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viernes, 10 de noviembre de 2023

EL REY ARTURO: ¿Porque es tan difícil demostrar su existencia?

En algún punto a caballo entre el hecho histórico y el mito, un caudillo celta, quizá romanizado, sigue ocupando un lugar privilegiado en la memoria de nuestra civilización. A la misma altura que otros importantes personajes certificados históricamente, como Julio César o Alejandro Magno, el rey Arturo destaca por sí mismo, iluminando el pasado de distintas culturas. Principalmente la celta, que ha elevado su figura al máximo exponente, tal vez para imprimir trascendencia a una de las épocas más oscuras de su historia. Y es que los mitos pueden ayudar a difuminar el recuerdo de incómodas realidades. En el caso de los celtas británicos sometidos por los anglosajones, la fantasía contribuyó a agrandar la figura de Arturo como el guerrero insuperable, guía de la resistencia contra los invasores, a quienes habría derrotado en doce batallas consecutivas. Y aunque la amarga realidad fue otra bien distinta, nadie puede dudar de que el mito del rey Arturo, además de ríos de tinta, haya inspirado a infinidad de jóvenes idealistas. Tras tres siglos de dominación romana, los pueblos bárbaros empezaron a plantear serios problemas. En el último tercio del siglo IV, la provincia comenzó a recibir ataques de los celtas de Irlanda, los pictos de Escocia y los sajones, anglos y jutos de Dinamarca y el norte de la actual Alemania. El amparo de Roma debía ser suficiente para repeler las embestidas, pero el Imperio tenía ya problemas en su propio territorio y no podía socorrer de manera eficaz al resto de sus lejanas provincias en apuros. En 406, la invasión de la península itálica por parte de los visigodos germánicos representó el principio del fin de la Inglaterra romana. Y es que, en un intento desesperado de defender Roma, el emperador Honorio ordenó la retirada de la mayoría de sus tropas de la isla, que quedó desprotegida ante las acometidas bárbaras. Pese a esa medida, el visigodo Alarico saqueaba la capital romana en 410. El Imperio retiró entonces las tropas restantes de Britania y continuó luchando, pero su hundimiento era ya inevitable. Roma intentó mantener cierta presencia en la isla. Sin embargo, al poco tiempo renunciaba a la provincia, otorgándole la independencia y la autoridad, que fue conferida a los antiguos jefes tribales celtas. La semilla del conflicto se había sembrado, e Inglaterra quedaba expuesta a un combate sangriento por el control de sus tierras. Es en ese contexto cuando la leyenda del rey salvador empieza a fraguarse. La figura histórica de Arturo como guerrero victorioso del siglo V, conduciendo a los británicos en la batalla contra los invasores sajones, ha sido hasta el momento inconfirmable. Pero de ese siglo en adelante empezamos a encontrar algunas referencias sobre su posible existencia. La primera aparece en la obra La ruina de Gran Bretaña, del monje e historiador británico Gildas, escrita a mediados del siglo VI, donde se cita a un líder llamado Ambrosio Aureliano que al parecer unió a los británicos contra los sajones. Según el autor, Aureliano descendía de romanos y comandó una especie de revuelta que alimentó las esperanzas de victoria de los suyos. ¿Podría ser Ambrosio Aureliano el mismísimo Arturo? Por cierto, la dificultad de encontrar evidencias de la existencia de Arturo ha dado pie a teorías que intentan hallar explicaciones a tanto misterio. Una de ellas está basada en una dicotomía: ¿era Arturo un nombre o un título? Por un lado, se conoce la existencia de al menos dos soldados romanos que sirvieron en Inglaterra con el nombre de Artorius, que bien podrían haber sido antepasados de Arturo. La otra posibilidad residiría en el hecho de que Arturo no fuese un nombre, sino más bien alguna especie de título. En galés, ‘arth’ significa oso, y en latín este animal se conoce como ‘ursus’. De esta manera, el nombre británico Arthur podría derivar de una combinación de ambos sinónimos: Arth-ursus. De ser así, no resultaría tan extraño. Se sabe de varios británicos que fueron conocidos tanto por la versión céltica de su nombre como por la romana, hecho común en aquella época para complacer tanto a los partidarios de la identidad celta como a los de preferencias romanas. El siguiente en engrosar la fama del monarca invencible fue un escritor llamado Nennius, que en 830 escribió su Historia de los británicos. En esta obra, Arturo aparece como un heroico general británico y guerrero cristiano que, durante el tumultuoso final del siglo V, luchó contra las tribus anglosajonas que atacaban Inglaterra. Pero la exagerada cifra de batallas en que le sitúa hace difícil creer en la verosimilitud de la narración. Más tarde, en algunas vidas de santos de los siglos XI y XII encontramos nuevas, aunque breves, menciones de las andanzas de Arturo, acompañado de algunos leales vasallos como Cei y Bedwir, lo que certifica la pervivencia del personaje en la cultura popular inglesa. Tras la invasión normanda de Gran Bretaña en 1066, la literatura celta floreció con energías renovadas. Una catarata de nuevas historias saltaron al ruedo literario, introduciendo el normando en la cultura y el pasado celtas. Normandos y celtas necesitaban un gran protagonista, un héroe que les uniera. Y quién mejor que Arturo. A comienzos del siglo XII su nombre ya era mucho más famoso como héroe de relatos de tradición oral divulgados entre los británicos que como personaje real. De un remoto caudillo britano que tal vez capitaneó una horda de galeses y bretones en alguna batalla contra los invasores anglosajones, la literatura construyó un magnánimo soberano, y de sus compañeros hizo unos corteses caballeros, todos ellos rodeados de magos y hechiceros en un mundo fantástico de aventuras. Uno de los principales responsables de que esto ocurriese fue el escritor galés Geoffrey de Monmouth. Historia de los reyes de Bretaña, la obra que Monmouth escribió en latín en 1136, se basaba aparentemente en un manuscrito celta perdido que solo él había sido capaz de examinar en secreto. El galés aportaba nuevas piezas al rompecabezas artúrico y le daba una forma casi definitiva, gracias al relato detallado de sus hazañas más extraordinarias. Por primera vez la vida de Arturo era narrada de principio a fin. El libro, del que todavía se conservan más de doscientos manuscritos, causó un gran impacto tanto en Inglaterra como en el resto de Europa, un éxito en que se acabó dando credibilidad a lo que no era sino una hábil mezcla de datos ciertos y fantásticos. Lejos de la lóbrega realidad que debía de rodear a un señor de la guerra de finales del siglo V, Monmouth imagina a Arturo como un monarca poderoso que vive en un mundo típicamente feudal, entre torneos, batallas y cortejos. Gracias a su poderosa imaginación, sitúa en escena por primera vez a personajes esenciales de la futura mitología artúrica, como Merlín, Ginebra y Mordred. Al mismo tiempo, en los territorios celtas del norte de Francia nuevas historias sobre Arturo comenzaban a aflorar. Tras el matrimonio de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, los mundos literarios francés e inglés se habían entremezclado, y poetas y trovadores galos hicieron también suya la leyenda. En tanto Roman de Brut, escrita en 1155 por Robert Wace, añade a la leyenda otro ingrediente: la Tabla Redonda, la mesa de Camelot alrededor de la cual Arturo y sus caballeros se sentaban para discutir asuntos cruciales para la seguridad del reino. El más importante de los escritores medievales franceses dedicados a los romances artúricos sería, sin embargo, Chrétien de Troyes. Él fue el responsable de la introducción de la búsqueda espiritual y de uno de sus elementos más cautivadores: el Santo Grial. Aparece en su poema inacabado Perceval o la Historia del Grial, escrito a finales del siglo XII. Con esto, la leyenda del rey Arturo se asentaba definitivamente en el reino de lo mitológico. Pero faltaba por aparecer la obra que le transformaría en una figura literaria duradera. Publicada en 1486, La muerte de Arturo, de sir Thomas Malory, reordenó y adaptó las obras de temática artúrica, reuniendo a los principales personajes y sucesos que hoy asociamos a la leyenda. El libro de Malory fue un éxito absoluto y tuvo enorme influencia en la literatura posterior. Ya en el siglo XIX, en la Gran Bretaña de las grandes transformaciones nacidas de la Revolución Industrial, las dudas y la zozobra se apoderaron de gran parte de la sociedad, que no acertaba a digerir unos cambios de enorme magnitud. En un intento de recuperar ese espíritu firme que envolvía las andanzas del rey inmortal, Arturo volvió a primer plano para acudir al rescate de su pueblo. La reina Victoria decidió decorar una de las salas más importantes del Parlamento con ilustraciones basadas en la obra de Malory, y poemas como Los idilios del rey de Tennyson o La defensa de Ginebra de William Morris, ambos basados en el mito artúrico, se hicieron muy populares. El renacimiento victoriano de Arturo no era más que una mirada nostálgica al pasado. Hoy, la búsqueda de Camelot y de un referente histórico que verifique su existencia sigue ocupando a historiadores, especialistas y curiosos. Es posible que no lo hallen nunca, pero al fin y al cabo, que existiera o no quizá no tenga tanta importancia. La verdadera grandeza del rey Arturo radica en la eternidad del mito que representa, más que en su propia historia, si es que la tuvo.
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