Se diría que el fuego de la incultura le tiene querencia a los libros que iluminan a la Humanidad con su ciencia. A la serie de grandes catástrofes y naufragios de la cultura a lo largo de la historia, jalonada por tragedias como la quema de los libros neoplatónicos, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, la iconoclastia bizantina, la quema de Constantinopla por los Cruzados en 1204, y luego por los turcos en 1453, el saqueo del Museo de Bagdad en el 2003 durante la invasión estadounidense o la voladura de Palmira a manos de las bestias sionistas de ISIS, hemos de añadir un nuevo y trágico episodio. Ubicado en el Palacio Imperial de São Cristóvão, de estilo neoclásico (la antigua residencia de los emperadores) en la Quinta da Boavista, se encontraba el Museo Nacional de Brasil. Éste verdaderamente podía ser definido como el gran depositario de la tradición cultural y científica del país suramericano. Haberlo visto pasto de las llamas es una de las mayores tragedias culturales que han asolado al continente americano en los últimos años y que cabe añadir a la triste nómina anterior. El museo fue fundado por el rey Juan VI de Portugal en el año 1818, hace justamente 200 años, lo que se iba a conmemorar con una serie de fastos justamente ahora. Era el símbolo del saber ilustrado de la era de los grandes naturalistas que recorrieron el continente americano bajo los auspicios de los monarcas hispánicos y lusos de una época de grandes convulsiones y transiciones. Paradójicamente, en torno a las invasiones napoleónicas, ese monarca, que sería el último de un Portugal unido a Brasil, y el español Carlos IV fueron quienes favorecieron enormemente la investigación de las ciencias naturales en el continente americano, como en el caso de Alexander Von Humboldt. La huella de esa era de ciencia y progreso, encarnada en la fundación de universidades e instituciones culturales en el nuevo mundo, que supusieran la preservación del legado natural, científico, histórico, artístico y cultural de las naciones, quedaba ejemplificada en museos como el Nacional de Brasil, que lamentablemente ha sido engullido por las llamas y por la ineptitud de un Estado incapaz de afrontar su renovación, que era urgente y reclamada hace tiempo por numerosas voces. Citando a la investigadora de Derecho de la Cultura, Raquel Rivera, del Estudio Jurídico Gabeiras & Asociados, «ninguna advertencia fue escuchada. El deterioro y abandono institucionales han sido progresivos. Al final, el edificio y su contenido han sido pasto de las llamas. Un abandono en toda regla, con unas consecuencias que nadie se atrevió a prever ni en sus peores pesadillas. Un Estado que hace dejación de lo que le es más propio, que deja de lado su esencia, sus valores y sus raíces culturales es un Estado fallido». Se han perdido libros incunables (470.000 ejemplares sobre ciencias naturales), piezas, restos y hallazgos de valor incalculable. Era tan amplia su colección que, de acuerdo al catálogo, solo el 1% de los objetos en su acervo estaba expuesto. Muchas de las piezas de sus colecciones eran ejemplares únicos de su tipo e iban desde huesos de dinosaurios y momias egipcias hasta miles de utensilios producidos por las civilizaciones amerindias durante la era precolombina. En sus instalaciones se encontraba la mayor biblioteca científica de Río de Janeiro y su acervo de arqueología estaba compuesto por más de 100.000 objetos provenientes de diversas civilizaciones de América, Europa y África, desde el Paleolítico hasta el siglo XIX. Precisamente, una de las colecciones más valoradas del museo era la de arqueología clásica, integrada por 750 piezas de las civilizaciones griega, romana y etrusca. Por su número y valor, estaba considerada la mayor en su género en América Latina. Pero el fuego acabó con todo ello. Si bien las autoridades han anunciado la reconstrucción del Palacio, los tesoros que albergaba no podrán ser recuperados jamás. Triste signo de unos tiempos como los nuestros, marcados por la decadencia de la cultura científico-humanística y el desprecio al patrimonio histórico-artístico de la humanidad.