SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 28 de julio de 2023

FESTIVAL DE BAYREUTH: Entre el rechazo y la indiferencia

En medio de muchos cuestionamientos a sus organizadores, este martes comenzó en Alemania el Festival de Bayreuth, con una polémica puesta en escena para este evento de ópera wagneriana venido a menos, de una versión de "Parsifal" con realidad aumentada (RA). En esta ocasión, el estadounidense Jay Scheib, profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT), contó la historia de los caballeros del Grial y el heroico Parsifal con elementos virtuales que complementó lo que sucedió sobre el escenario. Estos solo se pudieron ver con gafas especiales de RA, de las que solo hubo disponibles 330 para un total de casi 2.000 espectadores. "El proyecto estaba planeado con 2.000 anteojos, pero debido a un cambio en la gerencia de compras se pudieron hacer solo 330", explicó la directora del festival wagneriano, Katharina Wagner, en entrevista con DPA. "La demanda de gafas de RA era claramente más alta, es decir que nuestro público también es curioso", añadió. Que no haya anteojos para todos depende, entre otras cosas, de que son bastante caros. "Quizá encontramos un patrocinador y podemos ampliarlo", dijo por su parte el director Scheib, quien ya hizo volar de forma virtual al dragón de la ópera "Sigfrido" en la Colina Verde de Bayreuth en el 2021. "La innovación tiene su precio", señaló la directora. El "Parsifal" parcialmente virtual es el mayor proyecto de realidad aumentada llevado jamás a un escenario alemán, y puede tener por eso una gran influencia, ya que se pudo ver en un escenario tan importante como el de Bayreuth. En opinión de Ulrike Kolter, redactora jefe de la revista de teatro "Die Deutsche Bühne" (El escenario alemán), el proyecto está en consonancia con los recientes desarrollos en la Colina Verde. "Todo va en consonancia con la dirección que tomó Katharina Wagner hace algunos años para adaptar la casa al futuro e incluir también a un público más joven", opinó. El Festival de Bayreuth, afectado este año por muchas cancelaciones de cantantes debido a los cambios que no agradan a muchos, busca lograr también esto con un evento al aire libre que se realizó en la noche previa a la gran apertura, que se presenta desde hace años con óperas para niños y este año también con un evento llamado "Wagner para principiantes" con entradas más baratas para los jóvenes. También la controvertida producción de "El anillo del nibelungo" del joven director austriaco Valentin Schwarz, estrenada en el 2022 y apodada "el 'Anillo' de Netflix" debido a que el director puso en escena la tetralogía como una serie melodramática, indica que el festival está tomando nuevos rumbos, lo que no complace a los wagnerianos más tradicionales. Una consecuencia de ello es que una semana antes del inicio del festival seguía habiendo entradas para cada uno de los cuatro ciclos del "Anillo" y para las óperas por separado. Que se puedan comprar entradas por separado para "El oro del Rin", "Valkiria", "Sigfrido" y "El ocaso de los dioses" es de por sí una novedad en la historia del festival y una señal clara de que cambiaron algunas cosas en la Colina Verde. Esto se debe a que aquellos que peregrinan regularmente año a año a Bayreuth para venerar a Wagner (1813-1883) y gastan cientos de euros en una entrada son menos año a año. Que este halo de exclusividad empiece a tambalear puede ser también una oportunidad de incluir a un nuevo público. La bisnieta de Richard Wagner Katharina, de quien aún no está claro si quiere y debe seguir siendo directora del festival más allá del 2025, apuesta en tanto por gente más joven y más mujeres. Así, luego de Oksana Lyniv, Nathalie Stutzmann este año es la segunda mujer en el podio de directores de Bayreuth. Además, se están manteniendo conversaciones con Joana Mallwitz para que participe en el aniversario del festival en el 2026, en el que se prevé incluir en el programa, a modo de otra novedad, "Rienzi" de Wagner. Esto significa que hay muchas novedades, aunque este año faltará una de sus piedras basales: por primera vez en 25 años, no formará parte el director de orquesta alemán Christian Thielemann. "Con Thielemann ya hubo conversaciones concretas para que dirija, pero tuvo que cancelar por otros compromisos en Dresde y Salzburgo", explicó Wagner. "Estamos muy bien posicionados con los directores y directoras musicales actuales y futuros". El festival concluye este año el 28 de agosto con la célebre "Tannhäuser" de Tobias Kratzer. Cuando caiga el telón final, a más tardar, se planteará con más fuerza aún la pregunta de qué ocurrirá a continuación en Bayreuth. Porque no solo hay que decidir la prórroga del contrato de Wagner, sino también la futura estructura del festival en su conjunto. La asociación de mecenas de la Sociedad de Amigos de Bayreuth anunció que en el futuro ya no podrá pagar tanto por el espectáculo operístico. Lo que significa esto será tratado en las comisiones pertinentes a partir de este otoño europeo, al igual que la prórroga del contrato de Wagner.

viernes, 21 de julio de 2023

ENIGMAS DE LA HISTORIA: El Dodecaedro romano

Se trata de un objeto pequeño y hueco hecho de bronce o (más raramente) piedra, con una forma geométrica que tiene 12 caras planas. Cada cara es un pentágono, una forma de cinco lados. Los dodecaedros romanos también están adornados con una serie de perillas en cada esquina de los pentágonos, y las caras del pentágono en la mayoría de los casos contienen agujeros circulares. Pero a mas de 200 años de su descubrimiento, los investigadores no están más cerca de comprender el origen y la función de este enigmático objeto. Los dodecaedros romanos datan de los siglos II o III d.C., y por lo general varían de 4 cm a 11 cm (1,57 a 4,33 pulgadas) de tamaño. Hasta la fecha, se han encontrado más de cien de estos artefactos en Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, Francia, Luxemburgo, Holanda, Austria, Suiza y Hungría. El gran misterio es: ¿cómo funcionan y qué hacen? Lamentablemente, no existe documentación ni nota sobre ellos desde el momento de su creación, por lo que no se ha determinado la función del dodecaedro. Sin embargo, se han presentado muchas teorías y especulaciones a lo largo de los siglos: candelabros (se encontró cera dentro de uno de ellos), dados, instrumentos de medición, dispositivos para determinar la fecha óptima de siembra del grano de invierno, medidores para calibrar las tuberías de agua o bases militares estándar, adornos de bastón o cetro, un juguete para lanzar y agarrar con un palo, o simplemente una escultura geométrica. Entre estas especulaciones, algunas merecen atención. Una hipótesis aceptada en estos días con el propósito de los dodecaedros es que se usaron como herramientas para tejer guantes. Ya sea que resuelva el misterio o no, un video en YouTube de Martin Hallett, quien probó su idea con una réplica impresa en 3D de un dodecaedro romano y algo de arqueología experimental, ha inspirado a otros a probar este método de tejido para hacer sus propios calentadores de manos. Esta idea podría explicar los diferentes tamaños del dodecaedro, haciendo guantes de diferentes tamaños, y el propósito de los agujeros, para formar los dedos del guante. Sin embargo, una de las teorías más aceptadas es que el dodecaedro romano se utilizó como un dispositivo de medición, más precisamente como un objeto de medición de rango en el campo de batalla. La hipótesis es que el dodecaedro se utilizó para calcular las trayectorias de los proyectiles. Esto podría explicar los orificios de diferentes tamaños en los pentagramas. Otra teoría similar involucra al dodecaedro como un dispositivo topográfico y nivelador. Sin embargo, ninguna de estas teorías han sido respaldadas por prueba alguna y no se ha explicado exactamente cómo se podría usar el dodecaedro para estos fines. Una de las teorías más interesantes es la propuesta de que los dodecaedros eran instrumentos de medición astronómicos para determinar la fecha óptima de siembra del grano de invierno. Según G.M.C. Wagemans, "el dodecaedro era un instrumento de medición astronómico con el que se puede medir el ángulo de la luz solar y, por lo tanto, se puede determinar con precisión una fecha específica en la primavera y una fecha en el otoño. Las fechas que se pueden medir fueron probablemente importantes para la agricultura”. Sin embargo, los oponentes de esta teoría han señalado que su uso como instrumento de medición de cualquier tipo debe ser descartado por el hecho de que los dodecaedros no estaban estandarizados y vienen en muchos tamaños y disposiciones. Otra teoría no probada afirma que los dodecaedros son reliquias religiosas, una vez utilizadas como herramientas sagradas para los druidas de Britannia y Caledonia. Sin embargo como en los casos anteriores, no hay un relato escrito o evidencia arqueológica que apoye este punto de vista. ¿Podría ser que este extraño objeto fuera simplemente un juguete o un juego recreativo para legionarios, durante las campañas de guerra? Algunas fuentes sugieren que eran los objetos centrales en un juego de tazón similar al de nuestros días, con estos artefactos utilizados como marcadores y los jugadores arrojando piedras para hacerlos aterrizar en los agujeros dentro del dodecaedro. Otro descubrimiento profundiza el misterio sobre la función de estos objetos. Hace algún tiempo, Benno Artmann descubrió un icosaedro romano (un poliedro con 20 caras), mal clasificado como dodecaedro con solo una mirada superficial, y guardado en el sótano de un museo. El descubrimiento plantea la pregunta de si hay muchos otros artefactos geométricos de diferentes tipos, como icosaedros, hexágonos, octágonos, que aún no se han encontrado en lo que alguna vez fue el Imperio Romano. A pesar de la existencia de muchas preguntas sin respuesta, una cosa es cierta, los dodecaedros romanos eran muy valorados por sus propietarios. Esto se evidencia por el hecho de que varios de ellos fueron encontrados entre tesoros, con monedas, joyas y otros artículos valiosos. Puede que nunca sepamos su verdadero propósito, pero solo podemos esperar que los avances en arqueología descubran más pistas que ayudarán a resolver este antiguo misterio.

viernes, 14 de julio de 2023

LA CIUDAD PROHIBIDA: Paraíso y prisión de los emperadores chinos

Año 1672. Atravesando las calles atestadas de Pekín, un palanquín se dirige hacia el centro de la ciudad. En su interior se halla un dignatario, representante de la lejana provincia china de Sichuan. Ha tardado semanas en recorrer la enorme distancia entre esta última y la capital. El palanquín se detiene justo a la entrada de la Ciudad Imperial y el hombre, un anciano, sale del mismo. Tras cruzar la Puerta de la Paz Celestial se dirige a la Puerta del Meridiano. Una vez allí, penetra en el lugar más prohibido y secreto del Imperio chino: la Ciudad Prohibida, donde solo unos pocos estaban autorizados a entrar. Inmediatamente alcanza un curso de agua denominado el Río de las Aguas Doradas. Cinco puentes de mármol permiten cruzarlo y acceder así al corazón de la Ciudad Prohibida. Más adelante cruza la Puerta de la Armonía Suprema y llega a un enorme patio que le conduce al palacio de igual nombre. En él se detiene. Ante un número de oficiales de la corte espera a ser llamado. De pronto, las puertas se y el dignatario tiene paso libre al interior de palacio hasta la sala de audiencias. Al fondo, sentado sobre el trono del Dragón, de siete escalones, se encuentra Kangxi, el Hijo del Cielo, es decir, el emperador de China. Tras arrodillarse diversas veces ante el soberano en señal de sumisión, el hombre procede a leer su informe. Aunque la temporada ha sido buena, lluvias torrenciales han dañado parte de la cosecha anual y las previsiones deben retocarse. Al terminar, Kangxi le agradece el informe y el hombre se retira. La importancia de su acción no es en absoluto despreciable. En su juventud, el dignatario había presenciado el fin de la dinastía Ming (1368-1644) y cómo los Qing, manchúes y por tanto extranjeros, llegados del norte, se habían apoderado del Imperio del Centro. Sabía que una mala cosecha podía llevar a una rebelión campesina, y esta, a la caída de una dinastía. Por ello, su informe debía llegar rápidamente a la Ciudad Prohibida, el centro del poder político del Imperio, para que el emperador tomara las medidas más oportunas. Aunque los Qing (1644-1911) fueron los artífices de la Ciudad Prohibida tal como la contemplamos hoy, no fueron ellos quienes impulsaron su construcción, sino los Ming. Las razones están estrechamente vinculadas al cambio de capital del Imperio por parte de su tercer emperador, Yongle, a principios del siglo XV, quien decidió abandonar la capitalidad de Nanjing (“la capital del sur”) por la de Pekín (Beijing, “la capital del norte”). Carecía de apoyos en la corte anterior y necesitaba con urgencia un centro político seguro. Pekín ofrecía esta posibilidad. Además, había motivos estratégicos: la mayoría de las invasiones de China habían procedido del norte, y era necesario controlar de cerca la frontera septentrional. Ello vino acompañado del refuerzo de la Gran Muralla, al norte de Pekín. El cambio de capital implicaba también la creación de un espacio residencial y político desde el cual regir el Imperio. Por este motivo, Yongle ordenó la construcción de un complejo de palacios y templos en el corazón de Pekín. Este lugar recibiría el nombre de la Ciudad Prohibida, porque su acceso quedaría restringido a las personas vinculadas al gobierno y la familia imperial. Su nombre en chino, Zijingcheng, significa literalmente la “ciudadela prohibida (o reservada) púrpura”. El color en cuestión designaba los muros que rodeaban el recinto. La elección del púrpura es importante, porque la estrella polar de la astrología china era un astro púrpura alrededor del cual giraba la capa del cielo. A ello no es ajeno el pensamiento chino de la época, y Yongle no dejaba nada al azar: el recinto imperial encarnaría el centro en torno al cual gravitaba el mundo. La Ciudad Prohibida era un universo secular y congelado donde cada uno tenía una función, y en el que el emperador encarnaba el curso correcto de las cosas. Desde aquí, el soberano gobernaba su inmenso imperio ayudado por una burocracia estratificada, formada por funcionarios y un poderoso ejército. Al igual que otras edificaciones de China, la Ciudad Prohibida se construyó siguiendo las premisas cosmológicas chinas. Así, se alza sobre un eje invisible norte-sur, simetría que busca expresar un orden social y político centrado en el equilibrio cósmico entre el Cielo, la Tierra y el hombre. El primero era el poder supremo del universo y su representante en la Tierra era el emperador, que ostentaba el Mandato del Cielo y recibía el título de Hijo del Cielo. La construcción de la Ciudad Prohibida no dejó de lado los principios del fengshui, antigua práctica de emplazamiento que busca la armonía con el entorno natural. Entre los principios figuraba la cercanía con un curso de agua, aspecto que tenía la zona elegida. Por otro lado, debían evitarse los malos espíritus traídos por los vientos del norte. Por ello, todas las edificaciones de la Ciudad Prohibida daban al sur, de donde procedían las brisas benevolentes y de buenos auspicios. El emperador Ming no olvidaba aspectos más terrenales. La construcción de la Ciudad Prohibida obedecía también a la necesidad de crear un entorno palaciego para los futuros soberanos chinos y consolidar de esta forma a Pekín como capital. Su éxito fue absoluto: veinticuatro emperadores residieron en la Ciudad Prohibida a lo largo de los siguientes cinco siglos. Durante el derrocamiento de los Ming, el recinto imperial fue atacado y parcialmente destruido. Pero la nueva dinastía se encargaría de restaurarlo y embellecerlo todavía más. En tiempos de los Ming y los Qing, la Ciudad Prohibida era conocida popularmente como “una caja en el interior de una caja en el interior de otra caja”. De hecho, el cerrado complejo de palacios y templos se encontraba en el interior de un recinto más amplio, conocido como la Ciudad Imperial, a su vez dentro de la llamada Ciudad Interior. En la primera se encontraban los edificios de la administración y el gobierno. Estaba rodeada por un muro y se accedía a ella a través de la Puerta de la Paz Celestial (Tian’anmen). La Ciudad Interior, también llamada Tártara por estar habitada en tiempos de los Qing por una mayoría de población manchú y mongol, contaba con una muralla que la separaba de la Ciudad Exterior, también conocida como Ciudad China. En la Ciudad Interior residían los oficiales de la corte, artesanos y los comerciantes más importantes. La Ciudad Prohibida estaba rodeada por un foso y protegida por una muralla. Solo contaba con cuatro accesos, cada uno en un lado del recinto, de los que el principal era la Puerta del Meridiano, encarada al sur. Pero no solo eso. Con sus numerosas edificaciones se pretendía crear una pantalla que protegiera la figura del emperador. La parte sur y central de la Ciudad Prohibida albergaba la Corte Exterior. Aquí se encontraban los edificios destinados a la labor oficial del emperador, como el Gran Secretariado, los archivos, los graneros, los almacenes y la biblioteca y los tesoros imperiales. También era importante el Palacio de Suprema Armonía, en cuya sala homónima el soberano recibía en audiencia. Como en un juego de cajas, la Ciudad Prohibida se hallaba rodeada por la Ciudad Imperial, y esta a su vez por la Ciudad Interior. De planta rectangular y orientada de sur a norte, la Ciudad Prohibida ocupa una superficie de 720.000 metros cuadrados y alberga cerca de 800 palacios, santuarios, pabellones, puertas, jardines... El recinto está protegido por una muralla de 1.006 m de largo por 786 de ancho y 10 de altura, y por un foso de 52 de ancho y 6 de profundidad. A medida que se ascendía de sur a norte, los edificios adquirían un carácter cada vez más privado. La parte septentrional de la Ciudad Prohibida era, de todas, la zona más prohibida del Imperio, y recibía el nombre de Corte Interior. Solo se permitía aquí la presencia del servicio doméstico, que incluía a hombres y mujeres encargados de cubrir las necesidades de la familia imperial.Salvo el emperador y sus parientes más cercanos, los únicos hombres autorizados a residir en esta área eran los eunucos, servidores castrados. En tiempos de los Ming llegaron a ser unos 20.000, lo que los llevó a dotarse de una gran influencia en el gobierno del Imperio en tiempos de soberanos débiles. Los Qing, en cambio, redujeron su número a 3.000. La Corte Interior contenía los edificios de ocio y descanso. En el Jardín Imperial y los tres grandes lagos del recinto solían pasar horas la emperatriz y las concubinas. En tanto, diferentes palacios hacían las funciones de residencias. No existía una fija para el emperador. Cada uno de los soberanos eligió su lugar de residencia según sus gustos. Kangxi, por ejemplo, prefería el Palacio de la Armonía Celestial en lugar del Palacio de la Pureza Celestial, opción de algunos de sus antecesores. Una excepción era la constituida por el Palacio de la Tranquilidad Terrestre: su parte occidental fue siempre la cámara nupcial de los emperadores. Los palacios también tenían una función religiosa y contaban con habitaciones para el culto. La crisis del Imperio a partir del siglo XIX, sumido en conflictos internos y amenazado, como el resto de Asia, por el ansia colonialista de Occidente, puso también en peligro a la propia Ciudad Prohibida. En 1860, el enfrentamiento entre el estado chino y las potencias occidentales llevó a estas últimas a atacar las residencias imperiales. En 1911, con la proclamación de la república, la Ciudad Prohibida dejó de constituir el centro político del país y se limitó a ser la residencia de Puyi, el último emperador. Tras la expulsión de este una década más tarde, se convirtió en museo. La invasión japonesa de China (1937-45) obligó al gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi) a reubicar buena parte de las colecciones imperiales lejos de la capital. La guerra civil que siguió (1946-49) también afectaría al recinto. Cuando los nacionalistas vieron cercana su derrota frente a los comunistas liderados por Mao Zedong, procedieron a robar los objetos más importantes del legado imperial, trasladándolos fuera del continente. Por eso, dos museos albergan hoy los tesoros de la Ciudad Prohibida: uno en Pekín y el otro en Taipéi, la capital de Taiwán, la isla donde se refugiaron los seguidores del dictador Chiang Kai-shek. El antiguo recinto imperial sigue, sin embargo, vinculado al poder político en la República Popular. El régimen tiene su sede en el complejo de Zhongnanhai (“mar del sur y del centro”), al oeste de la antigua residencia del emperador y antiguo lugar de descanso del soberano. Porque, de algún modo, los máximos dirigentes chinos no dejan de ser una versión contemporánea del Hijo del Cielo. La Ciudad Prohibida es hoy paso obligado para los millones de turistas que visitan China. Todos quedan maravillados por el esplendor del sistema imperial, pero a menudo se olvida que se trataba de un mundo aislado del verdadero mundo, que encerraba y ahogaba a sus habitantes. Como dijo Reginald F. Johnston, el tutor británico de Puyi, “si alguna vez ha habido un palacio que merezca la denominación de prisión, ese es el palacio de la Ciudad Prohibida de Pekín”.

viernes, 7 de julio de 2023

LA PIEDRA MICHAUX: Descifrando los secretos de la antigua Mesopotamia

En 1782, un botánico emprendió con entusiasmo un viaje al misterioso Oriente. Partió desde Versalles. Aún faltaban siete años para que la revolución pusiese Francia de cabeza, por lo que el fastuoso complejo palaciego todavía era la sede más espectacular del poder real en el país. La misión de André Michaux consistía en obtener especies exóticas con que embellecer los jardines del Trianón, para mayor disfrute de María Antonieta y su séquito. El científico era una excepción en el ascensor social del Antiguo Régimen, casi estático. Nacido 36 años antes en un hogar campesino de las inmediaciones, había aprovechado su familiaridad con la agricultura para especializarse en las plantas. Estudios con dos botánicos bien relacionados en la corte le habían granjeado una licencia para trabajar en la disciplina de los vegetales. Michaux no tardó en estrenarla en periplos por toda Francia. Pero la travesía a Oriente era bastante más ambiciosa. Incluía, de hecho, un alto perfil diplomático, además del académico y suntuario. Entre los expedicionarios figuraba el nuevo cónsul galo para Basora, en la actual Irak y entonces en el Imperio otomano. Primo del filósofo Rousseau, este embajador, el jardinero real y el resto de la comitiva zarparon de Marsella hacia levante al rayar la primavera. Semanas más tarde atracaron con un Michaux ilusionado por “poner por primera vez el pie en Asia”, como apuntó en su diario, “y ver la campaña, las colinas y las montañas cubiertas de verde”. Sin embargo, el legado más trascendente de este histórico viaje no fue botánico, sino, inesperadamente, arqueológico. Durante los tres años que duró la aventura oriental, Michaux había de descubrir a ojos europeos diversas especies vegetales. También describió árboles desconocidos del Cáucaso, tomó muestras de un cereal hoy tan consumido como la espelta, confeccionó herbarios exhaustivos y realizó valiosas anotaciones sobre palmeras datileras y huertos de cítricos, frutas de hueso y especias. Todo esto motivó que Luis XVI lo designase botánico real a su regreso a Versalles el verano de 1785. Pero Michaux no limitó su atención en Oriente a su campo. Lugares entonces tan pintorescos como Antioquía, Alepo, Bagdad, Basora, Shiraz, Persépolis e Isfahán se sucedieron en su extensa travesía por las actuales Turquía, Siria, Irak e Irán. Digno hijo de la Ilustración, el fitólogo fue ampliando su foco de interés conforme investigaba especies a replantar en Francia. Examinó, por ejemplo, los sistemas de riego que hacían posible cultivar en suelo árido. Observó aves exóticas. Recorrió los legendarios ríos Éufrates y Tigris y navegó por el golfo Pérsico y el mar Caspio. Atravesó desiertos y oasis en extensas caravanas. Se adentró en los montes Zagros. Disfrutó de la protección de bandidos aliados del pachá Solimán II. Compartió morada con misioneros carmelitas y con un cónsul británico. Sufrió ataques y secuestros de nómadas hostiles. Presenció tensiones fronterizas con el Imperio ruso... Incluso aprendió persa. En sus andanzas también tendió la mirada al pasado. Deambuló por ruinas bizantinas como las basílicas, el santuario y el sepulcro de san Sergio de Rusafa. Pernoctó en castillos musulmanes del Medievo. Contempló con detenimiento desde palacios abasíes hasta casas bagdadíes de terracota. Visitó los mausoleos de los poetas sufís Saadi y Hafiz y, no lejos, la majestuosa explanada de Darío el Grande en una Persépolis aún semienterrada. “Un día más abajo de Bagdad, en las ruinas de Semíramis, junto al Tigris”, encontró una notable reliquia, según explicó en 1800 en la Revista Enciclopédica a los “aficionados a las antigüedades caldeas”. Fue en septiembre de 1784, al recorrer el emplazamiento donde había estado la antigua Ctesifonte, una capital invernal de los imperios parto y sasánida. Michaux se topó allí con un monolito que sobresalía del suelo, bajo un arco del derruido palacio del emperador sasánida Cosroes I, un edificio del siglo VI d. C. Se trataba de una bella e intrigante estela cincelada en una piedra negra pulida. Adquirida para la Biblioteca Nacional de Francia en 1801 por Luciano Bonaparte, hermano de Napoleón, la piedra Michaux pronto se halló en boca de todas las sociedades científicas de Europa. Al año siguiente, este impacto se contagió al público general, al publicarse ilustraciones de su aspecto. Incorporaba, en la sección superior, 21 figuras como manifestaciones divinas, construcciones y símbolos, y debajo, cuatro columnas con 95 líneas de misteriosos caracteres en forma de cuña o de clavo. Viajeros renacentistas ya habían transportado desde Oriente ladrillos y otras piezas sueltas con esos signos enigmáticos, pero nunca documentos íntegros, como en este caso. Como indica la experta Kathryn E. Slanski, “para 1700, la misteriosa escritura en forma de cuña” que había estado emergiendo en las excavaciones pioneras de Nínive y Persépolis, “ya se llamaba ‘cuneiforme’”. Sin embargo, no eran pocos los paleógrafos que la creían meramente decorativa, sin contenido verbal. Tampoco contribuía a su decodificación que la fuente principal sobre las civilizaciones mesopotámicas aún fuese, básicamente, la Biblia. Un paso de gigante tuvo lugar a finales de ese siglo, cuando el alemán Carsten Niebuhr hizo públicas unas inscripciones trilingües que había observado en Persépolis. Esta información de 1778 resultó tan importante para comenzar a desencriptar la escritura cuneiforme que señaló el nacimiento de la asiriología, la especialización en la antigua Mesopotamia. El hallazgo de Michaux supuso entonces el mayor desafío planteado a esa rama incipiente y, a la vez, su premio más goloso. Al fin y al cabo, era el primer monumento cuneiforme que había llegado entero a Europa. Tras diversos ensayos fallidos en la primera mitad del siglo XIX, la piedra logró ser desentrañada en 1861 por sir Henry Rawlinson. La propuesta británica sería optimizada y completada, al filo del siglo siguiente, por el alemán Julius Oppert. No es casual que estos dos entendidos sean considerados los descifradores de la escritura cuneiforme, un éxito compartido al que llegaron de manera independiente en 1857, al igual que el asiriólogo irlandés Edward Hincks. Su trabajo de despacho estimuló y se benefició a la vez del de campo. En 1895, con la versión de Julius Oppert de la piedra Michaux –descubierta antes que la piedra Rosetta, pero comprendida posteriormente–, se inauguró de algún modo la asiriología moderna. Alumbrada el mismo año que el cine, esta depararía a menos de un decenio a la famosa puerta de Ishtar, entre otros hallazgos deslumbrantes, ya con el sistema cuneiforme dando pistas útiles para estos descubrimientos. Había transcurrido más de un siglo desde que un botánico de Versalles desenterró el icono más representativo de ese estilo de escritura, posibilitando que Babilonia y las otras civilizaciones del Tigris y el Éufrates por fin recuperen la voz tras largos milenios de un mutismo insondable.
actualidad cultural
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