Samarcanda es una de las ciudades más antiguas del mundo aún habitadas y que ha sido testigo de invasiones sucesivas desde Alejandro Magno a Genghis Khan, siendo destruida en varias ocasiones, resurgiendo como el ave Fénix de sus cenizas. Tuve la oportunidad de visitarla durante mi año sabático y quede maravillado al verla, con la circunstancia de estar ubicada en uno de los lugares mas remotos de la Tierra. Con casi tres milenios de historia, permaneció como capital de diferentes imperios. Según los historiadores, su nombre significa “ciudad roca”. Desempeñó un papel muy importante porque está situada en un lugar estratégico de la Ruta de la Seda ya que se encuentra en ese cruce de caminos entre el Este y el Oeste. Los primeros mercaderes procedentes de China aparecieron en Samarcanda alrededor del siglo II antes de Cristo, atraídos por la pureza de los caballos de la zona. Durante siglos, esta ciudad, encrucijada de culturas, prosperó debido a sus numerosos mercados panacea de comerciantes venidos desde Europa y el lejano oriente. Una de sus épocas más gloriosas tuvo lugar bajo el imperio de Tamerlán, entre los siglos XIV y XV. Este célebre conquistador turco-mongol decidió hacer de Samarcanda capital de sus vastos dominios que se extendían desde la India hasta Turquía, para lo cual venir a los mejores artesanos de todas las regiones de su imperio. A 80 kilómetros de Samarcanda, las ruinas de su residencia en Shakhrisabz forman parte de esa herencia legendaria. Tamerlán usaba una frase que le gustaba repetir: “el poderío de mi imperio se percibe en los monumentos que he ordenado construir” y vaya que tenía motivos de sobra para decirlo. Actualmente Samarcanda con casi 500.000 habitantes, esta sólo por detrás de Taskent, la capital del país. Con más de 27 siglos de antigüedad, en el año 2001 la UNESCO la declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad y no es de extrañar, ya que si por algo es conocida esta ciudad es por la famosa plaza de Registán, donde se alzan tres imponentes madrazas: la de UlugBek al Oeste, con un enorme mosaico inspirado en temas astronómicos, la madraza Sherdar al Este, a imagen y semejanza de la anterior, pero con el emblema en el tímpano de la pantera de las nieves simbolizando el poder y la fuerza de Samarcanda, y por último situada de frente, la madraza Tilla-Kari. Ideada en principio como una mezquita que también sirviera de madraza, fue la última en erigirse en el año 1660, y su nombre significa “cubierta de oro”, debido a la riqueza de los dorados utilizados en su cúpula, muros y minarete. Otro ejemplo de la grandiosidad y el poder de Tamerlán es la mezquita Bibi Khanum. Construida para ser la más grande de todo el imperio, en ella participaron los mejores artistas y arquitectos, e incluso se utilizaron elefantes para ayudar en el transporte de los materiales. Cinco años hicieron falta para finalizar esta gran obra, pero fue derribada por el Kan timur poco antes de ser terminada, “porque no alcanzaba las grandiosas proporciones” que él deseaba. Siguiendo los deseos del Kan los minaretes del portón principal llegaron a alcanzar los 50 metros. Esta soberbia altura y la rapidez en su construcción conllevó que la mezquita sufriera varios derrumbamientos a lo largo del tiempo, y que hoy sólo sea un destello de lo que fue. Otra de las visitas imprescindibles es la necrópolis Shah-i-Zinda, construida sobre la ladera de la colina Afrasiab, denominada así por el fundador de Samarcanda, y donde dicen está enterrado Qusam ibn Abbas, un primo de Mahoma (el profeta desnudo del Islam). Durante el imperio de Tamerlán construyeron aquí más de veinte mausoleos, en los que descansan las tumbas de varias personas de su familia y algunos de sus generales. Sin embargo, si por algo destaca este complejo es por los azulejos de cerámica mayólica en colores azules y turquesas que adornan los monumentos en forma de cenefas y dibujos geométricos de una belleza sin igual. Para ver la tumba del gran Tamerlán hay que desplazarse hasta el mausoleo Gur-Emir, precursor del renacer de un nuevo estilo arquitectónico en Asia Central con grandes portones y altas cúpulas azules Asimismo, merece la pena acercarse hasta el Observatorio de Ulug Bek, nieto de Tamerlán y también gobernador, que construyó en el año 1420 debido al interés que le suscitaban los temas astronómico y que se hizo famoso gracias al libro escrito por Ulugbek titulado Zidj y que contiene introducciones teóricas y un catálogo de 1.018 estrellas, así como por el inmenso sextante astronómico que utilizó para medir las posiciones de las estrellas con una precisión asombrosa. Como podéis notar, Samarcanda tiene mucho que ofrecer.