SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 23 de agosto de 2024
EL GRAN SITIO DE MALTA: La derrota turca que salvó a toda Europa de caer en las garras del islam
Desde su fundación en 1084 durante las primeras cruzadas la orden de san Juan de Jerusalén había estado en guerra con el Islam. Con la caída de los reinos cruzados frente a Saladino estos monjes guerreros tuvieron que replegarse de Tierra Santa, tras dejar a muchos de los suyos en el asedio de Acre, y se establecieron en la isla de Rodas para continuar con su lucha sagrada. Durante siglos la orden prosperó, realizando incursiones con sus galeras contra las naves musulmanas que surcaban el mar en verdaderos actos de piratería, pero eventualmente el avance del Imperio Otomano y su conquista de Constantinopla en 1453 la pusieron en peligro de muerte. Para los turcos la isla de Rodas era una dolorosa espina clavada en el costado de sus dominios, que se extendían por el Mediterráneo desde la costa africana al norte de Grecia. Así el sultán Solimán el Magnífico encabezó en 1522 un gran ejército para tomar la isla, que se rindió tras un asedio de seis meses. Desposeídos de su hogar los caballeros vagaron por las cortes de Europa con la esperanza que alguno de sus reyes les acogiera en sus tierras, al final fue Carlos I de España (y V de Alemania) quien les proporcionó una nueva base en 1530: la isla de Malta. En esa época Malta y su vecina Gozo eran tierra de frontera, siempre en disputa entre los cristianos de Sicilia y los musulmanes de Túnez, por lo que el emperador vio en su cesión a la Orden de San Juan una oportunidad magnífica para asegurar su control y de paso amenazar el litoral africano. Los caballeros aceptaron gustosos este magnífico regalo, y bajo la dirección del Gran Maestre Philippe Villiers de l’Isle-Adam la convirtieron en una formidable fortaleza desde la que su pequeña flota de cinco galeras aterrorizaba las costas turcas saqueado y esclavizando. Entretanto Solimán había progresado considerablemente en su avance sobre los Balcanes en Europa, conquistando Hungría tras la batalla de Mohács y derrotando a la flota cristiana de manera decisiva en el combate de Los Gleves. Solo se le resistían los caballeros de Malta, y para acabar con su existencia el sultán aprestó una inmensa flota en 1565 para el asedio de la isla, que le serviría de base para asaltar Italia y el litoral español. La expedición otomana se dividía entre la flota de Pialí Bajá con 193 naves y los 24.000 soldados del ejército de Mustafá Pachá entre los que se contaban 6.000 de los jenízaros de élite del Sultán. A ellos se les sumarían más adelante los corsarios berberiscos mandados por el temible Turgut Reis, quienes ya habían saqueado Gozo en 1551 llevándose a miles de sus habitantes como esclavos. Enfrentado a tan inmensa armada, el Gran Maestre Jean de la Valette suplicó ayuda al rey de España Felipe II (hijo de Carlos V) quien amenazado por el peligro turco en sus dominios, le envió 2.500 soldados que se añadían a los 500 caballeros y 3.000 milicianos malteses de la orden. En Sicilia mientras tanto se empezó a preparar una fuerza de socorro al mando del virrey García Álvarez de Toledo, cuya misión sería levantar el sitio una vez los turcos se hubieran desangrado contra los muros. Para dificultar la labor del enemigo, la Valette ordenó que se envenenaran todos los pozos de la isla al tiempo que los habitantes se refugiaban en las fortalezas con su ganado, así los turcos tendrían que traer todas sus provisiones por mar. Los cultivos fueron segados aunque estuvieran verdes, y dentro de cada plaza fuerte se acumularon maderos, tierra y piedras para efectuar reparaciones en cuanto los cañones empezaran a derribar los muros. En el interior de Malta, la antigua capital de Mdina era demasiado pequeña para acoger a un número significativo de defensores, por lo que fue elegida como base de la caballería, cuya misión sería realizar incursiones contra las líneas de suministro otomanas. Pero en realidad, la verdadera fortaleza de la orden eran las tres penínsulas que cerraban el Gran Puerto en el que anclaban las galeras. La larga lengua de tierra del monte Sciberras estaba defendida en su punta por el fuerte de san Telmo, que vigilaba la entrada a los dos puertos naturales en los que podían refugiar los barcos. Al otro lado de la bahía Senglea y el Burgo albergaban la mayoría de habitantes de la isla, defendidas cada una por murallas y baluartes. Entre ambas se abría un pequeño brazo de mar cerrado por una cadena equipada con boyas, que se convirtió en el último refugio de la flota maltesa en cuanto llegaron los turcos. El enemigo avistó Malta finalmente el 19 de mayo, llenando el mar con los cientos de velas que formaban su inmensa flota. La bahía de Marsaxlokk en el sur de la isla fue elegida como el punto de desembarco, cerrada a los vientos y protegida por un fuerte abandonado del que los otomanos se apropiaron. Llevando consigo sus grandes cañones de asedio, unas moles de hierro y bronce que debían ser arrastradas por diez pares de caballos, los otomanos marcharon hacia el Gran Puerto. A medio camino su avanzadilla fue emboscada por una partida de caballeros que fueron rechazados sin contratiempos. El pueblo de Marsa al final de la bahía fortificada fue elegido como base para el campamento de los otomanos, quienes realizaron un espectacular desfile frente a las murallas impresionando a los defensores con sus “relucientes armas, ropas espléndidas y banderas con todos los colores del arcoíris” según relata el historiador de la Orden Giacomo Bosio. La Valette no se dejó amedrentar por este despliegue de lujo oriental: ordenó que todos los tambores de la fortaleza tocaran mientras se hacían ondear los estandartes, tras lo que abrió fuego con los cañones al tiempo que salía una fuerza escogida de 700 arcabuceros y jinetes para interrumpir el arrogante paseo otomano. La escaramuza que siguió fue el primer enfrentamiento significativo del asedio, saldándose con unos 100 musulmanes muertos cuyas cabezas fueron llevadas al Burgo como trofeo. Los dos mandos turcos estuvieron en desacuerdo desde el primer momento sobre la mejor manera de llevar a cabo el asedio, el almirante Pialí Bajá creía que se debía empezar por san Telmo para así asegurar un anclaje seguro, mientras que Mustafá defendía un ataque directo al Burgo y Senglea para golpear el corazón mismo de la Orden. La dependencia absoluta que el ejército tenía de la flota para aprovisionarse inclinó la balanza en favor de Pialí, cuyos ingenieros le aseguraban que el fuerte caería en solo cinco días, de manera que el 26 de mayo se empezó a cavar frente a san Telmo. El terreno del monte Sciberras era rocoso en extremo, sin apenas tierra en la que excavar defensas, por lo que los turcos se vieron forzados a abrir sus trincheras y baterías a golpe de pico mientras desde el interior de Malta se traían en carro sacos terreros para levantar barricadas. Una vez establecidas las plataformas de disparo 24 cañones abrieron fuego contra el pequeño fuerte, guarnecido por el español Juan de la Cerda y 500 hombres. Este consideraba que la defensa era un suicidio y pidió permiso para replegarse al Burgo, pero la Valette estaba decidido a ganar tiempo mientras se preparaba la fuerza de socorro y le ordenó aguantar. Las defensas de Malta fueron reforzadas mientras la lluvia de balas caía sobre san Telmo, se recubrieron los muros con barriles de tierra para amortiguar los disparos, construyendose murallas secundarias tras las defensas y se derribaron todos los edificios que obstruían el campo de tiro. Aterrorizados por el constante estruendo, los perros de la isla empezaron a ladrar día y noche, de manera que la Valette los masacró para que los defensores pudieran conciliar el sueño. A principios de junio llegó Turgut con sus 2.500 corsarios, y aunque consideraba un error atacar primero san Telmo ya era demasiado tarde para interrumpir la operación, por lo que se trasladó a primera línea para ayudar a los ingenieros de asedio. Pese a lo difícil de su tarea, los turcos habían logrado adelantar sus trincheras hasta el revellín del fuerte, un parapeto avanzado que defendía el foso, que fue tomado por sorpresa el día 3 de junio gracias a que un centinela se había quedado dormido. Los malteses lanzaron inmediatamente un contraataque, y ambos bandos lucharon durante cinco horas por la posesión del revellín. El inagotable número de turcos pronto dio la victoria a Mustafá, quien entonces se lanzó a por el fuerte en un imprudente asalto que le costó la vida a 500 jenízaros. Tras este revés, los otomanos empezaron a construir allí una batería elevada con tierra y madera para disparar contra el fuerte desde arriba, tarea que fue posible gracias al letal fuego de los francotiradores turcos, que abatían a cualquier defensor que sacara la cabeza por encima del muro. Estos respondieron ingeniosamente atando filas de arcabuces a un poste, que luego eran subidos al parapeto y disparados a ciegas sobre el enemigo tirando de un cordel. Pero la situación de los aislados defensores empezó a agravarse el 5 de junio, cuando se instaló una nueva batería en la vecina península de Marsamuschetto que empezó a hacer fuego cruzado contra san Telmo. En ese punto crítico, los sitiadores decidieron construir dos puentes de madera para salvar el foso y alcanzar el parapeto, pero fueron destruidos por fuego de artillería y una salida nocturna. El 8 de junio Mustafá lanzó un primer asalto contra los derruidos muros de la minúscula fortaleza, cuya guarnición se enfrentó a los jenízaros con bombas incendiarias y unos primitivos lanzallamas. Tras siete horas de lucha sin cuartel, el ataque fue rechazado. Los 50 malteses que quedaban solicitaron de nuevo a la Valette permiso para escapar del fuerte condenado, de manera que el Gran Maestre envió una delegación de tres caballeros para evaluar si la defensa era todavía posible. Estos aseguraron que la fortaleza todavía se podía mantener, por lo que indignados, los defensores les amenazaron con matarlos si no recomendaban la evacuación al Gran maestre, afortunadamente para ellos alguien tocó la campana de alarma fingiendo un ataque turco, por lo que lograron escapar al Burgo. Dispuesto a ganar tiempo costase lo que costase, la Valette consiguió reunir (con el pago de 2.000 ducados donados por el obispo de Malta) a 100 voluntarios para la defensa del fuerte, quienes fueron enviados a san Telmo bajo el mando de Constantino Castriota mientras los botes se llevaban a los heridos en el viaje de vuelta. Esta dinámica continuaría en los días siguientes, en los que se repitieron los asaltos turcos durante el día y la llegada de refuerzos y municiones en botes que sorteaban el fuego turco por la noche. Los malteses desplegaron inventos cada vez más imaginativos, cubriendo aros de hierro con brea y estopa para crear ruedas incendiarias y usando pieles curtidas para fabricar reductos inmunes al fuego. El 14 de junio Mustafá ofreció a la guarnición un salvoconducto si se rendían, pero la crueldad que los turcos habían mostrado con todos los cristianos capturados disuadió a la guarnición. A los dos días un nuevo asalto se abatió contra el fuerte. Tras orar en sus trincheras dirigidos por los muecines, los turcos atacaron con todas sus fuerzas: la explosión de una pila de granadas en las líneas de los defensores abrió una enorme brecha por la que se colaron los jenízaros, convencidos de que ahora sí había llegado el momento de la victoria. Afortunadamente los artilleros del Burgo se dieron cuenta de lo crítico de la situación y empezaron a dispararles, y aunque sus primeros tiros acabaron con ocho caballeros, los que siguieron arrasaron las filas del enemigo, que tuvo que retroceder para ponerse a cubierto. Con el fracaso de este nuevo asalto, los otomanos optaron por la prudencia y cavaron una trinchera paralela a la orilla para cortar la llegada de refuerzos desde el Burgo. Sometidos al fuego de arcabuceros y artillería los malteses ahora solo podrían llegar a san Telmo buceando bajo el agua. Los defensores tuvieron no obstante un golpe de suerte el día 18, cuando Turgut cayó herido de muerte en una batería turca. La dotación del cañón que éste estaba supervisando había bajado demasiado la puntería, por lo que el disparo impactó contra la trinchera de roca llenándola de afiladas astillas, una de ellas se clavó en la cabeza del corsario, que falleció a los cinco días de ocurrido. En tanto, la fiesta de Corpus Christi se celebró el 21 de junio con una breve procesión encabezada por la Valette en el Burgo, donde ya habían empezado a caer las bombas otomanas. Ese día un nuevo asalto contra san Telmo fue rechazado, aunque los turcos lograron ocupar brevemente una torre que se elevaba sobre el fuerte en su parte trasera. Con la retirada cortada por mar y sin la posibilidad de recibir refuerzos ni municiones, el puñado de soldados que quedaban en la fortificación se dispusieron a vender caras sus vidas por la fe, reuniéndose en la iglesia donde según Bosio “unos con otros se confesaron, abrazaron y consolaron […] rogándose que cada uno pasase en paciencia el trance”. Los sacerdotes les dieron la absolución a todos y luego enterraron los objetos de culto y quemaron los tapices religiosos para que no fueran profanados. El 23 de junio víspera de la fiesta de San Juan Bautista, patrón de la orden, Mustafá lanzó el asalto definitivo. Tras los habituales rezos y cánticos nocturnos cientos de enemigos entraron en el fuerte por las brechas abiertas por los cañones. Los 70 defensores resistieron cuatro horas la avalancha hasta que se les terminó la pólvora, los que no se podían mantener en pie por estar demasiado heridos esperaron su destino sentados en sillas, mientras a su alrededor un grupo de frailes los animaban con promesas de vida eterna. Con el fuerte al fin en sus manos, los turcos trataron a los supervivientes con una crueldad extrema, los heridos fueron atados y usados por los arqueros para practicar puntería, mientras que los caballeros fueron puestos boca abajo en la pared, donde los destriparon y les arrancaron el corazón. Solo unos pocos se salvaron al ser esclavizados por los corsarios para cobrar por ellos un rescate. Mustafá aprovechó esta victoria para enviar al resto de malteses un terrible mensaje, clavando las cabezas de los defensores de san Telmo en picas a lo largo del monte Sciberras y enviando sus cuerpos crucificados flotando bahía abajo hasta el Burgo. Para que tamañas atrocidades no minaron la moral de la Valette, quien respondió con la misma moneda, decapitando a todos sus prisioneros y enviando sus cráneos a las líneas turcas a cañonazos. La terrible lucha por san Telmo se había cobrado las vidas de 4.000 turcos, un sexto del total, pero había sido peor para los malteses, quienes con 1.500 bajas habían perdido un cuarto de sus fuerzas, pero así y todo se había ganado un tiempo muy valioso, y los mensajeros que mantenían a la Valette en contacto con Sicilia, aseguraron que el virrey estaba reuniendo un ejército para acudir al rescate de la plaza. Una pequeña parte de estos refuerzos, un total de 700 hombres, llegó el 3 de julio por mar. El plan de Mustafá para atacar los dos bastiones que le quedaban a la Orden era realizar un ataque combinado por tierra y mar. Para ello necesitaba proporcionar a sus hombres un medio de cruzar el Gran Puerto de manera que a lo largo de julio fue trayendo botes a través del monte Sciberras, que fueron arrastrados sobre troncos engrasados por equipos de bueyes hasta reunir una flotilla de 80 barcos. Esta amenaza fue descubierta a la Valette por un oficial turco que había sido raptado de niño en Grecia y ahora había visto la ocasión de desertar. La península de Senglea era el primer objetivo de Mustafá, por lo que los malteses colocaron una serie de mástiles unidos con cadenas frente a su costa para impedir que las naves llegaran hasta la orilla. Los turcos intentaron cortar primero las estacas con hachas y luego arrancarlas con unos cabrestantes, pero los malteses se echaron al agua y los expulsaron a golpe de espada. Finalmente, el asalto anfibio se llevó a cabo el 15 de julio. Coordinados con un ataque por tierra, los turcos se acercaron en decenas de botes cuyas bordas habían sido fortificadas con balas de paja y sacos de tierra. Incapaces de llegar hasta la orilla por culpa de las estacas encadenadas los atacantes tuvieron que nadar los últimos metros, empuñando las escaleras con las que pretendían superar los muros del fuerte de san Miguel y tomar Senglea. Bajo el fuego de los arcabuces miles de sitiadores asaltaron la muralla, y en la punta de la península la explosión de un polvorín sembró el pánico entre los defensores, pero la línea aguantó gracias a que su comandante, el caballero Sanoguera, quien se mantuvo firme en el puesto. Mientras tanto, una segunda fuerza de 1.000 jenízaros y corsarios navegaba alrededor de Senglea para atacarla por detrás, en un punto donde no se habían colocado estacas. Este golpe podría haber condenado con toda seguridad a los defensores, pero los turcos pasaron por delante de una batería oculta en el burgo, que hundió sus naves con fuego de metralla a quemarropa. Fue la Valette quien consiguió la victoria ese día, enviando una fuerza de refresco a través del puente de pontones que conectaba Senglea con el Burgo para rechazar el ataque turco, un contraataque en el que murió el hijo del virrey de Sicilia, quien había decidido combatir ignorando las órdenes del Gran Maestre. Al terminar la jornada 3.000 turcos habían pagado con sus vidas el fracaso. Con el asedio estancado por el momento, Mustafá decidió someter a la fortaleza a cañonazos, iniciando un terrible bombardeo a mitad de julio cuyo tronar se podía oír en Sicilia a 200 kilómetros de distancia. Se abrieron trincheras para acercar las tropas a Senglea y el Burgo, en la muralla de este último los ingenieros había decidido concentrar la artillería en el puesto de los caballeros de Castilla, un punto en el que el muro llegaba al mar en el norte y por lo tanto quedaba expuesto al ataque desde dos direcciones. El primer asalto general contra las penínsulas se llevó a cabo el 7 de agosto. En Senglea los turcos se adentraron por una brecha abierta en la muralla dirigidos por el propio Mustafá; la Valette empuño también una pica en la defensa del muro, combatiendo junto a sus hombres hasta ser herido en una pierna. Parecía que el ataque progresaba y que al fin la media luna se adueñaría de Malta pero de improviso el ataque perdió fuelle hasta que los turcos huyeron gritando que había llegado el ejército de socorro. Se trataba de hecho de una incursión de la caballería de Mdina contra el campamento otomano: tras permanecer toda la noche escondidos los jinetes malteses de Vincenzo Anastagi habían atacado en el momento justo en el que el asalto estaba en su apogeo, incendiando las tiendas, degollando a los heridos y sembrado el pánico en el ejército enemigo. Salvados así por la intervención de sus camaradas, los defensores reconstruyeron las secciones de muro y se dispusieron a contener el siguiente asalto. Con todo, su martirio parecía que acabaría pronto, ya queel Gran Maestre había recibido la excelente noticia que el virrey ya tenía un ejército de 16.000 hombres listo para levantar el asedio en cuanto Felipe II le diera permiso, algo que este era reacio a hacer para no poner en peligro las pocas galeras que le quedaban tras el desastre de los Gleves. Mustafá consiguió rehacer su maltrecho ejército para otro ataque, que se lanzó el 18 de agosto tras volar parte del puesto de Castilla con una mina subterránea. A lo largo de tres días ambas penínsulas fueron asaltadas por oleadas continuas de turcos, quienes llegaron a traer una torre de asedio para disparar a los defensores desde arriba, la cual fue destrozada por las balas encadenadas disparadas por los cañones malteses. De nuevo se había logrado la victoria, pero las bajas habían sido tales que el consejo de la Orden conminó a la Valette a encerrarse en el fuerte de Santángel del Burgo para resistir allí hasta que llegara el socorro. Incapaz de abandonar a su pueblo, el Gran Maestre se negó, mandando volar el puente elevado que unía esa ciudadela con el resto de la fortaleza para que nadie pudiera esconderse dentro. Afortunadamente para los defensores su última victoria había convencido a Felipe II de que era el momento de enviar un ejército de socorro: sus espías le informaban de que los turcos estaban desechos, sin apenas munición ni comida y enfermos de disentería, por lo que no tendrían fuerzas para oponérsele en combate. Así el 25 de agosto, Álvarez de Toledo pudo al fin hacerse a la mar, pero le sorprendió una tormenta de verano que dispersó sus naves alejándolas de la isla. Tras reagruparse en Sicilia la fuerza de socorro volvió a intentarlo y esta vez sí que logró desembarcar en la parte norte de Malta el 7 de septiembre. Las nuevas de la llegada del virrey corrieron como la pólvora entre los desmoralizados turcos. Mustafá ordenó levantar el asedio y dirigirse a Marsaxlokk para escapar, mientras en la fortaleza las campanas de las iglesias repicaban con alegría y los caballeros entonaban él Te Deum para dar gracias a Dios por el fin de la pesadilla. Sin embargo, todavía quedaba una última escena por representar de la tragedia; un esclavo del contingente siciliano logró pasarse a los turcos e informar a Mustafá de que solo se enfrentaba a 9.000 hombres, por lo que este dio media vuelta y se enfrentó al ejército de socorro cerca de Mdina. La última batalla empezó con la lucha por una colina que dominaba la llanura, los cristianos lograron apoderarse de ella y defenderla del enemigo, que debilitado por meses de hambre, combates y disentería se desintegró perseguido por la vengativa caballería maltesa. El asedio de Malta había terminado. Los turcos se retiraron, dejando a 15.000 de sus hombres muertos en su rocoso suelo y abandonando para siempre sus proyectos de conquista de Italia. Por el contrario, para la Orden este fue su momento de mayor gloria, las defensas fueron reconstruidas y en Sciberras se levantó una nueva ciudad fortificada llamada la Valeta en honor del Gran Maestre. El asedio de Malta fue un punto de inflexión en la pugna entre cristianos y musulmanes por el control del Mediterráneo, terminó con la racha de victorias turcas iniciada con la caída de Rodas y puso a ambos bandos en un rumbo de inevitable colisión que les llevaría a la decisiva batalla de Lepanto, donde la flota turca fue hundida y con ella sus planes de conquistar el resto del continente. Desde entonces, solo se dedicó a defender sus posiciones en los Balcanes, de los cuales terminaron por ser expulsados desde el siglo XIX, conservando en Europa únicamente Constantinopla... La inevitable decadencia del enfermo turco había comenzado.
actualidad cultural