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viernes, 21 de enero de 2022

EL MISTERIO DEL BARCO VIKINGO DE OSEBERG: Un entierro funerario que plantea incógnitas a los investigadores

El 8 de agosto de 1903, Gabriel Gustafson, profesor de la Universidad de Oslo, recibió la visita de Knut Rom, un granjero de la localidad de Oseberg, al este de Noruega, quien le explicó que había descubierto bajo un túmulo de su propiedad lo que parecían ser restos de un barco. Si bien inicialmente no dio crédito a sus palabras, el hecho de que Rom trajera como prueba un pedazo de madera tallada, que Gustafson reconoció inmediatamente que era de origen vikingo, hizo que el arqueólogo, responsable de la Colección Nacional de Antigüedades, se desplazara los dos días hasta el lugar del hallazgo, donde, en efecto, no tardó en identificar fragmentos de una nave vikinga. Gustafson estaba convencido de que tenía ante sí un barco funerario de la desaparecida cultura nórdica, pero tuvo que esperar unos meses para ratificarlo. La expectativa era máxima y es que existían precedentes. Ya a finales de los años sesenta se había desenterrado el Tune, primer navío vikingo en aflorar. Otra joya la eclipsó en 1880: bajo un túmulo se encontró un barco vikingo con una cámara funeraria, el Gokstad. Deseoso Gustafson de rescatarlo del lugar donde estaba enterrado, la excavación en Oseberg apenas duró tres meses. El túmulo (de unos 40 m de longitud, casi 7 de anchura y 2,5 de altura) resguardaba un barco profusamente decorado de 21,5 m de eslora por 6,5 de manga. La nave conservaba en gran medida su forma original, pero tanto el mástil como el contenido de la cubierta habían sido aplastados por el derrumbe de la loma en algún momento. El primer paso consistió en extraer e identificar todas las piezas de la cubierta. Tras el mástil se halló una cámara funeraria con los restos de dos mujeres, tendidas en sendas camas. La tumba había sido profanada, a juzgar por la ausencia de metales preciosos, aunque atesoraba una notable colección de objetos de madera, textiles y ofrendas. Se recuperaron cinco postes de madera con remates tallados de forma exquisita, así como cinco camas, cuatro trineos, dos tiendas, un carro y varias vestimentas, zapatos y peines. También utensilios de navegación, agricultura y cocina. Junto con todo ello se hallaron numerosos restos de animales sacrificados: quince caballos (todos ensillados), seis perros y dos vacas. Un generoso ajuar para el más allá que convierte el de Oseberg en el entierro vikingo más suntuoso descubierto hasta la fecha. Una vez empaquetados todos los objetos rumbo a Oslo, se procedió a desarmar la estructura del barco, construido en su mayor parte en roble. Se documentaron las cerca de dos mil piezas que lo conformaban, que se trasladaron a la capital noruega. El estudio de los anillos de crecimiento de las maderas indicaría que las de la nave databan del año 820 y que la cámara se había dispuesto en 834, fecha supuesta de la muerte de sus ocupantes. En ese entonces, la conocida como era vikinga llevaba poco más de cuarenta años de vida. Los historiadores marcan su inicio en 793, cuando una horda atacó el monasterio de Saint Cuthbert, en el noreste de Inglaterra. Aquel fue el primero de los asaltos documentados de un pueblo fiero y de expertos navegantes. Originarios de Escandinavia, los vikingos dominaron durante casi tres siglos una vasta área de la Europa del Norte, y crearon una red de poder que comprendía del Atlántico Norte al mar Caspio y del Círculo Ártico al Mediterráneo, llegando en una ocasión hasta las propias murallas de Constantinopla. Para los cristianos, la vikinga era una sociedad temible. Pero aquel pueblo, que carecía de un término equivalente a “religión”, poseía un amplio abanico de costumbres para relacionarse con sus dioses. A diferencia de la tradición cristiana, los vikingos no seguían códigos morales dictados por la ley divina. No adoraban a sus dioses, ni les obedecían ni buscaban su aprobación; convivían con ellos y, en ocasiones, debían aplacarlos. El enterramiento era una de las formas de crear vínculos con esos seres poderosos, aunque desconocemos qué concepción tenían del más allá. Lo que sí sabemos es que las distintas modalidades que adoptaban los enterramientos variaban en función del lugar que se ocupaba en la sociedad. La cremación y la inhumación eran las más habituales. En ambos casos, tanto las cenizas como el cuerpo eran colocados en tumbas que siempre se personalizaban. Estas sepulturas se ubicaban o bien en túmulos, o bien en hoyos, de tamaños muy diversos. Pero, sin duda, el entierro que más llama la atención es el de los barcos funerarios, naves de madera en las que se depositaba el cuerpo del ilustre fallecido junto a sus ofrendas y, posteriormente, se cubrían con tierra. El de Oseberg es el más completo de los tres recuperados. Como sabéis, el barco era el elemento más importante en la vida de un vikingo, pero ser enterrado en uno era un honor reservado solo a unos pocos. En ocasiones, se reaprovechaban embarcaciones auténticas como tumbas; otras veces se construían expresamente para este fin. Los expertos creen que la de Oseberg se enmarca en esta segunda opción, ya que no existen signos de uso en ninguno de sus remos, elaborados en madera de pino. Nada más desenterrarse, quedó claro que aquel navío era un langskip, un barco largo y veloz empleado por los vikingos para realizar ataques rápidos en viajes costeros, a diferencia del knörr, útil para la carga en travesías largas. Como el resto de las naves de su categoría, el Oseberg podría haber navegado a remo (tiene capacidad para treinta remeros) y a vela (su mástil rebasa los diez metros de altura). Su restauración y reconstrucción se prolongaron durante veintiún años. Tras la culminación de esta fase, en 1926, el barco fue trasladado con sumo cuidado sobre un ferrocarril, especialmente habilitado para ello, desde los talleres de la Universidad de Oslo hasta el museo creado ex profeso para su exposición (junto al Tune y el Gokstad), el Museo de Barcos Vikingos de la ciudad. Si bien los enterramientos vikingos tenían una gran importancia simbólica, no todos los vikingos recibían el mismo trato a la hora de morir. Pero el que se le otorgó a las dos mujeres enterradas en Oseberg genera múltiples incógnitas sobre su origen y rol social. El esqueleto mejor preservado corresponde a la más anciana de ellas, la que murió entre los setenta y los ochenta años. Se sabe que su compañera falleció ya cumplidos los cincuenta. La conexión entre ambas mujeres no está clara. Una de las diversas hipótesis que se barajan apunta a un tipo de parentesco entre ambas, algo que no se ha podido demostrar con análisis genéticos, debido a que los huesos de la dama más anciana están demasiado contaminados. Otra teoría señala que la mujer joven podría haber sido la esclava de la más longeva y que se sacrificó junto a esta. Una atractiva tesis incluso afirma que la mujer más vieja era la reina Asa, abuela de Harald I, primer rey de Noruega; hipótesis que tampoco ha sido probada. Una de las pocas certezas del enterramiento de Oseberg es su elevada condición. Los vikingos solían ubicar sus barcos funerarios cerca de antiguos núcleos de poder. Un claro indicativo de que al menos una de las dos destinatarias de la fabulosa tumba pertenecía a un rango elevado. Lo cierto es que a pesar de los 121 años de su descubrimiento, aún falta mucho para descifrar todos sus secretos.
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