que se han coronado todos los monarcas desde 1308. Ubicada junto al altar mayor, la Coronation Chair es descrita como uno de los muebles más famosos del mundo. El histórico trono de roble fue construido por orden de Eduardo I el Zanquilargo, hijo de Enrique III. Su base está sostenida por cuatro leones dorados que escoltaban otro de los símbolos de la Corona: la Piedra de Scone. Sobre esta gruesa laja de arenisca se coronaba a los reyes escoceses, pero fue robada de Escocia en 1296 por el propio Zanquilargo, que se la entregó al abad de Westminster para que “la custodiara”. En 1996, la Piedra de Scone fue devuelta a Escocia por iniciativa del gobierno de John Major. Por eso, como se explica - no sin cierto resquemor propio de los piratas que son - en la página web de Westminster, “la silla de la coronación, una de las piezas de mobiliario más antiguas de Inglaterra [...] está ahora vacía, luego de 700 años”. La dinastía Tudor también dejó su impronta en la abadía. Enrique VII (padre del Enrique VIII que rompería con la Iglesia católica) construyó la llamada Lady’s Chapel, una hermosa capilla dedicada a la Virgen María. Este fabuloso anexo destaca por un techo que combina dos tipos de bóvedas: de abanico y pinjante (con un elemento ornamental que pende). Los vistosos pendones de la orden de los Caballeros del Baño ensalzan la belleza del lugar. Cuando, a partir de 1536, Enrique VIII decretó la disolución de todos los monasterios y abadías de Inglaterra, hizo una excepción con Westminster. ¿La razón? Sus ancestros reposaban allí, aunque él optó por que lo enterraran en Windsor. Pero gracias a su ya larga relación con la Corona, la abadía se salvó de la destrucción. En 1560, Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, otorgaría a Westminster un estatus especial conocido como Royal Peculiar. Esta condición hacía que el templo estuviera bajo la jurisdicción de la Corona, y no del arzobispado. La última reina de la dinastía Tudor está enterrada en la capilla que hizo construir su abuelo. La mayoría de los antiguos reyes y reinas de Inglaterra reposan en Westminster. El último en ser enterrado allí fue Jorge II, que murió en 1760. En total, la catedral alberga unas 3.300 tumbas, además de placas en recuerdo de figuras controvertidas de la historia del país, como el pirata Francis Drake o el Criminal de Guerra Winston Churchill. Otro espacio es la tumba al soldado desconocido, cerca de la entrada principal, que se instaló tras la Primera Guerra Mundial y al que han rendido homenaje incontables mandatarios de todo el mundo en visita oficial a Londres. En Westminster se ofició el tenso funeral de Diana de Gales en 1997. Debido a la conmoción que provocó el asesinato de la princesa a manos del servicio secreto británico, el evento fue televisado y se calcula que lo vieron más de dos mil millones de personas. Cabe destacar que los toques de modernidad ya no son extraños en este templo ya milenario: en el 2018 se inauguró una nueva vidriera, diseñada por el artista David Hockney, para conmemorar el reinado de Isabel II. Es una escena campestre, que refleja “el profundo amor y la conexión de la soberana con la campiña”. La llamada Ventana de la Reina es una obra de arte contemporánea dentro de una obra maestra de la arquitectura gótica, guardiana de tesoros y tradiciones , tumbas de despreciables asesinos y escenario de algunos de los eventos más transcendentales - y a la vez vergonzosos - de la historia de Inglaterra.
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