SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 26 de enero de 2024

PATRIMONIO MUNDIAL: El Castillo de Mir (Belarus)

La historia de Belarus (Bielorrusia) es de largo una de las más sufridas de Europa. Situada en un cruce de conflictos entre actores como Lituania, Polonia y Rusia, este estado no llegó a tomar forma política hasta el colapso de la Unión Soviética en los años 90. Le llegó el momento a un territorio que perteneció históricamente a sus vecinos, que vieron en Belarus una zona en la que avanzar a costa de la población y cultura locales y, cuando la oportunidad lo requería, batallar. Especialmente cruenta fue la situación en la mitad oeste, donde se localiza Mir. Aquí tuvo lugar una batalla fundamental en 1812, la primera en la que las fuerzas rusas detuvieron el avance de las huestes napoleónicas. El castillo de Mir sufrió nuevas heridas cuando ya llevaba un tiempo abandonado. Resulta así el perfecto ejemplo de lo acontecido en esta parte del mundo. Además de cruce de conflictos, Belarus y Mir lo han sido de influencias. De ahí que el castillo sea una amalgama que va del gótico original a la renovación del XIX. El pequeño pueblo de Mir, de unos 2.500 habitantes, fue fundado en 1345 por la familia Illinič, de origen polaco. Un descendiente, Yury, fue el responsable de iniciar las obras del castillo a finales del siglo XV. Se convirtió en residencia habitual de los Illinič mientras construían lo que para ellos era un pasaporte a obtener un ducado y una defensa frente a familias rivales. En 1569, la poderosa familia Radziwiłł, de origen lituano, tomó el control del castillo al agotarse la dinastía Illinič. Mikołaj Krzysztof finalizó su construcción exterior e incorporó un palacio en el patio central. El cambio de dueños es también un cambio de estilo, que viró más hacia el renacentista del italiano Jan Maria Bernardoni. Los Radziwiłł añadieron defensas extra y disminuyeron la relevancia de Mir. El castillo ya no era fundamental desde el punto de vista defensivo, por lo que lo modificaron para que se asemejara más a una residencia noble y añadieron jardines en la parte norte. Esta época de calma bajo manos de la alianza polaco-lituana llegó a su fin en el siglo XVII. Las constantes guerras con rusos y suecos generaron en el castillo de Mir una dinámica de continuos desperfectos que se alternaban con reparaciones. De estas vienen los añadidos barrocos. Sobrevivió como residencia de verano hasta que la fuerza de los hechos se impuso y en 1794 y 1812 la destrucción llevó al abandono. Las ruinas se transformaron en zona de cultivo y moneda de cambio entre familias que no acometían restauración alguna. En 1891 llegó una familia nueva, de origen polaco, pero presente ruso, los Svyatopolk-Mirsky. Compraron el castillo y lo renovaron solo para que la I Guerra Mundial volviera a dejarlo en estado semirruinoso. Mir pasó a manos polacas, pero el castillo siguió con los Svyatopolk-Mirsky, que insistieron en una última renovación dirigida por Teodor Bursze. La historia del castillo aún daría más vueltas, ya que el territorio fue anexado por la Unión Soviética en 1918, ocupado por los nazis durante la II Guerra Mundial, volviendo posteriormente a manos soviéticas tras el conflicto, que dejo el castillo en el abandono. Fue en los 80 cuando se inició su última y larga restauración. Toda esta historia demuestra que Mir simboliza como pocos lugares la historia bielorrusa, tanto a nivel histórico como arquitectónico gracias a su mezcla de gótico local, Renacimiento italiano y barroco. El castillo se alza a orillas de un estanque artificial sobre una llanura. Su plano es un cuadrángulo irregular de 78×72 metros. Cuatro torres protegen las esquinas y una quinta en el lado oeste sirve como entrada principal. Todas miden unos 25 metros de altura y tienen un sistema de triple capa para absorber impactos, pero diferentes diseños exteriores. Estos, recuperados tras las restauraciones, son de lo más llamativo gracias a los patrones y diseños de ladrillos alternados con yeso y el uso de piedra arenisca, especialmente en marcos de puertas y ventanas y balcones. Constructivamente, los ladrillos dominan en paredes y bóvedas. Los jardines exteriores, uno italiano y otro inglés, han sido restaurados igualmente. Mir no tiene estación de tren, por lo que hay que llegar por carretera desde la capital Minsk, a poco más de una hora. Es ideal como excursión de un día, incluso combinándolo con el castillo de Nesvizh, a una media hora. El castillo está a las afueras de la pequeña ciudad, que cuenta con una iglesia renacentista obra de los Radziwiłł. Dentro del castillo, que nos llevará unas dos horas, hay distintas exposiciones, aunque el interior se ha nutrido con más reproducciones que muebles de época. Hay audioguías en inglés y visitas teatralizadas. Poe cierto, no será raro encontrar alguna restauración aún en marcha, especialmente en los jardines, en los que podemos dar un paseo y tomar un picnic. Considerado una obra maestra de la arquitectura bielorrusa, fue declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en el 2019, resurgiendo una vez más del infortunio al que estuvo sometida.

viernes, 19 de enero de 2024

MONUMENTOS SOVIÉTICOS EN EUROPA: Un incómodo legado que merece ser destruido

El debate sobre estas descomunales estructuras es más actual que nunca en Europa del Este, especialmente por la guerra en Ucrania, que ha revivido la rusofobía a un grado extremo y el deseo de eliminar todo vestigio que les recuerde ese oscuro pasado de su historia. Así, mientras que para la inmensa mayoría de ciudadanos de todas las edades, los monumentos soviéticos, horribles y desproporcionados por añadidura - les recuerdan la brutal ocupación del Ejército Rojo y el régimen de Stalin, que instauró sangrientas dictaduras comunistas en sus países tras la II Guerra Mundial en 1945, convirtiéndose en satélites de Moscú - para unos cuantos nostálgicos en cambio, representan más bien “la victoria sobre la Alemania nazi”. Como recordareis, Europa del Este estaba llena de estas monstruosidades construidas por la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Pero con el colapso de la URSS y el derrocamiento de las dictaduras comunistas en 1989, muchos de esos odiados símbolos fueron derribados, comenzando con las miles de estatuas de Lenin, Marx, Engels, y de los jerarcas comunistas que los oprimían y que se los habían levantado en vida, hasta no dejar ninguno en pie (Por cierto, ya los de Stalin habían sido barridos en los años 50 tras la muerte del genocida y el fin a su culto a la personalidad). El desmantelamiento del resto de los monumentos tras la caída del comunismo en 1989 se convirtió en un paso necesario para la reconciliación. Los únicos vestigios que se salvaron - de momento - fueron los memoriales “en honor” a los soldados del Ejército Rojo. Pero con la guerra desatada en Ucrania en febrero del 2022 se han roto los últimos puentes que quedaban con el pasado y ha marcado el comienzo de la demolición a gran escala de todos los monumentos soviéticos que quedaban en Europa del Este, a pesar de las protestas de Moscú, que acusa a esos países “de intentar reescribir la historia”. De esta manera, desde Polonia hasta Georgia, pasando por Lituania y Bulgaria, varios de esos memoriales han comenzado a ser demolidos. Solo unos pocos monumentos se salvaron de su destrucción luego de ser “descomunizados”, al suprimir las estrellas rojas y otros símbolos comunistas. Uno de los más conocidos - y recientes - fue la ‘conversión’ de la gigantesca estatua a la Victoria construida en Kiev, que fue rebautizada como Madre Ucrania, luego de reemplazar el emblema de la URSS que originalmente llevaba en el escudo, por el del país. Pero muchos no han tenido tanta suerte y han comenzado a ser destruidos, como “El Monumento en honor al Ejército Soviético”, un pilar de casi 40 metros de altura que se ubicaba al final de un paseo de adoquines en la capital búlgara, Sofía, y cuyo desmantelamiento ha comenzado esta semana. En lo alto del monumento había un soldado del Ejército Rojo, que extendía su ametralladora sobre las cabezas de una campesina y un obrero. Mientras en la base, tres relieves contaban la historia del Ejército Rojo. Esta pieza de 1954 - a diez años de que la Unión Soviética declarara la guerra a Bulgaria - fue muy controvertida, siendo vandalizada en
reiteradas ocasiones. "Luego de la brutal invasión del Ejército Rojo, se estableció un régimen comunista en Bulgaria. Este monumento fue construido en una época de ausencia de libertad, cuando las fuerzas de ocupación se llamaban a sí mismas libertadores", explico Marta Georgieva, quien desde hace más de 10 años lidero una iniciativa para derribarlo. "Un Ejército que simplemente invadió un país y se autodenomino libertador, cuando nunca lo fue" explico. Durante la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria formó parte de las potencias del Eje desde 1941 hasta 1944, pero el país no envió soldados al Frente Oriental y se negó a declarar la guerra a la Unión Soviética. En agosto de 1944, Bulgaria puso fin al pacto con la Alemania nazi y se declaró neutral. Sin embargo, la Unión Soviética rechazó la oferta de un armisticio y declaró la guerra a Sofía. Así, tras la invasión del Ejército Rojo, un régimen comunista tomó el poder en el país, el 9 de septiembre de 1944, y asesinó a 30.000 personas, entre clérigos, periodistas, exministros y grandes terratenientes. “En Bulgaria se sabe muy poco sobre este oscuro capítulo de la historia. La demolición del monumento al Ejército soviético abrirá ahora parte de este proceso”, señalo Georgieva. El proceso ha sido especialmente relevante en el oeste del país. Mientras tanto en los países bálticos, la demolición de esos monumentos va por buen camino, buscando deshacerse de esas indeseadas reliquias en el más breve tiempo. En efecto, la necesidad de cerrar las cuentas con el pasado se ha reavivado en los países bálticos, que fueron anexionados por la URSS tras la II Guerra Mundial. Durante el último año en Letonia, el país más activo en el ajuste de cuentas con su memoria reciente, han desaparecido de sus principales urbes aparatosos monumentos alzados en homenaje a los “libertadores soviéticos”. En agosto del 2023 fue desterrado de la luz pública un monumento consagrado al triunfo soviético en Riga, la capital de Letonia, en virtud de un decreto que exigía la destrucción del símbolo antes de noviembre. "Este monumento era un recordatorio constante
de nuestra ocupación y del destino que padecieron muchas personas: la deportación o la represión. No necesitamos este tipo de monumentos", voceó el presidente letón Egils Levits durante la demolición televisada. Polonia también ha decidido retirar los últimos memoriales del ejército rojo. Sin embargo, existe un país donde la herencia soviética se ha conservado prácticamente intacta: Alemania. En 1990, antes de la reunificación, las dos Alemanias firmaron un tratado con las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial que le obliga al mantenimiento y cuidado de esas monstruosidades. De hecho, Berlín es la ciudad europea donde más monumentos soviéticos se pueden observar. Otro país que se ha negado a cerrar las cuentas con el pasado es Austria. Viena fue ocupada por el Ejército Rojo y el gobierno austríaco se ha negado a retirar la imponente estatua del soldado soviético que se encuentra cerca del Palacio Real del Belvedere. Pero es en Ucrania donde de una forma encarnizada tratan de borrar todo símbolo que los asocie con Rusia. En Kiev fue decapitada y desmantelada la estatua que celebraba la amistad de los pueblos ucranianos y rusos, construida en 1982 para celebrar los 1500 años de la fundación de Kiev. En Ucrania, la particularidad de esta nueva ola es que, además de los monumentos relacionados con la época comunista, también se han incluido estatuas que representan personajes históricos y culturales, como el escritor Alexander Pushkin o la emperatriz Catalina II. El primer intento de erradicar la narrativa comunista data de los años inmediatamente posteriores al derrumbe de la URSS, con la retirada de la ideología soviética del currículo escolar. En el 2015, al abrigo de los cambios políticos, se aprobaron las leyes que han servido para desmantelar monumentos, calles e incluso nombres de ciudades, como la actual Dnipro, otrora Dnipropetrovsk. El proceso ha sido especialmente relevante en el oeste del país. “La guerra supone el impulso más fuerte en la historia de la Ucrania independiente para llevar a cabo una profunda y exhaustiva desrusificación, es decir, para erradicar no sólo el legado del periodo soviético, sino también todo lo que se percibe como un instrumento de la influencia rusa en el país”, reconoce Jadwiga Rogoża, investigadora del polaco Centro para Estudios Orientales. “La guerra ha recordado las atrocidades soviéticas de la época de Stalin. Ciudadanos de los países entonces oprimidos se preguntan ahora a quién y cómo quieren conmemorar esos luctuosos sucesos. Estamos ante una situación muy similar en todos los países con pasado soviético”, reconoce Bohdana Neborak, editora de la web theukrainians y experta en materia de “descomunización”. “Los países bálticos han prestado mucha atención al legado ruso y soviético que sigue presente en sus calles”, indico. No cabe duda que con la inevitable derrota de Ucrania en la guerra - ya que ni la OTAN podrá salvarla de su destino - el rechazo a todo lo ruso, se acrecentará.

viernes, 12 de enero de 2024

MARCO POLO: Un viajero por la Ruta de la Seda

Como sabéis, en el 2024 se cumple el 700º aniversario de la muerte de quien describió tierras entonces ignotas del Oriente, quien fue, y sigue siendo, un mito para viajeros y lectores. En efecto, en enero de 1324 moría en Venecia Marco Polo, un comerciante que había pasado más de 20 años por misteriosas tierras de lejanos lugares, quien dejó escritas sus andanzas en un libro que fue bestseller cuando aún no se había inventado la imprenta en Europa. Marco Polo dictó su libro a un tal Rustichello de Pisa mientras ambos estaban presos en Génova. El libro se copiaba a mano y corrió como la pólvora; se conocen más de 140 manuscritos. Las primeras impresiones se hicieron en 1477, en alemán y en italiano. Conocido al principio por su título en francés, Le dévisement du monde (La descripción del mundo), pronto empezó a ser más conocido como El libro de las maravillas, o también Il Milione. Aunque Polo dictó el libro de memoria - que siempre es traicionera, exagera o inventa -, él mismo confiesa que en sus viajes “anotó algunos detalles en sus tablillas”. ¿Quién fue realmente Marco Polo? Desde las primeras ediciones de su libro se le presenta como un caballero o comerciante veneciano. Debió de nacer en 1254, pero ¿dónde? Los croatas están convencidos de que fue en la isla dálmata de Kórcula. El Gobierno croata acaba de restaurar (o recrear) la aparente casa natal, convirtiéndola en una mansión de sillares labrados, ventanales góticos y una torre. Como podéis imaginaros, el merchandising en torno a Marco Polo invade esta preciosa isla fortificada. El apellido Polo podría ser de origen croata, sí, pero al niño Marco se lo habría llevado a Venecia un tío comerciante allí establecido. La isla de Kórcula estaba entonces bajo dominio de Venecia, la gran potencia de la región enfrentada a Génova y otras repúblicas marinas como Pisa o Amalfi. Precisamente en una escaramuza naval entre Génova y Venecia, cuando ya Polo había regresado de Oriente, fue apresado y conducido a Génova, donde dictó su libro en prisión. Había acompañado a su padre Niccolò y a su tío Mateo por vez primera cuando solo tenía 17 años. Luego volvió solo y se ganó la confianza del Gran Kan mongol - los ficticios diálogos entre Kublai Kan y Marco Polo constituyen uno de los libros más brillantes del siglo XX, Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino-. Ya de regreso, sentó cabeza, se casó con una dama llamada Donata, tuvo con ella cuatro hijas y a su muerte hizo testamento en favor de ellas. La casa de Marco Polo en Venecia está ocupada ahora por un teatro. Para entender y valorar la hazaña de Marco Polo hay que tener en cuenta su tiempo: el siglo XIII empezaba a dejar atrás la oscura Edad Media y preludiaba el Renacimiento. El arte gótico inundaba de luz catedrales y templos, cuajaban las primeras universidades, había hambre de nuevos saberes y descubrimientos. Oriente seguía siendo un misterio. Los pocos pioneros en adentrarse en él se habían limitado a lo que hoy llamamos Oriente Próximo. Episodio crucial en el descubrimiento de Oriente fueron las Cruzadas, iniciadas en el siglo XI. Pero en el siglo de Marco Polo la ensoñación cruzada se había extinguido. Y el mapa del mundo cambiaba: en el extremo Oriente, desconocido, Genghis Kan ponía los cimientos del imperio mongol en 1206; en pocos años, ese imperio se extendía desde Corea a los Balcanes. Para los europeos, paradójicamente, fue una gran oportunidad, ya que se les permitía comerciar a lo largo y ancho de ese territorio, a salvo del poder musulmán que atenazaba el sur. De esta manera, Catay (China) y Cipango (Japón) entraron en los mapas, y Marco Polo fue uno más de los mercaderes, misioneros y aventureros que aprovecharon esa oportunidad. Pero entre 1346 y 1351 la peste negra asoló Europa (200 millones de muertos) y en un par de décadas posteriores, en 1368, caía el imperio mongol, terminando así aquella época de cierta cordialidad e intercambio entre Oriente y Occidente. Por cierto, el Libro de las Maravillas de Marco Polo es en realidad la suma de tres volúmenes: Primer libro, Segundo libro y El libro de la India. En ellos describe cosas inauditas, hasta entonces ignotas. Como “un licor tal que aceite que brota de la tierra” (petróleo), unas “piedras negras” que arden (hulla), papel moneda (que en Europa no se emplearía hasta 1661). Habla de frutas exóticas, bebidas de arroz sustitutas del vino, gemas y piedras preciosas, sedas variadas, especias, animales fantásticos - como el unicornio (en realidad el rinoceronte) o el pájaro Roc o Rush que aparece en los cuentos de Simbad y Las mil y una noches-. Menciona además “macarrones y otros platos hechos con pasta”. Pero tal vez el mérito mayor de Marco Polo y su libro es que, sin él saberlo, hace labor de antropólogo avant la lettre. Describe usos y costumbres chocantes. Por ejemplo, dice que algunos queman a sus muertos, otros practican canibalismo, se cubren con tatuajes, forran con oro sus dientes, “van completamente desnudos, tanto hombres como mujeres (…) tienen relaciones carnales como perros en la calle, no consideran villanía que un extranjero los deshonre a capricho con sus mujeres o hijas”. En Yunán, el marido, tras el parto, se mete en la cama con el niño 40 días, mientras la mujer se ocupa de la casa. Y en la India, las esposas (y a veces los sirvientes) se arrojan a la pira donde se quema el difunto. Asimismo, la seda y las especias son una constante en su libro. En cuanto a las especias, hay que pensar que esa era la meta de Colón, quien, guardaba una copia del libro de Marco Polo anotado en los márgenes de su puño y letra. Cuando en su lecho de muerte su mujer y amigos rogaron a Marco Polo que, en ese trance final, confesara si lo que había contado en el libro era verdad, apenas balbució: “Yo solo he contado la mitad de lo que vi”. No cabe duda que el legado de Marco Polo no reside sólo en las rutas que recorrió sino también en el intercambio cultural que facilitó entre Oriente y Occidente. De esta forma, su viaje allanó el camino para una era de exploración y descubrimiento que remodelaría el mapa mundial.

viernes, 5 de enero de 2024

ÇATAL HÜYÜK: El nacimiento de la civilización

Las primeras comunidades humanas de tipo sedentario aparecieron, hacia 7500 a.C., en una amplia zona que se extiende desde el Levante mediterráneo hasta la cadena de los Zagros iraníes. De este período, conocido como Neolítico, se han encontrado yacimientos importantes: Aïn Gazal en Jordania, Tell Halula en Siria y Jarmo en Iraq. Pero quizás el más impresionante sea Çatal Hüyük en Turquía, prototipo de lo que iba a ser el próximo gran paso en la historia de la humanidad: la aparición de las ciudades. Çatal Hüyük se encuentra a unos 40 kilómetros al sureste de Konya. A principios de la década de 1950 llegó a la zona un joven arqueólogo británico, James Mellaart, que, con apenas 26 años y bajo los auspicios del British Institute of Archaeology de Ankara, dirigió los trabajos de excavación de varios yacimientos. Una gran intuición, el acierto en sus elecciones y una buena dosis de casualidad y fortuna hicieron famoso a Mellaart entre sus colegas, que lo consideraban una especie de "zahorí" de la arqueología, ya que apenas iniciadas las excavaciones enseguida daba con hallazgos importantes. Inicialmente, Mellaart excavó diversos yacimientos de la zona como Hacilar, otro importante centro neolítico. Çatal Hüyük había sido localizado ya en 1952, pero no se pudo explorar de inmediato a causa de la disentería y la falta de medios de transporte. Como Mellaart relató, fue "un frío día de noviembre de 1958, justo antes de la caída de la noche, cuando yo mismo, acompañado por Mr. Alan Hall y por Mr. David French, alcanzamos el doble montículo de Çatal Hüyük". En efecto, dicho asentamiento está formado por dos pequeñas elevaciones, la mayor de las cuales, situada al este, mide entre 17,5 y 22 metros de altura con una base de 500 por 300 metros. Las excavaciones se iniciaron ese mismo año y, como siempre, a Mellaart le acompañó la suerte. Él mismo lo contó: "La importancia de nuestro descubrimiento fue clara desde el principio, por el hallazgo tanto de la cerámica como de las puntas de flecha de obsidiana que estaban estrechamente relacionadas con el material neolítico excavado por el profesor J. Garstang en los niveles más profundos de Mersin, en la costa de Cilicia". El descubrimiento refutaba la creencia, muy extendida hasta 1958, de que en la llanura anatólica no existían asentamientos neolíticos. Aun así, la excavación exhaustiva del yacimiento tuvo que esperar hasta 1961, debido a que en ese momento Mellaart estaba excavando en Hacilar. Hasta que no terminó sus trabajos allí en 1960 no pudo comenzar las excavaciones en Çatal Hüyük, que siguieron en los años 1962, 1963 y 1965. A lo largo de estas campañas se descubrieron hasta 15 niveles de ocupación, con una cronología entre 6700 a.C. y 5650 a.C., lo que hizo de Çatal Hüyük uno de los más antiguos asentamientos no solo de Anatolia, sino de todo el Próximo Oriente. Destacan los niveles II-VIII, en los que las casas eran de planta regular con habitaciones unidas entre sí pared con pared. Habían sido construidas con ladrillos de adobe secados al sol, con las paredes y el suelo encalados y un techo plano de vigas, maderas ligeras y una gruesa capa de barro. De este modo se creaba una protección entre las casas a través de sus paredes exteriores, dejando solo libre un espacio central para llevar a cabo tareas comunales o como lugar de reunión. Pero el rasgo más llamativo de todos era la forma de acceso a las casas: a través del techo. Además, en por lo menos 40 de las 139 casas excavadas se hallaron pinturas murales con motivos geométricos, animales y humanos (aislados o formando conjuntos), así como escenas de caza, de baile, rituales (buitres descarnando cadáveres). Destaca la decoración a base de relieves de figuras de barro en las paredes, que representaban cabezas de animales (testas o cuernos de toro), animales enteros (leopardos, jabalíes) o figuras femeninas (seguramente alguna diosa de la fertilidad). También se hallaron figuritas de animales y diosas de la fertilidad, cerámica y otros materiales. Todo ello llevó a Mellaart a pensar que esas dependencias eran espacios de culto donde se realizaban ritos en honor de los dioses; en ocasiones incluso se utilizaron como lugar de enterramiento. Mellaart las definió como santuarios y capillas. De este modo, los edificios de Çatal Hüyük quedaron clasificados en tres tipos: las casas de habitación, los grandes santuarios y las pequeñas capillas. A partir de esto, Mellaart planteó la hipótesis de que Çatal Hüyük era un centro religioso donde "los santuarios mayores servían para el culto público y podían ser habitados puntualmente durante las grandes celebraciones, las capillas eran las residencias habituales de los altos sacerdotes y las casas normales, las de los sacerdotes de menor rango". Los 8.000 habitantes que debió de tener Çatal Hüyük presentaban una gran especialización laboral: había campesinos, ganaderos, artesanos, constructores, comerciantes y una casta sacerdotal que seguramente se situaría en lo alto de la cúspide social. Así, para Mellaart, "la civilización neolítica de Çatal Hüyük representa algo único en la larga historia del desarrollo humano: un nexo de unión entre los remotos cazadores del Paleolítico Superior y el nuevo orden de productores de alimentos que resultará ser la base de nuestra propia civilización". Pero el idilio de Mellaart con la arqueología también tuvo un capítulo oscuro: el llamado "caso Dorak", un asunto relacionado con excavaciones clandestinas, en el que, sin saber muy bien cómo, Mellaart se encontró involucrado y por el que fue acusado de comercio ilegal. A pesar de ser absuelto en 1965, el Gobierno turco no le concedió más permisos de excavación. Un triste final para la carrera de un gran y afortunado arqueólogo que desveló al mundo los secretos de uno de sus más antiguos asentamientos: Çatal Hüyük.
actualidad cultural
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