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viernes, 5 de diciembre de 2025
EL HOMBRE DE ORO DE ISSYK: El ‘Tutankamón’ kazajo
Desdeñados por los científicos durante décadas, unos restos humanos hallados en un enterramiento cerca de la población de Issyk (a unos 60 km de la antigua capital de Kazajstán, Almaty) en 1970, fueron almacenados en una caja de cartón sin las medidas de seguridad pertinentes, para lamento de los investigadores actuales, que carecen del cráneo o de un solo diente para trazar su ficha genética. Se trataba del que hoy se conoce como el Hombre de Oro de Issyk, considerado desde entonces como símbolo de Kazajstán, el mayor Estado de Asia central. De origen iranio, los escitas fueron un pueblo nómada que dejó una radiante estela de su habilidad como jinetes, aproximadamente, entre los años 800 a. C. y 200 a. C., en una amplia franja de las estepas euroasiáticas, desde Europa oriental a Mongolia. Los textos cuneiformes aqueménidas informan de tres grandes grupos escitas: los tigrahauda (que llevaban tocados puntiagudos, como nuestro personaje), los haomowarga (así llamados por la bebida que preparaban, el haom) y los tiai-para-daraiya, esto es, los que vivían más allá del lago. De igual modo, Heródoto describió sus costumbres en Historias, pero la visión del griego, que dejó constancia de la importancia del oro en su cultura, se circunscribió a la zona de influencia del mar Negro a mediados del siglo V a. C. Dicho de otro modo, el llamado padre de la historia no estrechó la mano del hombre de oro de Issyk. Fue este un joven de un metro sesenta y cinco de estatura, que ostentó una posición de dominio en su ciudad y halló la muerte a los diecisiete o dieciocho años, entre los siglos IV a. C. y II a. C., en esa región kazaja del área de Zhetysu (Semirechye, tras su incorporación al Imperio ruso en el siglo XIX). Al sureste de Kazajistán, donde la cordillera de Tian Shan prodiga siete ríos que se pierden por las estepas, estas tierras hospedaron a un buen número de escitas durante la Edad del Hierro temprana, y no es descartable que algunos de ellos renunciaran al nomadismo y se dedicaran a la agricultura. La abundancia de kurganes sugiere, cuando menos, no solo un poblamiento permanente, sino también una prosperidad fruto del comercio, la guerra o el pago de tributos. Aunque los restos del hombre de oro, conocido popularmente como el Tutankamón kazajo, no nos digan nada, la suntuosidad de su caftán, su tocado y su ajuar resulta de lo más elocuente. Hablamos de más de cuatro mil ornamentos de oro, derroche que justifica sobradamente la denominación de “edad de oro” que se ha dado al período de la historia escita que va de los siglos VIII a. C. al III a. C. Los artesanos no escatimaron ninguna técnica (estampación, fundición, martillado, grabado, soldadura, granulado, pulido…) para armar el uniforme de este anónimo guerrero, vestido con pantalones ajustados de gamuza, chaqueta, botas altas sin tacón y una corona o tocado cónico (kulah), consustancial a todas las tribus escitas, aunque con ligeras variantes entre ellas. En su cotidianidad, estos pueblos debieron de ser más modestos, por lo que todo este alarde se orientaba exclusivamente a un uso funerario. “Cuando Kazajistán obtuvo su independencia, había una necesidad real de historia. De historia que se pudiera tocar e interpretar”, en palabras de la historiadora británica Shirin Akiner. Pues bien: este guerrero no tardó en saciar esa necesidad. Su figura sobre un leopardo alado corona hoy el monumento a la Independencia en la plaza homónima de Almaty, en tanto que el Banco Central de Kazajistán ha emitido recientemente una serie de billetes en homenaje a la cultura escita, en los que se aprecia una rama del árbol de la vida con un pájaro como el que figura en el tocado del personaje. Las aves, al igual que el leopardo, los caballos alados (tulpares) o las cabras montesas, son distintivos de la libertad nómada de la que tan orgullosos se sienten los kazajos. A la sazón, el gusto por el arte zoomorfo se había generalizado en los vastos territorios de la estepa euroasiática, Siberia y el sur de Asia central, dando lugar a lo que se conoce como estilo animal, asociado a las comunidades pastoriles de la Edad del Hierro. En este sentido, la tumba dispensó otros elementos que integraban el estatus del personaje en ese universo: una espada afilada y una daga de hierro envainada, cuyo pomo estaba cubierto con una lámina de oro y su hoja decorada con imágenes de zorros, lobos, saigas, carneros de montaña y serpientes; piezas de cerámica, vasijas de oro y plata, así como bandejas con restos de alimentos. Pero quizá el hallazgo más singular fuera el de un cuenco de plata, quizá importado de otra región, con una inscripción de tipo rúnico: dos líneas que suman veintiséis caracteres - nueve en la línea superior y diecisiete en la inferior -, hechos con un instrumento afilado sobre una pieza de 7,7 cm de diámetro y una altura de 2,2 cm. Entre la hipótesis irania y la túrquica, los lingüistas no se ponen de acuerdo sobre su origen ni su significado. Sin embargo, el desciframiento parcial del alfabeto kushán, anunciado en el 2023 por un equipo de la Universidad de Colonia, podría arrojar cierta luz sobre el misterio de la escritura de Issyk, de la que se han manifestado muestras similares en fragmentos de cerámica y piedra del sur de Uzbekistán, el sur de Tayikistán y el norte de Afganistán. El equipo del arqueólogo Kemal Akishev que desentrañó los secretos del complejo funerario de Issyk no podía imaginar la trascendencia de su hallazgo, que, como suele ocurrir en estos casos, tuvo algo de fortuito. Unos años antes, el 7 de julio de 1963, un torrente de lodo había destruido el lago de Issyk, escala secular para los comerciantes de la Ruta de la Seda. Durante su rehabilitación, se halló este kurgan de seis metros de altura y sesenta de diámetro, en un cementerio que no era en absoluto ajeno a la actividad arqueológica. En su día, la superficie de la necrópolis se extendía unas 1.500 hectáreas. Albergaba unos seiscientos túmulos, con una altura entre cuatro y ocho metros y diámetros que oscilaban entre los 30 y los 90 metros. Destinados a personas prominentes, los kurganes podían agruparse en conjuntos de tres a cinco estructuras, o, en línea, alzarse sobre plataformas (más altos, por tanto, que los primeros). En 1936, el investigador ruso A. N. Bernshtam los definió en uno de sus trabajos como monumentos arqueológicos. Pasado tres años, una expedición elaboró los planos de la necrópolis, pero los científicos asumieron que, a causa de los saqueos –visibles en las cavidades superiores de los túmulos y en la tierra removida en torno a ellos–, no podrían destapar gran cosa. Así, el yacimiento fue desatendido durante varios lustros, hasta que, en el otoño de 1969, se reanudaron las obras, completadas en 1970 con el hallazgo del túmulo más extraordinario de Issyk: una tumba secundaria en el lado sur de un kurgan, una ubicación más retirada que salvó al hombre de oro de la voracidad saqueadora. El guerrero se encontraba en una cámara rectangular de madera bajo el túmulo, que, con una capacidad de 8.600 m3, debió de precisar el concurso de tres o cuatro mil hombres para su construcción. Yacía boca arriba, con la cabeza mirando al oeste, envuelto en una camisola cosida con placas de oro. Estas no se colocaron con fines protectores para el “más acá”, sino que tuvieron un sentido ornamental y también mágico, ya que los adornos zoomorfos podían amparar al soldado frente a las adversidades del más allá. Tras la excavación, se acometieron los preceptivos procesos de reconstrucción y conservación en laboratorio y se realizó un análisis espectral de los metales. Desde entonces, el sitio no ha dejado de ser estudiado por los arqueólogos, como K. A. Akishev, Á. M. Orazbaev, A. G. Maksimova, A. S. Zagorodniy, F. P. Grigoryev o B. N. Nurmukhanbetov. Este último impulsó la musealización del espacio al aire libre, dentro de un programa más ambicioso para atraer al turismo con el leit motiv de la Ruta de la Seda, en un territorio que pretende seguir siendo un punto de encuentro entre el comercio de Oriente y Occidente. Tanto el Museo del Oro y los Metales Preciosos de Astaná como el Museo-Reserva Estatal de Historia y Cultura Issyk, inaugurado en el 2010, brindan sendas réplicas del hombre de oro, que traspasó por primera vez las fronteras kazajas para la Exposición Internacional de Leipzig de 1974.
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