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viernes, 12 de julio de 2024

CIUDADES PERDIDAS: Persépolis

Fue la capital del Imperio Aqueménida persa desde el reinado de Darío I (el Grande, r. 522-486 a.C.) hasta su destrucción en 330 a.C. El nombre proviene del griego Perses-polis (ciudad persa), pero los persas la conocían como Parsa (ciudad de los persas). La construcción empezó entre 518-515 a.C. con Darío I, que quería un nuevo comienzo para la administración del gobierno persa y trasladó la capital allí desde Pasargada (la capital que había establecido Ciro el Grande, que reinó de 550-530 a.C.). No obstante, la ciudad estaba situada en una región remota en las montañas, lo que complicaba los viajes en la estación lluviosa del invierno persa, de manera que la administración del Imperio aqueménida también se dirigía desde Ecbatana, Babilonia y Susa. Persépolis era una residencia real de primavera/verano, y parece que hacía las veces de centro ceremonial al que acudían los representantes de los estados súbditos a presentarle sus respetos al rey. La ubicación remota de la ciudad la mantuvo en secreto del resto del mundo, y con ello se convirtió en la ciudad más segura del Imperio persa para almacenar arte, artefactos, archivos y el tesoro real. Los griegos no tenían ni idea de que la ciudad existía hasta que fue saqueada por Alejandro Magno (356-323 a.C.) en 330 a.C., que la quemó y se llevó sus inmensos tesoros. Para diferenciarse de sus antecesores, Darío I ordeno construirla lejos de la antigua capital, Pasargada, como también de los centros administrativos establecidos en Ecbatana, Babilonia y Susa. El erudito A.T. Olmstead sugiere esto mismo cuando escribe: “Como Pasargada le recordaba a la dinastía suplantada, Darío I buscó un lugar nuevo para su capital. A veinticinco millas [40 kilómetros] de descenso por la sinuosa garganta del río Median que bañaba las llanuras de Pasargada, un camino excavado en la roca conducía a otra llanura más amplia. Por esta llanura fluía un río aún más grande, el Araxes, que regaba el suelo fértil hasta que el arroyo desaparecía en el gran lago salado del suroeste de Persia”. En una llanura despejada (hoy en día conocida como Marv Dasht), Darío erigió una enorme plataforma-terraza de 125.000 metros cuadrados y 20 metros de alto en la que construyó su sala del consejo, el palacio, el Apadana, un salón de recepciones con una sala hipóstila de 60 metros con 72 columnas de 19 metros de alto sobre las que descansaba un techo de cedro y vigas de cedro del Líbano. Las columnas estaban rematadas con esculturas de varios animales que simbolizaban el poder y la autoridad del rey, tales como los toros y los leones. En las cuatro esquinas del palacio se alzaban cuatro torres, y las paredes interiores del salón estaban decoradas en colores vivos. Por fuera, en las paredes de la plataforma bajo el Apadana, había bajorrelieves de los diferentes pueblos que conformaban las veintitrés naciones súbditas del Imperio aqueménida en el momento de llegar con regalos a presentarles sus respetos al rey. Estos relieves eran tan detallados que resulta fácil identificar las naciones a las que representan. La piedra caliza y los ladrillos de adobe fueron los principales materiales utilizados en Persépolis. Una vez se hubo nivelado la roca natural de la llanura y se hubieron rellenado las hondonadas, se excavaron túneles para las aguas residuales a través de la roca y la plataforma comenzó a elevarse. Se excavó una gran cisterna elevada en la falda oriental de la montaña detrás de la plataforma para recolectar el agua de lluvia para beber y bañarse. El recinto se excavó en parte de la montaña Kuh-e Rahmet ("La montaña de la misericordia"). Para crear una terraza nivelada, se rellenaron los terrenos más bajos con tierra y rocas pesadas, que después se unieron con clips de metal, y sobre este cimiento se fue alzando poco a poco el primer palacio de Persépolis. En torno a 515 a.C. comenzó la construcción de las amplias escaleras que conducían desde la base de la terraza hasta las puertas del palacio. Esta grandiosa entrada doble al palacio, conocida como la escalinata persepolitana, era una obra maestra de la simetría y los peldaños eran tan anchos que la realeza persa y los nobles podían ascender y descender a caballo, de manera que no tenían que tocar el suelo con los pies. El diseño ancho y amplio de las escaleras también servía para frenar el ascenso de los visitantes del rey porque había que caminar a lo largo de cada peldaño para llegar al siguiente; con esto se lograba un ascenso lento y regio al Apadana. Aunque la construcción comenzó bajo Darío I, la grandeza del sitio en general se debió principalmente a los esfuerzos de Jerjes I y Artajerjes I con adornos posteriores agregados por Artajerjes II (que reinó de 404-358 a.C.), Artajerjes III (que reinó de 358-338 a.C.), y otros reyes aqueménidas. Los nombres y las imágenes tanto de Jerjes I como de Artajerjes I son los que aparecen más a menudo, así como el de Darío I, inscritos en tablillas, en las puertas y en los pasillos por las ruinas de toda la ciudad. Para acceder al gran complejo palaciego construido por Jerjes I había que atravesar la Puerta de todas las Naciones, flanqueada por dos estatuas monumentales de lamassu (hombres-toro) que se creía que protegían del mal. La puerta daba a un gran salón de 25 metros (82 pies) de largo, con cuatro grandes columnas de 18,5 metros (60 pies) de alto que soportaban el techo de cedro. En ese salón, los representantes de las naciones súbditas del imperio le rendían tributo al rey. Había dos puertas, una al sur que daba al patio del Apadana y otra que daba a un sinuoso camino al este. En las esquinas interiores de todas las puertas había dispositivos pivotantes que indican que eran puertas dobles, probablemente de madera, y que estaban cubiertas con placas de metal ornamentado. Entre el palacio y la Sala del Consejo, Jerjes I construyó una residencia para su harén, que constaba de 22 apartamentos y tenía acceso a jardines cercados. Al harén se podía llegar desde el palacio y desde la Sala del Consejo. Estaba construido en forma de L, orientado de norte a sur, con cuatro grandes entradas decoradas con relieves. El famoso relieve de Jerjes I seguido de sus dos asistentes (uno sujetando un parasol sobre la cabeza del rey y el otro un matamoscas) que suele acompañar a los artículos sobre Jerjes I procede de las jambas de la puerta sur del harén. Detrás del harén se encontraba la tesorería, en la que se almacenaban los archivos gubernamentales, las obras religiosas y otros escritos, obras de arte, botines de conquistas y los tributos que traían a la ciudad las naciones súbditas. También servía de armería y, hacia el frente, una sala de recepción para los diplomáticos que visitaban estaba decorada con relieves que representaban a Darío I y a Jerjes I. Frente a la tesorería y al harén estaba el Salón del Trono (también conocido como la Sala de las Cien Columnas) que comenzó Jerjes I y terminó Artajerjes I. Según el historiador Diodoro Sículo (siglo I a.C.), la ciudad estaba rodeada por tres murallas. No se sabe quién construyó estas murallas ni cuándo, ya que Alejandro las destruyó y no queda nada de ellas. La primera muralla, inmediatamente alrededor de la terraza, era de 7 metros (23 pies) de alto. La segunda, que suponemos que estaba a cierta distancia de la primera, era de 14 metros y la tercera se alzaba 27 metros. Estas murallas estaban rematadas por torres y siempre tenían guardias apostados. Presumiblemente, una pasarela alrededor de la parte superior facilitaba la defensa desde cualquier dirección. Tras la tesorería y el palacio de Jerjes se cree que estaban los establos reales y las cocheras. Las estructuras en la esquina sureste de la terraza se han identificado por el momento como tal y, cerca de allí, estaba la guarnición de la ciudad, que acogía al ejército regular, así como a los famosos Diez Mil Inmortales, la guardia personal del rey y la fuerza de asalto. Junto a este mismo camino había un edificio que albergaba los talleres de los artesanos y varias estructuras pequeñas de ladrillos cocidos, que probablemente eran sus residencias. Uno de los muchos aspectos intrigantes de las ruinas de Persépolis para los arqueólogos ha sido establecer con exactitud cuál era la función de la ciudad y quién vivía allí. Sin embargo, parece que la clase alta vivía en la terraza elevada y el pueblo llano vivía más abajo en las casas de ladrillos de barro cocido que, según Diodoro, eran también bastante respetables. Con la invasión del país por Alejandro, la ciudad quedo condenada. Luego de su victoria sobre Darío III (que reinó de 336-330 a.C.) en la batalla de Gaugamela en el 331 a.C., Alejandro marchó sobre la ciudad de Susa, que se rindió sin resistencia. Tras partir de Susa en dirección a Persépolis, recibió una carta de Tiridates, el sátrapa de Persépolis, en la que le decía que los persas leales a Darío III estaban de camino a Persépolis para fortificarla contra él y que, si él llegaba primero, Tiridates rendiría la ciudad a Alejandro, mientras que si los persas llegaban primero tendría que luchar contra ellos. Alejandro les ordenó a sus hombres ir a marchas forzadas, cruzaron el río Araxes y estaban aproximándose a la ciudad cuando, según Diodoro Sículo, se encontraron con una multitud de unos 800 artesanos griegos de Persépolis. Casi todos ellos eran mayores y habían sido hechos presos y mutilados por los persas, según explicaron (a algunos les faltaba una mano, a otros un pie), de manera que podían seguir realizando sus artesanías, pero no podían escapar fácilmente. Alejandro les dio ropa y les pagó y se dice que se sintió muy conmovido por el encuentro, igual que sus oficiales de mayor rango. Aunque Diodoro no lo dice, este encuentro con los artesanos griegos puede que afectara a la actitud de Alejandro para con la ciudad porque, a diferencia de Susa, cuando llegaron les dio libertad a sus hombres para saquear la ciudad (a excepción de los palacios) y llevarse todo lo que quisieran. Diodoro describe la escena: “Persépolis era la ciudad más rica del mundo y las casas privadas se habían ido llenando de toda clase de riquezas a lo largo de los años. Los macedonios se abalanzaron sobre esta riqueza, mataron a todos los hombres que encontraron y saquearon las residencias; muchas de las casas pertenecían a la gente llana y estaban ricamente equipadas con mobiliario y llevaban vestimentas de toda clase. Se llevaron de allí mucha plata y no poco oro, y muchos ricos vestidos con alegre púrpura marino y brocados de oro se convirtieron en premio de los vencedores”. (17,70. 2-3). Luego de tomar la ciudad, Alejandro y sus hombres celebraron una fiesta hasta altas horas de la noche, bebiendo y comiendo, hasta que acabaron todos, o casi todos, borrachos. En algún momento, una mujer del grupo llamada Thais le sugirió a Alejandro quemar la ciudad. Diodoro describe la destrucción de Persépolis: “Alejandro celebró juegos en honor de sus victorias. Realizó sacrificios costosos a los dioses y entretuvo a sus amigos ricamente. Cuando ya llevaban mucho tiempo festejando y bebiendo, y empezaban a estar borrachos, una locura se apoderó de las mentes intoxicadas de los invitados. En aquel momento una de las mujeres presentes, de nombre Thais y de origen ateniense, dijo que para Alejandro sería el mejor de los festines de Asia si celebraba una procesión triunfal, prendía fuego a los palacios y permitía que las manos de mujeres extinguieran en un minuto los afamados logros de los persas. Eso se dijo a los hombres atontados por el vino, así que como cabía esperar, alguien gritó que formaran filas y prendieran las antorchas, y urgió a todo el mundo a vengarse por la destrucción de los templos griegos [quemados por los persas cuando invadieron Atenas en 480 a.C.]. Otros siguieron la invitación y empezaron a gritar que era un acto digno únicamente de Alejandro. Cuando el rey se exaltó con estas palabras, se pusieron todos en pie y fue corriendo la voz para formar una procesión de victoria en honor al dios Dioniso. No tardaron en reunirse muchas antorchas. En el banquete había mujeres tocando música, así que el rey los condujo a todos fuera al son de voces y flautas, y la cortesana Thais a la cabeza de toda la procesión. Tras el rey, fue la primera en arrojar su antorcha ardiendo al palacio. Cuando el resto hizo lo propio, el palacio entero se consumió rápidamente, tal fue la conflagración. Resultó sorprendente que el impío acto de Jerjes, rey de los persas, contra la acrópolis de Atenas se acabara pagando de la misma manera, y por venganza”. (17,72. 1-6). Diodoro no es el único historiador de la Antigüedad que hace esta afirmación, y en general se acepta como acertada. El historiador romano Plutarco (en torno a 45 - alrededor de 125 d.C.) cuenta una historia similar, afirmando además que Alejandro se llevó los tesoros de Persépolis a lomos de 20.000 mulas y 5.000 camellos. El incendio, que consumió Persépolis de tal manera que no quedaron más que las columnas, partes de muros, escaleras y entradas de los grandes palacios y salones, también destruyó las obras religiosas de los persas escritas en pergamino, así como sus obras de arte. El palacio de Jerjes, quien había planeado y ejecutado la invasión de Grecia en 480 a.C., recibió un tratamiento especialmente brutal cuando fue destruido. La ciudad quedó enterrada en sus propias ruinas y se perdió en el tiempo. Los residentes de la zona la acabaron conociendo nada más como "el lugar de las 40 columnas" debido a las columnas que todavía quedaban de pie entre las ruinas. En 1618 las ruinas se identificaron positivamente como Persépolis, pero aparte de excavaciones de cazadores de tesoros, no se hizo ningún intento de investigar el lugar. No fue hasta 1931 que empezaron las excavaciones profesionales y Persépolis volvió a resurgir de la arena. Estas excavaciones respaldaron los informes de los historiadores antiguos sobre el incendio de Persépolis, ya que había muchas evidencias entre las ruinas de que la ciudad había sido destruida por un gran incendio. A pesar de que el fuego había destruido cualquier cosa que estuviera en pergamino, las tablillas de cuneiforme, de arcilla, se cocieron y quedaron enterradas en la arena, conservadas así para la posteridad. Entre estas se encontraron las Tablillas de la Fortificación (unos 8.000 documentos sobre la economía del imperio de Darío I), los Textos del Tesoro (documentos administrativos del reinado de Artajerjes I), y los llamados Textos de Viaje, que documentan pagos y raciones entregados a viajeros y a sus animales. Desde 1931, aparte de periodos de conflicto en la región que las han imposibilitado, las excavaciones han continuado en el lugar. Hoy en día es un parque arqueológico situado al noroeste de la moderna Shiraz, en la provincia de Fars de Irán. Declarado Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 1979, atrae a visitantes de todo el mundo que quieren experimentar la maravilla que fue en algún tiempo.
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