SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 30 de agosto de 2024

EL ÚLTIMO VIAJE DE UN FARAÓN: Los secretos de la barca solar que llevó a Keops a la eternidad

Hace 4.500 años, un brazo del Nilo fluía por lo que hoy es la meseta de Guiza. Era bastante caudaloso, lo suficiente como para permitir el paso de barcas de cierto calado, cargadas con los bloques de piedra caliza procedentes de canteras cercanas como Tura (próxima al actual El Cairo), o incluso remotas, como la de granito de Asuán. Con ellas, a lo largo de casi treinta años de trabajo y la participación de, tal vez, cien mil esclavos, el faraón Keops construyó su tumba para desafiar el paso de los siglos. El mismo brazo del Nilo llevaría a Keops hasta su última morada. Lo hizo a bordo de una nave funeraria, quizá construida expresamente para esa ceremonia y para asegurar más tarde al faraón un vehículo apropiado con el que unirse a Ra en su periplo diario por el cielo, desde el amanecer hasta el ocaso. La barca de Keops estaba construida desde fuera hacia dentro con un casco formado por planchas de madera de cedro, encajadas unas con otras. Se mantenían unidas entre sí mediante cuerdas y fibras vegetales, sin utilizar un solo clavo. Al humedecerse, el esparto se contraía y la madera se dilataba, haciendo más y más estanca la unión entre las tiras sucesivas. Se trataba de un navío sorprendentemente grande, sobre todo, teniendo en cuenta las limitaciones técnicas de la época. Cuarenta y tres metros de eslora, casi seis de manga y un calado de metro y medio. Diseñado para navegar por las tranquilas aguas del río, se impulsaba mediante remos: diez hombres a proa y un timonel para dirigir el rumbo, con dos paletas a popa. Hay quien sugiere que en las ceremonias fúnebres la remolcaba otra barca. Casi media eslora correspondía al aposento del faraón, oculto a la vista de todos por compactas paredes de tablas. Había solo un par de puertas, sin ventanas, lo que debía de producir en su interior un efecto lóbrego. El interior estaba dividido en dos zonas: una antecámara y una sala principal. No sabemos qué lujos ofrecía, pero podemos intuir algunos. El techo estaba sostenido por columnas de cedro con capiteles tallados en forma de palma e incrustaciones de cobre; las puertas de la estancia disponían de cerrojos para asegurarlas desde dentro, y es posible que los soportes, que se extendían quince centímetros por encima de la cabina, sirviesen para tender alfombras de junco húmedo, que refrescasen a su augusto pasajero. Cumplida su función ritual en el enterramiento del faraón, la barca de Keops se enterró en una zanja, frente a la cara sur de la gran pirámide. No entera, sino desmontada como un colosal puzle de tablones, cuadernas y listones, además de los rollos de cabos que habían servido para unirlos. Luego, la excavación se cubrió mediante 41 pesadas losas de arenisca, y las juntas se sellaron con mortero y yeso. Ahí permanecería, aislada de la intemperie, durante 4.500 años. El descubrimiento de la primera barca real tuvo lugar casi por accidente, en 1954. Hacía apenas dos años de la revuelta de los coroneles encabezados por Gamal Abdel Nasser, que había depuesto al corrupto rey Faruk, y Egipto vivía un momento de exaltación patriótica a la que no era ajena la revalorización de sus cuatro mil años de historia. Desde que los soldados de Napoleón descubrieran la piedra de Rosetta, la investigación arqueológica había estado en manos de expertos occidentales; era el momento de que Egipto reivindicase las glorias de su pasado. El hallazgo ocurrió durante unos trabajos de limpieza para despejar de arena y escombros el lateral de la gran pirámide. El monarca saudí, de visita en Egipto, había expresado su deseo de visitar el monumento, y el Servicio de Antigüedades egipcio quería causar una buena impresión. Es un episodio confuso, cuya atribución dañó muchos egos. Cuando el capataz descubrió la primera losa, el director del proyecto se encontraba en El Cairo, atendiendo a un asunto familiar. Fue otro de los egiptólogos del equipo, Kamel el-Mallak, quien se hizo cargo de los trabajos que llevarían a despejar el acceso a la fosa, casi dos metros por debajo del nivel del suelo. Mallak fue la primera persona que contempló parte del descubrimiento por un pequeño agujero en una de las losas. Para ello utilizó un espejo para reflejar un rayo de sol a través de la cata y así atisbar unos tablones que parecían la proa de una balsa, como las que adornaban muchos relieves de otras tumbas. En realidad, las barcas tradicionales eran poco más que balsas construidas con rollos de papiro atados. Esta era de madera. De cedro, concretamente, a juzgar por el aroma que se desprendió de la fosa, mezclado con incienso, que había resistido más de cuarenta y cinco siglos. Debido a que Mallak alternaba su trabajo de arqueólogo con el de ocasional corresponsal del The New York Times, fue también el primero en anunciar la noticia, que durante varios días copó las portadas del rotativo. La revista Life envió a un fotógrafo, y las imágenes del barco, medio cubierto con restos de las losas excavadas, causaron sensación mundial, en contra de la primera reacción del gobierno egipcio, que le dio poca importancia al descubrimiento. Hubo que utilizar polipastos para levantar las pesadas losas de cobertura de la zanja. Una vez retiradas, los asombrados arqueólogos se encontraron con una reliquia en perfecto estado de conservación. La madera había resistido el paso de los milenios sin apenas daños. Hasta los cabos parecían recién trenzados. El problema radicaba en su reconstrucción. Eran más de mil doscientas piezas, casi todas muy parecidas y sin instrucciones de montaje. Tan solo había ocasionales indicaciones sobre su posición en la proa o la popa, a babor o a estribor. La tarea recayó en Hag Ahmed Yussef, un egipcio que llevaba veinte años trabajando en las tumbas de la necrópolis de Tebas y experto en la restauración de figuras y objetos milenarios hechos de madera, pero no en barcos. Nadie lo era. Nunca se había descubierto nada semejante. Junto al pozo de excavación se levantó una nave de ladrillo que serviría tanto de almacén de las piezas como de área de montaje. Unos sencillos aparejos permitían moverlas con más facilidad para comprobar su encaje unas con otras. Pero no olvidemos que eran los años sesenta. El equipo disponible no era especialmente avanzado, y casi todas las operaciones se hacían de forma manual. Claro está, extremando las precauciones para no dañar unos materiales tan frágiles. Yussef y sus ayudantes dedicaron diecisiete años a recomponer el rompecabezas. Antes hubo que estabilizar las maderas, levantar planos de cada tablón, consultar con constructores de falúas que, de alguna manera, conservaban las antiguas tradiciones, construir modelos a escala, remendar las piezas deterioradas y, por fin, ensamblarlas en un todo coherente. Hasta cuatro veces se montó el casco y otras tantas hubo que desmontarlo, hasta dar con una configuración satisfactoria. De delante atrás había un baldaquino, destinado quizá a dignatarios, sacerdotes o a alguna figura ritual. Le seguía la plataforma de los remeros, también protegidos por un armazón sobre el que podía extenderse un parasol, y, por fin, la estancia real. El cuidado por los detalles llegaba al extremo de que todos los nudos de los cabos que mantenían unidos los tablones quedaban ocultos. Tan solo en las amuras de la nave, donde era imposible camuflarlos, sus constructores añadieron unas piezas superpuestas que, al menos, los disimulaban. Alrededor de la barca se construyó un edificio con grandes ventanales de vidrio, galerías y rampas que permitían a los visitantes contemplarla desde varios ángulos. Fue un error. Durante mucho tiempo, el irregular suministro eléctrico impidió el funcionamiento del sistema de aire acondicionado. El sol y la humedad que desprendían las incesantes visitas amenazaban con destruir en pocos años las maderas que habían sobrevivido durante milenios bajo tierra. Al final, se cerró al público. En agosto de 2021 la barca real se trasladó al nuevo Gran Museo Egipcio de El Cairo. Esta vez, la operación contó con todas las garantías, planificadas a lo largo de un año de estudios. Para no tener que desmontarla trajeron desde Bélgica dos transportes especiales –superpuestos, uno sobre otro, con 48 ruedas en total–, manejados a control remoto, y dotados de un exquisito sistema de amortiguadores. La pieza iba empaquetada dentro de un contenedor metálico, protegida con espuma y rodeada de inclinómetros y sensores de temperatura y humedad. El trayecto, custodiado por efectivos del Ejército, se prolongó durante 48 horas, en una ceremonia que recordaba el desfile del traslado de las momias de veintidós faraones, retransmitida por televisión seis meses antes. Pero la barca solar de Keops no era un ejemplar único. A pocos metros de su zanja se encontraba otra similar, objeto de estudio por parte de un equipo japonés. Su estado de conservación no era tan bueno, debido a que los orificios no se sellaron bien, además los insectos, filtraciones de agua y temperaturas extremas comprometieron una fosa que durante milenios se había mantenido en unos estables 25º C. El temor de los expertos residía en que, al abrir la cámara y permitir que entrase en ella una bocanada de aire del desierto, todas aquellas maderas se derrumbasen como aserrín. La extracción de su contenido se prolongó durante años, a veces con serias desavenencias entre el Servicio de Antigüedades y los arqueólogos de la Universidad de Waseda. La segunda barca estaba compuesta por unas seiscientas piezas, que empezaron a recuperarse en el 2011, aunque los técnicos llevaban ya diez años estudiando el estado de las maderas y la forma de estabilizarlas. Una vez ensamblada, su lugar será también el nuevo Gran Museo Egipcio, al lado de la primera. Hoy sabemos que alrededor de la gran pirámide se enterraron otras barcas solares. Dos fueron saqueadas, o quizá no se utilizaron nunca, y hoy pueden verse allí sus fosas vacías. En el resto de la necrópolis, así como en diversos lugares de Egipto, se han encontrado pozos y restos similares, pero ninguno tan extraordinario como el navío que llevó a Keops hacia la eternidad.

viernes, 23 de agosto de 2024

EL GRAN SITIO DE MALTA: La derrota turca que salvó a toda Europa de caer en las garras del islam

Desde su fundación en 1084 durante las primeras cruzadas la orden de san Juan de Jerusalén había estado en guerra con el Islam. Con la caída de los reinos cruzados frente a Saladino estos monjes guerreros tuvieron que replegarse de Tierra Santa, tras dejar a muchos de los suyos en el asedio de Acre, y se establecieron en la isla de Rodas para continuar con su lucha sagrada. Durante siglos la orden prosperó, realizando incursiones con sus galeras contra las naves musulmanas que surcaban el mar en verdaderos actos de piratería, pero eventualmente el avance del Imperio Otomano y su conquista de Constantinopla en 1453 la pusieron en peligro de muerte. Para los turcos la isla de Rodas era una dolorosa espina clavada en el costado de sus dominios, que se extendían por el Mediterráneo desde la costa africana al norte de Grecia. Así el sultán Solimán el Magnífico encabezó en 1522 un gran ejército para tomar la isla, que se rindió tras un asedio de seis meses. Desposeídos de su hogar los caballeros vagaron por las cortes de Europa con la esperanza que alguno de sus reyes les acogiera en sus tierras, al final fue Carlos I de España (y V de Alemania) quien les proporcionó una nueva base en 1530: la isla de Malta. En esa época Malta y su vecina Gozo eran tierra de frontera, siempre en disputa entre los cristianos de Sicilia y los musulmanes de Túnez, por lo que el emperador vio en su cesión a la Orden de San Juan una oportunidad magnífica para asegurar su control y de paso amenazar el litoral africano. Los caballeros aceptaron gustosos este magnífico regalo, y bajo la dirección del Gran Maestre Philippe Villiers de l’Isle-Adam la convirtieron en una formidable fortaleza desde la que su pequeña flota de cinco galeras aterrorizaba las costas turcas saqueado y esclavizando. Entretanto Solimán había progresado considerablemente en su avance sobre los Balcanes en Europa, conquistando Hungría tras la batalla de Mohács y derrotando a la flota cristiana de manera decisiva en el combate de Los Gleves. Solo se le resistían los caballeros de Malta, y para acabar con su existencia el sultán aprestó una inmensa flota en 1565 para el asedio de la isla, que le serviría de base para asaltar Italia y el litoral español. La expedición otomana se dividía entre la flota de Pialí Bajá con 193 naves y los 24.000 soldados del ejército de Mustafá Pachá entre los que se contaban 6.000 de los jenízaros de élite del Sultán. A ellos se les sumarían más adelante los corsarios berberiscos mandados por el temible Turgut Reis, quienes ya habían saqueado Gozo en 1551 llevándose a miles de sus habitantes como esclavos. Enfrentado a tan inmensa armada, el Gran Maestre Jean de la Valette suplicó ayuda al rey de España Felipe II (hijo de Carlos V) quien amenazado por el peligro turco en sus dominios, le envió 2.500 soldados que se añadían a los 500 caballeros y 3.000 milicianos malteses de la orden. En Sicilia mientras tanto se empezó a preparar una fuerza de socorro al mando del virrey García Álvarez de Toledo, cuya misión sería levantar el sitio una vez los turcos se hubieran desangrado contra los muros. Para dificultar la labor del enemigo, la Valette ordenó que se envenenaran todos los pozos de la isla al tiempo que los habitantes se refugiaban en las fortalezas con su ganado, así los turcos tendrían que traer todas sus provisiones por mar. Los cultivos fueron segados aunque estuvieran verdes, y dentro de cada plaza fuerte se acumularon maderos, tierra y piedras para efectuar reparaciones en cuanto los cañones empezaran a derribar los muros. En el interior de Malta, la antigua capital de Mdina era demasiado pequeña para acoger a un número significativo de defensores, por lo que fue elegida como base de la caballería, cuya misión sería realizar incursiones contra las líneas de suministro otomanas. Pero en realidad, la verdadera fortaleza de la orden eran las tres penínsulas que cerraban el Gran Puerto en el que anclaban las galeras. La larga lengua de tierra del monte Sciberras estaba defendida en su punta por el fuerte de san Telmo, que vigilaba la entrada a los dos puertos naturales en los que podían refugiar los barcos. Al otro lado de la bahía Senglea y el Burgo albergaban la mayoría de habitantes de la isla, defendidas cada una por murallas y baluartes. Entre ambas se abría un pequeño brazo de mar cerrado por una cadena equipada con boyas, que se convirtió en el último refugio de la flota maltesa en cuanto llegaron los turcos. El enemigo avistó Malta finalmente el 19 de mayo, llenando el mar con los cientos de velas que formaban su inmensa flota. La bahía de Marsaxlokk en el sur de la isla fue elegida como el punto de desembarco, cerrada a los vientos y protegida por un fuerte abandonado del que los otomanos se apropiaron. Llevando consigo sus grandes cañones de asedio, unas moles de hierro y bronce que debían ser arrastradas por diez pares de caballos, los otomanos marcharon hacia el Gran Puerto. A medio camino su avanzadilla fue emboscada por una partida de caballeros que fueron rechazados sin contratiempos. El pueblo de Marsa al final de la bahía fortificada fue elegido como base para el campamento de los otomanos, quienes realizaron un espectacular desfile frente a las murallas impresionando a los defensores con sus “relucientes armas, ropas espléndidas y banderas con todos los colores del arcoíris” según relata el historiador de la Orden Giacomo Bosio. La Valette no se dejó amedrentar por este despliegue de lujo oriental: ordenó que todos los tambores de la fortaleza tocaran mientras se hacían ondear los estandartes, tras lo que abrió fuego con los cañones al tiempo que salía una fuerza escogida de 700 arcabuceros y jinetes para interrumpir el arrogante paseo otomano. La escaramuza que siguió fue el primer enfrentamiento significativo del asedio, saldándose con unos 100 musulmanes muertos cuyas cabezas fueron llevadas al Burgo como trofeo. Los dos mandos turcos estuvieron en desacuerdo desde el primer momento sobre la mejor manera de llevar a cabo el asedio, el almirante Pialí Bajá creía que se debía empezar por san Telmo para así asegurar un anclaje seguro, mientras que Mustafá defendía un ataque directo al Burgo y Senglea para golpear el corazón mismo de la Orden. La dependencia absoluta que el ejército tenía de la flota para aprovisionarse inclinó la balanza en favor de Pialí, cuyos ingenieros le aseguraban que el fuerte caería en solo cinco días, de manera que el 26 de mayo se empezó a cavar frente a san Telmo. El terreno del monte Sciberras era rocoso en extremo, sin apenas tierra en la que excavar defensas, por lo que los turcos se vieron forzados a abrir sus trincheras y baterías a golpe de pico mientras desde el interior de Malta se traían en carro sacos terreros para levantar barricadas. Una vez establecidas las plataformas de disparo 24 cañones abrieron fuego contra el pequeño fuerte, guarnecido por el español Juan de la Cerda y 500 hombres. Este consideraba que la defensa era un suicidio y pidió permiso para replegarse al Burgo, pero la Valette estaba decidido a ganar tiempo mientras se preparaba la fuerza de socorro y le ordenó aguantar. Las defensas de Malta fueron reforzadas mientras la lluvia de balas caía sobre san Telmo, se recubrieron los muros con barriles de tierra para amortiguar los disparos, construyendose murallas secundarias tras las defensas y se derribaron todos los edificios que obstruían el campo de tiro. Aterrorizados por el constante estruendo, los perros de la isla empezaron a ladrar día y noche, de manera que la Valette los masacró para que los defensores pudieran conciliar el sueño. A principios de junio llegó Turgut con sus 2.500 corsarios, y aunque consideraba un error atacar primero san Telmo ya era demasiado tarde para interrumpir la operación, por lo que se trasladó a primera línea para ayudar a los ingenieros de asedio. Pese a lo difícil de su tarea, los turcos habían logrado adelantar sus trincheras hasta el revellín del fuerte, un parapeto avanzado que defendía el foso, que fue tomado por sorpresa el día 3 de junio gracias a que un centinela se había quedado dormido. Los malteses lanzaron inmediatamente un contraataque, y ambos bandos lucharon durante cinco horas por la posesión del revellín. El inagotable número de turcos pronto dio la victoria a Mustafá, quien entonces se lanzó a por el fuerte en un imprudente asalto que le costó la vida a 500 jenízaros. Tras este revés, los otomanos empezaron a construir allí una batería elevada con tierra y madera para disparar contra el fuerte desde arriba, tarea que fue posible gracias al letal fuego de los francotiradores turcos, que abatían a cualquier defensor que sacara la cabeza por encima del muro. Estos respondieron ingeniosamente atando filas de arcabuces a un poste, que luego eran subidos al parapeto y disparados a ciegas sobre el enemigo tirando de un cordel. Pero la situación de los aislados defensores empezó a agravarse el 5 de junio, cuando se instaló una nueva batería en la vecina península de Marsamuschetto que empezó a hacer fuego cruzado contra san Telmo. En ese punto crítico, los sitiadores decidieron construir dos puentes de madera para salvar el foso y alcanzar el parapeto, pero fueron destruidos por fuego de artillería y una salida nocturna. El 8 de junio Mustafá lanzó un primer asalto contra los derruidos muros de la minúscula fortaleza, cuya guarnición se enfrentó a los jenízaros con bombas incendiarias y unos primitivos lanzallamas. Tras siete horas de lucha sin cuartel, el ataque fue rechazado. Los 50 malteses que quedaban solicitaron de nuevo a la Valette permiso para escapar del fuerte condenado, de manera que el Gran Maestre envió una delegación de tres caballeros para evaluar si la defensa era todavía posible. Estos aseguraron que la fortaleza todavía se podía mantener, por lo que indignados, los defensores les amenazaron con matarlos si no recomendaban la evacuación al Gran maestre, afortunadamente para ellos alguien tocó la campana de alarma fingiendo un ataque turco, por lo que lograron escapar al Burgo. Dispuesto a ganar tiempo costase lo que costase, la Valette consiguió reunir (con el pago de 2.000 ducados donados por el obispo de Malta) a 100 voluntarios para la defensa del fuerte, quienes fueron enviados a san Telmo bajo el mando de Constantino Castriota mientras los botes se llevaban a los heridos en el viaje de vuelta. Esta dinámica continuaría en los días siguientes, en los que se repitieron los asaltos turcos durante el día y la llegada de refuerzos y municiones en botes que sorteaban el fuego turco por la noche. Los malteses desplegaron inventos cada vez más imaginativos, cubriendo aros de hierro con brea y estopa para crear ruedas incendiarias y usando pieles curtidas para fabricar reductos inmunes al fuego. El 14 de junio Mustafá ofreció a la guarnición un salvoconducto si se rendían, pero la crueldad que los turcos habían mostrado con todos los cristianos capturados disuadió a la guarnición. A los dos días un nuevo asalto se abatió contra el fuerte. Tras orar en sus trincheras dirigidos por los muecines, los turcos atacaron con todas sus fuerzas: la explosión de una pila de granadas en las líneas de los defensores abrió una enorme brecha por la que se colaron los jenízaros, convencidos de que ahora sí había llegado el momento de la victoria. Afortunadamente los artilleros del Burgo se dieron cuenta de lo crítico de la situación y empezaron a dispararles, y aunque sus primeros tiros acabaron con ocho caballeros, los que siguieron arrasaron las filas del enemigo, que tuvo que retroceder para ponerse a cubierto. Con el fracaso de este nuevo asalto, los otomanos optaron por la prudencia y cavaron una trinchera paralela a la orilla para cortar la llegada de refuerzos desde el Burgo. Sometidos al fuego de arcabuceros y artillería los malteses ahora solo podrían llegar a san Telmo buceando bajo el agua. Los defensores tuvieron no obstante un golpe de suerte el día 18, cuando Turgut cayó herido de muerte en una batería turca. La dotación del cañón que éste estaba supervisando había bajado demasiado la puntería, por lo que el disparo impactó contra la trinchera de roca llenándola de afiladas astillas, una de ellas se clavó en la cabeza del corsario, que falleció a los cinco días de ocurrido. En tanto, la fiesta de Corpus Christi se celebró el 21 de junio con una breve procesión encabezada por la Valette en el Burgo, donde ya habían empezado a caer las bombas otomanas. Ese día un nuevo asalto contra san Telmo fue rechazado, aunque los turcos lograron ocupar brevemente una torre que se elevaba sobre el fuerte en su parte trasera. Con la retirada cortada por mar y sin la posibilidad de recibir refuerzos ni municiones, el puñado de soldados que quedaban en la fortificación se dispusieron a vender caras sus vidas por la fe, reuniéndose en la iglesia donde según Bosio “unos con otros se confesaron, abrazaron y consolaron […] rogándose que cada uno pasase en paciencia el trance”. Los sacerdotes les dieron la absolución a todos y luego enterraron los objetos de culto y quemaron los tapices religiosos para que no fueran profanados. El 23 de junio víspera de la fiesta de San Juan Bautista, patrón de la orden, Mustafá lanzó el asalto definitivo. Tras los habituales rezos y cánticos nocturnos cientos de enemigos entraron en el fuerte por las brechas abiertas por los cañones. Los 70 defensores resistieron cuatro horas la avalancha hasta que se les terminó la pólvora, los que no se podían mantener en pie por estar demasiado heridos esperaron su destino sentados en sillas, mientras a su alrededor un grupo de frailes los animaban con promesas de vida eterna. Con el fuerte al fin en sus manos, los turcos trataron a los supervivientes con una crueldad extrema, los heridos fueron atados y usados por los arqueros para practicar puntería, mientras que los caballeros fueron puestos boca abajo en la pared, donde los destriparon y les arrancaron el corazón. Solo unos pocos se salvaron al ser esclavizados por los corsarios para cobrar por ellos un rescate. Mustafá aprovechó esta victoria para enviar al resto de malteses un terrible mensaje, clavando las cabezas de los defensores de san Telmo en picas a lo largo del monte Sciberras y enviando sus cuerpos crucificados flotando bahía abajo hasta el Burgo. Para que tamañas atrocidades no minaron la moral de la Valette, quien respondió con la misma moneda, decapitando a todos sus prisioneros y enviando sus cráneos a las líneas turcas a cañonazos. La terrible lucha por san Telmo se había cobrado las vidas de 4.000 turcos, un sexto del total, pero había sido peor para los malteses, quienes con 1.500 bajas habían perdido un cuarto de sus fuerzas, pero así y todo se había ganado un tiempo muy valioso, y los mensajeros que mantenían a la Valette en contacto con Sicilia, aseguraron que el virrey estaba reuniendo un ejército para acudir al rescate de la plaza. Una pequeña parte de estos refuerzos, un total de 700 hombres, llegó el 3 de julio por mar. El plan de Mustafá para atacar los dos bastiones que le quedaban a la Orden era realizar un ataque combinado por tierra y mar. Para ello necesitaba proporcionar a sus hombres un medio de cruzar el Gran Puerto de manera que a lo largo de julio fue trayendo botes a través del monte Sciberras, que fueron arrastrados sobre troncos engrasados por equipos de bueyes hasta reunir una flotilla de 80 barcos. Esta amenaza fue descubierta a la Valette por un oficial turco que había sido raptado de niño en Grecia y ahora había visto la ocasión de desertar. La península de Senglea era el primer objetivo de Mustafá, por lo que los malteses colocaron una serie de mástiles unidos con cadenas frente a su costa para impedir que las naves llegaran hasta la orilla. Los turcos intentaron cortar primero las estacas con hachas y luego arrancarlas con unos cabrestantes, pero los malteses se echaron al agua y los expulsaron a golpe de espada. Finalmente, el asalto anfibio se llevó a cabo el 15 de julio. Coordinados con un ataque por tierra, los turcos se acercaron en decenas de botes cuyas bordas habían sido fortificadas con balas de paja y sacos de tierra. Incapaces de llegar hasta la orilla por culpa de las estacas encadenadas los atacantes tuvieron que nadar los últimos metros, empuñando las escaleras con las que pretendían superar los muros del fuerte de san Miguel y tomar Senglea. Bajo el fuego de los arcabuces miles de sitiadores asaltaron la muralla, y en la punta de la península la explosión de un polvorín sembró el pánico entre los defensores, pero la línea aguantó gracias a que su comandante, el caballero Sanoguera, quien se mantuvo firme en el puesto. Mientras tanto, una segunda fuerza de 1.000 jenízaros y corsarios navegaba alrededor de Senglea para atacarla por detrás, en un punto donde no se habían colocado estacas. Este golpe podría haber condenado con toda seguridad a los defensores, pero los turcos pasaron por delante de una batería oculta en el burgo, que hundió sus naves con fuego de metralla a quemarropa. Fue la Valette quien consiguió la victoria ese día, enviando una fuerza de refresco a través del puente de pontones que conectaba Senglea con el Burgo para rechazar el ataque turco, un contraataque en el que murió el hijo del virrey de Sicilia, quien había decidido combatir ignorando las órdenes del Gran Maestre. Al terminar la jornada 3.000 turcos habían pagado con sus vidas el fracaso. Con el asedio estancado por el momento, Mustafá decidió someter a la fortaleza a cañonazos, iniciando un terrible bombardeo a mitad de julio cuyo tronar se podía oír en Sicilia a 200 kilómetros de distancia. Se abrieron trincheras para acercar las tropas a Senglea y el Burgo, en la muralla de este último los ingenieros había decidido concentrar la artillería en el puesto de los caballeros de Castilla, un punto en el que el muro llegaba al mar en el norte y por lo tanto quedaba expuesto al ataque desde dos direcciones. El primer asalto general contra las penínsulas se llevó a cabo el 7 de agosto. En Senglea los turcos se adentraron por una brecha abierta en la muralla dirigidos por el propio Mustafá; la Valette empuño también una pica en la defensa del muro, combatiendo junto a sus hombres hasta ser herido en una pierna. Parecía que el ataque progresaba y que al fin la media luna se adueñaría de Malta pero de improviso el ataque perdió fuelle hasta que los turcos huyeron gritando que había llegado el ejército de socorro. Se trataba de hecho de una incursión de la caballería de Mdina contra el campamento otomano: tras permanecer toda la noche escondidos los jinetes malteses de Vincenzo Anastagi habían atacado en el momento justo en el que el asalto estaba en su apogeo, incendiando las tiendas, degollando a los heridos y sembrado el pánico en el ejército enemigo. Salvados así por la intervención de sus camaradas, los defensores reconstruyeron las secciones de muro y se dispusieron a contener el siguiente asalto. Con todo, su martirio parecía que acabaría pronto, ya queel Gran Maestre había recibido la excelente noticia que el virrey ya tenía un ejército de 16.000 hombres listo para levantar el asedio en cuanto Felipe II le diera permiso, algo que este era reacio a hacer para no poner en peligro las pocas galeras que le quedaban tras el desastre de los Gleves. Mustafá consiguió rehacer su maltrecho ejército para otro ataque, que se lanzó el 18 de agosto tras volar parte del puesto de Castilla con una mina subterránea. A lo largo de tres días ambas penínsulas fueron asaltadas por oleadas continuas de turcos, quienes llegaron a traer una torre de asedio para disparar a los defensores desde arriba, la cual fue destrozada por las balas encadenadas disparadas por los cañones malteses. De nuevo se había logrado la victoria, pero las bajas habían sido tales que el consejo de la Orden conminó a la Valette a encerrarse en el fuerte de Santángel del Burgo para resistir allí hasta que llegara el socorro. Incapaz de abandonar a su pueblo, el Gran Maestre se negó, mandando volar el puente elevado que unía esa ciudadela con el resto de la fortaleza para que nadie pudiera esconderse dentro. Afortunadamente para los defensores su última victoria había convencido a Felipe II de que era el momento de enviar un ejército de socorro: sus espías le informaban de que los turcos estaban desechos, sin apenas munición ni comida y enfermos de disentería, por lo que no tendrían fuerzas para oponérsele en combate. Así el 25 de agosto, Álvarez de Toledo pudo al fin hacerse a la mar, pero le sorprendió una tormenta de verano que dispersó sus naves alejándolas de la isla. Tras reagruparse en Sicilia la fuerza de socorro volvió a intentarlo y esta vez sí que logró desembarcar en la parte norte de Malta el 7 de septiembre. Las nuevas de la llegada del virrey corrieron como la pólvora entre los desmoralizados turcos. Mustafá ordenó levantar el asedio y dirigirse a Marsaxlokk para escapar, mientras en la fortaleza las campanas de las iglesias repicaban con alegría y los caballeros entonaban él Te Deum para dar gracias a Dios por el fin de la pesadilla. Sin embargo, todavía quedaba una última escena por representar de la tragedia; un esclavo del contingente siciliano logró pasarse a los turcos e informar a Mustafá de que solo se enfrentaba a 9.000 hombres, por lo que este dio media vuelta y se enfrentó al ejército de socorro cerca de Mdina. La última batalla empezó con la lucha por una colina que dominaba la llanura, los cristianos lograron apoderarse de ella y defenderla del enemigo, que debilitado por meses de hambre, combates y disentería se desintegró perseguido por la vengativa caballería maltesa. El asedio de Malta había terminado. Los turcos se retiraron, dejando a 15.000 de sus hombres muertos en su rocoso suelo y abandonando para siempre sus proyectos de conquista de Italia. Por el contrario, para la Orden este fue su momento de mayor gloria, las defensas fueron reconstruidas y en Sciberras se levantó una nueva ciudad fortificada llamada la Valeta en honor del Gran Maestre. El asedio de Malta fue un punto de inflexión en la pugna entre cristianos y musulmanes por el control del Mediterráneo, terminó con la racha de victorias turcas iniciada con la caída de Rodas y puso a ambos bandos en un rumbo de inevitable colisión que les llevaría a la decisiva batalla de Lepanto, donde la flota turca fue hundida y con ella sus planes de conquistar el resto del continente. Desde entonces, solo se dedicó a defender sus posiciones en los Balcanes, de los cuales terminaron por ser expulsados desde el siglo XIX, conservando en Europa únicamente Constantinopla... La inevitable decadencia del enfermo turco había comenzado.

viernes, 16 de agosto de 2024

SILK ROADS: Las Rutas de la Seda llegan al Museo Británico para una exposición histórica

Desde el 26 de septiembre, el Museo Británico albergará tesoros únicos procedentes de Samarcanda (Uzbekistán) en un intento de disipar los clichés con los cuales generalmente se conocen en Occidente a los comerciantes que recorrían la Ruta de la Seda procedentes desde el Lejano Oriente hacia Europa, para lo cual expondrá valiosos tesoros como una monumental pintura mural de seis metros de largo creada en el siglo VII y figuras de marfil del siglo VIII talladas para uno de los juegos de ajedrez más antiguos que se conservan del mundo y que se verán en Gran Bretaña por primera vez. Los objetos viajarán desde la antigua ciudad de Samarcanda al Reino Unido para una exposición titulada Silk Roads (Rutas de la Seda), como parte del primer préstamo de museos de Uzbekistán al Museo Británico. Se trata de una muestra innovadora que abarca el período comprendido entre el 500 y el 1000 d. C., e irá más allá de la imagen popular del comercio entre Oriente y Occidente, con caravanas de camellos y comerciantes que vendían sedas y especias en bazares, para explorar las conexiones entre culturas y continentes, siglos antes del desarrollo del mundo globalizado actual. La exposición, que se extenderá hasta febrero, mostrará que, en lugar de una única ruta comercial, existían redes superpuestas que vinculaban a comunidades de Asia, África y Europa. Más de 300 objetos incluirán préstamos de 29 instituciones nacionales e internacionales, muchos de ellos expuestos por primera vez en el Reino Unido. Al respecto Yu-ping Luk, uno de los principales comisarios de la muestra, afirmó: “Obviamente, habrá camellos, seda y referencias a las caravanas, que también son una parte muy importante de las Rutas de la Seda. Pero queríamos ir más allá y contar una historia más rica de las redes en múltiples direcciones, no solo de este a oeste, sino de norte a sur y otros lugares, y también del movimiento de objetos, personas e ideas” asevero. Entre los objetos que se verán en la exposición, destaca una pintura mural de seis metros de alto - que es la representación vibrante de una procesión de personas montadas en camellos, caballos y un elefante - la cual procede del “Salón de los Embajadores” de Samarcanda. Data de la década de 660 y forma parte de una serie excavada en la década de 1960. Es un ejemplo incomparable del arte creado por los antiguos sogdianos de la región, que eran grandes comerciantes. Su nombre deriva de la representación de pueblos de diferentes orígenes, de regiones vecinas y de lugares tan lejanos como la península de Corea, que llegaban a Samarcanda para comerciar. Luk, curador de pinturas, grabados y colecciones de Asia central chinas del Museo Británico, dijo que muestra el cosmopolitismo de los sogdianos: "Estamos realmente emocionados de poder tomarlo prestado y mostrarlo por primera vez en el Reino Unido". Según afirma, a los comerciantes de la Ruta de la Seda a veces se les representa en Occidente como “vendedores ambulantes o pequeños comerciantes”, “pero aquí hay una imagen de su tierra natal que los muestra habiendo prosperado gracias a su comercio”. Las tallas de marfil del siglo VIII son siete piezas de ajedrez que han sobrevivido: "Se encuentran entre las piezas de ajedrez más antiguas, si no las más antiguas, conocidas en el mundo. Fueron excavadas en un yacimiento de Samarcanda y se cree que datan del siglo VIII. Las figuras representan parte de un ejército. Hay soldados de infantería, jinetes, personas montadas en carros, un jinete de elefante. El marfil era un producto de lujo en esa época, lo que indica que este juego era un objeto de alto valor” indicó. “Cuando el ajedrez se desarrolló por primera vez en la India alrededor del año 500 d. C., antes de extenderse a Oriente Medio y Europa, era un juego para entrenar la estrategia militar entre la élite. Este es un gran ejemplo de cómo, durante el período que cubrimos en la exposición, todas estas redes y conexiones tienen un legado para el período contemporáneo, cuando el ajedrez como juego se está extendiendo” añadió. Debido a su alcance y cobertura geográfica, la exposición presentará objetos de todos los departamentos del Museo Británico, incluidos granates indios descubiertos en Suffolk y cerámicas chinas encontradas en Egipto, que reflejan el asombroso alcance de las redes de la Ruta de la Seda. Las exposiciones también incluirán un recipiente dorado que probablemente contenía crisma, un aceite mezclado que se utilizaba en rituales cristianos como el bautismo, que a menudo se perfumaba con bálsamo, una valiosa resina vegetal del Mediterráneo oriental o Arabia. Sucede que en la década del 720 d. C., los estrictos controles de exportación inspiraron a un obispo inglés llamado Willibald a pasarlo de contrabando sin que lo vieran los funcionarios de aduanas omeyas en Tiro, en el actual Líbano. Ocultó el bálsamo en una calabaza ahuecada debajo de una capa de aceite mineral, que enmascaraba su fragancia distintiva. Por su parte, Sue Brunning, curadora de las colecciones europeas de la Alta Edad Media y de Sutton Hoo, dijo: “Es tremendamente emocionante expandir la historia de las Rutas de la Seda a partes del mundo que tradicionalmente no están asociadas con su imagen popular, incluso aquí en Gran Bretaña. Por ejemplo, los visitantes encontrarán una caja de hueso de ballena fabricada en el noreste de Inglaterra, pero tallada con historias, relatos e idiomas extraídos del resto del mundo” puntualizó. De esta manera, atravesando desiertos, montañas, ríos y mares, Silk Roads contará una historia de conexión entre culturas y continentes, siglos antes de la formación del mundo globalizado que conocemos hoy, la cual estará abierta hasta el 23 de febrero del 2025.

viernes, 9 de agosto de 2024

LA ABADÍA DE ST. GALLEN: El gran monasterio de Suiza

Este monumento (en alemán, Fürstabtei Sankt Gallen) se encuentra situado en pleno casco histórico de la ciudad de St. Gallen y uno de los ejemplos más magníficos de arquitectura barroca del país. Fue además durante muchos siglos una de las principales abadías de la Orden benedictina en Europa. Se eleva sobre un patio lleno de fuentes, pero el recinto no solo abraza el cenobio. Con el tiempo ha añadido la catedral barroca adosada, la bellísima Stiftsbibliothek que es la biblioteca más antigua que se conserva en Suiza y un enigmático lapidarium con vestigios arqueológicos. Los orígenes de la localidad de St. Gallen se remontan al año 612 cuando un monje de origen irlandés, Galo, eligió para su retiro espiritual un rincón excavado en la roca de la zona, tras recibir lo que él consideró “una señal divina”. La leyenda cuenta que el eremita iba caminando cuando cayó en una zanja y vio su vida amenazada por un oso al que ahuyentó con un tronco. Interpretando que “aquello era una señal divina”, decidió asentarse en aquel lugar y usar el tronco para empezar a erigir un refugio en las rocas donde cobijarse. Ya fallecido el monje, la veneración al asceta fue sumando devotos con el tiempo, por lo que pasado un siglo, el año 747, se decidió construir una abadía benedictina que pronto se convirtió en un lugar de peregrinaje y centro de eruditos. Precisamente, bajo el gobierno del abad Waldo de Reichenau (740-814) se copiaron numerosísimos manuscritos, formándose así una nutrida biblioteca. Muchos monjes irlandeses y sajones se establecieron en la abadía para dedicarse a la copia de manuscritos. A petición de Carlomagno, el Papa Adriano I envió gran cantidad de cantores desde Roma, que propagaron el Canto gregoriano. En el siglo XIII, la abadía y la ciudad, como principado independiente, estaban regidas por los abades, que adoptaron el título de príncipes del Sacro Imperio. Bajo los auspicios del abad Pío (1630-1674) comenzaron a imprimirse libros en la abadía. Hoy el monumento está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su valor histórico y artístico y la belleza de su abadía y biblioteca, que se suman al valor arquitectónico de la magnífica catedral erigida junto al recinto monacal en 1847, en pleno centro medieval. Aunque gran parte de la abadía fue destruida durante los años de la Reforma protestante, su magnífica biblioteca se salvó de forma milagrosa. Su sala central fue realizada por Peter Thums entre 1758 y 1767, siendo hoy considerada una obra maestra del rococó centroeuropeo. Contiene más de 170.000 libros y documentos, destacando una valiosa colección de manuscritos de los siglos VIII al X. Sin embargo, solo unos 30.000 quedan a la vista, ya que el resto se esconden y protegen tras los paneles de madera de las paredes. La decoración de la biblioteca muestra además estanterías, esculturas, querubines, suelos de madera en taraceas y un techo decorado con estucos y trampantojos. En cuanto a la catedral abacial, este templo vecino a la abadía de St. Gallen se alza hoy precedido por las dos torres gemelas de sus esbeltos campanarios. En su interior amplio y luminoso destacan los techos decorados con frescos de Josef Wannenmacher, el coro con sillería barroca de madera labrada, el altar Mayor, el púlpito adornado con la figuras de los Evangelistas y ángeles, y hasta 16 confesionarios barrocos decorados con medallones. La iglesia es cruciforme, con una nave de 9 arcadas y un ábside semicircular en cada extremo. El extremo occidental está rodeado por una columnata semicircular, dejando un “paraíso abierto” entre él y la pared de la iglesia. La totalidad del área está dividida por paneles en varias capillas. El altar mayor se sitúa inmediatamente al este del transepto, o coro ritual, el altar de San Pablo, en el este, y el de San Pedro en el ábside occidental. Hay un campanario cilíndrico separado de la iglesia a cada lado del ábside occidental. La innovación más importante es la clausura monástica, espacio abacial donde solo puede haber monjes, no permitiéndose la entrada a los extraños (clausura pasiva) y los monjes no pueden abandonarla sin permiso (clausura pasiva).Este plan sería el que serviría de modelo para la construcción de otros monasterios en todo el Sacro Imperio Romano Germánico, adaptándose a las circunstancias locales. St. Gallen es hoy una ciudad universitaria y cultural, llena de teatros y museos. La Plaza del Mercado es el corazón de la villa desde la Edad Media. Hoy está rodeada de suntuosos edificios construidos en los siglos XVII y XVIII, cuyas fachadas lucen bellas pinturas. Esta localidad prosperó en el siglo XIX en el contexto de Europa gracias a la industria textil. Sobre esa época habla el Textilmuseum, exhibiendo además maquinaria, documentos y tejidos antiguos procedentes de lugares lejanos, como los procedentes de tumbas coptas de Egipto o delicados encajes y bordados flamencos. La muestra de este museo también alude a aspectos sociales de aquella época, así como de los diseños entonces de moda. En tanto, el Museo de Historia se centra en el pasado y los habitantes de esta zona.

viernes, 2 de agosto de 2024

LAS ESTATUAS DE LOS DICTADORES SON LAS PRIMERAS EN CAER: Odiados símbolos de regímenes asesinos

A lo largo de la historia siempre se ha repetido la misma escena. Sátrapas megalómanos de todas las tendencias nunca se han resistido a la tentación de levantarse horribles monumentos en vida para intentar perpetuar su memoria, pero para su desdicha, estas son derribadas cuando caen esos regímenes y se borra todo recuerdo de aquellas épocas oscuras. Ahora le tocó el turno a Venezuela, donde las estatuas levantadas en “honor” al tirano Hugo Chávez - muerto en el 2013 - están siendo derribadas con gran estrepito, en medio de las multitudinarias protestas por el megafraude cometido por su “sucesor” Nicolás Maduro el pasado domingo. En efecto, en diversos sectores del país, miles de manifestantes exigieron la salida del tirano. “¡Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer!”, coreaban los manifestantes mientras marchaban, siendo dispersados por la Guardia Nacional con gases lacrimógenos y balas de goma. La violencia estalló en varias ciudades, y en lugares como La Guaira, Falcón, Carabobo y Guárico, otrora bastiones del chavismo, se reportó la destrucción de estatuas de Hugo Chávez, símbolo del régimen que oprime al país desde hace 25 años. Las imágenes de las estatuas derribadas se volvieron virales en las redes sociales, simbolizando el rechazo popular hacia el régimen asesino de Maduro. En los videos se puede apreciar a decenas de seguidores que celebran tras la caída de las figuras de sus pedestales. En otros de los videos que fueron difundidos a través de las redes sociales se puede ver como conductores recorren las calles con la cabeza de las estatuas de Chávez atada a sus motocicletas mientras la ciudadanía celebra. Estas estatuas se han convertido en el blanco del malestar provocado por la decisión del Consejo Nacional Electoral de Venezuela de declarar “ganador” de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio a Maduro. El lunes se registraron 187 protestas en 20 de los 23 estados, de acuerdo con la organización Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) y en varias de ellas las efigies “en honor” a Chávez, fueron derribadas por los manifestantes. La represión violenta de las protestas ha dejado varios muertos, a manos de la policía y los colectivos chavistas que a sangre y fuego pretenden acallar las protestas, sin conseguirlo. Cabe precisar que esta no es la primera vez que los esperpénticos monumentos “en honor” al desaparecido líder de la llamada “Revolución bolivariana” han sido destruidos. Algo similar ocurrió el 2017 y en el 2019. No obstante, lo llamativo de esta ocasión es el número estatuas atacadas y el breve lapso de tiempo en el que ocurrió. Sin embargo, hay quienes observan otra diferencia: quiénes protagonizaron los hechos. “Maduro logró, con su conducta y comportamiento antipopular, que ese mismo pueblo que tanto amaba a Chávez sea hoy el que derribe sus estatuas y salga a protestar contra su fraudulenta reelección”, afirmó una exaltada funcionaria. Varias de las regiones donde se registraron los ataques contra los monumentos eran consideradas bastiones electorales del chavismo hasta no hace mucho. Por ejemplo, en el costero estado La Guaira, ubicado apenas a 30 kilómetros al norte de Caracas, no ha habido un gobernador distinto al oficialismo desde 1998, algo similar ha ocurrido en Falcón, a unos 445 kilómetros al noroeste de la capital venezolana. Los derribos de las estatuas no parecen haber sido ordenadas por ningún sector de la oposición, sino que fueron resultado de los desórdenes en los que degeneraron algunas de las manifestaciones espontáneas registradas el mismo día en el que CNE, organismo controlado por el oficialismo, proclamó la “victoria” de Maduro. Los monumentos a Chávez comenzaron a levantarse en distintas zonas de la geografía venezolana una vez que éste falleció el 5 de marzo del 2013, a consecuencia del cáncer que se le detectó a mediados del 2011.A las efigies le siguieron el bautizo de escuelas, hospitales, estadios y miles de obras públicas. Asimismo, de una forma por lo demás nauseabunda, ese aberrante culto a la personalidad - alentado por el propio Chávez - fomento “una religión chavista” llegando a compararse con Jesucristo. Otra de las formas con las que exaltó su imagen fue a través de sus constantes apariciones en radio y televisión. Desde que Chávez llegó a (el palacio presidencial de) Miraflores las cadenas de televisión fueron obligadas a transmitir durante horas el programa llamado “Aló Presidente” utilizándose como una vía expedita para invadir los hogares venezolanos buscando lavarles el cerebro y alimentar así el culto a la personalidad de su persona. La muerte del tirano en el 2013 multiplicó los esfuerzos del chavismo por continuar en esa línea, pero con el descalabro de la economía que genero una terrible crisis social, agravando la situación de esos sectores que antes lo idolatraban y que hoy rechazan violentamente su legado, derribando sus monumentos donde quiera que los encuentren, para acabar con los símbolos de un régimen que ya vive sus horas de agonía. Solo se están adelantando a los acontecimientos. Así sucedió por ejemplo en Europa del Este tras el colapso de la Unión Soviética y el consiguiente derrocamiento de las dictaduras comunistas que los oprimían desde 1945. Miles de estatuas de Lenin, Stalin, Marx y Engels, así como de los tiranos que se habían levantado monumentos en vida - “arte socialista” les decían a esos espantajos - fueron arrasadas sin consideración alguna y hoy no queda ni el recuerdo. Eso mismo debe ocurrir en Venezuela,,, A que no quede ninguna.
actualidad cultural
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