SONIDOS DEL MUNDO

viernes, 12 de mayo de 2023

LA FUNDACIÓN DE CONSTANTINOPLA: Una capital imperial levantada para la gloria de su constructor

El 11 de mayo del año 330 fue inaugurada con la mayor solemnidad la que durante más de mil años, fue nueva capital del mundo: Constantinopla. Su fundador, Constantino I el Grande, la llamó Nova Roma. Con ello indicaba que la vieja urbe del Tíber estaba en declive, pero el Imperio contaba ahora con una digna sucesora. La nueva metrópolis consistía en una reconstrucción monumental de la colonia griega de Bizancio, allí donde Europa y Asia se enlazaban en el estrecho del Bósforo. La creación de Constantinopla, o ciudad de Constantino, que fue el nombre utilizado desde el principio por la gente, venía a solucionar varios problemas. El primero era que la sede tomaba el relevo de la antigua Roma, relegada ya por Diocleciano como centro del estado.Además, la ciudad de Constantino corregía en buena medida la dispersión de la autoridad originada por la multiplicación de capitales, primero debido a la anarquía militar y luego por la implantación de la tetrarquía. Constantinopla permitía además mantener a raya en primera línea a los pueblos danubianos, al oeste, y al Imperio persa sasanida, al este. Eran dos fronteras endémicamente conflictivas. El emplazamiento resultaba fácil de defender. Rodeado por agua, bastaba fortificarlo por un solo flanco, el único terrestre, el occidental (sin embargo, los ataques marítimos al asentamiento irrumpirían décadas posteriores a la muerte de Constantino). La ciudad, además, se hallaba en una transitada encrucijada de rutas comerciales. Tampoco debemos olvidar entre las conveniencias de una nueva capital el factor simbólico o de propaganda. Constantino era un hombre ambicioso, ansiaba pasar a la historia. Para ello, nada como fundar una ciudad a su medida, monumento vivo a la memoria de un líder. No se equivocó.La creación de Constantinopla, como la legalización del cristianismo, fue su mejor baza de cara al futuro. Mientras Roma claudicó ante los bárbaros en 476. El Imperio oriental - el bizantino - dirigido desde el Bósforo, duró casi un milenio más hasta la su caida a manos de los invasores turcos en 1453. Pero el legado constantiniano tampoco ha desaparecido del todo a partir de entonces. Aunque islamizado y modernizado, ha perdurado de algún modo en vestigios arquitectónicos y urbanísticos del casco antiguo de Constantinopla. Cabe precisar que el proyecto de Constantino de transferir la sede imperial fuera de Roma no era nuevo. Ya Julio César, cuenta Suetonio, había imaginado mudar la capital de la República a la egipcia Alejandría. Pero fue durante la anarquía militar (235-285) cuando el papel de Roma se vio seriamente afectado. Los generales golpistas que se autocoronaban establecían su capital en cualquier centro urbano en que estuvieran acantonados. Esta atomización se agudizó con la tetrarquía de Diocleciano. En 303, durante la única visita a Roma del augusto, este llegó a la conclusión de que Roma era demasiado decadente para continuar siendo el núcleo del Imperio occidenta.Él gobernó desde Nicomedia,
como haría luego Licinio, el aliado y posteriormente adversario de Constantino. Otros tetrarcas se instalaron en Rávena, Milán, Tréveris, Eboracum (York) o Tesalónica. Con la fundación de Nova Roma, Constantino hizo volver las cosas temporalmente a su cauce. Resulta significativo que la decisión de edificarla fuera tomada por Constantino apenas unas semanas más tarde de haber derrotado a Licinio en Crisópolis. En el campo de batalla, el Grande reunificó el territorio estatal, dividido en dos hemisferios. Lo siguiente fue buscar una capital estable para el Imperio que iba a reestructurar a su parecer, como monarca absoluto. Tras estudiar otras posibilidades, desde la legendaria Troya, en Asia Menor, a Naissus, donde había nacido, Sérdica (Sofía) o Tesalónica, se decantó por fundar la sede de su gobierno en el emplazamiento heleno de Bizancio. En cualquier caso, todas las opciones analizadas se situaban en el oriente del Imperio. La inclinación al este del eje político se percibía desde hacía siglos. Pese a instaurar la tetrarquía, Diocleciano, antecesor de Constantino y el emperador de más peso en el sistema cuatripartito, se había reservado el augustado de Oriente y se había instalado en Nicomedia. Oriente era más rico, más prestigioso como cuna de refinadas civilizaciones y, además, aceptaba por tradición el talante teocrático que iba adquiriendo el mandato imperial en la Roma tardía. Y cuando Constantino construyó su capital en Bizancio, no hizo sino confirmar el traslado definitivo al este del poder romano. Existe un icono donde aparece Constantino presidiendo el Primer Concilio de Nicea (325) y teniendo anacrónicamente el texto del Símbolo niceno constantinopolitano en la forma adoptada en el Primer Concilio de Constantinopla (381). Esto ocurrió el 3 de noviembre de 324. Ese día el emperador empezó las obras de la ciudad. Siguiendo un rito pagano, dibujó con la punta de una lanza una curva desde el mar de Mármara hasta el Cuerno de Oro. El perímetro trazado comprendía un área tres o cuatro veces mayor que la de la Bizancio griega remodelada hacía poco más de un siglo por Septimio Severo. El primer establecimiento databa, según la leyenda, de 658 a. C. Una expedición helena de Megara, comandada por Bizas, tomó una aldea que había en el lugar llamada Ligos. Pese a su soberbia localización, la colonia de Bizas, Bizancio, pronto vio frenado su desarrollo debido a los avatares bélicos. Las guerras médicas, la del Peloponeso y la acción de Filipo II de Macedonia devastaron la región. Posteriormente, la ciudadela tuvo que lidiar con la República romana. Firmó una alianza con el Senado, que permitió al enclave la percepción de las tasas aduaneras del Bósforo, base de su riqueza. También la Roma imperial congenió con la colonia griega, respetando su régimen democrático. Solo hubo un tropiezo, cuando ascendió al trono Septimio Severo. Bizancio se asoció con un adversario de este césar, por lo que Severo, tras asediar la urbe de 193 a 196, demolió sus murallas y edificios públicos y la subordinó a Heraclea. Sin embargo, el incidente fue olvidado pronto. El emperador restauró los derechos autonómicos y aduaneros, además de levantar los baños de Zeuxipos y comenzar la construcción del hipódromo. Durante la anarquía militar, Galieno volvió a ensañarse con la colonia en 262, pero fue reparada enseguida. Por cierto, la Nova Roma tenía cierto parecido a su referente del Tíber. Un ejemplo, las siete colinas. Sin embargo, fue necesario mucho esfuerzo para modelar una metrópolis a la altura de la ambición del augusto. Miles de esclavos se ocuparon de esta labor. Entre la mano de obra hubo 40.000 soldados federados de procedencia goda. Para realzar la imagen de la ciudad se trajeron monumentos de los cuatro confines del Imperio. Esculturas, columnas, mosaicos, tablas pintadas y obeliscos fueron acarreados desde Alejandría, Luxor, Éfeso y Antioquía, y sobre todo desde Atenas. También se atrajo a Constantinopla a gentes de todas las naciones y profesiones. El emperador estableció allí su residencia, trasladó el Senado y la corte, fijó la administración central y declaró el territorio itálico, es decir, libre de impuestos.
Todas estas medidas dieron un impulso increíble a la metrópolis. Constantinopla fue adquiriendo a un ritmo vertiginoso la magnificencia que la haría brillar en los siglos por venir. Basta un dato sobre su rápido crecimiento. Se calcula que el día de su inauguración, el 11 de mayo de 330, contaba con unos 30.000 habitantes. Un siglo más tarde superaba los 300.000. Pese a defender el cristianismo, al que dio cabida en la fundación solemne, el emperador consagró la ciudad de acuerdo con el ceremonial pagano esa primavera de 330. Presidió en persona el ritual, asistido por el sumo sacerdote Vetio Agorio Pretextato y el filósofo neoplatónico Sopatro, que actuó como augur. Cuando las obras concluyeron, en 336, Constantinopla era un conjunto impactante. En el casco antiguo, cerca de una acrópolis con templos a las deidades tradicionales y dos iglesias (Santa Sofía y Santa Irene), destacaban el enorme palacio imperial y el hipódromo de Septimio Severo, que Constantino había ampliado a dimensiones colosales y conectado con su nueva residencia. Esta zona estaba comunicada con la reciente ampliación a través de una lujosa avenida porticada y un foro circular, con una estatua solar del augusto expuesta en una altísima columna. En torno al nudo monumental se veían la sede del Senado, el Capitolio, la puerta Dorada y una fuente espectacular llamada nymphaeum. Puertos, edificios administrativos, almacenes, baños públicos, teatros y plazas completaban lo más llamativo de su perfil, ceñido por sólidas murallas al oeste, junto a las cuales se levantaba la iglesia-mausoleo de los Santos Apóstoles. De esta manera, Constantinopla estaba preparada para afrontar su hegemonía sobre el mundo. Aún habría de esperar dos siglos, hasta mediados del VI, la era de Justiniano, para convertirse en la joya, medio oriental y medio occidental, decididamente bizantina, que encandilaría a la cristiandad medieval, por ser su ciudad más populosa y opulenta y la cabeza del Imperio romano de Oriente. Sin embargo, el proyecto de Constantino ya había comenzado con buen pie. Sentenciada la metrópolis ancestral del Tíber, que no tardaría en caer bajo los bárbaros, la capital del Bósforo permitió prolongar mil años más - a su manera, hablando en griego y con rasgos orientales - la estela de Roma, una potencia sin parangón en la Antigüedad que estaba entrando en su declive. Con la caída de Constantinopla en manos de los turcos el 29 de mayo de1453 - una fecha infausta en la historia de la humanidad - el Imperio Bizantino llego a su fin, pero su legado ha sabido perdurar hasta el día de hoy,
actualidad cultural
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