The Reds | Οι Κόκκινοι from Sotiris Danezis on Vimeo.
SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 23 de julio de 2021
POL POT: El genocida camboyano
El comunismo, aquella ideología criminal que asesino a 150 millones de seres humanos en todo el mundo, tuvo en Camboya a uno de sus más fervientes discípulos llamado Pol Pot, quien no dudo en instaurar en su país - en los pocos años que estuvo en el poder - el infierno sobre la tierra. En efecto, este despreciable criminal, a la cabeza de los Krmer Rouge, acabó desde 1975 con la vida de un tercio de la población camboyana, y pudo exterminar a todos como era su deseo, pero su derrota ante los vietnamitas, quienes invadieron el país en 1979 y pusieron fin a su régimen asesino, impidió que ello se consumara pero antes, hizo retroceder a Camboya hasta la Edad de Piedra. ¿Cómo se originó aquella utopía de una sociedad agraria que a la postre terminaría con la vida de millones de personas? En 1949, Pol Pot, que era un pésimo estudiante, consiguió una beca para estudiar radioelectricidad en Francia. Su falta de interés tuvo como consecuencia que le acabasen retirando la beca, pero esos tres años y tres meses en la capital gala no fueron del todo infructuosos para el joven camboyano. En París, Pol Pot descubrió a Stalin y empezó a interesarse por el Partido Comunista Francés fundando el autodenominado Grupo Estudiantil de París, con algunos compatriotas que serían cruciales en el futuro régimen del terror camboyano como Ieng Sary, Khieu Samphan, Son Sen y Huo Yuon, que se convertiría en uno de los ideólogos del futuro Estado de Kampuchea y tan culpables como el propio Pol Pot del holocausto que se desencadenaría. Corría el año 1970, cuando con el apoyo de los EE.UU., el general camboyano Lon Nol perpetraba un golpe de Estado para hacerse con el poder, hasta entonces en manos del príncipe Sihanouk. Los Krmer Rouge, nacidos como una guerrilla y nombrados peyorativamente de esta manera por el propio Sihanouk (irónicamente, los Krmer fueron la antigua civilización de aquel país, un pueblo capaz de crear monumentos tan impresionantes como los templos de Angkor), tenían un nuevo enemigo al que enfrentarse. Los combates se prolongaron hasta abril de 1975, momento en que los rebeldes entraron en la capital del país, Phnom Penh. Mientras esto sucedía, el general Nol huía de Camboya con un millón de dólares bajo el brazo. El 17 de abril de 1975, los Krmer Rouge vestidos con sus características camisas y pantalones negros, así como pañuelos de cuadros negros y rojos, encontraron una capital gobernada por el caos y la escasez de alimentos. Nada más entrar, y a pesar de que los habitantes se habían lanzado a la calles para celebrar su liberación, les ordenaron que desalojaran la ciudad “por el posible bombardeo de los estadounidenses”. Les anunciaron que por ese motivo se les trasladaba a un campo y “que sólo sería por unos días”. En esos momentos, pocos sospechaban que lo peor estaba por llegar. Había comenzado el Año Cero: la historia del país empezaba a reescribirse. Aquel éxodo masivo forzoso tenía algo de extraño. Las órdenes fueron que la gente debía marcharse montada en bueyes y en carros, y quien no pudiera lo tendría que hacer a pie, incluidos enfermos y ancianos. En pocas horas, Phnom Penh, una de las capitales más grandes y bulliciosas de toda Asia, se convirtió en una ciudad fantasma. Muy pronto, las cunetas se llenaron con los cadáveres de todas aquellas personas que no resistían la marcha a pie y que fueron asesinados en el acto por el Krmer Rouge. El horror no había hecho más que empezar. En la sombra, el propio Pol Pot y sus acólitos estaban moviendo los hilos de un plan demencial. Y lo empezaron cambiando el nombre del país por el de Kampuchea Democrática. La nueva ideología instaba a eliminar cualquier vestigio que quedara del detestable pasado capitalista. Ordenaron que todos vehículos a motor se destruyeran, y convirtieron el carro tirado por mulas en el medio de transporte nacional. Se dio orden de quemar bibliotecas, museos y fábricas, también se prohibió el uso de medicamentos ya que Kampuchea - aseguraban - “estaba en condiciones de fabricar todas las medicinas necesarias” para sus ciudadanos. También se prohibió el uso de gafas, ya que, según el nuevo orden político, elevaban a la persona al estatus de intelectual y éstos debían ser eliminados. En esta sociedad ideal, “sólo los campesinos permanecían a salvo de la peste capitalista y burguesa que había contaminado hasta esos momentos el país según los nuevos dirigentes”. Esos eran los ciudadanos ejemplares. ¿Y los demás? “El resto eran unos peligrosos despojos del pasado que debían ser reeducados o eliminados” según su propaganda. No es de extrañar que la primera orden de Pol Pot fuera acabar con esos “elementos subversivos”. De este modo, se ejecutaron sumariamente a altos funcionarios y militares del antiguo régimen - así como sus familias - que no pudieron escapar, y luego a profesores, abogados, médicos y todos aquellos que sabían un segundo idioma. Se abolieron los mercados y la moneda, se prohibieron todas las religiones, incluido el budismo dominante en la zona, se expulsó a la población extranjera y se cortó cualquier vínculo con el exterior. Para finalizar el "programa de reeducación", toda la población fue recluida en comunas agrarias, con el fin último de multiplicar la producción de arroz. La mayoría de las ejecuciones se llevaron a cabo en el campo de Toul Sleng, a pocos kilómetros de la capital. Las torturas que se practicaron en aquel recinto del horror convirtieron a los siniestros Gulag soviéticos en paraísos terrenales. Nada más entrar, a los internos, en un alarde de sadismo, se les arrancaba las uñas de las manos para someterlos, posteriormente, a duros e interminables interrogatorios. Para acabar con su sufrimiento, los "sospechosos" debían reconocer sus relaciones con el KGB, la CIA o con la élite política del general Nol. Al final, lo único que deseaban aquellos desdichados era poner fin cuanto antes a tanto dolor y que los ejecutaran con un tiro en la nuca lo antes posible. En Toul Sleng fueron asesinadas más de 20.000 personas. Tan sólo siete pudieron salir con vida de aquel campo de exterminio. En la actualidad, los visitantes que acceden al museo del horror donde antes estuvo la prisión, no pueden evitar estremecerse al contemplar las fotografías de los torturadores: adolescentes de mirada extraviada, jóvenes que no habían cumplido aún los veinte años y se que entregaron como bestias a una única labor: la de infligir dolor a sus compatriotas. La vida en Camboya se convirtió en un infierno. La propiedad privada se suprimió de manera drástica. Nadie tenía nada; incluso la ropa, era propiedad del Angkar, un concepto completamente abstracto por el que el partido comunista se designaba a sí mismo, un sistema de control de la sociedad, en definitiva, una especie de "gran hermano". La comida se suministraba y racionaba en los refectorios, y poseer una olla era considerado delito. Los trabajadores morían de agotamiento y hambre por culpa de la escasez de alimentos y las extenuantes jornadas en los arrozales. Mostrar dolor por la pérdida de un ser querido también estaba castigado: era un síntoma de debilidad. Las raciones de comida eran tan miserables que se llegó a producir casos de canibalismo. Incluso se regularon las relaciones sexuales obligando a la gente a casarse solamente para traer al mundo a nuevos ciudadanos de Kampuchea. Asimismo, se estableció que cada ciudadano debía producir dos litros de orina diarios y que cada mañana debían entregarla al jefe de la aldea para fabricar abono. Pol Pot creó además una raza de niños soldado, criaturas alienadas y violentas que, tras ser sometidos a un lavado de cerebro y a un severo adoctrinamiento, eran capaces de rebanar el pescuezo a quien creyesen capaz de traicionar a su líder, sólo por el mero hecho de sustraer una fruta o un puñado de arroz crudo; eran capaces incluso de denunciar a sus propios padres por robar comida. Pero la pesadilla comunista no duro mucho: Pol Pot y los Krmer Rouge estuvieron en el poder 44 meses, hasta el 7 de enero de 1979, cuando la intervención militar vietnamita obligó al genocida y sus secuaces a huir y esconderse en la selva. No hay cifras exactas de cuántas personas perdieron la vida en los campos de la muerte, pero se calcula que fueron más de dos millones. El ansia de exterminio de Pol Pot llegó a tales extremos que cuando supo que algunos camboyanos habían conseguido escapar a Tailandia mandó sembrar la frontera con diez millones de minas antipersonales para evitar su huida. Pol Pot murió el 15 de abril de 1998 a los 72 años de edad, en medio de la selva camboyana, prisionero del grupo que había fundado cuatro décadas atrás, los Krmer Rouge, con lo que se libró de ser juzgado por sus horrendos crímenes contra la humanidad. Fuentes oficiales informaron de que su muerte fue causada por un ataque cardíaco. Otras afirman que su deceso se produjo justo cuando se entero que lo iban a entregar a las autoridades, por lo que no se descarta que se suicidara o haya sido envenenado, aunque nunca se permitió realizar una autopsia a su cadáver para saber la causa real de su muerte. Finalmente, el cuerpo de uno de los genocidas más atroces que haya conocido la humanidad fue incinerado en una hoguera improvisada con cartones y neumáticos viejos, volviendo a los infiernos de donde provenía. Hoy el comunismo pertenece al basurero de la historia, pero lamentablemente en algunos países - especialmente en América Latina - persisten en que permanezca vigente, lo que a la larga, solo les acarreará desgracias.
actualidad cultural