Como sabéis, las consecuencias negativas del turismo en Venecia continuamente copan las páginas de los diarios y los debates en la red. En efecto, la incesante ‘invasión’ de millones de turistas de todas partes del mundo - y no solo las periódicas inundaciones que sufre - literalmente la esta matando. Para nadie es un secreto que la acanalada ciudad del Adriático se ha convertido en el lugar común por antonomasia del turismo moderno: repleta de preciosos canales, exuberante arquitectura, salas de arte, encanto romántico y fabulosa comida, recibe alrededor de 66.000 turistas diarios, a borde de gigantescos cruceros que cruzan el Mediterráneo durante los meses estivales. Las cifras anuales varían, pero estiman que entre 15 y hasta 30 millones de turistas la visitan. Es un impacto muy grande para una ciudad que no esta preparada para recibir tal cantidad de gente comparada con quienes viven en ella y que en sus días de esplendor alcanzó, en el casco antiguo, no más de 180.000 habitantes. ¿Cómo se ha manifestado ese impacto que la ha dejado al borde del colapso? Venecia, la antaño potencia comercial e imperial del Mediterráneo, cayó en desgracia a partir del siglo XVIII, cuando terminó siendo absorbida por el Imperio Austrohúngaro y, más tarde, por el Reino de Italia. Durante ese periodo su economía languideció y quedó al margen del motor económico de su nuevo estado. Pero, la explosión del turismo internacional durante la segunda mitad del siglo XX le permitió reflotar. Las divisas depositadas por los acaudalados y privilegiados turistas reactivaron la olvidada economía local y ofrecieron oportunidades laborales y de negocio para decenas de miles de venecianos en forma de restaurantes, hoteles, paseos en góndola y toda una variedad de labores. Pero esto tuvo un precio. Este ha sido la sistemática despoblación de Venecia. Desde 1950 hasta la actualidad, la ciudad (su casco histórico, la comuna incluye otras localidades en la Venecia continental y en las islas aledañas) ha perdido alrededor de ¡100.000 habitantes! demostrando con ello que es una ciudad en progresiva decadencia demográfica donde los turistas han sustituido (literalmente) a los vecinos, y que podría morir tan pronto como en el 2040. Hoy sólo quedan unos 55.000 locales. ¿Pero por qué se están marchando los venecianos de Venecia? La respuesta más intuitiva, son los precios de los pisos. Pero hay excepcionalidades más importantes. La principal, la transformación de las infraestructuras del casco viejo: de una ciudad diseñada y orientada al vecino (infraestructuras, servicios, tiendas, centros comerciales) se ha pasado a una pensada para el turista, cada vez más numeroso. Ello ha originado que gran parte de los venecianos se hayan marchado a ciudades continentales como Mestre o Marghera, dentro de la misma comuna. Allí hay turistas, pero no tantos. Las ciudades tienen facilidades variadas, polideportivos, centros de ocio destinados a los ciudadanos y un largo etcétera. Elementos comunes en el día a día de los que Venecia se ha despojado y que hacen de la vida algo cómoda y agradable. El casco antiguo no sólo es lo opuesto, sino que es más caro gracias a una tormenta perfecta de factores. Por un lado, los turistas, cuya riqueza eventual ha permitido a muchos comerciantes subir los precios. Y si con anterioridad ofrecían sus productos rebajados a los ciudadanos de Venecia, la crisis provocó que el precio más alto primara tanto para turistas como para vecinos. Esto se ha extendido al alojamiento. Se calcula que apenas un 50% de los turistas se alojan en los hoteles de Venecia, en un descenso dramático promovido durante los últimos años por el florecimiento de pisos particulares y hostales. La reducción del parque de viviendas y su dejadez (que obliga a carísimas reformas sólo costeables por grandes agencias o inversores) ha generado un aumento de los precios natural. Ahora bien, otro factor muy relevante es su carácter isleño: el casco antiguo está alejado de los centros de producción y distribución, y todo, absolutamente todo, tiene que ser llevado allí en barco (no hay coches en Venecia). El gasto de transportar, por ejemplo, una tonelada de ladrillos para la renovación de un bloque de pisos se multiplica al tener que cubrir la cara gasolina de las embarcaciones. Y esto es aplicable a cualquier producto. Sucede, además, que ya no hay espacio en Venecia, una ciudad que merece la pena conocer o en invierno o durante la madrugada para evitar las numerosas colas y aglomeraciones. Y que esa carencia de espacio, dedicada a la comodidad del turista, ha provocado que otros elementos de la vida cotidiana se externalicen al continente. Como por ejemplo la limpieza de las sábanas de los hoteles, que se hace en Mestre cada noche y se devuelven a Venecia en el día. La mezcla de aumento de precios, aglomeraciones imposibles y giro de las prioridades del gobierno de la ciudad del ciudadano al turista ha causado el éxodo perfecto. Naturalmente, los venecianos han protestado y lo seguirán haciendo por lo que juzgan una colonización de su ciudad. Venecia ya no es de los que viven allí, sino de los que pasan el día. Un turismo, además, eventual, que llega y se marcha haciendo apenas una noche gracias a los descomunales cruceros que atracan en el mismo centro de la ciudad (el tráfico del turismo en el Adriático ha crecido un 400% en 15 años… un 400%). Movimientos como #Venexodus o protestas eventuales han dado voz a unos vecinos que se saben en peligro de extinción. Venecia pierde según algunas estimaciones un millar de personas (habitantes, no turistas, cuyo conteo siempre es al alza) anualmente. Una decadencia demográfica similar a la de la peste bubónica de siglos pasados. Solo que ahora es causada por la saturación turística.