SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 28 de junio de 2019

CRAZY HORSE MEMORIAL: En recuerdo a los vencidos

En Las Colinas Negras, Dakota del Sur, (EUA), se está erigiendo el monumento escultórico más grande del mundo; lleva en construcción 71 años, y no se sabe cuanto tendrá que pasar para su culminación. Obra del escultor Korczak Ziolkowski quien de una manera mística, abrogó para su vida el reto de llevar a efecto, semejante hazaña. Ziolkowski quien murió en 1982, lego a sus hijos, el deber de terminarla, quienes continúan su tenaz labor, la cual está totalmente financiada por admiradores del modelo a esculpir, ya que el dinero federal, de seguro condicionaría el celoso proyecto. La obra dejará como poca cosa a la de los Presidentes esculpidos en la montaña Rushmore, también en las Colinas Negras. De momento, ya asoma al mundo la cara acabada del legendario jefe sioux-oglala, Crazy Horse (Caballo Loco) de quien no se conocen más de un par de fotos, puesto que nunca se dejó retratar. El monumento mostrará al jefe aborigen sobre su caballo, señalando hacia el sur. Muchos mitos se han tejido de los aborígenes del norte americano, catalogados como gente vengativa, traidora y nada fácil de "atraer" a la cultura occidental. La nación sioux estaba compuesta de muchos pueblos nómadas, que diseminados por las grandes praderas, tenían por costumbre singular, seguir la ruta de los búfalos (bisontes) que atravesaban de norte a sur el territorio estadounidense, inmensas planicies que un día fueron suyos. Estos aborígenes, eran por naturaleza guerreros entre sí, pero hasta un cierto punto. Al contrario del carácter sanguinario con que lo han pregonado los filmes de Hollywood, cuando peleaban, era más el ritual que la lucha en sí, y entre algunas familias, hasta se elegían los contendores. Raras veces en alguna batalla tribal, los muertos pasaban de 10, y, si era muy importante el caído, se lo recogía y se retiraba el contendor en señal de derrota, por el designio de Wakantanka, máximo dios de todos ellos. Esta deidad y otras más (como Manitou más al norte), tenían particular fuerza en la vida cotidiana, se manifestaban en sueños, quizás el oráculo más respetado dentro del tronco sioux. Muchas visiones sobre el hombre blanco y su entorno destructivo, empujó a la nación sioux hacer frente al ímpetu voraz del imperio norteño blanco que los invadía implacable. No es fácil tejer la historia de uno de los más grandes y respetados hombres, si no el que más, de la nación sioux, ejemplo del honor pétreo en defensa de la moral de su pueblo, en vías de abrazar a la de la nación blanca norteña. Sin embargo, algunos datos provenientes de autores y críticos, han hecho incluso paralelos entre Caballo Loco y el sanguinario general Custer, conocido por su hondo desprecio a la cultura aborigen de su país, y que vino terminar sus días en manos precisamente de los hombres de Caballo Loco. Tashunka Witco (como se le denomina en lengua oglala), nació al este de Paha Sapa, en las Colinas Negras de Dakota del Sur, en 1845. Hijo de un hombre de medicina del mismo nombre. Apenas datos aislados, llenan la vida de quien fuera un hombre de extrema humildad, que se dedicó por entero a la obediencia de un sueño que de adolescente, marcó el resto de sus días. Un Gran Espíritu le ordenó no usar nunca los tocados de jefe, que no se pintara como tampoco a su caballo, sólo un baño de tierra antes de un combate; que sólo una pluma lo distinguiera, que siempre fuera el primero en el combate, que nunca obtuviera trofeos de ellos como cabelleras, pero, por otro lado, que nunca abandonara a los más débiles de los pueblos donde llegara. Al cumplimiento de estas órdenes, sería favorecido con la protección divina: Ninguna bala o sable lo tocaría. La suya fue una vida solitaria, escurridiza, excepto al final, jamás entabló diálogo con el hombre blanco. Habitó en muchas ocasiones en cuevas en las que pernoctaba. Siempre repartía regalos de pieles y carne seca a los más desposeídos de los pueblos que visitaba. Era un Caballo Loco, que nadie domaba. La guerra lo marcó desde niño. Presenció el famoso incidente que proporcionara una vaca de una migración mormona, que, perdida, fue cazada por un sioux. El comandante del Fuerte Laramie quiso apresar al victimario y, en lo posible, humillar al pueblo de Oso Conquistador, a quien de un disparo de artillería, hirieron de muerte. Los guerreros tomaron represalia y mataron a los 30 hombres, comandante incluido, John Grattan (17/08/1854). El hecho desencadenó actividades genocidas como represalia y varios pacíficos pueblos cheyennes y brulés fueron masacrados (Cañada de Arena, Washita, Agua Azul) a pesar de los tratados de paz firmados. Por suerte, Caballo Loco estaba ausente, pero cuando llegó, no dio crédito a lo que vio, todo el pueblo muerto en cuestión de minutos, dejándolo impresionado el poder de alevosía del infame conquistador blanco. En un encuentro con los Pawnees, donde saliera victorioso, se cargó con dos cabelleras y antes de que pudiera montar, fue herido de un flechazo en la pierna. Su amigo Bulto que conocía de su sueño, le obligó botar las cabelleras, y le salvó la vida. Más nunca desobedecerá los augurios. A los 20 años ya era muy conocido entre los suyos por su coraje en la ofensiva. Ayudó como pocos a Nube Roja en su guerra victoriosa contra la brigada de Fetterman (1865-1868) y por su papel clave en la destrucción del Fuerte Phil Kearny en 1867. Peleó para impedir la invasión estadounidense en las tierras lakota que siguieron al tratado de Fuerte Laramie en 1868, y contra hombres enviados por Custer a las Colinas Negras en 1873, una vez que se descubriera oro en el corazón del territorio sioux. Con el tratado de Fuerte Laramie de 1868, Nube Roja acordó (sin saber que estaba siendo engañado) su traslado a las tierras de la reserva. Caballo Loco supo que el objeto de las reservaciones era desaparecer por completo la cultura aborigen de su pueblo, al prohibirles la caza del animal sagrado, el bisonte. Cuando el Departamento de Guerra ordenó que todos los Lakotas se agruparan en sus reservas en 1876, Caballo Loco se convirtió en un líder de la resistencia. Ya estaba aliado con los cheyennes por su matrimonio con una franco-cheyenne Nelly Larrabee y pudo reunir a más de 1200 seguidores oglalas y cheyennes que atacaron al comandante Crook el 17 de junio de 1876, en la batalla de Rosebud, al sur de las montañas Bighorn. Sin dar descanso a los suyos, después de esta victoria, Caballo Loco voló con los suyos y unió sus fuerzas a las de los hungpapas al mando de Toro Sentado, y a las del gran jefe Gall. El 25 de junio de 1876, se dio la batalla al lado del río Little Bighorn, en la que Caballo Loco condujo el ataque victorioso sobre el 7º Regimiento de Caballería que dirigía el propio Custer; lo rodeó desde el norte y oeste, mientras guerreros del jefe Gall divertían desde el sur y oeste. Solo un caballo del regimiento sobrevivió. Tras la victoria de Little Bighorn, Toro Sentado y el jefe Gall se retiraron a Canadá, pero Caballo Loco permaneció en el suyo. El gran pueblo que le seguía sufrió mucha hambre ese invierno y ya en mayo de 1877 tuvo que entregarse porque no podía ver caer muerto a los que conducía. La presencia de Caballo Loco provocó mucha envidia en los suyos porque era el único jefe que no estaba con ellos por rendición o por pacto, como también por el carisma que despertó en muchos blancos que venían expresamente a visitarlo. Había pedido ver al Presidente, pero condicionando que iría con todo el pueblo que mandaba, así como se le permitiera matar los bisontes que fuesen necesarios hasta Washington, no se le permitió. El 5 de septiembre de 1877, hizo resistencia entre los suyos mientras era conducido al calabozo, y en el forcejeo, un soldado le clavó su bayoneta. La acción así como fue de rápida, enmudeció a los presentes. Al enterarse el pueblo agolpado afuera, lloraron toda esa noche y las dos subsiguientes. Sus padres lo llevaron y enterraron en secreto. No tenía más de 32 años de edad, el hombre de más recia voluntad que aún guardaba Wakantanka para resguardo de sus hijos. En cuanto a la escultura en si, Korczak Ziolkowski comenzó a esculpir la cabeza, esperando que la estatua tenga una anchura de 195 metros y una altura de 172 metros, lo que la convertiría en la más grande del mundo. Para realizar una imagen fiel de Caballo Loco - del cual apenas se conocen dos borrosas fotografías - la única manera de adivinar su aspecto real era a través de cinco guerreros indios, muy ancianos, que lucharon a su flanco en Little Big Horn y que aún vivían. Korczak escuchó hechizado la historia del guerrero, y pidió algo de tiempo para realizarlo. Se alistó como voluntario durante la Segunda Guerra Mundial, pero nada más volver a Norteamérica sintió la llamada de Caballo Loco y supo que ese sería el proyecto de su vida. Korczak rumiaba ya la idea de hacer algo distinto a los bustos del Monte Rushmore, algo imponente y desafiante, que superara en altura al famoso monolito de Washington. El escultor hizo un boceto que llegó al alma a los sioux: Caballo Loco, a lomos de su corcel y apuntando con el brazo izquierdo, a las tierras donde yacen sus muertos. El primer año lo dedica Korczak a colonizar su montaña con el mismo espíritu de los buscadores de oro del lejano Oeste. Su casa será una pequeña tienda de campaña, y día tras día trabaja infatigable en la construcción de una escalera de madera de 741 peldaños para llegar a la cima. En mayo del 48 llega por fin la primera explosión, que hace saltar por los aires 10 toneladas de granito. Por aquel entonces se une a la tarea titánica su mujer, Ruth, y juntos deciden echar raíces a los pies de Caballo Loco. Despacio, aunque seguro, Korczak va ganándole la batalla a la montaña a golpe de dinamita. Subsiste a base de donaciones y rechaza una millonaria subvención del Estado, porque no quiere que los federales se apropien de su proyecto y traicionen la causa india. Muchos lo tachan entonces de loco y lo comparan con el capitán Achab, a la caza de Mobydick. Pero el escultor, que va adquiriendo un aspecto de genio alucinado, persiste en su labor y embarca en la aventura a sus hijos, 10 en total. “Si empezáis algo en vuestras vida, haced lo posible por acabarlo”, es el lema que les inyecta en la sangre. En vez de apagar velas, los niños celebran sus cumpleaños con detonaciones. De todos los hijos, hay uno que sale especialmente díscolo, Casimir. A los 16 años, sentado en el borde de lo que será algún día el dedo de Caballo Loco (entonces había que echarle muchísima imaginación), Casimir proclama: “¡Esto es una locura!”, y decide dejar atrás el delirio de piedra de su padre. Al cabo de los años vuelve, y siente el mismo y misterioso llamado de las Colinas Negras, y su destreza con los explosivos lo convertirán en digno sucesor de Korczak, herido ya de muerte por su amor a la montaña: decenas de huesos rotos, cuatro operaciones de espalda, artritis crónica, dos ataques al corazón... Antes de morir, en 1982, aún tiene energías para ayudar a sus hijos a dibujar sobre la roca la silueta del caballo. Su mujer, Ruth, recoge en mano el testigo y se compromete a seguir sus designios: “Nunca olvides tus sueños”. En las inmediaciones de la montaña, se encuentra una imagen a escala que nos muestra como se verá el monumento. Sin embargo, el original todavía dista mucho de estar concluido y vaya uno a saber cuantos años pasaran aun para que ello suceda.
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