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viernes, 17 de marzo de 2017

EGIPTO: El estigma de ser copto

Los coptos son alrededor de nueve millones en Egipto, un diez por ciento de la población, y ocupan todos los estratos de la sociedad civil. Coptas son algunas de las familias de mayor abolengo de Egipto, y también los más miserables de entre los miserables del país del Nilo. En efecto, en la macrourbe de 18 millones de El Cairo, coptos son los que desde hace un centenar de años, se encargan de la recogida de la basura a domicilio. Sus varones se encargan de la recogida de desperdicios, puerta a puerta, y las mujeres y los niños se ocupan de diferenciar en sus chabolas los plásticos y papeles del material orgánico, que servirá para alimentar a los cerdos que en Egipto se les permite criar solo a ellos. Debido a su religión, los cristianos egipcios han sufrido siempre una abierta discriminación por parte de la mayoría musulmana y las dictaduras laicas de Nasser, Sadat, Mubarak o la actual de Al Sisi no han sido una excepción. No ocupan los primeros puestos ni en la política, ni en la judicatura y menos aún en el ejército. Nadie como ellos representa la esencia del país (el nombre de ‘copto’ procede del término griego ‘egipcio’) pero el islam les ha condenado al vasallaje por su fidelidad a la fe cristiana. En su mayoría, los coptos son ortodoxos seguidores del monofisismo, una doctrina considerada herética tanto por la Iglesia católica como por la principal corriente ortodoxa. Los monofisitas creen en la existencia de una sola naturaleza en Cristo, la divina, que habría asumido hasta anularla la naturaleza humana. No obstante, mantienen una magnífica relación con la minoría católica, de rito oriental. Todo el universo copto -envuelto en una atmósfera de iconos, humo de velas y ceremonias en el idioma original - retrotrae al Egipto preislámico, una de las primeras comunidades cristianas del mundo y la más numerosa de Oriente Próximo, donde nació el profundo fenómeno de los eremitas del desierto en el siglo IV. Su vieja presencia en la llamada Casa de la Protección (dar al-sulh) debería garantizarles en teoría la tutela del islam a un alto precio (discriminación en la vida pública, obstáculos a la construcción o reforma de las iglesias), pero la realidad es muy distinta. La persecución de los coptos se ha agravado en los últimos años con la quema frecuente de iglesias y los ataques por parte de grupos islamistas violentos, que muchas veces quedan impunes. Sobre los coptos pesa ahora un nuevo estigma: el rumor popular de que contribuyeron al golpe del 2013 que puso fin al régimen de los Hermanos Musulmanes, un movimiento que hoy se considera salafista y proscrito pero que llegó al poder con un programa de islam moderado. Odiados por ello, han sido victimas últimamente de sangrientos atentados, como el ocurrido en diciembre del 2016 cuando un coche bomba estallo en la Catedral Copta de San Pedro y San Pablo en El Cairo matando a 28 de ellos y dejando heridos a otros 31, en un acto que se atribuyo ISIS. Este fue el inicio de una serie de ataques similares que los obligaron a huir, refugiándose con sus familias en el Sinai en un desesperado intento por salvar sus vidas, pero al ser este un territorio controlado por ISIS, quienes al calificarlos de ‘cruzados’ los han cazados sin piedad, siendo acribillados a balazos, decapitados o quemados vivos por aquellas bestias sionistas ante la indiferencia y el silencio cómplice del resto del mundo. “Las autoridades egipcias están en la obligación de brindar protección urgente a los cristianos coptos y proporcionar servicios esenciales y alojamiento a los cientos que se vieron obligados a huir de sus hogares, para no terminar siendo asesinados por ISIS” ha manifestado Amnistía Internacional. “Las autoridades tampoco han procesado a los responsables de ataques sectarios contra cristianos en otros lugares de Egipto, y en su lugar han recurrido a acuerdos de reconciliación promovidos por el Estado que, en ocasiones, han implicado el desalojo forzoso de familias cristianas de sus hogares. Las autoridades egipcias han eludido una y otra vez su deber de proteger a los residentes coptos ante esta aterradora oleada de ataques. No deben abandonarlos aún más. El gobierno tiene un deber claro de garantizar el acceso seguro a vivienda, alimentos, agua, servicios médicos y otros servicios esenciales a todas las personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares a causa de la violencia y la persecución. El gobierno debe además poner fin a la impunidad imperante por los ataques contra cristianos en otros puntos del país, y debe dejar de basarse en sus acostumbrados acuerdos de reconciliación, que alimentan aún más el círculo de violencia contra comunidades cristianas” puntualiza el comunicado. No cabe duda que se trata de un drama que no tiene cuando acabar.
actualidad cultural
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