SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 14 de abril de 2023
ÍCARO: El héroe griego que voló demasiado alto
En la mitología griega, para llegar a la trágica historia de Ícaro hay que empezar hablando de su padre, Dédalo. Había sido la mismísima diosa Atenea quien enseñó a Dédalo los secretos de la herrería, y este, descendiente de la casa real de Atenas, no tardó en distinguirse en la ciudad por sus ingeniosos mecanismos. Sin embargo, uno de sus aprendices, llamado Talos, superó al maestro cuando contaba apenas 12 años. El niño, que había estudiado a conciencia un espinazo de pez que había encontrado, imitó su forma en hierro, creando así la primera sierra. Dédalo sintió celos del prestigio que adquirió el muchacho gracias a este y otros artilugios, como el compás o la rueda de alfarería. Así que pidió a Talos que lo acompañara a la Acrópolis. Allí mostraba al apenas adolescente las vistas cuando, aprovechando su distracción, lo empujó al vacío. Aunque luego metió el cadáver en un saco, el crimen de Dédalo no tardó en ser descubierto. El constructor, juzgado por el Areópago, el antiguo tribunal de la polis, fue hallado culpable y desterrado del país. Primero se estableció en una aldea del Ática. Después embarcó hacia Creta, donde el rey Minos celebró poder disponer de un servidor tan útil. Dédalo, en efecto, ideó para el monarca de Cnosos una serie de máquinas prodigiosas. Así como había fabricado para sí mismo unos autómatas que le facilitaban las tareas domésticas, concibió para el soberano un gigante de bronce que podía recorrer a pie la isla entera. También elaboró para la reina Pasífae una vaca articulada. Este ingenio obedeció a que la consorte de Minos quería seducir al magnífico toro blanco consagrado a Poseidón, el dios del mar. Oculta en el interior de la vaca, Pasífae consiguió aparearse con el animal. De esta relación nació al cabo de un tiempo una criatura humana con cabeza de toro, el Minotauro. Enterado de la ayuda prestada a su esposa por Dédalo, el monarca encerró a este en el Laberinto. Era el amplio palacio que, plagado de recovecos para esconder al Minotauro, había diseñado el propio constructor para el soberano. Allí también fue a parar Ícaro, el hijo que Dédalo había tenido con una esclava de Minos. La prisión duró poco: la reina Pasífae liberó a los cautivos. Sin embargo, había otro escollo que salvar. Creta estaba rodeada por la poderosa flota militar de Minos, que además había ofrecido una elevada recompensa a quien capturara a los fugitivos. Dédalo inventó entonces un dispositivo que permitiera a él y a su hijo abandonar la isla sin peligro. Eran dos pares de alas confeccionadas con plumas de ave amarradas, a las que iban adheridas con cera otras menores. Dédalo indicó a Ícaro que no volara demasiado alto ni demasiado bajo: el sol podía derretir la cera en el primer caso, y el mar, si planeaba cerca de su superficie, podía pesar en las plumas con su humedad, lo que impediría remontarse. También le pidió que no se separara de él en ningún momento. Luego de las instrucciones, insertaron los brazos en sus respectivos mecanismos y levantaron el vuelo en dirección noroeste. Los cretenses que los vieron pasar no daban crédito a sus ojos. Tomaron a la pareja por dioses. El vuelo, entretanto, resultaba un éxito. Fue así durante un largo trayecto. Ya habían dejado atrás las islas de Naxos, Delos, Paros y Lebintos cuando Ícaro, desobedeciendo a su padre, empezó a dirigirse a alturas mayores que las recomendadas. Dédalo se volvió y llamó al joven para detener su ascenso, pero el hijo ya no alcanzaba a oírlo. Subía por el cielo entusiasmado con la libertad de volar como las aves. Había olvidado todos los consejos de Dédalo, que, pronto, desesperado, perdió de vista al muchacho. El constructor, entonces, comenzó a sobrevolar en círculos el mar. Temía que hubiera ocurrido lo que, en efecto, ya había tenido lugar. Unas plumas flotando en el agua confirmaron sus peores temores. Ícaro, fuera de sí, había ascendido demasiado. El calor del sol, fundiendo la cera, había desplumado poco a poco sus alas hasta que el armazón resultó inútil. El joven cayó en picado y su cuerpo fue tragado por el mar. El padre mantuvo el vuelo sobre la zona con la esperanza de recobrar el cadáver. Este apareció momentos después en la superficie. Dédalo lo rescató y lo llevó hasta una isla, donde lo sepultó. La isla recibe desde entonces el nombre de Icaria, y en adelante se llamó mar Icareo a la porción del Egeo que, al oeste de Samos, rodea el lugar. Durante el entierro, una perdiz se posó sobre la rama de una encina cercana a la tumba. El ave parecía reír satisfecha. Dédalo creyó contemplar en ella a la madre de Talos, el niño que había matado en Atenas años antes de concebir al malogrado Ícaro. Acorde a la investigación del escritor Robert Graves, el mito de Ícaro podría haber surgido de la tradición de arrojar a una persona vestida con alas de perdiz desde un risco, llamada phármacos. Por otra parte en Creta se llevaba a cabo un baile anual conocido como el baile de la perdiz en la que los participantes realizaban una danza siguiendo el trazado de un dibujo laberíntico sobre el suelo del complejo de Cnosos. En cambio la huida de Dédalo e Ícaro del laberinto de Creta con destino en el caso de Dédalo, a Cumas, Sicilia y Cerdeña podrían ser una metáfora de la migración de los habitantes nativos de Creta en la edad de bronce frente a las invasiones helénicas. La mayoría de las versiones de esta historia afirman que Dédalo aterrizó en Sicilia, donde fue recibido por el rey Cocalus, gobernante de Camicus. Cocalus protegió a Dédalo del rey Minos , que perseguía al inventor por el Mediterráneo. Al establecerse en Sicilia, Dédalo se convirtió en el ingeniero y constructor de la corte y creó otro conjunto de inventos maravillosos para Cocalus. Es interesante que las referencias más antiguas que tenemos sobre la huida de Dédalo de Creta a través de un vuelo impulsado por humanos no estén escritas, sino que son ilustraciones artísticas. Sorprendentemente, el primer ejemplo, descubierto en 1988, es etrusco, no griego. La imagen aparece en una jarra de vino grabada etrusca hecha en Etruria, Italia, alrededor del año 630 a. En un lateral del jarrón vemos a un hombre alado etiquetado como Taitale , que es el nombre de Dédalo en lengua etrusca. Esto proporciona evidencia importante de que la historia de la huida de Ícaro y Dédalo ya debe haber llegado a Italia de boca en boca en el siglo VII a. C., mucho antes de que el mito se conservara por escrito. En el otro lado del vaso está la mítica hechicera Medea , identificada por su nombre etrusco Metaia. Esta pareja de Dédalo y Medea es única en el arte antiguo. Parece probable que los etruscos conectaran estas dos figuras míticas debido a sus maravillosas habilidades biotécnicas. Otro artefacto antiguo etrusco inusual, un hermoso relicario de oro para llevar fichas o perfume, se hizo alrededor del 475 a. El artista grabó imágenes de Dédalo e Ícaro a cada lado de la vasija, etiquetadas con sus nombres etruscos, Taitle y Vikare. Llevan alas y cada figura lleva dos herramientas, sierra, azuela, hacha y escuadra. Se conocen asimismo más de cien imágenes artísticas antiguas de Ícaro y Dédalo. Muchos de los artistas mostraban a Dédalo trabajando rodeado de sus herramientas, o haciendo las alas. Otros lo muestran sujetando las alas a Ícaro e Ícaro cayendo del cielo. La representación artística griega más antigua de Ícaro aparece en un fragmento de cerámica ateniense de figuras negras pintada alrededor del 560 a. Muestra la mitad inferior de una figura humana con calzado alado, claramente identificado como Ícaro. En la época romana, la historia era un tema favorito de los artistas. Ilustraron el mito trágico en gemas preciosas talladas, relieves en lámparas de arcilla moldeada, estatuillas de bronce y frescos pintados. Un nutrido grupo de camafeos romanos y gemas de vidrio contienen escenas del mito. Varios hermosos murales conservados en las antiguas ruinas de Pompeya y Herculano capturan el momento de la muerte de Ícaro, con un triste Dédalo llevando el cuerpo de Ícaro a una playa. La forma en que el mito fusiona el optimismo y la desesperación lo convirtió en un tema alegórico popular para los artistas de la Edad Media. En el mito de Dédalo, el vuelo “imposible” propulsado por humanos se lograba simplemente imitando a los pájaros. Dédalo e Ícaro volaban batiendo alas emplumadas que estaban unidas a sus espaldas y brazos. En particular, alrededor de 1500, el gran pensador e inventor Leonardo da Vinci creó diseños para ornitópteros impulsados por humanos, dispositivos mecánicos de aleteo inspirados en aves con plumas y alas de murciélago con membrana. Los dibujos existen pero no hay evidencia de ningún vuelo de prueba. Si bien la historia de Ícaro se ha convertido en un cliché hoy en día, es fácil apreciar cómo alguna vez expresó la esperanza de que la tecnología hecha por el hombre aumentara las capacidades humanas. El mito advierte que los riesgos de exceder los límites humanos pueden cobrar un alto precio. Ícaro no sobrevivió al experimento, por lo que sus esperanzas se vieron frustradas por la arrogancia y las consecuencias imprevistas de sus actos.
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