Fueron tres los días de dolor y muerte; entre el 13 y el 15 de febrero de 1945. El bombardeo de Dresde fue inhumano, criminal e injusto. Un monstruoso crimen de guerra inspirado en la maldad más abyecta que jamás ha sido declarado como tal porque los que lo ejecutaron fueron quienes escribieron la historia oficial de la II Guerra Mundial. Como sabéis, bajo la orden del entonces premier británico, Winston Churchill, más de 700 mil bombas de fósforo cayeron sobre unos 1,2 millones de habitantes indefensos de la ciudad de Dresde, este de Alemania; lo que no solo convirtió en ruinas a una de los mayores ciudades del norte de Europa, sino también dio lugar al mayor genocidio acaecido durante la guerra. El bombardeo de Dresde fue tan implacable que, a juicio de algunos historiadores, es el colmo de la locura de Churchill. “No quiero sugerencias en cuanto a cómo podemos desactivar la economía y la maquinaria de guerra, lo que quiero son sugerencias sobre cómo podemos asar a los refugiados alemanes en su huida de Breslau”, dijo este despiadado asesino, cuyas bestialidades pueden compararse a las cometidas por Stalin. Hacia el final de la guerra, se creó, por fin, la tormenta de fuego tan deseada por este monstruo. El demencial ataque de la Real Fuerza Aérea del Reino Unido (RAF, por sus siglas en inglés) y las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos (USAAF, por sus siglas en inglés) a la indefensa Dresde marcó la muerte de más de 260 mil personas quemadas vivas. No obstante, no se pudo localizar y contar los perecidos en el centro de la ciudad, debido a la temperatura de 1600 grados centígrados que predominaba en la zona. Los ciudadanos de Dresde apenas tuvieron tiempo para llegar a sus refugios y los que buscaban refugios subterráneos, frecuentemente fueron sofocados por el humo y la falta de oxigeno. Mientras que los cuerpos de otros tantos fueron derretidos. Cuando se inició el bombardeo, nadie imaginaba que en menos de 24 horas, todas esas personas inocentes perdieran la vida, gritando en medio de las llamas de la tormenta del fuego creada por Churchill. Nada les importó que Dresde fuera una ciudad hospital, llena de heridos y refugiados de guerra que huían del horror producido en otras ciudades por los comunistas. Nada les importó que Dresde no fuera un punto estratégico de ninguna relevancia militar en aquellos momentos, ni un obstáculo para el avance de las tropas aliadas. Ingleses y norteamericanos querían colmar a Stalin de satisfacción genocida, ya que así lo habían pactado en la hoja de entrega del botín a la rapiña soviética ultimada en Yalta. Es así como, mediante diversas lluvias de bombas, entre incendiarias y explosivas, en número de más de 600.000, dejaron la ciudad de Dresde en ruinas. En el primer ataque más 1800 bombas explosivas fueron lanzadas. Lo bombardearon todo, incluidos los flancos más débiles: hospitales, asilos y escuelas de niños. La ciudad temblaba en lamentos de gritos y sollozos. En el segundo ataque, el número de bombarderos se había doblado. En esta ocasión 550 bombarderos británicos Lancaster sobrevolaron Dresde. Y las bombas que llevaron en esta ocasión eran bombas incendiarias. Se lanzaron nada más y nada menos que 650.000 bombas. Con este segundo bombardeo, Dresde, joya esplendorosa del arte y la cultura alemana - conocida como por su belleza con justa razón como la Florencia del Elba - quedó reducida a cenizas. No había agua, ni alimentos, ni medicinas, ni medios suficientes para apagar las llamas de la ciudad, ni atender a los cientos de miles de heridos. Y sin embargo, el horror no había acabado. Al medio día del 14 de febrero llegó la tercera oleada de bombarderos que dejó caer otro diluvio de muerte sobre la ciudad. Esta vez fueron 311 bombarderos B-17 de las fuerzas norteamericanas acompañados de cinco cazas. Cayeron sobre la ciudad 1800 bombas explosivas y más de 126.000 bombas incendiarias. Los cazas que los acompañaban se dedicaron a ametrallar a los grupos de supervivientes que como buenamente podían, escapaban de la ciudad. A las 10 de la mañana del 15 de febrero se desplomó finalmente la Iglesia de Frauenkirche, el símbolo de la ciudad. Pero aún así, aún hubo un último ataque aéreo de menor consistencia esta vez. Los B17 estadounidenses arrojaron otras 460 bombas incendiarias más. Luego de aquellos infames días, el horror continuó, ya que los incendios tardaron varios días en apagarse y los muertos se acumulaban por toda la ciudad. A la nube tóxica producida por los vapores de las bombas, el fuego, las cenizas, la falta de aire respirable, se unía el riesgo de enfermedades. El 25 de febrero, miles de cuerpos tuvieron que ser incinerados, sin identificar, en la actual plaza del mercado viejo. 25.000 fueron enterrados en el cementerio. Al respecto, la revista Das Reich ("El Imperio") del 4 de marzo de 1945 en el artículo "Der Tod von Dresden" ("La muerte de Dresde") afirmo: "En la medianoche apareció en el cielo al rojo vivo del valle del Elba una segunda flota aérea británica que con bombas altamente explosivas y con su armamento de a bordo causó una carnicería sobre la muchedumbre que estaba en las zonas verdes, tal como podría haberlo inventado la imaginación de un Ilia Ehrenburg." Historiadores “oficiales”, tendentes a minorizar los efectos criminales del bombardeo anglo-estadounidense, han cifrado las víctimas en 20 mil; otros en 40 mil… El rigor de los estudios contrastados, sin embargo, manifiesta que fueron más de doscientos cincuenta mil las víctimas mortales del ataque anglo-estadounidense sobre Dresde entre las víctimas directas y aquellos heridos que fallecerían en días posteriores. No cabe duda que esta atrocidad cometida tiene que ser colocada en el tope de los más siniestros de todos los tiempos. Un monstruoso crimen de guerra donde no hubo castigo alguno para los responsables de esa masacre, que no está en la conciencia colectiva de los ciudadanos occidentales, el cual ademas está borrado de la historia “oficial” por quienes encierran tras el escaparate de la ‘democracia’ y el comunismo, los mayores actos genocidas del pasado siglo. A escasos días del 75 aniversario de la destrucción de la ciudad - que tras la reunificación alemana esta en plena reconstrucción, aunque falta mucho por hacer - es justo y necesario hacer un homenaje a las victimas de semejante atrocidad. Dresde ha renacido de sus cenizas, sin embargo el infierno vivido en 1945 por las bombas anglo- estadounidenses no deben olvidarse jamás.