SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 23 de octubre de 2015

ENIGMAS DE LA HISTORIA: La Copa Licurgo

Todo en ella es fabuloso. Desde las hojas de parra de plata dorada que adornan el borde y forman el pie de la copa, hasta las pequeñas esculturas de vidrio que representan varias escenas de la muerte de Licurgo, el mitológico rey de Tracia que perdió la vida por prohibir el culto a Dionisio, el dios tracio del vino. La iconografía presenta al rey flanqueado a la izquierda por Ambrosia y a la derecha por Pan, y detrás, uno de los sátiros de Dionisio preparado para lanzar una gran roca a Licurgo, mientras que en el suelo yace una pantera de aspecto canino. Según la leyenda, siendo Licurgo rey de Tracia (800 a.C.), expulsa al Dionisio niño y sus nodrizas. Recogido el joven dios del mar por Tetis, hace que Zeus castigue a Licurgo con la ceguera. Esquilo, en una tragedia perdida, cuenta a Dionisio ya adulto y perpetrando personalmente la venganza. Sucedió así: Licurgo captura a las bacantes y los sátiros del cortejo. No obstante, quizá con la intercesión de Tetis, las bacantes se salvan milagrosamente de sus cadenas, y Licurgo enloquece. En pleno trance, creyendo que Driante, su hijo, era un pie de vid, lo mata a hachazos. Consumado el crimen, recobra la razón. Pero su imprudencia extiende la esterilidad por todas sus tierras. El oráculo indica a los habitantes que descuartizando a Licurgo obtendrían de nuevo la fecundidad perdida. Fue en el monte Pangeo donde, atado a cuatro caballos por sus extremidades, despedazan al rey. La copa podría haber sido utilizada para celebraciones del culto a Baco. Una carta supuestamente de Adriano a Serviano,registra el regalo de dos copas dicroicas: “Yo os he enviado unas particulares tazas que cambian de color, presentadas a mí por el sacerdote de un templo. Están especialmente dedicadas a usted y mi hermana. Me gustaría que se utilicen en los banquetes en los días de fiesta.” El pie y el borde de bronce fueron añadidos alrededor del 1800, y aunque se desconoce la historia de su hallazgo, probablemente fue encontrado en un contexto muy cuidado (y no en el suelo), como un sarcófago, o el tesoro de alguna iglesia, dado su buen estado de conservación. Se trata de un ejemplo excepcional, que data del siglo IV, de las que se conocen como copas de jaula o diatretum, ya que las figuras de vidrio se entrelazan formando una suerte de jaula decorativa. Precisamente las diatretas se cuentan entre los objetos de vidrio más técnicamente sofisticados que se produjeron antes de la era moderna. Uno de los dos primeros expertos que la pudieron examinar en detalle en los años 50, David Benjamín Harden, la describió como "la pieza de vidrio más espectacular de ese período que conocemos". Y, a medida que se fue conociendo mejor, más estupefactos dejaba a los científicos. Les impresionaba la habilidad de los artesanos para crear un objeto tan exquisito, que incluso con las máquinas modernas requeriría de destreza y tiempo para reproducir. Pero eso no era todo. Los artistas romanos que la crearon hace más de un milenio y medio habían dejado un secreto en su interior, que se revelaba con un dramático cambio de color. El cambio dependía de la dirección de la luz. Al alumbrarla por delante, su color es verde jade y opaco; por detrás, se torna rojo rubí translúcido... y varios tonos de esos dos colores en medio. Desde que el Museo Británico la adquirió en 1958, el misterio del color del cáliz milenario intrigó a los expertos. No fue sino hasta 1990, cuando unos investigadores en Inglaterra examinaron con microscopios unos fragmentos del vidrio, que se descubrió que los artesanos romanos fueron unos pioneros de la nanotecnología. Habían impregnado el vidrio con partículas de plata y oro que redujeron a 50 nanometros en diámetro, es decir, mil veces más pequeñas que un grano de sal. Tal escala sólo da cabida a la perplejidad. Particularmente porque simplemente añadir oro y plata al vidrio no produce automáticamente esa propiedad óptica única. Para lograrlo, se requiere un proceso tan controlado y cuidadoso que lleva a que muchos expertos descarten la posibilidad de que los romanos hayan podido producir la asombrosa pieza por accidente, como sugieren algunos. Es más, la mezcla tan exacta de los metales hace pensar que los romanos llegaron a entender cómo usar las nanopartículas. Descubrieron que si le añadían metales preciosos al vidrio fundido lo podían teñir de rojo y producir unos efectos de cambio de color inusuales. Así, al golpearlo la luz, los electrones pertenecientes a los trozos de metal vibran de tal manera que alteran el color dependiendo de la posición del observador. En su momento, el hallazgo ocasionó asombro, pero también escepticismo. Muchos científicos se negaban a la posibilidad de que 1.600 años atrás, artesanos sin el menor conocimiento técnico hubieran logrado desarrollar una pieza tan avanzada. Conseguir esa escala diminuta de nanómetros requeriría máquinas o, en su defecto, una destreza inusual. La combinación tan precisa de los metales instala dudas. Resulta descabellado pensar que los romanos pudieran entender hace más de un milenio y medio cómo utilizar las nanopartículas que en siglos posteriores, serían la base para la nanotecnología, tan importante para diagnosticar enfermedades y detectar posibles riesgos en la salud. De esta manera, ese secreto que dejaron los antiguos romanos en un cáliz que honra al dios de la vendimia y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, hoy en día es valioso, por lo que no aun no deja de asombrarnos el misterio de su elaboración. Un objeto fuera de su tiempo en toda regla.
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