SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 6 de enero de 2023

AKHENATON: El Faraón que quiso ser Dios

Amenofis IV no fue un Faraón más de aquellos cuyo nombre es olvidado en un inmenso eje cronológico. Sus políticas hicieron que se estremecieran las arenas de Egipto desde el mismo momento en el que su padre (Amenofis III) pasó al más allá. Decidido e innovador, entendió que el politeísmo era una farsa promovida por sacerdotes interesados y proclamó el monoteísmo . Para él, la verdadera y única deidad a la que debía lealtad era Atón, el dios que representaba al disco solar en el firmamento. Por ello, se hizo llamar a partir de entonces Akhenaton, cuyo amalgama de significados abarca desde “Atón está satisfecho” , a “Espíritu eficaz de Atón” (esta última traducción, según explica el famoso egiptólogo Cyril Aldred en sus diferentes y amplios escritos). Akhenaton también fue uno de los primeros líderes de su tiempo que aparecía regularmente en público. Una práctica que llevaba a cabo acompañado de Nefertiti y de sus hijas. Y eso, a pesar de que la leyenda decía de él que era “asexuado o andrógino”. Sin embargo, no fueron sus tendencias sexuales las que le permitieron ganarse un espacio privilegiado en nuestra historia. Fue su decisión de llevarse la capital del reino (por entonces en Tebas) hasta una nueva ciudad la que le hizo famoso entre sus seguidores y odiado por aquellos que perdieron todos sus privilegios como los sacerdotes de Amón, que lo calificaron de “hereje” y no descansaron hasta su muerte. Pero no solo porque arrebató la importancia a una urbe hasta ese momento determinante como Tebas, sino porque su nuevo centro neurálgico fue Akhetatón (“El horizonte de Atón”, la actual Amarna), una ciudad fundada por él mismo que hubo que levantar desde los cimientos. Pero, como diría aquel, al César lo que es del César (o, en este caso, al Faraón lo que es del Faraón). Sumisos, sus ingenieros cedieron a sus caprichos e idearon un sistema que favoreció la construcción de la ciudad a la velocidad del rayo. En tan solo una década, la urbe se alzó - desafiante e imponente - ante los ojos del mundo. El egiptólogo y escritor Christian Jacq explica en su extensa y documentada obra Nefertiti and Akhenaton que “el futuro Akhenaton nació probablemente en el palacio de Malgatta, en la orilla oeste de Tebas”. Con todo, destaca que se ve obligado a afirmar “probablemente” debido a que a los cronistas no les interesaba el momento en que eran alumbrados los hijos de los faraones, sino solo el tiempo en el que eran coronados. Durante su infancia, el pequeño príncipe egipcio vivió en un país en su máximo esplendor económico y social. La paz era lo habitual por entonces, en contra de lo que habían vivido otros líderes como Tutmosis III (conocido como el “Faraón guerrero” por causas obvias). La relativa tranquilidad que se vivió durante el gobierno de su padre, Amenofis III , solo se veía turbada por el paulatino aumento de poder de la civilización hitita, a la que el Faraón infravaloró durante toda su vida. La serenidad y la gloriosa sombra de un progenitor al que poco le faltaba para ser el amo del Nilo fueron los pilares de la educación del futuro Akhenaton . “Hacia 1380 a. de C., Egipto posee un Imperio que se extiende desde las costas sirias hasta el Oronte y desde Nubia hasta la tercera catarata. En tanto, las buenas relaciones con Mitanni y Babilonia se mantienen”, añade el experto. Todos esos extensos territorios eran regidos desde la capital: Tebas. Una ciudad cosmopolita (y dedicada principalmente al dios Amón) en la que el politeísmo a diferentes divinidades era la base de un culto dominado por una poderosísima casta de sacerdotes. La misma que, poco a poco, había ganado un gigantesco poder en Egipto hasta el punto de influir directamente en la política. Y la misma que contaba con un auténtico entramado económico que le permitía ubicarse en la cima del poder social. No en vano, y como afirma la historiadora francesa Violaine Vanoyeke en Les grandes énigmes de l'Egypte, “tenían a su servicio numerosos funcionarios de menor rango encargados del tesoro, responsables de las obras, jefes de rebaños, contables, mayordomos, chambelanes, jefes de flota…”. A pesar de que Amenofis III fue uno de los primeros faraones en combatir indirectamente el poder de los sacerdotes, durante la infancia del futuro Akhenaton no se vivió ninguna ruptura religiosa. De hecho, y tras su ascenso al poder, al entonces Amenofis IV se le seguía representando rodeado de deidades (ejemplo de ello son las inscripciones del templo de Sesebi, en Sudán) y como “el elegido de Amón”. ¿Pero cuándo decidió iniciar su revolución religiosa? Esta pregunta sigue generando polémica a día de hoy, al igual que la posibilidad de que él y su padre mantuvieran una corregencia en vida. “Las fechas del reinado continúan siendo objeto de controversia: de 1 377 a 1360 según Redford , de 1364 a 1347 según Trigger y sus colaboradores, autores de una reciente historia social del antiguo Egipto, y de alrededor de 1353 a alrededor de 1336 para Yoyotte y Vernus en su trabajo de síntesis sobre los faraones... Y eso que me limito a citar tres hipótesis”, añade Jacq. En todo caso, fue entre los años 1 y 3 de su reinado cuando el todavía Amenofis IV decidió adoptar la figura de Atón (el disco solar) como la de su deidad principal. Todo ello, en detrimento de Amón. Algo considerablemente revolucionario para la época. El Faraón adoptó al Sol, bajo su forma de disco, como único dios de Egipto. Pero cabe precisar que esta figura solar no fue creada por nuestro protagonista, sino que ya existía con mucha anterioridad. Sin embargo, sí fue él quien le ofreció un puesto más que predominante en la sociedad. Esta idea la comparte también Jacq: “Atón no es una divinidad inédita en la religión egipcia. Desde la época de Tutmosis I, se le considera como una potencia creadora”. De esta manera, Akhenaton se presento como partidario de una única deidad, planteándose como objetivo primordial la eliminación de las deidades tradicionales erradicando su culto, al cerrar sus templos, confiscar sus riquezas y perseguir a sus sacerdotes, quienes fueron ejecutados sumariamente, obligando a los sobrevivientes a pasar a la clandestinidad. Pretendía destruir el anterior politeísmo egipcio y que se llegara a repudiar el culto de Amón. De esta forma trataba de repudiar la vieja religión mortuoria vinculada a Osiris. “Akhenaton abolió el ritual dedicado a Amón y a otros dioses menores que se celebraba todos los días, ya que era una costosa ceremonia llevada a cabo por una legión de sacerdotes que ‘despertaban’ a los dioses, los limpiaban, vestían, alimentaban y les hacían reverencias como si fueran reyes”. En palabras de este autor, Akhenaton fue destruyendo los clásicos ritos a las deidades egipcias y sustituyéndolos por otros totalmente nuevos. Lo que sí está claro es que, de la mano de su esposa Nefertiti, se elevó a la categoría de gran sacerdote de Atón en los primeros años de su reinado. Tal fue su convencimiento de que esta divinidad debía ser la preponderante, que se cambió oficialmente el nombre de Amenofis IV a Akhenaton (cuyo significado ha sido discutido a lo largo de los siglos, pero que vendría a significar “Siervo de Atón”). De esta forma, marcó el comienzo de lo que muchos autores han calificado de “revolución”: “Hay que destacar dos características particulares de la revolución de Akhenaton: fue una de las primeras impulsadas desde el poder, y […] todas sus reformas fueron hechas en nombre de la religión”. A partir de entonces, el Faraón creó de cero una nueva religión. O más bien “su nueva religión”. Este culto que vino acompañado de una serie de nuevas costumbres que como aquel donde el nuevo Faraón prohíbe a su pueblo que se arrodille y se humille ante él. Recorre los campos con su esposa, confraterniza y se mezcla con los fellahs, los anima en su tarea, él mismo abandona toda pompa en sus vestidos. Establece el matrimonio monógamo. Elimina todo tipo de ceremonial tanto en la Corte como en la religión. Prohíbe el fasto y los costosos desfiles. Una de sus frases que ha llegado hasta nosotros es: "Viviendo recta y honradamente es como se honra a Dios". Da orden de abolir la esclavitud y exhorta a los pobres, siervos y desvalidos a luchar por Atón cuya victoria significa la desaparición de la injusticia. Aconseja a las mujeres que sólo parieran dos hijos y se concentrasen en su cuidado. Se convierte asimismo en el primer ecologista del mundo y protector de los animales, prohibiendo la caza masiva. Como podéis imaginar, durante los siguientes años de reinado, Akhenaton entró en conflicto con los sacerdotes que rendían al culto al resto de dioses al relegarles a un segundo plano. El más damnificado fue el clero de Amón, que fue puesto al mismo nivel que el resto de religiosos y cuyo papel preponderante se esfumó. Al negarse a obedecer muchos de ellos pagaron con su vida tal atrevimiento, Junto a su importancia se marcharon también, y poco a poco, sus riquezas. Y es que, a partir de entonces el Faraón estableció que todas las nuevas ofrendas pasarían a engrosar los tesoros de los templos dedicados a Atón. “El rey lesionó forzosamente intereses individuales. Y si es cierto que prestó oído a ‘malos consejos’, lo hizo sin duda a conciencia, relegando a la sombra a quienes juzgaba incapaces de cumplir sus funciones religiosas”, añade Jacq. Por si esto fuera poco, en el año 9 de su reinado cargó frontalmente (más si cabe) contra Amón y sus seguidores al ordenar eliminar el nombre de este dios de todos los templos. Así define este suceso el egiptólogo francés Georges Legrain en una de sus obras: “Por todas partes se proscriben o destruyen por orden real las imágenes de Amón. Pocos monumentos, tumbas, estatuas, estatuillas, incluso objetos menudos escaparon a las mutilaciones... Se llega a escalar hasta lo más alto de los obeliscos y a descender al fondo de las tumbas para destruir los nombres y las Imágenes de los dioses”. Aunque otros expertos como Jacq califican sus palabras de exageradas, lo cierto es que el impacto social si fue destacable. ¿Qué buscaba Akhenaton con esta “herejía”? Su objetivo era terminar con su influencia y lograr, de una vez por todas, que Atón reinara en solitario, como única y verdadera deidad. La decisión, con todo, no le salió barata. Y es que –como especifica Jacq- ha sido tildado a día de hoy de “loco , fanático , sectario , epiléptico , verdugo y demente, empeñado en vengarse de un clero que le odiaba” aunque hoy podríamos calificarlo acertadamente como un reformador religioso. Poco antes de comenzar su revolución, y cuando apenas sumaba cuatro años al frente de Egipto, Akhenaton tomó una de las decisiones más arriesgadas de su reinado, estableciendo que abandonaría Tebas y trasladaría la capital del imperio hasta una nueva ciudad. Lo curioso es que esta urbe no estaba siquiera edificada , sino que tendría que ser levantada de la nada y, según su decisión, a más de 350 kilómetros de la su habitual residencia . Según afirmó, el mismo Atón le dijo que alzara sobre aquellas vírgenes llanuras ubicadas entre montañas una metrópoli digna. Lo cierto es que su decisión bien podría ser terrenal ya que casualmente, el emplazamiento se hallaba a medio camino entre Menfis (capital del Imperio Antiguo) y Tebas (capital del Imperio Nuevo). Con todo, e independientemente de si tomó esta determinación de forma consciente o no, Akhenaton se empeñó en que su megalópolis debía estar edificada cuanto antes. Así fue como se inició una batalla contra el reloj para construir la metrópoli de Akhetatón , la actual Amarna . A día de hoy, un recuerdo perceptible únicamente gracias a las ruinas que han sobrevivido al paso del tiempo, y a las paredes de piedra que marcaba sus límites. Las mismas en las que el Faraón ordenó tallar (y así dejar constancia) de la urbe. La ansiedad de Akhenaton hizo que su capital fuera edificada en poco menos de una década mediante nuevas técnicas de construcción. El ejemplo más claro es que los arquitectos apostaron por usar bloques más pequeños y manejables (principalmente de adobe) en lugar de los tradicionales, más grandes y resistentes. Otro tanto pasó con las estatuas: los escultores se vieron obligadas a elaborarlas por módulos (y mediante materiales de menor calidad) para ganar su particular carrera al tiempo. Estas novedades permitieron que la urbe naciera en poco menos que un suspiro (las estructuras básicas estuvieron edificadas sumamente rápido) y que pudiera ser ‘fabricada’ por mano de obra inexperta, pero la condenó a perderse con el paso de los años ante las inclemencias del desierto y el odio de sus enemigos, que la arrasaron a su muerte, casi completamente. “Fueron muchos los artesanos de Tebas que vinieron a instalarse a Akhetatón , pero tuvieron que luchar contra un enemigo poderoso: el tiempo. Como hemos dicho, Akhenaton tenía prisa. Por lo tanto, el conjunto de las paredes maestras sufrió a veces las consecuencias de la rapidez de los trabajos”, añade Jacq en su obra. Con todo, la premura no impidió que Akhetatón se convirtiera en una de las ciudades más bellas de Egipto. Al menos mientras estuvo en pie. Tal solo cuatro años después de que comenzaran las obras ya había habitantes allí . Y ya en el sexto año de su reinado, Akhenaton se trasladó junto a su gigantesca corte a ella. Junto a él se marcharon artesanos, funcionarios, militares y un larguísimo etc. que, por descontado, redujeron considerablemente la población y la riqueza de Tebas. La otrora capital se vio obligada además a ver como el comercio más destacado (así como los ingresos y ayudas principales del Faraón) se marchaban con él hacia Akhetatón. “Los testimonios conservados tienden a demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas, espacios verdes y barrios muy bien concebidos. La corte encontró una capital atrayente, en la que podía latir el corazón de Egipto”, determina Jacq. La ciudad se extendía a lo largo de casi 15 kilómetros, como una gran faja que bordeaba la margen oriental del Nilo. En las montañas rocosas que se levantaban a espalda de la gran ciudad se fue creando la gran necrópolis. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de la nueva metrópolis es que disponía de un gigantesco templo sin techo (abierto al sol) con cientos de mesas de ofrendas. La ciudad continuó siendo el centro de Egipto hasta la muerte del Faraón en el 1332 a.C. Hay quienes creen que fue asesinado para que su reinado terminara. Entonces su capital fue totalmente abandonada. “Con Akhenaton también se marchó su monoteísmo y su particular culto único a Atón. El sueño del revolucionario líder, se apagó. Luego de que el grueso de los pobladores de Akhetatón regresaran a Tebas, la nueva urbe fue sistemáticamente destruida y borrada de la memoria, junto con el culto a Atón y el mismo Akhenaton, quien por mucho tiempo fue sólo recordado por ser el padre del insignificante Tutankamón, su sucesor, únicamente famoso por los tesoros que se encontró en su tumba intacta. Una vez que ascendió al trono, restauro el culto a los antiguos dioses y los sacerdotes regresaron, más poderosos que nunca. Y la vida volvió a la ‘normalidad’. Ningún faraón egipcio volvió jamás a tratar de cambiar el orden establecido o a desafiar a los dioses. Es más, los que vinieron luego de Akhenaton se esforzaron por destruir cualquier rastro de él y de su culto. Sus estatuas fueron derribadas y, para despojarlas de significado, las piedras de sus templos usadas como material de construcción de otros nuevos. Esas rocas talladas con la imagen de Atón y el Faraón ‘hereje’ quedaron ocultas para que nadie las volviera a ver” aseveró. La ironía es que eso las preservó para la posteridad: en la década de 1920 empezaron a emerger y mucho de lo que sabemos de Akhenaton y el culto de Atón proviene únicamente de los artefactos y textos que no fueron destruidos. No cabe duda que por todo lo que representa, Akhenaton sigue siendo una figura controvertida y enigmática en la milenaria historia del antiguo Egipto.
actualidad cultural
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