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viernes, 11 de julio de 2025
LOS MOLDES DE POMPEYA: Inmortalizando una tragedia
Al amanecer de, probablemente, el 25 de octubre de 79 d. C., Pompeya despertó casi sepultada bajo cenizas y escombros volcánicos. La visibilidad era escasa y el aire irrespirable. Los edificios colapsaban bajo el peso del material volcánico, sepultando a quienes buscaban refugio, mientras pequeños sismos e incendios agravaban la devastación.Durante una de las pausas de la erupción, quienes habían sobrevivido hasta entonces emprendieron una huida desesperada. Entre ellos, un grupo de cuatro personas avanzaba con dificultad por una calle cercana a las termas Estabianas, en el centro de la ciudad. Un hombre portaba un tesoro de monedas, seguido por dos jóvenes y una mujer con joyas y objetos valiosos. El calor y la ceniza hacían el camino casi imposible. No pudieron llegar muy lejos. Al poco tiempo fueron alcanzados por la última oleada piroclástica que acabó con sus vidas. Sus cuerpos, depositados sobre metros de material volcánico acumulado durante las horas previas, permanecieron intactos, olvidados. Nada apuntaba a que serían los protagonistas de uno de los grandes descubrimientos de la arqueología pompeyana.Entre los días 3 y 7 de febrero de 1863, durante las excavaciones de un callejón cercano a las termas Estabianas, que conectaba con la vía de la Abundancia, Giuseppe Fiorelli encontró los restos de cuatro individuos sobre unos cinco metros de material volcánico. Todo indicaba que habían fallecido mientras intentaban huir sobre metros de material volcánico, a pocas horas de que la erupción hubiese comenzado.Las cavidades evidentes entre sus huecos y la ceniza y lapilli (pequeños fragmentos de lava) llevaron al director de las excavaciones de Pompeya a rellenar los espacios con yeso líquido. El resultado resultó tan novedoso como impactante. Acababan de recuperarse del olvido la agónica impronta y los últimos segundos de vida de cuatro víctimas que habían perecido durante el desastre.Aunque el método de Fiorelli supuso un hito en la historia de la arqueología, desde el siglo XVIII, los arqueólogos habían intentado inmortalizar los últimos momentos de los pompeyanos. En 1772, por ejemplo, en la villa de Diomedes se encontraron numerosas víctimas que buscaron refugio en uno de los criptopórticos. Entre ellas, llamó la atención el cuerpo de una joven que portaba un collar, pendientes, broche, pulseras y tiara de oro, y que murió cubriéndose el rostro con sus ropajes. De ese grupo de individuos solo se conservaron los relieves de los brazos y un pecho de la joven, que fueron llevados al Museo de Portici.Durante las décadas posteriores, los arqueólogos experimentaron con todo tipo de técnicas para intentar preservar materiales orgánicos y estructuras arquitectónicas en madera, cuyas improntas se entreveían en el registro arqueológico. En 1856, por ejemplo, se creó el primer calco de una puerta, que pronto comenzó a reproducirse en otros lugares de la ciudad, también en ventanas y otros vanos.La técnica de Fiorelli consistía en identificar el vacío creado en el registro arqueológico debido a la descomposición de la materia orgánica (madera, restos animales o humanos); tras ello, se inyectaba yeso, y, una vez endurecido, se procedía a la excavación y extracción de los moldes. Los cuatro primeros calcos realizados en febrero de 1863 fueron expuestos en distintas partes del yacimiento, aunque quedaron eclipsados, al poco tiempo, por nuevos hallazgos impactantes, como el perro de la casa de Orfeo en 1874.La expectación generada pronto llegó a los medios nacionales e internacionales. Por primera vez, luego de más de un siglo de excavaciones, se podía contemplar la angustiosa muerte cara a cara. Luigi Settembrini, un célebre intelectual italiano, expresó su asombro de la siguiente manera: “Hasta ahora hemos descubierto templos, casas y objetos que atraen la curiosidad de los cultos, los artistas y los arqueólogos; pero ahora, mi querido Fiorelli, has descubierto el dolor humano, y ese es un hallazgo que todos los hombres sienten profundamente”.Marc Monnier, que visitó las ruinas al poco tiempo de los primeros calcos de Fiorelli, reflexionó de manera única sobre los mismos: “(…) nada podría ser más impactante que ese espectáculo. No son estatuas, sino cadáveres moldeados por el Vesubio; los esqueletos siguen allí, en esas envolturas de yeso que reproducen lo que el tiempo habría destruido y lo que las cenizas húmedas han conservado: la ropa y la carne, podría decirse que la vida misma (…). Los pompeyanos exhumados son seres humanos a quienes vemos en la agonía de la muerte”.Desde entonces, la realización de calcos a las víctimas que presentaban una oquedad en el registro arqueológico ha llevado a completar más de un centenar de ejemplos que, de manera personalizada, representan la agónica muerte que miles de personas enfrentaron aquel día. Muchos de estos calcos fueron depositados en el Antiquarium, o Museo de Pompeya, bombardeado el 24 de agosto de 1943 por los estadounidenses durante la guerra, perdiéndose numerosos ejemplares. A los noventa documentados en el 2014 han de añadirse los cada vez más numerosos calcos realizados recientemente, en el transcurso de las excavaciones de la villa suburbana de Cività Giuliana, la región V o la región IX.El realismo y la calidad de los calcos de yeso varían según la época en la que fueron realizados y el tipo de material utilizado. Al principio se usaba el yeso alabastrino, pero, en épocas posteriores, este material fue sustituido por la escayola o, incluso, el cemento, lo que provocó una disminución de la calidad de los calcos y el realismo que presentaban.Estas piezas, contenedores de los restos mortales de quienes perecieron en la erupción, han sido objeto de distintas técnicas para lograr un resultado único que permitiera contemplar sus últimos instantes, así como conservar sus restos óseos. Así, en la cercana Oplontis, en 1984 se realizó el calco en resina de una mujer enjoyada con una pulsera y pendientes, que pretendía mostrar la estructura ósea y la postura de la muerte. Sin embargo, el oscurecimiento del molde con el paso del tiempo hizo que se descartara la técnica y se volviera al yeso.A la colección de víctimas humanas se unen los calcos de algunos animales, como un perro, un cerdo o équidos, que permiten conocer numerosos aspectos sobre la fauna en época romana. En las excavaciones más recientes, además, se han recuperado los restos de mobiliario e instrumental de trabajo, camas y otros enseres en Cività Giuliana. En pleno corazón de Pompeya, en la región V, camas más elaboradas, así como las mesitas e incluso la suela de una sandalia, nos muestran un dormitorio de una mansión con un larario pintado en su jardín. Las descripciones que poseemos en las fuentes clásicas nos permiten identificar el tipo de mobiliario y los objetos que, ahora en yeso, son rescatados de las oquedades del material volcánico.Recientemente, la aplicación de tomografías computarizadas y radiografías ha revolucionado la narrativa en torno a los calcos y las historias de las víctimas que contienen. Por ejemplo, algunos de los estudios muestran cómo muchos de estos calcos fueron manipulados, extrayendo parte de los huesos, incluyendo elementos metálicos para crear posturas, o incluso alterando el depósito arqueológico original, fruto de la búsqueda del agónico dramatismo de la muerte como resultado de la intervención. Estos procedimientos dañaron, en muchos casos, los restos óseos de las víctimas.El uso de nuevas tecnologías ha permitido reescribir la interpretación moderna que habíamos realizado de los calcos. Así, quien había sido identificada como una mujer embarazada no es sino una mujer de avanzada edad que no podía estar en edad de gestación, como confirman los datos extraídos del análisis de su dentadura. Igualmente, la conocida como familia procedente de la casa del Brazalete de Oro, tradicionalmente interpretada como una familia nuclear (padre, madre e hijo), ha resultado ser, a través de estudios óseos y análisis de ADN, un grupo de personas sin parentesco biológico que, tal vez, se refugiaron juntas durante la erupción.Hoy, tras más de ciento sesenta años desde la realización del primer calco de una víctima humana en Pompeya, poseemos una colección única de materiales orgánicos, animales y personas que son testimonios de los últimos instantes de vida de la ciudad, segundos antes de ser consumidos por las altas temperaturas. Así, junto a esta nueva revisión tecnológica de los últimos instantes de vida en Pompeya, los estudios más recientes han establecido un sólido marco metodológico ético que busca salvaguardar la integridad de los restos humanos encontrados durante las excavaciones, actuando bajo unas normas establecidas al respecto.
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