SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 19 de diciembre de 2025
OSCUROS ORÍGENES DE UNA FESTIVIDAD: ¿Por qué pasaron más de 300 años para celebrar la primera Navidad?
Como sabéis, millones de cristianos celebran este 25 de diciembre la Navidad, pero lo cierto es que en la Biblia -y específicamente los Evangelios, que es donde se narran episodios de su vida - no hay mención a una fecha específica de su nacimiento. De hecho, las primeras comunidades cristianas ni siquiera celebraban el nacimiento de Jesús. Para rastrear las menciones a esta festividad hay que remontarse recién al siglo IV después de Cristo (del año 300 al 400). Los historiadores tienen información certera de que, por entonces, la época en la que el Imperio romano se estaba convirtiendo a la religión cristiana oficialmente, tanto aquellos que creían en Jesús como los paganos - quienes adoraban múltiples dioses - tenían celebraciones en un mismo día: el 25 de diciembre. En esa época los cristianos empiezan a discutir sobre el origen y la humanidad de Jesús, y entonces empieza a tener importancia no solo celebrar la muerte y la crucifixión, sino también el nacimiento. Ya desde el siglo anterior, el III, se estaban haciendo cálculos para determinar cuál habría sido la fecha del nacimiento de Jesús y se habían barajado distintas alternativas correspondientes a los meses de junio, julio y hasta noviembre, entre otros. Posteriormente se fijaron dos fechas que continúan hasta el día de hoy: el 25 de diciembre, la principal, y la que tiene la rama oriental de los ortodoxos que es el 6 de enero, fecha en la cual, por cierto, los católicos celebran la adoración de los Reyes Magos al Niño Jesús. Entonces comenzaron los señalamientos cruzados entre los cristianos, ya que cada parte defendía que su fecha era la correcta y que la otra rama se había inventado la suya. En el marco de esta disputa, en la Edad Media los ortodoxos, armenios y sirios acusaron a los católicos de que copiar una festividad pagana y que, por ello, no estaban celebrando el verdadero día del nacimiento de Jesús. Cabe precisar que por esas fechas había múltiples fiestas paganas, entre ellas la Saturnalia, en honor a Saturno, que era una de las más populares del Imperio romano. Sin embargo, el fin de esa celebración dedicada al dios de la agricultura y de las cosechas era el 23 de diciembre. Durante esa festividad, tal como explica la Enciclopedia Britannica, “se suspendían todos los trabajos y negocios. Los esclavos tenían libertad temporal para decir y hacer lo que quisieran y se suavizaban ciertas restricciones morales”. Y también durante esa celebración se entregaban regalos, una tradición que tuvo continuidad en la Navidad cristiana. El 25, por su parte, había una celebración importante dedicada al culto solar, un culto que ganó popularidad a finales del Imperio romano como una forma de alabar al emperador. Esta celebración del Sol Invictus era de gran majestuosidad, con festivales públicos en el Circo Romano y carreras de carros. Lo cierto es que los símbolos de ese culto al emperador y del culto cristiano se generaron en una misma cultura y las influencias son notorias. Un ejemplo son las aureolas de los santos, que provienen del culto solar, así como las coronas de los reyes medievales y las alusiones a la luz que existen en la simbología cristiana. La fijación de la fecha del 25 de diciembre podría hundir sus raíces en una cuestión que hoy llamaríamos de sociología pastoral, mediante la cual la Iglesia apropiaba en su favor las costumbres paganas del pueblo, pero revestidas ahora de “un sentido cristiano”. Al respecto, el teólogo y liturgista alemán Joseph Pascher -uno de los expertos que prepararon la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II- ha señalado que la elección de ese día responde a una razón clara y simple: se trata del solsticio de invierno, el día natal del Dios Solar. El Emperador Aureliano había decretado en esa fecha una fiesta en honor del “Sol Invictus”. El culto solar en su variante mitraica (los misterios de Mitra) era la única religión que aun podía competir con el creciente cristianismo en el ecúmene del Imperio Romano. A esta idea mística intentó también aferrarse Juliano el Apóstata, en un intento frustrado por revertir el giro de la historia, echando mano a aquellos ritos solares que, 1.500 años antes, había tratado de imponer en Egipto el faraón Amenophis IV: el Atón del disco solar, dios benéfico y vivificante en la Tierra y ordenador del Cosmos. El día venia elegido, así, con inteligencia y conformaba la psicología popular: en el solsticio invernal, el astro diurno se halla en su punto más bajo, y para la mentalidad primitiva, esa mengua presagia su ocaso, una derrota ante la potencia de las tinieblas. Pero, de a poco, se irán alargando los días, y el sol va ganando fuerza como astro invicto e invencible. Sin embargo, no fue fácil derogar la tradición pagana supérstite en la ciudad de Roma: todavía San León Magno (pontífice entre 440 y 461) dice haber contemplado de qué modo, aún sobre la escalinata de la mismísima basílica de San Pedro, los peregrinos “volvían su rostro al sol e inclinaban su cabeza en señal de reverencia al disco solar”. En suma, ante la falta de una fecha históricamente cierta del nacimiento del Redentor, la Iglesia apeló al simbolismo del Sol Invictus, personificado ahora en Cristo, Sol de Justicia, en una ciudad donde el 25 de diciembre era una festividad solar aceptada por la costumbre de la heliolatría antigua. En cualquier caso, queda muy evidenciado el origen romano de la fiesta. Pero hubo algunas opiniones diferentes acerca de cómo se llegó a esta efemérides natalicia del día 25 de diciembre. El liturgista Duchesne conjeturó que se había partido a la inversa, contando desde la fecha en que se databa la muerte de Jesús, que, según los Evangelios, fue inmediatamente antes de la Pascua judía (aunque los tres sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- difieren en un día respecto de la versión de Juan). La tradición patrística latina fue fijando esa fecha el 25 de marzo. De ahí que se supuso que Cristo, como “hombre perfecto”, solo habría vivido un “número perfecto” de años, ya que toda fracción se juzgaba deficiente. Entonces, continúa Duchesne, suponiendo que la concepción de Jesucristo fue el 25 de marzo, se estimó el 25 de diciembre como más probable día natal. Lo cierto es que la celebración local romana se propagó prontamente y comenzó a observarse en el resto de la Iglesia latina y también en el Oriente cristiano -paulatinamente en Constantinopla, Antioquía o Jerusalén y mucho más tarde en Egipto-, separada ya de la Epifanía, el 6 de enero. En suma, lo que comenzó como una festividad solar se transformó en una conmemoración del nacimiento de Cristo, adaptándose a diversas culturas, costumbres y creencias a lo largo de los siglos, y sigue evolucionando en el presente.
actualidad cultural

