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viernes, 22 de abril de 2022

NOTRE-DAME DE PARIS EN PLUS DE 100 ŒUVRES: Una exposición virtual que rescata la historia de la catedral parisina

En la tarde del 15 de abril del 2019, comenzó a arder Notre Dame. Fue una conmoción iniciada en el mismo lugar del acontecimiento, la Isla de la Cité, en pleno centro de París. La gente se arremolinaba para ver las llamas; mientras muchos escuchaban las noticias y los rumores, a su vez derramaban lágrimas por la tragedia. Entretanto, el capitán de bomberos temía por el derrumbe de una de las torres. Se trabajaba contra reloj. Al final, quedó un edificio calcinado y las noticias sacudieron al mundo entero. Nadie fue ajeno a la tragedia. Los símbolos tienen eso, que son capaces de sensibilizar a todos. Comenzó entonces el debate entre expertos. ¿Qué hacer? La restauración de un edificio que soportaba sobre él la historia de ocho siglos no es un asunto baladí. Se han publicado decenas de artículos de prensa y algún que otro libro. Así emergió en el 2020 la idea de hacer, desde varios museos parisinos - por ese entonces - a la normativa que exigía su cierre por la emergencia sanitaria, una exposición on line: Notre-Dame de Paris en plus de 100 oeuvres (La catedral de Notre Dame de París en más de 100 obras): grabados, daguerrotipos, fotografías, dibujos, diseños, planos, recortes de prensa y vídeos. Es como si toda la ciudad quisiera hacer, desde la distancia presencial que obligaba la pandemia, un homenaje. Su éxito ha sido tal que la exposición virtual se convirtió en permanente. Revisitar la transformación de la catedral desde que a mediados del siglo XII se construyera en alto estilo gótico francés, hasta hoy, desde los años de consolidación de la dinastía de los Capetos, bajo la vigilancia de una pléyade de intelectuales como los llamó el medievalista Jacques Le Goff que se arremolinaban en la “otra orilla”, la izquierda, hasta el momento en que sus fachadas se rellenaron de sacos terrenos para protegerla de un posible bombardeo con los grandes cañones en la Primera Guerra Mundial. En sus primeros pasos, Notre Dame se elevó como un canto mariano, a Nuestra Señora, dentro de un universo armónico que tenía en la música de Perotinus su compositor y a Pedro el Cantor como responsable de dirigir una estética en apoyo de la política monárquica. Aunque el edificio fue remodelado muchas veces, ampliado y sometido a mejoras por parte de los reyes de la casa Borbón en el siglo XVII, que lo llenaron de capillas adyacentes, de tumbas y relicarios, y que luego decayó, como todo lo que tenía que ver con la tradición del cristianismo latino en las últimas décadas del siglo XVIII y con la Revolución, hasta reducirse a ser una simple iglesia católica de ferviente devoción pero apartada del curso de los acontecimientos que tenían lugar en otros barrios de las ciudad: en la cercanía del Arsenal, el pueblo tomaba la Bastilla y desaparecía luego por las calles del Marais en dirección a los barrios populares, mientras que la buena sociedad asumía la conversión de la Madeleine en el templo laico por excelencia de la nueva Nación, dejando a Notre Dame como un recuerdo de épocas pasadas para los círculos ilustrados. Ese edificio en decadencia fue recuperado por la iniciativa de un escritor del siglo XIX, Victor Hugo, quien, en su novela El jorobado de Notre Dame (1831) reavivó el interés por aquel monumental templo que miraba al Sena. Desde el Petit Pont y otros lugares cercanos se pensaba en los sueños de Esmeralda y se atisbaba una nueva imagen de la iglesia, reconstruyendo o ideando nuevas gárgolas para darle ese sentido romántico que cautivó al insigne arquitecto Eugène Viollet-le-Duc y al escritor doblado en responsable del Patrimonio de Francia, Prósper de Merimée. Había que reconstruir Notre Dame conforme a los principios del Revival Neogótico, como le gustaba decir a Lord Kenneth Clark en sus célebres programas de la BBC, eliminando todo lo que no era demasiado medieval. Y entonces se hizo esa parte admirable, la aguja y su soporte en madera y plomo que ardió aquel infame lunes del 2019 a seis días de la Pascua. Con Viollet-le-Duc alcanzó la imagen de referencia de una obra de arte en la época de la reproducción mecánica, que diría Walter Benjamin: miles de fotografías, decenas de miles de postales, imanes de nevera, todo el mundo quería una instantánea desde un puente del río con esa Notre Dame de Viollet-le-Duc como telón de fondo. Tantas veces reproducida, tantas veces admirada; y que además significó un reto para las vanguardias que, según Walter Benjamin, entendían la Stryge de Charles Méryon como el lugar desde donde mirar ese París que iba perdiendo sus maravillosos pasajes a medida que avanzaba el siglo XX. En 1990 se pusieron unas rejas para impedir el paso y así la Stryge quedó alejada de su público, aunque su inquietante figura se libró de las llamas y ahora forma parte del debate de cómo restaurar lo perdido en Notre Dame en ese momento trágico de su historia reciente. Mientras esperamos la restauración, tenemos las referencias visuales, desde los dibujos y grabados del XVI hasta la primera emisión en directo de una misa (en el rito anterior al Concilio Vaticano II) de lo que fue el espacio de la memoria europea. Una vez acabada ya veremos que queda de Notre Dame, el edificio de las mil y una caras.
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