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viernes, 2 de octubre de 2020

EL DIAMANTE CULLINAN: Historia de un expolio

Los diamantes son, posiblemente, una de las piedras preciosas más cotizadas y admiradas por el ser humano a través de todos los tiempos. En efecto, numerosas personas alrededor del mundo se afanan por encontrar estas increíbles piedras brillantes que varían en quilates y en pureza, y cuya impresionante formación natural a centenares de kilómetros de la superficie enloquece a la humanidad desde tiempos pretéritos. Uno de ellos es el diamante Cullinan, que tiene el honor de ser el mayor diamante encontrado en toda la historia, con un peso bruto de más de 3.000 kilates. En efecto, el 25 de enero de 1905, la compañía minera Premier Mine encontró en Transvaal (Sudáfrica) un diamante que fue bautizado como Cullinan, en honor de Thomas Cullinan, presidente de la compañía minera y que también había dado nombre a la localidad donde se asentó la explotación minera. Dos años más tarde, en 1907, el general Louis Botha solicitó a la Cámara del Transvaal que autorizase al Gobierno de Pretoria adquirir el diamante por 150.000 libras, con objeto de ofrecérselo al rey Eduardo VII “como regalo de cumpleaños y demostración de lealtad del pueblo bóer”. Según contaron los medios de comunicación, el diamante en bruto fue enviado desde Sudáfrica a las Islas Británicas en un paquete a través del Correo Real aunque, en opinión de Shirley Bury, conservadora del Victoria & Albert Museum y encargada de catalogar las joyas de la Corona, el dato podría ser una exageración o parte de la leyenda porque, si bien “el correo real era muy seguro en aquellos tiempos - afirmaba - tengo mis dudas sobre ese envío”. Sea como fuere, el hecho es que la joya en potencia llegó a manos del rey Eduardo VII a tiempo para que le fuera entregado el 10 de noviembre, día de su cumpleaños. Una vez en su poder, el monarca mandó que fuera tallado y pulido por los profesionales de la Royal Asscher Diamond Company en Ámsterdam. Para evitar posibles robos durante su traslado, se informó de que el diamante sería transportado por un buque de la Armada Británica hasta la ciudad holandesa. La realidad, al menos como fue contada, es que el barco se limitó a transportar una caja vacía muy bien escoltada, mientras que uno de los hermanos Asscher, Abraham, recogió la piedra en Londres y regresó discretamente a Ámsterdam en ferry y tren, llevando el Cullinan en el bolsillo de su abrigo. Una vez en la ciudad holandesa, los profesionales de la Royal Asscher Diamond Company pasaron varias semanas estudiando la pieza hasta encontrar la mejor forma de tallarlo. A casi un mes de haberlo recibido, el 10 de febrero de 1908 a las 14:45 y con la presencia de un notario, Joseph Asscher procedió a dividir el Cullinan en dos partes. Sin embargo, el diamante hizo valer su cualidad de material natural más duro del mundo y destrozó la herramienta del joyero. Sustituida por una de mayor resistencia y luego de cuatro días de trabajo, el diamante fue finalmente dividido en dos partes aunque, para eliminar cualquier impureza de la piedra, los lapidarios holandeses tuvieron que reducir esas dos piezas principales en otras más pequeñas. En total fueron nueve diamantes Cullinan numerados del I al IX y otras 96 piezas menores. Las dos primeras joyas, las Cullinan I y II, también conocidas como Estrella de África II y II, pertenecen a la Corona, mientras que los otros siete Cullinan son propiedad de la reina Isabel, que los tiene engarzados en un collar, una sortija y varios broches. Otros fragmentos menores, así como piezas sin pulir, también son patrimonio de la soberana. Que la cuestionada ‘titularidad’ del Cullinan esté dividida entre la Casa Real y la Reina ha sido, justamente, la excusa esgrimida por el Palacio de Buckingham para no devolver las joyas robadas a Sudáfrica. De hecho, aunque la reclamación solo afectaba a la pieza principal, desde el Palacio real advertían que esa explicación también era extensible a una eventual reclamación por el Cullinan II, el diamante de 317 quilates que adorna la corona real. Sin embargo, esas absurdas explicaciones no han satisfecho ni a los sudafricanos ni a otros pueblos que, en su momento, fueron colonias británicas y que, liberados del dominio de la metrópoli, han comenzado a exigir compensaciones. Ese es el caso de la India que, desde finales de los años 40, lleva reclamando la devolución del Koh-i-Noor, un diamante de 186 quilates que fue robado por los ingleses en 1849 como parte del botín de guerra. El diamante, que desde el siglo XIV perteneció a reyes persas, hindúes, afganos y sijs, pasó a manos de los británicos luego de que el heredero sij - de 11 años, cuyo padre había muerto y su madre estaba encarcelada- fue obligado a firmar “un acuerdo de paz” con los británicos, donde se especificaba de que ella formaba parte la cesión del diamante. Venga ya, un robo en toda regla. Desde entonces, el Koh-i-Noor forma parte de la corona de la consorte del soberano británico, que fue mostrada por última vez en público sobre el féretro de la Reina Madre durante sus funerales en el 2002. En la actualidad, el Koh-i-Noor se puede ver en la Torre de Londres junto con el resto de las joyas de la Corona Británica - todas ellas hechas con piezas robadas de sus colonias - incluidas las Cullinan. En el 2010 y al hilo de la solicitud de restitución del Koh-i-Noor, el primer ministro David Cameron, en visita oficial a la India, realizó unas declaraciones que pretendían zanjar la polémica y sentar las bases de cualquier reclamación futura sobre el patrimonio histórico artístico expoliado por los británicos: “Si decimos sí a uno, nos levantaremos un día y no tendremos nada en el Museo Británico” institucionalizando el robo. De esta manera será imposible que los diamantes - como el Koh-i-Noor, el Cullinan y muchos otros - puedan volver alguna vez a manos de sus verdaderos dueños.
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