Desde hace más de 1.500 años, sobre el lugar donde se unen Asia y Europa, sobrevuela la majestuosa Basílica de Santa Sofía o Haiga Sophia, en Constantinopla. Se construyó por orden del emperador Justiniano y fue la más grande de la cristiandad en el siglo VI; sin embargo, se transformó en mezquita con la caída de la capital del Imperio Bizantino en 1453 a manos de los invasores turcos y así quedo hasta los años treinta del pasado siglo, cuando el fundador de la república turca Mustafa Kemal Atatürk, ordenó convertirla en museo, como símbolo de que su valor artístico está por encima de las religiones. Así se inscribió en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 1985. Sin embargo, su inmediata transformación en una mezquita, ordenada el viernes pasado por el dictador Recep Tayyip Erdogan (quien en su insania se cree un nuevo “sultán” y que además no esconde sus retorcidos deseos de restaurar los limites del imperio otomano) tras anular un tribunal su condición de museo, ha desatado un agudo enfrentamiento entre el régimen turco y la UNESCO, que a través de su directora general, Audrey Azoulay, y de diferentes portavoces, sostiene que este cambio de uso se ha realizado sin ningún diálogo previo y que cualquier transformación en el estatuto de un monumento inscrito en la lista del Patrimonio de la Humanidad debe ser cuidadosamente negociado y aprobado, si fuese necesario, por el Comité del Patrimonio Mundial. Cabe aclarar que la Convención del Patrimonio Mundial o de la Humanidad sostiene en su artículo 11 que podrán entrar en la lista del patrimonio en peligro bienes que “estén amenazados por peligros graves y precisos” entre los que incluye “la destrucción debida a cambios de utilización o de propiedad de tierra”. El sátrapa insiste en “la soberanía turca” y en que la conversión de la basílica cristiana en una mezquita - un viejo empeño suyo que culminará el próximo 24 de julio - “no supondrá un problema para el acceso”, lo cual es falso ya que debido a ello todos los símbolos cristianos serán retirados y sus famosos mosaicos que adornan el recinto eran borrados, ya que están prohibidos por el Islam. “Lamentamos que el cambio de estatuto de Haiga Sophia, un monumento inscrito como museo en la lista del Patrimonio Mundial, haya sido decidido por las autoridades turcas sin consultar”, explicaba por teléfono desde París Matthieu Guevel, director de comunicación de la UNESCO. “Tienen la obligación de informar y notificar a la UNESCO para discutir antes de cualquier cambio y esto no ha ocurrido a pesar de las numerosas cartas y correos enviados. Se trata de una obligación, y las autoridades turcas no lo han respetado”. “Que un monumento esté inscrito en el Patrimonio Mundial significa que es único y universal, que solo existe uno en el mundo”, prosigue Guevel. “Haiga Sophia, que se inscribió como parte del centro histórico de Constantinopla, constituye sin duda un lugar único entre otras cosas porque ha sido un símbolo del diálogo entre Europa y Asia, un testigo de culturas y pueblos. Monumento fundamental de la religión ortodoxa, fue profanada y convertida mezquita, para luego ser convertida en un museo. Es precisamente la superposición de estas capas lo que le da su especificidad, porque encarna una llamada al diálogo. Modificar esta condición, que es un símbolo de su universalidad, es muy lamentable”. Como podéis imaginar, las críticas de la UNESCO no han sentado bien en Turquía y su viceministra de Cultura, Özgül Özkan Yavuz, respondió en un hilo de tuits que la reconversión de Haiga Sophia “en ningún caso supone una violación” de la Convención de la UNESCO, poniendo como ejemplo que la Catedral de Córdoba “continúa en la lista como Patrimonio de la Humanidad”. Sin embargo, este monumento fue inscrito cuando ya era una catedral y no se ha producido un cambio de uso, aunque sí una intensa polémica ante los intentos de la Iglesia Católica de minimizar su pasado islámico, ya que se construyo sobre una iglesia visigoda que originalmente existía allí. A su turno, el portavoz del régimen dictatorial turco, Ibrahim Kalin, aseguró en una entrevista con la cadena pública TRT que sacar a Haiga Sophia de la lista por convertirla en mezquita sería una “discriminación” y llevaría al mundo musulmán a cuestionarse las normas de la UNESCO, olvidando que muchos otros países también han sido apercibidos por no respetar la convención de patrimonio. Precisamente, la UNESCO ha pedido oficialmente a Turquía que, en cualquier caso, se respete el acceso igualitario al monumento y que se mantengan intactas todas las obras de arte cristianas que contiene. El mayor problema lo representan los mosaicos y pinturas bizantinas con figuras humanas, ya que el islam no permite representaciones figurativas dentro de los templos. De hecho, estuvieron encaladas durante los casi 500 años en que Haiga Sophia fue una mezquita. Si este cambio afecta a su condición como patrimonio universal es un asunto que será discutido en la próxima reunión del Comité del Patrimonio de la Humanidad, que estaba prevista para junio pero que se pospuso sin fecha a causa de la pandemia del Coronavirus, que azota al mundo. Por lo pronto, la basílica de Haiga Sophia ha cerrado sus puertas hasta “su reapertura” como mezquita el próximo 24 de julio con un gran rezo, si bien el proceso de adaptación a su nuevo uso se prolongará durante seis meses, según anunció el dictador turco. El último fin de semana, un equipo de técnicos del Ministerio de Cultura - al que ya ha dejado de pertenecer el monumento para pasar a la Dirección de Asuntos Religiosos del Gobierno- trabajó para idear un plan de preservación de las obras de arte de su interior. “Haiga Sophia, con todas sus pinturas, mosaicos, iconos y obras de arte, estará abierta a todo el mundo”, aseguró el portavoz del Ejecutivo, pero nadie se fía de sus palabras. Las autoridades turcas no han dado aún directrices públicas sobre cómo se preservarán los mosaicos, medios locales han adelantado algunas posibilidades. Según fuentes del Ministerio de Cultura citadas por el diario Habertürk, se baraja un sistema de cortinillas que cubra los mosaicos visibles desde el lugar del rezo. El rotativo Hürriyet apunta por su parte que, para imágenes más difíciles de tapar, como las del ábside, se estudia un sistema de luces que permita oscurecer su visión durante la oración. Lo que sí es cierto de la defensa del régimen turco de su actuación es que cuenta con amplio consenso interno. Las encuestas señalan que más del 60% de la población aprueba su apertura al culto, aunque también la mayoría de la opinión pública cree que es una maniobra de distracción política tras el desastre económico originado por el Coronavirus. También es verdad que la narrativa en los medios de comunicación - controlados férreamente por la dictadura - ha sido unidireccional. Los académicos e intelectuales - como el premio Nobel Orhan Pamuk o la escritora Elif Shafak - que han lamentado la medida, han tenido que hacerlo a través de las redes sociales, la prensa extranjera o pequeños medios alternativos., Pamuk se remitió a unas declaraciones a la BBC del pasado sábado en las que afirmó: “Millones de turcos seculares como yo lloran contra esta medida, pero sus voces no son escuchadas”. En Bizancio, un libro clásico sobre la civilización bizantina, la profesora del King’s College de Londres Judith Herrin explica todas las vicisitudes de un monumento que llegó a tener la cúpula más grande del mundo durante casi un milenio y que, tras la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, lo que significó el final del Imperio romano de Oriente, fue transformado en mezquita y ‘adornado’ con cuatro imponentes minaretes. “Lo cierto es que no hacen sino reforzar la peculiaridad de Haiga Sophia, y la enorme envergadura de la estructura que yace bajo su cúpula sigue siendo un símbolo físico de la aspiración de Constantinopla de gobernar el mundo. Mientras permanezca en pie, Bizancio estará siempre presente”. A su turno, el historiador turco-francés Edhem Eldem expresó el mismo problema con otras palabras en su lección inaugural como profesor del Collège de France, una de las instituciones científicas más respetadas de Francia, donde ocupa una cátedra: “El pasado turco no es solamente otomano y la historia otomana no es solamente turca”. Sin embargo, la repudiable conversión de Haiga Sophia en mezquita por los deseos expresos de un genocida, parece querer borrar este axioma.