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viernes, 1 de noviembre de 2024
EL ARTE DE LA MOMIFICACIÓN EN EL ANTIGUO EGIPTO: Un complejo ritual funerario
Como sabéis, una mezcla de sensaciones entre asombro, morbo y respeto recorre anualmente a los visitantes que, estando por primera vez en Egipto, hemos tenido la suerte de observar, casi cara a cara, los restos momificados de los personajes más relevantes de una de las civilizaciones pretéritas más importantes del mundo. Poder admirar los rostros de faraones parece una nimiedad, pero es el resultado de un complejo ritual funerario cuyo objetivo principal era alcanzar el más allá. La momificación, como proceso artificial para evitar la putrefacción natural del cuerpo de un difunto, ha sido desarrollada por numerosos grupos culturales. Sin embargo, fue en el Antiguo Egipto en donde alcanzó su máximo exponente, como resultado de una conjunción de técnicas estandarizadas llevadas a cabo por profesionales especializados. El tratamiento del cadáver, cuyo objetivo principal era preservarlo, nace, entre otros factores, de la creencia en la existencia de otra vida diferente tras la muerte; por lo tanto, el cuerpo era un elemento fundamental en la liturgia de los antiguos egipcios. Para ellos el jat (cuerpo) y la sombra o jaibit conforman la parte material de cada individuo y el Ka (fuerza vital y parte divina del sujeto) y el Ba (fuerza anímica similar al concepto de alma) su parte espiritual. Estos últimos abandonan el cuerpo tras morir la persona, pero es solo de forma momentánea, pues el Ba tenía que alojarse en él y cada noche volvía al cuerpo y podía reconocerlo gracias a la preservación por medio de la momificación. Por ello, la pérdida o destrucción del cuerpo conllevaba la desaparición del Ba; de ahí surge esa necesidad de preservar el cadáver de la mejor manera posible y la diligencia con la que los egipcios trataban a sus difuntos. No hay que llevarse a engaño al contemplar esas momias, hoy en día célebres, como la de Ramsés II, Seti I, Tutmosis III o el más insignificante de todos, Tutankhamón (uno de los más conocidos, únicamente porque se encontró su tumba intacta con todos sus tesoros) ya que no siempre se obtuvo tal nivel de preservación, puesto que el proceso de momificación varió durante todo su recorrido histórico. Durante los más de 3000 años que perduró esta técnica, la momificación pasó por diferentes etapas y estilos de embalsamar que van adquiriendo un nivel de perfeccionamiento apreciable en las momias reales y una complejidad evidenciable en las descripciones tan detalladas de Heródoto. En general, el origen de la momificación artificial en el Antiguo Egipto se sitúa a inicios del iii milenio antes de Cristo, ya que antes de esta fecha se mantenía la premisa de que los cuerpos eran depositados en hoyos realizados en el desierto, en los cuales el cuerpo se secaba de forma natural por la acción de la arena caliente y la aridez del ambiente. Sin embargo, estudios recientes han demostrado la utilización de resinas de pino, además de otras sustancias de origen vegetal y animal, que han sido halladas en envoltorios funerarios de lino en yacimientos del Neolítico Tardío y Calcolítico de Egipto, es decir, 1500 años antes de lo que se defendía. Pese a lo temprano de estas fechas, se tiene mayor constancia del tratamiento de cuerpos con la finalidad de momificarlos a partir del 3000 antes de Cristo y ya en el Reino Antiguo se momificaba a los faraones, al igual que a su familia y a miembros de su corte. El proceso de momificación artificial se mantuvo como privilegio reservado a esta minoría hasta el 2000 a. C., ya que en el Reino Medio la evisceración se vuelve un elemento más común y se extiende al resto de clases sociales. Esto derivará en diferentes tipos de momificación según el estatus social y nivel adquisitivo del fallecido, hecho que ha llegado a nosotros a través de Heródoto, el cual definía tres tipos de momificación adaptados a los recursos económicos que poseía la familia del difunto. Durante el Reino Nuevo, la momificación se generalizó y aparecen elementos característicos en el imaginario colectivo como la extracción del cerebro del difunto. Un refinado de la técnica que sigue in crescendo y que se mantiene durante el Tercer Periodo Intermedio, cuando se aplican numerosas técnicas focalizadas en el aspecto estético del cadáver, como por ejemplo, el hecho de rellenar el interior del cuerpo eviscerado para otorgarle un mayor realismo. Dicho tratamiento tan cuidado del difunto decrece en la Baja Época y el Periodo Grecorromano, que priorizan el uso de resinas para conservar el cuerpo. En esta época es en la que se deben encuadrar las descripciones de Heródoto, debido a que el historiador viajó a Egipto en el 450 a.C. y pudo conocer de primera mano los secretos de la momificación. Finalmente, con la llegada del cristianismo en el siglo II d.C., la momificación desaparece. Es, por tanto, una técnica compleja, que fue variando desde sus orígenes y ajustándose a la demanda y a la complejidad progresiva que fue adquiriendo el ritual de enterramiento egipcio. Tampoco se puede obviar y es necesario resaltar la gran cantidad de animales que también fueron momificados. Un amplio abanico de especies entre las que se incluyen insectos (escarabajos peloteros), aves rapaces, peces, gatos, perros, gacelas, monos, cocodrilos y toros. Dichas momificaciones tenían lugar por diferentes motivos, ya sea porque eran mascotas del difunto, alimentos para el más allá, ofrendas a los dioses o por ser animales considerados sagrados. Los embalsamadores eran los encargados de llevar a cabo el complejo proceso de momificación y eran verdaderos profesionales experimentados en este cometido. Tanto en el Reino Antiguo como en el Reino Medio existía un equipo de embalsamadores reales que solo atendían al faraón y a sus allegados. En estos talleres reales fue donde se obtuvieron los mejores resultados en cuanto a preservación y momificación del cadáver y no tenían parangón con el resto de talleres dispuestos a lo largo del Nilo, cuando la momificación se popularizó. Los embalsamadores eran bien considerados y respetados por el resto de la población y estaban estrechamente vinculados con los sacerdotes. Desde que una persona fallecía hasta terminar su proceso de momificación intervenían varias personas. Estaban presentes los que actuaban directamente sobre el cuerpo realizando las incisiones y eviscerándolo, tarea que correspondía a los embalsamadores; también otra clase de sacerdotes que guiaban el ritual (uno de ellos portaba la máscara de Anubis) o los que leían y recitaban cláusulas mágicas durante todo el proceso, hasta que se envolvía al individuo en las vendas y se le colocaban los pertinentes amuletos entre estas. Cabe mencionar que no se conoce mucho de los embalsamadores, pero debieron ser especialistas agrupados en gremios que eran los que atesoraban el arte y los secretos de la momificación, un conocimiento que pasaban exclusivamente a sus sucesores. Evidentemente, el tratamiento directo del cuerpo tenía lugar dentro de unos edificios o talleres, los denominados wabt wat o per-ne-fer (lugar puro o casa de la regeneración). Se trataba de centros especializados de los que no se tienen muchos datos, salvo por las descripciones en las fuentes escritas y por el descubrimiento relativamente reciente de un posible taller en Saqqara. Estos talleres contaban con varias estancias, incluida la sala de embalsamar, así como de cubetas para enterrar a los difuntos en natrón. Es probable que las grandes ciudades contaran con estos edificios, aunque son escasos los hallazgos arqueológicos y se desconocen en la actualidad las características específicas que debieron tener. Tras la muerte del individuo y su respectivo duelo, los familiares llevaban al difunto a estos centros de purificación, donde los embalsamadores indicaban los precios de cada tipo de momificación y mostraban modelos de momia realizados en madera para que eligiesen el resultado deseado, según narró Heródoto. De esta manera, dependiendo del tipo de momificación que escogían y sobre todo de los productos que iban a ser utilizados, el tratamiento funerario podía ser más barato o encarecerse. Esto se debe a que los productos usados por los embalsamadores en cada difunto se consideraban sagrados y el sobrante no se podía volver a usar, siendo el producto más caro el lino con el que finalmente envolvían el cuerpo. Cuando se establecía el contrato entre embalsamadores y familiares, el difunto era llevado dentro de las dependencias del edificio y los embalsamadores pasaban a la acción. Del propio proceso de momificación se tiene constancia gracias a diversas fuentes escritas, algunas de las cuales hacen referencia a textos anteriores como el papiro Bulak 3, Vindob. 3873 y el papiro Louvre 5158, así como las descripciones realizadas por Heródoto en el 450 a. C. y otras posteriores realizadas por Diodoro Sículo y Porfirio. Son diferentes aportaciones que, junto a los innumerables hallazgos arqueológicos, arrojan luz sobre esta técnica secreta en diferentes periodos. De igual forma, los diversos tipos de momificación constatados en las evidencias materiales dejan claro que no todas las personas se momificaron igual, o mejor dicho, no todas podían acceder a un procedimiento tan completo como el realizado a los faraones y nobles. Por cierto, el tratamiento del cadáver comenzaba a la mayor brevedad posible, ya que las altas temperaturas que se alcanzaban en ciertas épocas del año aceleraban el proceso de descomposición. En primer lugar, el cuerpo era dispuesto en el ibw o tienda temporal donde se procedía a su lavado. Luego se colocaba en las mesas de embalsamar que se caracterizaban por ser bajas e inclinadas hacia su pie para poder evacuar los líquidos producidos al manipular al finado. La poca altura de la mesa indica que los embalsamadores trabajaban de rodillas o en cuclillas. Las mesas solían ser de madera o de piedra y según algunos casos documentados estaban decoradas con leones cuyo cuerpo estilizado definía el contorno exterior de la mesa y conformaban o simulaban con sus patas las patas de esta. Es posible que las de piedra se usasen para la evisceración y que las más refinadas y realizadas en madera fuesen destinadas a procesos posteriores que eran más limpios. En cuanto a la evisceración del cuerpo, la técnica fue variando en el modo de practicar las incisiones y también con respecto a los órganos que se iban retirando. Ya en el Reino Nuevo se estandariza la retirada del cerebro a través de un agujero realizado dentro de la nariz. Cuando se tenía acceso al interior de la cavidad craneal se usaban instrumentos finos y alargados de metal para licuar el cerebro y así, al girar el cadáver boca abajo, el líquido resultante salía por el orificio creado. Para los egipcios el cerebro carecía de valor y por ello no era importante preservarlo. Retirado el cerebro, los embalsamadores procedían entonces a realizar una incisión con una hoja de obsidiana en la parte izquierda del abdomen, por la cual uno de ellos introducía las manos y retiraba el hígado, el estómago y los intestinos con la ayuda de instrumentos metálicos (pinzas, escalpelos, ganchos y agujas). Para llegar a la cavidad torácica el embalsamador debía cortar el diafragma para así poder retirar los pulmones. El único órgano que no se retiraba era el corazón y, si ocurría por accidente con la extracción de los pulmones, se dejaba de nuevo dentro del cuerpo. Esto se debe a la creencia de que en el corazón era donde residía el espíritu y no se podía arrebatar al individuo ya que lo necesitaba en el más allá para el Ritual del Pesado del Corazón. Según nos cuenta Heródoto, en las momificaciones más baratas no se optaba por la evisceración y se introducía o se inyectaban diferentes sustancias por el ano, con la finalidad de disolver los órganos. Una vez que se retiran los órganos internos se procede al lavado del interior del cuerpo con agua y vino de palma, además de introducir en su interior otros elementos como la mirra, saquitos de natrón, la cassia e incluso líquenes. Llegado este momento entraban en acción dos elementos fundamentales ya que sin ellos, y pese a ser eviscerado el cuerpo, la putrefacción podría haber seguido su curso natural; hablamos del natrón y la resina. El natrón o netjry (sal divina) es un mineral abundante que se encuentra en su forma natural en diversas localizaciones de Egipto, cerca de El Cairo, en Tebas (actual Luxor) y el sitio más importante el Wadi-Natron, un valle seco llamado de esa manera por la gran abundancia del mineral. Con este producto se cubría el cuerpo eviscerado para proceder a la deshidratación del cadáver, hecho que se pudo complementar también con el espolvoreo de serrín sobre la piel para ayudar a la desecación. También los órganos extraídos eran tratados con natrón y especias; se envolvían con vendas y eran colocados dentro de los vasos canopes. Los cadáveres eran tratados con natrón durante unos setenta días; durante este tiempo se iba renovando de forma periódica para que no se perdiera la capacidad de absorción de los líquidos que desprendía el cuerpo. Con este proceso se reducía el tamaño del finado y en previsión de esto se ataban las uñas de los pies y de las manos a los dedos para que no se desprendieran. Transcurridos esos meses se sacaba el cuerpo del natrón y se ungía con diversos aceites; se ha interpretado que el objetivo de esta unción era disimular el olor y que los tejidos blandos ganasen elasticidad para facilitar la manipulación. Ahora es cuando entran en juego una serie de cuidados con una finalidad cosmética: se podía añadir pelo postizo para aumentar el volumen del cabello, se pintaban las uñas con henna o se remarcaban las cejas. Estos elementos decorativos van variando según épocas y entre ellos se incluyen los fragmentos de lino o piedras pintadas sobre los párpados para simular que el individuo tenía los ojos abiertos o la colocación de cebollas en los ojos o en las orejas. Asimismo, se rellenaba el interior del cuerpo con serrín, arena, trapos y paja, e incluso se realizaban mayor número de incisiones para poder rellenar las piernas, los brazos y la espalda para que adoptara una apariencia más realista. Se le colocaba una placa de metal cubriendo la incisión del abdomen y se depositaban algunos amuletos directamente encima de la piel. Llevados a cabo estos cuidados de carácter más estético, el cuerpo estaba preparado para el vertido de la resina. Se obtenía de determinados árboles y se usaba en estado líquido para rellenar el interior del cráneo y para cubrir al completo el cuerpo. Este proceso pudo ser muy importante en la preservación del tejido blando desecado porque al cubrirlo de forma homogénea, pudo evitar la acción de bacterias e insectos. Diferentes momias muestran desde una pequeña capa de resina hasta un vertido más abundante e incluso se usaban fragmentos de lino impregnados en esta sustancia para rellenar las cavidades del cuerpo. La resina es la que dota a las momias de ese color oscuro característico y aparte de dar un mejor olor al cadáver, al solidificarse fijaba todos los cuidados anteriores y el difunto estaba preparado para su vendaje. El cuerpo finalmente se envolvía con finas capas de lino que podían estar impregnadas de natrón y a las que también se le agregaba resina para asegurar la fijación de las vendas, lo que aportaba al conjunto mayor hermetismo y, por tanto, favoreció aún más la conservación de los tejidos blandos. El cadáver ya rígido se colocaba entre dos soportes más altos apoyados en la cabeza y los pies, lo que hacía más cómodo el vendaje al embalsamador. Durante el proceso se iban introduciendo entre las vendas diversos amuletos de fayenza, alabastro, lapislázuli, oro y plata. Eran talismanes ante las fuerzas malignas; entre ellos destaca un pilar dyed, un ankh, un nudo tyet, un udyat y el emblemático escarabajo que se situaba sobre el corazón. Se trata de un último proceso muy minucioso acompañado con recitaciones mágicas mientras se envolvían por separado las extremidades y el cráneo y luego, de forma conjunta, con gran cantidad de capas. Acabado el vendaje se volvían a agregar aceites al envoltorio ya finalizado y la momia ya estaba lista para los ornamentos externos: las joyas, sudarios y máscaras. Luego se introducía en el ataúd y se realizaba el funeral camino de su morada eterna. La mayoría de procesos mencionados han ido cambiando o introduciéndose en diferentes momentos del Antiguo Egipto. Existieron variaciones en cuanto al número de incisiones, número de vendas y su disposición, ausencia o presencia de evisceración, tipo de sustancias utilizadas, cantidad de amuletos, etc. Los tratamientos completos de cada época solo estaban al alcance de la clase dirigente y sobre todo de los faraones, por lo que el resto de la población recurría a otros más baratos, tal y como describía Heródoto en sus tipos de momificación, fiel reflejo de una sociedad estrictamente jerarquizada donde para llegar al más allá se debía pagar un precio.
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