Le llamaron "demente", "senil" y cosas peores. Hasta su más devoto defensor, el crítico John Ruskin, advirtió que sus últimas obras eran "un claro indicador de su enfermedad mental". Y sin embargo, Joseph Mallord William Turner seguía creando como si nada en su estudio, ajeno a los naufragios y a las tormentas, revisando sus paisajes inmortales y experimentando con la luz como nunca antes. "El mito del pintor de la luz envuelto en las tinieblas en el ocaso de su vida ha persistido hasta hace relativamente poco", advierte David Blayney Brown, comisario de 'Late Turner: Painting Set Free': una deslumbrante muestra del Turner tardío que abre sus puertas esta semana en la Tate de Londres. "Los críticos de su época no tuvieron piedad con él, y es cierto que el pintor acabó sumido en una depresión tras la muerte de su padre", recalca Blayney. "Pero hasta sus años finales siguió pintando con una gran intensidad, y experimentando por igual con el óleo y con la acuarela. Muchos de los cuadros de esa época nunca fueron exhibidos, ni siquiera sabemos con certeza si Turner llegó a considerarlos como acabados". "Existe también otra leyenda que conviene también desmontar: la del pintor romántico como precursor del impresionismo o del arte abstracto", asegura el comisario de Late Turner. "Sus últimas obras no son exactamente una ruptura, sino el final de un proceso. Turner explora y experimenta, pero es algo que ha estado haciendo toda la vida. Es cierto que se desmarca de otros pintores victorianos, pero lo hace para ponerse al día y sin una intención clara de crear escuela". De hecho, en el último Turner se dan la mano el pasado y el futuro. Ahí están, siempre bien patentes, su obsesión por el mar y esa visión épica y narrativa del paisaje, si acaso más difusa. La progresión se acentúa, eso sí, en el momento en que el pintor deja atrás los grandes formatos y elige los marcos cuadrados y redondos, donde sus obras adquieren aún más esa cualidad giratoria de vórtice o torbellino. Pese a la variedad temática, los nueve cuadros reunidos en 'La cuadratura del círculo' (una exquisita selección de obras realizas entre 1840 y 1846) son un fascinante viaje a ese último Turner que tanto mareó a los críticos. Mención especial merece ese 'Luz y Color (teoría de Goethe): la mañana después del Diluvio-Moisés escribiendo el libro del Génesis' que llegó a ser exhibido en 1843 y que creó el total desconcierto. A la misma época pertenecen dos acuarelas que desafían también a la tradición realista: 'Un fuego en la Torre de Londres' y 'El sol avanzando hacia el mar en Venecia'. Hasta el final de sus días buscó refugio en las costas de Kent para huir ocasionalmente del marasmo de Londres, donde buscó siempre la cercanía del Támesis, La Tate se suma así, con esta deslumbrante muestra de todo lo que fue capaz de iluminar el maestro después de los sesenta, Turner fue uno de los primeros pintores libres, y desde esa libertad logró acercarse a lo sublime.