SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 30 de septiembre de 2022

SUTTON HOO: Un buque anglosajón con un tesoro oculto

Al poco tiempo de adquirir con su marido unos terrenos al sureste de Inglaterra, Edith Pretty comenzó a sospechar. Los enormes túmulos de tierra que salpicaban la zona no eran habituales y estaba casi segura de que ocultaban algo en sus entrañas. Tan solo unos meses antes el matrimonio había viajado a Egipto, y ella había quedado fascinada por su riqueza arqueológica, lo que en buena parte alentó su imaginación. No obstante, Frank Pretty no dio crédito a las elucubraciones de su esposa. Por ello, no fue hasta luego de su muerte en 1934 –a los ocho años de la adquisición de las tierras– cuando Edith se decidió a investigar. En su propiedad (situada a doce kilómetros del río Deben, en el condado inglés de Suffolk) se apreciaban dieciocho montículos de diferentes tamaños. Los vecinos de la zona explicaban leyendas acerca de un jinete fantasma y figuras espectrales que aparecían en aquellos campos al atardecer y se paseaban por ellos como almas en pena. También contaban que un labrador había encontrado un broche redondo mientras trabajaba en ellos. Todas esas historias no cesaban de dar vueltas en la cabeza de Edith. Finalmente, en 1938, la empujaron a contratar los servicios de Basil Brown, un arqueólogo del Museo de Ipswich. Poco se podía imaginar entonces que su curiosidad conduciría al descubrimiento del llamado Sutton Hoo, un magnífico barco funerario anglosajón (conjunto de pueblos procedentes de las tierras costeras del mar del Norte que hacia el siglo V invadieron Inglaterra) del siglo VII. Aquel hallazgo se convertiría, además, en el más importante realizado en Inglaterra, ya que proporcionaría los más exquisitos vestigios de una civilización poco conocida. Cabe precisar que todo que no era la primera vez que se excavaba en aquellos terrenos. En 1860 se realizó una primera campaña en la que se examinaron siete montículos y se encontró una gran cantidad de tornillos de hierro. No obstante, pasaron ochenta años de ello y no se conservaba ningún tipo de documentación ni registro de los objetos hallados. Solo una pequeña nota en el diario local, el Ipswich ¬Journal, dejó constancia de los trabajos arqueológicos. Para Brown fue como empezar de cero. Y lo hizo por el principio: por el montículo bautizado como "uno". Tras dos días de arduo trabajo y de extraer enormes cantidades de arena, encontró una serie de pruebas que le condujeron a pensar que el túmulo había sido saqueado por ladrones. Creyó que no quedaría nada que valiera la pena, por lo que lo abandonó y dirigió sus pesquisas al número “tres”. Pronto se percató de que aquel tampoco se había librado del pillaje. Eran tiempos difíciles y el calendario corría en su contra. El año 1938 avanzaba veloz, las noches se hacían cada vez más largas, el calor se desvanecía y las sombras de la Segunda Guerra Mundial se cernía sobre Inglaterra. Brown trabajaba infatigable y, al caer la tarde, se sentaba con la señora Pretty a comentar el estado de la investigación. Tras el montículo “tres” se dispuso a excavar el “dos”, y pronto vio cierta recompensa a sus esfuerzos. Halló un remache de hierro perteneciente a un barco, muy similar a otro descubierto en 1862 en el asentamiento de Snape, donde habían salido a la luz tres embarcaciones funerarias anglosajonas. Brown, conocedor de aquel anterior hallazgo, siguió excavando sin descanso hasta que dio con los restos de una nave funeraria. Tan solo encontró varios recipientes de vidrio, una espada y fragmentos procedentes de un escudo. Seguramente, los ladrones se habrían llevado el resto. Pero aquel remache metálico le hizo sospechar, y le dio la pista que necesitaba para encajar el puzzle de túmulos y vestigios. Guiado por el instinto, volvió a inspeccionar el primer montículo. Presentía que podría haber otro barco mortuorio anglosajón enterrado. Aquella loma de tierra era la más alta: se alzaba casi tres metros y medía cerca de 30 m de largo por 23 de ancho. Edith Pretty le asignó a su jardinero y a otro empleado para que le ayudaran a excavar. A las pocas horas, Basil Brown hizo un descubrimiento increíble. A medida que iba vaciando el túmulo de tierra fue tomando forma la enorme silueta de un barco. Los tornillos seguían en su posición original, pero no había rastro del resto de elementos. La madera y otros materiales orgánicos empleados en su construcción se habían disuelto en la arena circundante, y se había formado una especie de molde fosilizado del barco. De ahí que lo apodaran “el buque fantasma”. Brown, que tenía algo de experiencia en suelos acidificados, pronto se percató de que aquella huella en la tierra era lo único que encontraría de la nave. La tierra lo había engullido prácticamente todo. Antes de continuar excavando como si de un fósil se tratara, Pretty y Brown consultaron a expertos en recuperación del Museo Británico, y acordaron que un arqueólogo más experimentado en ese tipo de suelos se hiciera cargo de la campaña. La responsabilidad recayó en Charles Phillips, miembro del prestigioso Selwyn College de la Universidad de Cambridge y secretario de la Sociedad Prehistórica. La casualidad quiso que los ladrones de tumbas que habían saqueado el montículo “uno” no dieran con las riquezas que albergaba el buque fantasma. Se quedaron a tan solo diez metros del que resultó ser el tesoro anglosajón más fastuoso jamás encontrado en suelo británico. Phillips y su equipo no podían dar crédito a sus ojos. De¬senterraron numerosos objetos de oro, plata, bronce, hierro y madera –entre ellos, varias armas y monedas, un cetro, un casco y un escudo–, así como ropa, cuero, cerámica, cera, plumas y unos cuernos. Los entierros en barcos eran una costumbre pagana de los pueblos anglos y sajones, que, como ocurría en Egipto con las pirámides, pretendían proporcionar al fallecido los elementos necesarios para pasar a la otra vida. La riqueza y la importancia ceremonial de las reliquias encontradas dentro de la cámara funeraria llevaron a Phillips y a su equipo a pensar que el Sutton Hoo albergaba los restos de un monarca del reino de Anglia oriental (este de Inglaterra), posiblemente Raedwald o Sigebert, ambos del siglo VII. Justo cuando finalizó la excavación, Gran Bretaña entró en la Segunda Guerra Mundial. Phillips y Brown estaban sumamente preocupados por cómo proteger el yacimiento, pero el Museo Británico concentraba sus esfuerzos en poner a salvo sus colecciones de los ataques aéreos en el metro de Londres. Las noticias publicadas en el diario local de Ipswich acerca del hallazgo tampoco favorecieron la conservación del Sutton Hoo. Decenas de curiosos se acercaban y campaban a sus anchas por el asentamiento, por lo que Pretty se vio obligada a contratar a un par de policías para que vigilaran la propiedad las veinticuatro horas del día. Sin embargo, estos pronto marcharon al frente y el terreno que¬dó nuevamente desamparado ante los fisgones y los saqueadores. Aunque no por mucho tiempo. El ejército británico cubrió de tierra los montículos para utilizar la zona como campo de entrenamiento militar. Acabada la guerra, en 1945, se trasladaron los tesoros del Sutton Hoo al Museo Británico. Allí, a los seis años de su hallazgo, empezaron por fin a estudiarse. Pasaron dos decenios, y expertos del museo volvieron a investigar aquel enorme cementerio. Cerca del barco funerario dieron con tres enterramientos de cuerpos de la Edad Media; un poco más lejos, con yacimientos neolíticos (de la Edad del Bronce) y abundantes evidencias de un asentamiento prehistórico (de 2000 a. C.). En paralelo, se fabricó un molde de yeso de la huella en la arena que había dejado el barco del montículo “uno”. Y, a partir de esta horma, se elaboró una reproducción en fibra de vidrio, que pasó a exhibirse en el Museo Nacional Marítimo británico. En 1978 el heredero de Edith Pretty intentó llevar a cabo una nueva campaña, que deberían dirigir Robert Bruce-Mit¬ford, conservador del Museo Británico, y Philip Rahtz, profesor de arqueología de la Universidad de York. Pero no lo logró, ya que en aquella época la comunidad arqueológica estaba más interesada en descubrir nuevos asentamientos que en reexaminar los ya conocidos. Cinco años más tarde se emprendió una especie de misión de rescate del yacimiento. Se destruyeron los túneles que los conejos habían abierto en los montículos y se limpió la zona de los cartuchos esparcidos en tiempos de guerra. Urgía, además, proteger el recinto de los saqueos. A finales de los ochenta y principios de los noventa se realizó la mayor y última misión arqueológica. Entre otras acciones, se reconstruyeron los montículos a la altura que tenían cuando se identificaron en 1938. Además, un grupo de expertos dató por vez primera de forma precisa el barco funerario –entre los años 640 y 670–, gracias a las monedas halladas dentro de un cofre conservado en la cámara funeraria. En el 2002, el yacimiento pasó a formar parte del National Trust (organismo benéfico independiente que se dedica a la protección del patrimonio del Reino Unido), y se abrió al público. Sin el descubrimiento del Sutton Hoo y los artefactos que custodiaba, hubiera quedado relegada al olvido la importancia de Inglaterra desde el tiempo del éxodo de los romanos (a comienzos del siglo V) hasta la invasión vikinga (a finales del VIII). Sutton Hoo no es un mero camposanto, sino una rendija desde la que explorar el pasado de los primeros anglosajones.

viernes, 23 de septiembre de 2022

“NO OLVIDES ESMIRNA”: Así fue la matanza con la que Turquía amenaza a Grecia con la guerra

El 19 de septiembre de 1922 la mayoría cristiana de una próspera y cosmopolita ciudad del Egeo aguardaba en una calma tensa la entrada de la caballería turca temiéndose lo peor. En Esmirna habían convivido más o menos pacíficamente durante siglos musulmanes, armenios y cristianos ortodoxos griegos, pero los últimos diez años de guerra habían hecho saltar los delicados equilibrios interétnicos de la ciudad. Ahora las confesiones derrotadas depositaban sus esperanzas en las garantías ofrecidas por la presencia de veintiún buques de guerra de los aliados occidentales fondeados en el puerto de Esmirna. Aquello fue un terrible error: cuando se desató la masacre de 30.000 griegos y armenios en apenas dos semanas, británicos y franceses lo observaron todo desde sus barcos sin mover un dedo. "Para Grecia sólo tenemos una frase: 'No olvides Esmirna'". La amenaza que el dictador Recep Tayyip Erdoğan acaba de lanzar ante el recrudecimiento de la tensión militar en el mar Egeo entre esos dos irreconciliables enemigos históricos como son Turquía y Grecia ha debido sobrecoger a todos aquellos no hayan olvidado la historia del sangriento siglo XX. Los turcos llevan meses acusando a los griegos de militarizar las islas del Egeo, algunas de ellas aún disputadas entre las dos potencias, pero la rivalidad no es nueva, desde la crisis de refugiados del 2012 abierta por la guerra en Siria y más atrás. De hecho, el origen del conflicto lo hallamos hace un siglo, cuando tras la Primera Guerra Mundial el decadente Imperio Otomano se derrumbó y, contra toda sorpresa, nació una nueva Turquía laica y agresiva de la mano del monstruo pederasta y despreciable violador de niños griegos, Mustafa Kemal Atatürk. "Grecia, mira la Historia. Como sigas adelante mucho más, el precio que pagarás será alto, muy alto", clamó el genocida Erdogan, quien en su insania se cree la reencarnación de Solimán el Magnífico y pretende restaurar los límites del Imperio Otomano. "Cuando llegue el día y la hora haremos lo que haga falta. Podemos llegar una noche de forma repentina". ¿Qué ocurrió en aquellos tristes días de septiembre, una de las masacres más espantosas de un siglo tan pródigo en derramamientos de sangre, cuando los turcos "arrojaron a los infieles al mar? Un marinero francés, testigo ocular de los hechos, recordaba que todo empezó cuando los soldados turcos detuvieron al arzobispo ortodoxo: "Los manifestantes cayeron sobre Crisóstomo emitiendo gritos guturales, y lo arrastraron por las calles hasta que llegaron ante una barbería, donde su propietario observaba la escena temerosamente desde la puerta de su establecimiento. Alguien apartó al barbero de un empujón, agarró un paño blanco y se lo anudó a Crisóstomo alrededor del cuello, gritando, '¡Vamos a darle un buen afeitado!'. Le arrancaron la barba al prelado, le sacaron los ojos con sus cuchillas, le rebanaron las orejas y la nariz y le amputaron las manos". La orgía de violencia solo acababa de empezar. En las siguientes dos semanas fueron asesinados 30.000 griegos y armenios y muchas mujeres fueron apaleadas y violadas. Asimismo, los barrios cristianos fueron pasto de las llamas en un incendio estremecedor del que otro testigo, el reportero británico George Ward Price informaba así: "Lo que veo desde la cubierta del Iron Guard es un muro ininterrumpido de fuego, de más de tres kilómetros de largo, en el que destacan veinte volcanes de furiosas llamaradas que escupen puntiagudas lenguas de fuego que se contorsionan hasta una altura de treinta metros. (...) Lo peor de todo es que, desde la densa multitud de miles de refugiados que se apretujan desde los estrechos muelles, entre la abrasadora muerte que va avanzando poco a poco hacia ellos por detrás y las profundas aguas que tienen por delante, surge constantemente un griterío frenético de puro terror que puede oírse a muchos kilómetros de distancia". En su excepcional The Vanquished: Why first world failed to end ('Los vencidos. Por qué la Primera Guerra Mundial no concluyó del todo') , el historiador irlandés Robert Gerwarth explica que la inactividad de las tropas aliadas que fondeaban la ciudad condenó a las víctimas de la matanza. La muchedumbre de griegos desesperados intentaba huir en barcos de pesca a nado, mientras niños y ancianos eran aplastados por las estampidas. Los supervivientes, decenas de miles de cristianos ortodoxos, fueron deportados en durísimas condiciones al interior de Anatolia luego de que los turcos 'limpiaran la ciudad'. La mayoría falleció bajo terribles torturas. La hipocresía de los ingleses ante ese genocidio fue tal que luego declararon cínicamente que “aquella orgía infernal tenía pocos sucesos comparables en la historia de los crímenes cometidos por el hombre” pero no hicieron nada por evitarlo. Tras perder casi todos sus territorios europeos en las guerras balcánicas de 1912-1913, el Imperio otomano entró en la Primera Guerra Mundial como aliado de Alemania en agosto de 1914 para acabar una vez más formando parte del bando derrotado. Perdió entonces también sus posesiones en Oriente Próximo y, para colmo, la humillada población tuvo que ver como un poderoso ejército británico desembarcaba en Esmirna en 1919 para forjar "un nuevo imperio para Grecia". Pero tras dos años de guerra, los griegos fueron sorprendentemente derrotados en la Anatolia Central por Atatürk, cuya contraofensiva durante el verano de 1922 le abrió de nuevo las puertas de Esmirna. Tras la matanza, la deportación, la limpieza étnica, llegarían los Tratados de Lausana de 1923 y de París de 1947, luego de la Segunda Guerra Mundial, que dejarían un puñado de islas en el Egeo de soberanía disputada, y una tensión bélica latente entre dos países que forman parte de la OTAN pero no se ha perdido por ello, las ganas de los turcos de perpetrar otro genocidio como ya lo hicieron antes con los kurdos y armenios ante el silencio cómplice de Occidente ¿Volverán a salirse esos asesinos con la suya?

viernes, 16 de septiembre de 2022

NOVGOROD: En la cuna de Rusia

No hay nada más inolvidable que pasear al atardecer por la ribera del río Volkhov y ver cómo en la orilla opuesta el sol va cayendo sobre el Kremlin de Nóvgorod, sus rayos se filtran entre las almenas y torres de sus murallas, se reflejan en las cúpulas acebolladas de la catedral de Santa Sofía y se entrecortan en las aguas que fluyen desde el cercano lago Ilmen. Rusia no es solo Moscú y San Petersburgo como podéis imaginar. Tiene otras ciudades, con grandes y numerosos monumentos, un valioso patrimonio histórico y cultural que las hace grandemente atractivas. Una de ellas es Nóvgorod, considerada con toda razón como la cuna de Rusia. En esta ciudad se encuentra la Catedral de San Nicolás y la ya mencionada Catedral de Santa Sofía de Nóvgorod. Esta ciudad cuenta asimismo con un Kremlin que fue construido durante el reinado de Yaroslav I el Sabio y fue mencionado por primera vez en las crónicas del año1044. La urbe cuenta también en su interior con la ciudadela más vieja de Rusia, situada en el corazón de la ciudad, además de ser un centro cultural y religioso de primer orden. Quienes la visitan
van a quedar encantados de todo lo que ofrece y desearan volver a verla una y otra vez. Sorprendidos con sus secretos, en Nóvgorod querrán aprender el alma rusa que está glorificado por sus clásicos. Solamente en la tierra de Nóvgorod se puede respirar el aire que respiraba la Rusia recién nacida. Es imprescindible visitar en primer lugar el antiguo asentamiento de Rurik, directamente vinculado con los orígenes del omnipresente Estado ruso. Fue aquí en el siglo IX donde vivió el príncipe Rurik, llamado a gobernar a los eslavos, quien fundó una que dirigió el Estado más de 700 años, y él dio a las nuevas tierras el nombre de "Rus". Las crónicas de la vocación de Rurik a Nóvgorod se convirtieron en la razón oficial para la celebración del aniversario milenario de Rusia. En honor de este evento con la iniciativa del zar Alejandro II en 1862 en el centro del Kremlin de Nóvgorod se erigió un grandioso monumento llamado "El Milenio de Rusia", que adorna su Kremlin, recordando porque Nóvgorod es considerado como la madre de las ciudades rusas. No es de extrañar por ello que los peregrinos ortodoxos de toda Rusia tienden a visitar Nóvgorod para conocer sus antiguos y famosos santuarios cristianos, donde las paredes de sus iglesias respiran la sabiduría de los siglos, mientras los iconos milagrosos exudan toda la gracia.
En el siglo X en Nóvgorod se erigió la majestuosa Catedral de Santa Sofía, que ha estado siempre ligado no sólo a la vida religiosa y civil de Nóvgorod, sino también a la esencia espiritual de la ciudad. En el siglo XIII el príncipe Mstislav el Temerario dijo: Donde está Santa Sofía allí está Nóvgorod. Cabe destacar que la paloma en la cruz de la cúpula dorada de la catedral, según la leyenda, protege a la ciudad de los desastres. Las crónicas dicen que Nóvgorod está bajo la protección especial de Santa Sofía, la sabiduría de Dios. Actualmente en la catedral de Santa Sofía se encuentra una reliquia, el icono de Nuestra Señora. Según la leyenda, en el siglo XII se le concedió una victoria a los Nóvgorodienses en la Batalla con Suzdal, cuando uno de los guerreros de Suzdal disparó una flecha a la imagen. La blasfemia no quedó impune ya que los enemigos de Nóvgorod, "cubiertos por la oscuridad" en el miedo, se mataron unos a otros. De otro lado, los principales acontecimientos de la historia rusa se asocian con el círculo de monasterios que rodea Nóvgorod y las famosas hazañas de sus santos fundadores. Así por ejemplo, en la Catedral de
San Jorge, en el moanasterio del mismo nombre, el príncipe Alexander Nevsky de rodillas oro por la victoria sobre los Caballeros Teutones, lo que le fue conseguido, salvando a Rusia de esta amenaza a su existencia. Pero nada le traerá una alegría tan tranquila y un placer estético como un paseo por las calles de Nóvgorod. De hecho en ella se encuentran verdaderas joyas de la arquitectura rusa, verdaderamente única. Allí está representada una increíble variedad de estilos y edades los cuales a pesar de su eclecticismo están en una increíble armonía. La influencia en Nóvgorod, tanto de Bizancio como de Moscú puede verse en los asombrosos edificios que alberga la ciudad. Durante varios siglos Nóvgorod fue un enlace entre la Europa medieval y Rusia. Mucho antes de que Pedro el Grande comenzara a expandir sus dominios, Rusia ya había abierto la puerta que daba a los países europeos y los mercados europeos a través de Nóvgorod, convertida desde entonces en un centro del comercio internacional durante siglos. Declarada por la UNESCO en 1992 como Patrimonio Cultural de la Humanidad, Nóvgorod y sus monumentos históricos son una preciada joya que merecen conservarse para la posteridad.

viernes, 9 de septiembre de 2022

CARLOS III: Un rey con oscuro pasado e incierto futuro

La hora de Carlos de Inglaterra ha llegado. En efecto, el eterno heredero cumple el que por nacimiento era su destino. El fallecimiento de Isabel II este jueves le convierte en el rey de los británicos. Un monarca de 73 años, con más pasado que futuro. Una sucesión vista con aprensión por la ciudadanía a la que Carlos ha decepcionado de antemano por su comportamiento como príncipe de Gales. Son muchas las dudas sobre su carácter y demasiadas las manchas en su expediente personal. La soberana ahora desaparecida se ganó el respeto y la admiración de los suyos practicando un inquebrantable sentido del deber, con prudencia, pragmatismo y lavando los trapos sucios en casa. Su hijo jamás se ha recobrado de los escándalos de su trágico matrimonio con la princesa Diana. El ascenso al trono como rey, junto a Camila como reina consorte, deja un regusto amargo en el corazón de los británicos. Para nadie es un secreto que la vida del futuro soberano ha sido una larga espera. Carlos es el heredero británico de mayor edad y con más años de servicio como príncipe de Gales. Su destino, sin escapatoria, ya estaba escrito antes de nacer. El niño que llegó al mundo en el palacio de Buckingham el 14 de noviembre de 1948 venía cargado de privilegios, de títulos nobiliarios y de una larga retahíla de nombres. Carlos Felipe Arturo Jorge, príncipe de Gales, duque de Cornualles, duque de Rothesay, conde de Carrick, barón de Renfrew, conde de Chester, lord de las Islas y príncipe y administrador de Escocia era el primogénito de la reina de Inglaterra y aseguraba la sucesión de la monarquía británica. Una infancia de encajes, cucharillas de plata y una legión de sirvientes y niñeras, supliendo la ausencia de los padres. La madre, muy joven, tenía su prioridad puesta en la Corona. El padre, dedicado a sus asuntos, trataba de imponer disciplina a un hijo que menospreciaba por pusilánime y débil. Los años de soledad y falta de afecto se prolongarían durante la adolescencia y marcarían su carácter. Observado en cada uno de sus movimientos, la prensa trataba por entonces con indulgencia al estudiante en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, al jugador de polo con novias en los círculos aristocráticos, que iban y venían llenando páginas de colorines sin dejar rastro. Una de aquellas se llamaba Camila Rosemary Shand. Otro ligue pasajero, pensaron. Su investidura y coronación como príncipe de Gales tuvo lugar en 1969 en una ceremonia televisada en el Castillo de Caernarforn. Al igual que todo futuro rey, el joven Carlos recibió formación en las tres ramas del Ejército. Hasta ahora ostentaba el rango de mariscal de campo del Ejército británico, almirante de la flota de la Marina Real y mariscal de la Real Fuerza Aérea. Durante décadas fue asumiendo muy lentamente obligaciones oficiales como miembro de la familia real, a la sombra de su madre y con un margen de actuación escaso y frustrante para alguien enormemente impaciente y dado a entrometerse en asuntos públicos. "Realmente quiere salvar el mundo. Dentro de él hay una pasión por ayudar", afirmaba Camila en un documental de la BBC con motivo de los 70 años del príncipe. Su interés por la ecología, la preocupación por el futuro del planeta y de algunas especies animales, contrasta por el amor a la caza, los viajes en jet privado y una vida de lujo sin privarse de capricho alguno, muy lejos del espíritu de austeridad de su madre. Ante las recriminaciones, sus defensores lo describen como un trabajador incansable y destacan su labor de ayuda a los jóvenes desde los años 70 a través de una de sus fundaciones, Prince’s Trust, investigada ahora por la policía por la sospecha de que concediera donativos a cambio de favores. Además, Carlos opina y utiliza la influencia de su poderoso círculo de relaciones. Ha sido notoria su afición a escribir a primeros ministros y miembros del Gobierno enfatizando sus puntos de vista sobre arquitectura, enseñanza, dinero de uso público o regulación de las medicinas alternativas. Esas interferencias han hecho que haya sido acusado de saltarse el principio de neutralidad constitucional de una monarquía parlamentaria como la británica. ¿Aprenderá a respetar las normas el ahora rey? ¿Es capaz de mantenerse al margen alguien acostumbrado a hacer siempre lo que le place, rodeado de acólitos que le aplauden y jamás le contradicen? Sin embargo, la figura de un monarca ya anciano tiene algo de decadente en el siglo XXI. No será el suyo probablemente un reinado de nuevas expectativas, renovadas energías y cambios fundamentales en la institución. La nueva corte se augura de tamaño reducido luego de que salieran de escena el príncipe Enrique y Andrés, duque de York. El papel asignado a Guillermo, nuevo príncipe de Gales, será vital. Entre padre e hijo hubo en el pasado una relación muy tensa, en la que parece haberse llegado ahora a un entendimiento formal en el reparto de atribuciones. Catalina, futura reina consorte, tendrá también un protagonismo excepcional en este nuevo periodo. La monarquía británica necesita la visibilidad de la joven pareja para proyectar luz hacia el futuro, cuando el nuevo rey por su avanzada edad, representa el pasado ¿Cuantos años durará en el trono?.

viernes, 2 de septiembre de 2022

DAMIEN HIRST: Pirómano y mercenario en nombre del “arte”

Las excentricidades del británico Damien Hirst - que se autoproclama “artista” - no parecen tener fin. No contento con sumergir un tiburón y una oveja cortada en dos en tanques de formol, o de cubrir con diamantes un cráneo, este mercenario del arte afirma ahora que su nuevo proyecto NFT, llamado The Currency, es “el más emocionante con diferencia”. Como es obvio, su anuncio ha causado un desprecio generalizado. Luego de que este mercenario del arte haya “creado” - es un decir - minuciosamente 10 mil pinturas con puntos en el 2016, Hirst ahora combina tres de las cosas más irritantes del arte -el autosabotaje, los NFT y las cantidades demenciales de dinero - ofreciendo a cada descerebrado comprador un ultimátum: elige entre la versión digital o la física y la otra será quemada hasta las cenizas. Como las personas solo quieren ver el mundo arder, cada vez más compradores eligen quedarse con el NFT. Para algunos, esta cremación ha suscitado la inspiración; para otros, se trata de miles de piezas de puntillismo que se dirigen sin sentido a la incineradora. En cualquier caso, Hirst no es el primero en jugar con fuego; desde que existe el arte, han existido los incendios provocados. Es probable que desde que el Homo erectus descubrió el elemento y los neandertales se volvieron artísticos, las llamas hayan reclamado cosas valiosas. Desde luego, la mayoría de los incendios relacionados con el arte son accidentales. A causa de los materiales inflamables y los estudios peligrosos, el mundo del arte ha sufrido más que su parte justa de infiernos. Así, la Escuela de arte de Glasgow se incendió dos veces en la última década, mientras que en el 2004 el incendio del almacén Momart en Londres destruyó obras de arte británicas valoradas en aproximadamente 30 millones de libras, incluyendo, irónicamente, “obras” de Hirst, que se encontraban depositadas en un almacén. “Un suceso como el incendio de Momart sirve para revelar la manera en que el arte tropieza metafóricamente con la alfombra”, explica el doctor Jared Pappas-Kelley, autor de Solvent Form: Art and Destruction. Argumenta que todos los objetos de arte albergan su propia destrucción latente en su interior. La reacción del público ante ese incendio fue diferente a la simpatía demostrada tras los incendios de Glasgow. “Luego del incendio de Momart se produjo una respuesta casi alegre. Algunos lo consideraron como un merecido castigo cultural”. Aunque la mayoría de estos incendios, y las reacciones, están fuera del control de los artistas, otros se convierten en pirómanos accidentales. Tom de Freston, que le daba los últimos toques a una colección de obras junto con el escritor sirio Ali Souleman, vio cómo su propio soplete incineraba todo su estudio. “Por diversas razones, decidí quemar como una especie de ritual varias pinturas… encendiendo la llama para poder crear”, explica. El fuego “se extendió muy, muy rápido” y 12 años de trabajo quedaron destruidos en otros tantos minutos. Sin embargo, se forjó algo nuevo entre las llamas. Hubo “un periodo de dolor y luto… pero al mismo tiempo, al día siguiente, se contemplaba el espacio quemado y se veían posibilidades en todas partes”. Esto condujo a una especie de alquimia, en la que De Freston convirtió la ceniza en nuevas pinturas y valoró las piezas quemadas sin posibilidad de reparación como “asombrosos objetos esculturales” que guardaban una historia secreta debajo del místico carbón. Un incidente parecido le ocurrió a la erudita de arte de arte Jes Fernie, que había organizado el traslado de la escultura Ultrasauros de Heather e Ivan Morison a Colchester, aunque la noche anterior al viaje del dinosaurio se incendió. “Me sentí bastante disgustada y molesta y preocupada por saber qué demonios iba a hacer”, comenta Fernie. Sin embargo, al igual que con De Freston, surgió un lado positivo. “Entonces pensé que, en realidad, me interesa mucho más esto ahora que se quemó, ¿de qué se trata?”. Esto dio lugar a la fundación del Archive of Destruction, una línea de tiempo de arte destruido construida sobre la base de que hay algo “interesante en algo que existió y que luego ya no existe o se transforma de alguna manera”. Este potencial de transformación es lo que ha llevado a “artistas” sedientos de dinero como Hirst a quemar su obra a propósito. John Baldessari es famoso por haber incendiado su propia obra; 10 grandes cajas de ceniza quedaron guardadas en un estante para el resto de su carrera. “Para ser creativo también debe existir la destrucción con bastante frecuencia”, comentó después. “Es como la idea del ave fénix que resurge de las cenizas”. Otros han incorporado el sacrificio como parte de su arte desde el principio. En su Homenaje a Nueva York, Jean Tinguely creó una especie de artilugio de Rube Goldberg a gran velocidad, un montaje de llantas, tambores, juguetes y una tina que se incendió en el jardín del MoMA (Museo de arte moderno de Nueva York). El año pasado, Urs Fischer incineró gigantescas esculturas de velas para ofrecer un espectáculo a cámara lenta en el que se derritieron durante meses hasta convertirse en charcos amorfos de cera. La incorporación del fuego no solo provoca una nueva apreciación, sino que incluso puede añadir valor. El año pasado, alguien conocido por la cuenta de Twitter @BurntBanksy gastó 95 mil dólares en una impresión de Morons (White) –una obra de Banksy que llevaba la inscripción: “No puedo creer que ustedes, idiotas, realmente compren esta m…..”– antes de quemarla y vender el video como, lo adivinaron, un NFT. “La idea, en su sentido más puro, era tomar algo que tiene ‘valor’ y destruirlo”, explicó un representante de Injective Protocol, la empresa detrás de @BurntBanksy. El NFT se vendió a un precio cuatro veces superior al original, financiando una nueva empresa de criptomonedas llamada Burnt Finance, la cual - si te sientes caritativo - podría ser considerada como una quema simbólica de lo viejo para dar paso a lo nuevo. Esto concuerda con lo que Hirst pretende lograr; aunque puede parecer más valiente quemar tu propia obra, resulta menos osado cuando eres consciente del valor que crea. “Él es increíblemente astuto en cuanto a conocer las reglas del juego”, comenta Fernie. “Él está intentando crear una moneda (como el título de la obra). Sabe que su valor está en declive: está utilizando la maquinaria de la mercadotecnia y las relaciones públicas para aumentar la moneda de su identidad.” Con 20 millones de dólares más luego de la hazaña, es probable que tenga dinero para quemar. Más allá del beneficio económico, todas estas quemas planeadas se basan en una verdad simple y elemental: el fuego es atractivo. Para Pappas-Kelley, las llamas aportan un “poco de alboroto” e involucran al público: “En teoría, nadie es neutral en estos incendios específicos: o bien tú lo provocas, o intentas apagarlo, o contemplas el espectáculo”, señala. “A la gente le sigue interesando un tipo de experiencia física visceral de la destrucción“, opina Fernie. Es la razón por la que las personas siguen abrigándose a temperaturas bajo cero para ver cómo le prenden fuego a Guy Fawkes; la razón por la que Burning Man lleva el nombre de su efigie del final del festival; o la razón por la que los vapeadores no son tan sexys como los cigarros. Tan fuerte es la atracción emocional del fuego y su capacidad para destruir algo de valor que también es una fuente de tabú. La quema de obras de arte evoca al Bullingdon Club encendiendo billetes de 50 libras frente a indigentes o a Burberry quemando ropa que valía 28.6 millones de libras. La incineración es un despilfarro, un pecado medioambiental, reservado para los privilegiados. Incluso @BurntBanksy batalló con la quema de la impresión de Morons, negándose a faltarle el respeto usando líquido inflamable: “No quería adulterar la pieza de ninguna manera… Recuerdo haber dicho en el video que parece que esta cosa no estaba hecha para ser incendiada”. Tal vez el momento inigualable de esta inflamable historia del arte, que conjuga la intención, el valor, la interpretación y el tabú, es el de The KLF, The K Foundation Burn a Million Quid. El incendiario y delirante dúo fue a la isla escocesa de Jura con un millón de libras en efectivo que quemaron en un cobertizo para lanchas en desuso. El video también fue destruido, aparte de una copia transmitida posteriormente por la BBC. Incluso ahora, a los críticos les resulta difícil digerir todo esto. “Existe algo diferente entre la quema de arte –el potencial del valor– y la quema de dinero… existe cierta angustia cuando uno piensa en lo que podría hacer con ese millón de libras”, señala Pappas-Kelley. “Existe ese ‘que coman pasteles’ en ello”. “Está relacionado con el privilegio”, señala Fernies, quien recuerda que sus propias creaciones artesanales con billetes reales de 1 libra cuando era niña horrorizaban a su familia. Los propios KLF se arrepienten del acto; pero incluso en este caso, se creó algo nuevo: The Brick, una escultura creada a partir de las cenizas y exhibida en el Barbican. Aunque la mayoría de nosotros no dudaríamos ni un segundo en arrojar a Hirst a las llamas, ¿alguna vez es una buena idea quemar tus propias cosas? Lamentablemente, el fuego no es un método para hacerse rico rápidamente. Como señala Fernie, un “niño de 15 años con un cerillo” incendiando algo es una “propuesta completamente diferente” a la de los artistas exitosos, mientras que @BurntBanksy comenta que “la gente al azar que quema arte” desde su proeza no ha logrado inspirar el mismo entusiasmo. “Cualquiera puede crear fuego con papel”, señala. No obstante, más allá del valor “artístico” - que ninguna obra de Hirst lo tiene - o económico, existe un factor emotivo. El hecho de quemar algo tiene una cualidad catártica, que se materializa en el cliché televisivo de quemar con mal humor la foto de un ex. Aunque es posible que los NFT formen parte del desplazamiento del mundo del arte hacia lo digital, Fernie argumenta que la quema personal de posesiones sigue siendo una práctica viva: “Uno de mis hijos acaba de terminar sus exámenes A-level y fue a la casa de una persona y realizó un ritual de quema de todas sus notas de la revisión. Sinceramente, fue brillante, todos los arrojaron al fuego”. De esta manera, el 9 de septiembre, Hirst comenzará a quemar sus pinturas, hasta llegar a la quema final que se llevará a cabo durante la semana de la feria de arte Frieze de Londres, en octubre. Nos prometieron que él mismo asistirá a la quema final, lo que nos dará la oportunidad de ver cómo incinera “obras de arte”de miles de libras cada una. Lástima que ese mercenario no termine en la hoguera junto con ellas que bien se lo merece.
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