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viernes, 26 de enero de 2024

PATRIMONIO MUNDIAL: El Castillo de Mir (Belarus)

La historia de Belarus (Bielorrusia) es de largo una de las más sufridas de Europa. Situada en un cruce de conflictos entre actores como Lituania, Polonia y Rusia, este estado no llegó a tomar forma política hasta el colapso de la Unión Soviética en los años 90. Le llegó el momento a un territorio que perteneció históricamente a sus vecinos, que vieron en Belarus una zona en la que avanzar a costa de la población y cultura locales y, cuando la oportunidad lo requería, batallar. Especialmente cruenta fue la situación en la mitad oeste, donde se localiza Mir. Aquí tuvo lugar una batalla fundamental en 1812, la primera en la que las fuerzas rusas detuvieron el avance de las huestes napoleónicas. El castillo de Mir sufrió nuevas heridas cuando ya llevaba un tiempo abandonado. Resulta así el perfecto ejemplo de lo acontecido en esta parte del mundo. Además de cruce de conflictos, Belarus y Mir lo han sido de influencias. De ahí que el castillo sea una amalgama que va del gótico original a la renovación del XIX. El pequeño pueblo de Mir, de unos 2.500 habitantes, fue fundado en 1345 por la familia Illinič, de origen polaco. Un descendiente, Yury, fue el responsable de iniciar las obras del castillo a finales del siglo XV. Se convirtió en residencia habitual de los Illinič mientras construían lo que para ellos era un pasaporte a obtener un ducado y una defensa frente a familias rivales. En 1569, la poderosa familia Radziwiłł, de origen lituano, tomó el control del castillo al agotarse la dinastía Illinič. Mikołaj Krzysztof finalizó su construcción exterior e incorporó un palacio en el patio central. El cambio de dueños es también un cambio de estilo, que viró más hacia el renacentista del italiano Jan Maria Bernardoni. Los Radziwiłł añadieron defensas extra y disminuyeron la relevancia de Mir. El castillo ya no era fundamental desde el punto de vista defensivo, por lo que lo modificaron para que se asemejara más a una residencia noble y añadieron jardines en la parte norte. Esta época de calma bajo manos de la alianza polaco-lituana llegó a su fin en el siglo XVII. Las constantes guerras con rusos y suecos generaron en el castillo de Mir una dinámica de continuos desperfectos que se alternaban con reparaciones. De estas vienen los añadidos barrocos. Sobrevivió como residencia de verano hasta que la fuerza de los hechos se impuso y en 1794 y 1812 la destrucción llevó al abandono. Las ruinas se transformaron en zona de cultivo y moneda de cambio entre familias que no acometían restauración alguna. En 1891 llegó una familia nueva, de origen polaco, pero presente ruso, los Svyatopolk-Mirsky. Compraron el castillo y lo renovaron solo para que la I Guerra Mundial volviera a dejarlo en estado semirruinoso. Mir pasó a manos polacas, pero el castillo siguió con los Svyatopolk-Mirsky, que insistieron en una última renovación dirigida por Teodor Bursze. La historia del castillo aún daría más vueltas, ya que el territorio fue anexado por la Unión Soviética en 1918, ocupado por los nazis durante la II Guerra Mundial, volviendo posteriormente a manos soviéticas tras el conflicto, que dejo el castillo en el abandono. Fue en los 80 cuando se inició su última y larga restauración. Toda esta historia demuestra que Mir simboliza como pocos lugares la historia bielorrusa, tanto a nivel histórico como arquitectónico gracias a su mezcla de gótico local, Renacimiento italiano y barroco. El castillo se alza a orillas de un estanque artificial sobre una llanura. Su plano es un cuadrángulo irregular de 78×72 metros. Cuatro torres protegen las esquinas y una quinta en el lado oeste sirve como entrada principal. Todas miden unos 25 metros de altura y tienen un sistema de triple capa para absorber impactos, pero diferentes diseños exteriores. Estos, recuperados tras las restauraciones, son de lo más llamativo gracias a los patrones y diseños de ladrillos alternados con yeso y el uso de piedra arenisca, especialmente en marcos de puertas y ventanas y balcones. Constructivamente, los ladrillos dominan en paredes y bóvedas. Los jardines exteriores, uno italiano y otro inglés, han sido restaurados igualmente. Mir no tiene estación de tren, por lo que hay que llegar por carretera desde la capital Minsk, a poco más de una hora. Es ideal como excursión de un día, incluso combinándolo con el castillo de Nesvizh, a una media hora. El castillo está a las afueras de la pequeña ciudad, que cuenta con una iglesia renacentista obra de los Radziwiłł. Dentro del castillo, que nos llevará unas dos horas, hay distintas exposiciones, aunque el interior se ha nutrido con más reproducciones que muebles de época. Hay audioguías en inglés y visitas teatralizadas. Poe cierto, no será raro encontrar alguna restauración aún en marcha, especialmente en los jardines, en los que podemos dar un paseo y tomar un picnic. Considerado una obra maestra de la arquitectura bielorrusa, fue declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en el 2019, resurgiendo una vez más del infortunio al que estuvo sometida.
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