La caída del nonagenario dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe, nos trae a la memoria una larga lista de desalmados asesinos - cada uno más despreciable que otro - que en el llamado continente negro se hicieron con el poder instaurando sangrientas tiranías, apoyadas por los EE.UU., el Reino Unido y Francia so pretexto ‘para combatir al comunismo’, gobernando durante décadas con mano de hierro, hasta que la situación se hizo insostenible y tras ser abandonados a su suerte por quienes los auparon al cargo, terminaron siendo derrocados, siendo reemplazados en la mayoría de los casos por otros déspotas igual de crueles, pero menos conocidos. Son tantos estos autócratas de ébano, que nos vamos a referir únicamente a cuatro de los más siniestros y extravagantes ¿vale? 1.- BOKASSA: Este megalomaníaco tenía sueños de grandeza: quería ser Napoleón y emular su imperio, pero era un simple congoleño, hijo de un líder tribal de escasa trascendencia. El Ejército le brindó la forma de escalar posiciones, y su ansia de poder hizo el resto: primero usó a su primo, el presidente David Dacko, para ascender a coronel y jefe personal de las Fuerzas Armadas. Y luego dio un golpe de Estado en 1966, instaurando en régimen de terror que duraría hasta 1979. Jean-Bedel Bokassa no fue de esa clase de dictadores que tratan de enmascarar en los albores de sus tiranías sus verdaderas intenciones. No jugó a ser líder de ninguna etnia, ni a hacer promesas al resto de su población. Bokassa sabía lo que quería y el límite era el cielo: abolió la Constitución, se proclamó Mariscal y presidente vitalicio. Ambicioso como ninguno, de un día para otro, proclamó de la nada el Imperio Centroafricano, se convirtió al catolicismo, coronándose como Bokassa I en unos fastos que superaron los 22 millones de dólares. Se dice que el tirano pidió al Papa Paulo VI que oficiara la ceremonia - para emular la coronación del emperador francés en París- a lo que el Vaticano se negó. Aún así, él cambió el nombre a la catedral de Bangui, llamándola 'Notre Dame'; espacio que pronto se quedó pequeño para un acto de esas dimensiones.
Por ese motivo, Bokassa acabó empleando un estadio deportivo, que disfrazó como un Palacio del siglo XVIII. Los trajes que lucieron él y su decimoquinta esposa fueron confeccionados por un descendiente de los bordadores que vistieron a Napoleón, que engarzaron 800.000 perlas en el traje de él y un millón de perlas de oro en el de ella. Ocho caballos blancos, traídos desde Normandía, tiraban de las carrozas que les transportaron hasta el falso Palacio, donde un trono con el águila imperial bañado en oro esperaba recibir al Emperador sobrevenido. Delegaciones de todos los países acudieron a esta extravagante fiesta, aunque ninguno apoyó a Bokassa como lo hizo Francia, prácticamente hasta el último día de su sanguinario mandato.El país europeo proporcionó a este embuste de celebración todo cuanto el Napoleón negro quiso: cascos de metal y petos para la guardia imperial, toneladas de comida, vino, fuegos artificiales, 60 Mercedes-Benz...y lo más valioso de todo: una férrea defensa ante las feroces críticas de varios sectores de la comunidad internacional, a los
que acusaban de racismo si criticaban la fastuosidad de una ceremonia en un país poblado por millones de hambrientos. Se dice que el Emperador era un caníbal que comía la carne de sus víctimas. También un genocida, y un enfermo que disfrutaba con sus crímenes, que suponen un auténtico compendio de la atrocidad. Sus excentricidades llegaron a tal punto, que fue derrocado cuando se encontraba de visita en Libia. Condenado a muerte in absentia en diciembre de 1980, volvió de su exilio en Francia el 24 de octubre de 1986. donde fue arrestado y juzgado por traición, asesinato, canibalismo y apropiación indebida de fondos estatales El tribunal republicano condenó al emperador a muerte el 12 de junio de 1987, sentencia que fue conmutada a cadena perpetua en febrero de 1988, pero sería reducida posteriormente a veinte años. Liberado en 1993, murió víctima de un ataque cardiaco en 1996. 2.- IDI AMIN: Durante los ocho años que estuvo al frente de Uganda (1971-1979) a sus súbditos no les quedó ni un resquicio del terror por conocer. El gran mariscal Idi Amin Dada, autodenominado el Rey de Escocia - quien gustaba vestirse con ostentosos uniformes llenos de medallas y condecoraciones de batallas imaginarias - llevó a cabo las monstruosidades más perversas de las que hay constancia, dejando 400.000 cadáveres a su paso. Asesinó a miles de opositores, perpetró genocidios, desmembró a sus esposas cuando se cansó de ellas, retransmitió torturas por televisión, practicó el canibalismo con sus víctimas y constató, para muchos, la existencia misma del mal. Describirlo como 'monstruo' es empequeñecer pavorosamente sus crímenes. Lo más aterrador es que gozó de suerte durante toda su vida. La tuvo cuando dio un golpe de Estado contra Milton Obote y la atención internacional lo tomó como un simple cambio de poder. Tuvo suerte cuando Israel e Inglaterra apoyaron generosamente su política de acercamiento, que más tarde sustituyó por el antioccidentalismo, el Islam y la brujería. Volvió a sonreírle el azar cuando retransmitía las ejecuciones de sus opositores por televisión, y nadie condenaba sus atrocidades. Suerte fue también que las atrocidades de los dictadores sudamericanos sirvieran de pantalla a las suyas propias: el mundo occidental había rebasado su límite de atención con las injusticias. Suerte de que el film de Barbet Schroeder que le retrataba como el carnicero que era no fuera tomado en serio, y que contribuyera a difundir la suya como una imagen de un gigante negro, con más pinta de bufón que de dictador. Pero aquel hombre malvado y sin pizca de moral que echaba a sus opositores vivos a los cocodrilos, que seguía los preceptos de cualquier magia negra que se cruzase en su camino, que expulsó a los asiáticos del país, que tenía decenas de esclavos y que llevaba a sus hijos pequeños a las sangrientas ejecuciones para que disfrutaran del sangriento espectáculo, tenía poco de caricatura y mucho de monstruo.
Y suerte, claro. Tanta, como para morir con placidez en el 2003 rodeado de muchas de sus esposas y decenas de hijos en su exilio dorado en Arabia Saudita tras ser derrocado en 1979, sin que nadie le hiciera rendir cuentas por sus abominables crímenes. 3.- MOBUTU SESE SEKO: Conocido bajo el apelativo de 'el carnicero del Zaire' fue el único presidente de ese país, conocido hoy como la República Democrática del Congo y como el Congo Belga en su pasado colonial. Nacido el 14 de octubre de 1930 en Lisala, junto al curso del gran río, en la región norteña de Ecuador, era hijo de un cocinero y una mucama de hotel, siendo bautizado como Jospeh Desiré. Miembro de la tribu de los ngabandis, dio los primeros pasos en la religión, el francés y el fútbol con los misioneros belgas. Tras sus problemas con los libros, ingresó en la Fuerza Pública en 1950, una tropa de choque mandada por oficiales belgas y caracterizada por una férrea disciplina. Allí fue promovido a sargento tres años después, época en la que empezará a colaborar con el diario L'Avenir Colonial Belge y donde entró en contacto con líderes independentistas, como Patrice Lumumba, el artífice de la independencia zaireña. El futuro leopardo, que hizo de su gorro de piel uno de sus atributos preferidos y un símbolo crucial de su desaforado culto a la personalidad, supo ganarse la confianza de Patrice Lumumba en cuanto el fundador del Movimiento Nacional Congoleño llegó a la metrópolis tras abandonar la prisión de Elisabethville (la actual Lubumbashi) para negociar la independencia de Bélgica. Mientras, trabó lazos con el servicio secreto belga y contactó con Maurice Tempelsman, amigo de Lawrence Devlin, el hombre que la CIA había instalado en la capital belga para forjar ‘amistad’ con jóvenes líderes congoleños. En junio de 1960, cuando se proclamó la independencia, el leopardo ya era jefe del Estado Mayor del Ejército. Ahí empieza a demostrar su talento para la intriga: el 14 de septiembre ensaya su primer golpe de Estado, aprovechando la rivalidad entre el presidente Joseph Kasavubu, y su primer ministro, Patrice Lumumba, a quien hizo asesinar. Tras cinco años de guerra civil, Mobutu se hace con todo el poder el 24 de noviembre de 1965. Desde ese momento, la historia de Zaire se unió a la suya personal, dirigiendo los destinos del país hasta marzo de 1997, y muchos le consideran uno de los grandes cómplices de los hutus en el genocidio que en 1994 asoló la vecina Ruanda. De hecho, su gestión de las fronteras en la crisis ruandesa dio lugar a la primera guerra panafricana, que logró expulsarlo del poder. Considerado el político y mandatario más corrupto de África, murió exiliado en Marruecos víctima de un cáncer de próstata. En el momento de fallecer este criminal, tenía una fortuna estimada en más de 10.000 millones de dólares.
4.- ROBERT MUGABE: El último de la lista pero a su vez, el mas sádico y sanguinario. Hubo un tiempo en que este criminal se autoproclamaba ‘un héroe y salvador de la patria’, por su lucha contra el régimen de Rhodesia del Sur. Nada más falso. Este ladrón y asesino se hizo con el poder mediante el fraude 'ajusticiando' a todos sus opositores. Responsable de la matanza de más de 20.000 personas por motivos étnicos, pretendió gobernar con puño de hierro hasta el último día de su existencia, pero el destino le tenía reservado una sorpresa. Entre sus deshonrosos logros, está el haber convertido a su país en uno de los más pobres del mundo. Para ello generó una profunda crisis económica, disparó la inflación hasta un 160.000%, expidiendo billetes que ofrecían su valor en millones de dólares, y en el reverso de cada uno aparecía cuándo caducaba su valor. Para expiar las culpas, encarceló a 4.000 empresarios y se retiró a descansar mientras su población fallecía, prácticamente, de inanición. El 80% de los zimbabuenses no tiene empleo, y no llegaban a celebrar más allá de su 36 cumpleaños. Salvo Mugabe. Porque Mugabe no era un zimbabuense normal: él, cada año, se celebraba a sí mismo. Celebraba su llegada al mundo con una gran fiesta, porque él es muy piadoso con la estrechez ajena. Tanto, que todavía resuenan los ecos de su 85 cumpleaños en los que se consumieron 3.000 patos, 8.000 cajas de bombones, 4.000 porciones de caviar, 8.000 langostas, 100 kilos de mariscos... un opíparo menú que salió a las cuentas del país por algo más de un millón de dólares. Fue mala suerte que su onomástico coincidiera con el mayor brote de cólera de la historia del país, en el que murieron 3.000 personas y otras 60.000 enfermaron gravemente. Y es que desde el otro lado del palacio, valorado en 100 millones de dólares, se hacía difícil escuchar nada. Cuando Mugabe realizó la reforma agraria del año 2000, en la que expropió violentamente las granjas de los granjeros blancos - quienes fueron expulsados del país junto con sus familias - la vistió hipócritamente bajo la explicación de ‘un reparto más justo de las tierras’, pero resultó ser una estrategia para enfrentar una crisis de popularidad y, al final, solo se beneficiaron una minoría, de la élite y próximos al régimen quienes se quedaron con todo lo robado. Pero su declive empezó en el 2008, con el país sumido en una dura crisis económica, cuando se vio cuestionado por la oposición en las urnas. Y la respuesta fue una oleada de torturas, detenciones y represión. A sus 93 años, esta bestia sedienta de sangre no tenía intención de dejar el poder, destituyendo hace dos semanas a su vicepresidente Emmerson Mnangagwa, a quien acuso de estar fraguando una guerra de sucesión desde hacía meses en la sombra, el cual termino por estallar de todas maneras, siendo derrocado y puesto bajo arresto por los militares forzando el final, muy poco épico, de su era. Se dice que a Mugabe se le concedió inmunidad a cambio de su obligada renuncia, pero por la gravedad de sus atrocidades durante su sangrienta dictadura, es merecedor de la Pena de Muerte. En cuanto a Mnangagwa, este fue proclamado como su sucesor, anunciando ‘el comienzo de una nueva democracia’ pero lo cierto es que será otro dictador más. Tiempo al tiempo.