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viernes, 12 de abril de 2024
LOS CABALLEROS TEMPLARIOS: Mas que una orden religiosa
Fue una orden militar católica medieval cuyos miembros combinaban la destreza marcial con la vida monástica y defendían los lugares santos cristianos y a los peregrinos en Oriente Medio y en otros lugares. Los caballeros templarios se establecieron en torno a 1119, y recibieron el reconocimiento papal en 1129. Su sede estaba inicialmente en Jerusalén y luego en Acre, convirtiéndose en una élite importante de los ejércitos cruzados. Con el tiempo, los caballeros templarios llegarían a ser muy poderosos, llegando a controlar tierras y castillos en Levante y por toda Europa. Acusada “de herejía, corrupción y de llevar a cabo prácticas prohibidas”, la orden fue atacada por el rey francés Felipe IV (que reinó de 1285 a 1314) el viernes 13 de octubre de 1307 y posteriormente desmantelada oficialmente por el papa Clemente V en 1312. La orden se formó en torno a 1119, cuando siete caballeros, liderados por un caballero noble francés de Champaña, Hugh de Payns, juraron defender a los peregrinos cristianos en Jerusalén y la Tierra Santa, para lo que creó una hermandad que adoptó votos monásticos, incluido el de pobreza, y cuyos miembros vivían juntos según un código de conducta establecido. En 1120, Balduino II, el rey de Jerusalén, que gobernó de 1118 a 1131, entregó a los caballeros su palacio - la antigua mezquita de Aqsa en el Templo del Monte de Jerusalén - para que lo usaran a modo de sede. El edificio se conocía comúnmente como "El templo de Salomón", por lo que a la hermandad pronto se la empezó a llamar "la Orden de los Caballeros del Templo de Salomón, o simplemente "templarios". Fueron reconocidos oficialmente como orden por el papa Honorio II (1124-1130) en el Concilio de Troyes en enero de 1129. Fue la primera orden militar en crearse, y en un principio se los consideraba como una rama de los monjes cistercienses. En 1145, los caballeros de la orden recibieron permiso para llevar en manto con capucha blanco que los cistercienses habían hecho suyo. Los caballeros adoptaron pronto su distintiva capa blanca y empezaron a usar la insignia de la cruz roja sobre un fondo blanco. La doctrina religiosa no presentaba ningún impedimento a la lucha, siempre y cuando fuera por una causa justa: las cruzadas y la defensa de la Tierra Santa era exactamente ese tipo de causa. Así que la orden recibió el respaldo oficial de la Iglesia. La primera gran batalla en la que participaron los caballeros templarios fue en 1147 contra los musulmanes durante la segunda cruzada (1147-1149). La orden creció gracias a las donaciones de los simpatizantes que reconocían la importancia de su papel como defensores de los pequeños estados cristianos de Levante. Otros, desde los más pobres hasta los más ricos, daban lo que podían simplemente por asegurarse una buena vida tras la muerte y, como se podía mencionar a los donantes en las misas y las oraciones, puede que también buscaran una vida mejor en el presente. La orden recibía donaciones de todo tipo, pero las más comunes eran dinero, tierras, caballos, equipo militar y comida. A veces también se donaban privilegios, lo que permitía a la orden ahorrar en sus propios gastos. Los templarios también invertían el dinero en comprar propiedades que producían ingresos, con lo que acabaron poseyendo granjas, viñedos, molinos, iglesias, pueblos y cualquier otra cosa que considerasen una buena inversión. Otra manera de aumentar las arcas de la orden era gracias a botines y tierras adquiridas como resultado de campañas victoriosas, además de que también podían exigir tributos a las ciudades conquistadas, las tierras bajo el control de los castillos templarios, y los estados rivales más débiles en Levante. Con el tiempo, la orden pudo establecer centros secundarios en la mayoría de estados de Europa Occidental, que se convirtieron en fuentes importantes de ingresos y de reclutas. Puede que el dinero entrara a espuertas desde todos los rincones de Europa, pero también tenían que hacer frente a un alto coste. Mantener a los caballeros, sus escuderos, sus caballos (a menudo cada caballero tenía cuatro), su armadura y el resto del equipo drenaba las finanzas de los templarios. También tenían que pagar impuestos al Estado, hacer donaciones al papado, y a veces pagar diezmos a la iglesia, además de otros pagos a las autoridades locales, mientras que realizar misas y otros servicios tampoco era nada barato. Los templarios también tenían un propósito caritativo, y se suponía que tenían que ayudar a los pobres. Una décima parte del pan que producían, por ejemplo, se repartía entre los necesitados a modo de limosna. Por último, los desastres militares tenían como resultado las pérdidas tanto de hombres como de propiedad en cantidades enormes. No se conocen con exactitud las cuentas de los templarios, pero es bastante probable que la orden nunca fuera tan rica como todo el mundo cree. A partir del siglo XII, los templarios ampliaron su influencia y lucharon en las campañas cruzadas en la península ibérica, en la Reconquista, para varios gobernantes españoles y portugueses. También operaron en las cruzadas bálticas contra los paganos, y para el siglo XIII los caballeros templarios tenían tierras desde Inglaterra hasta Bohemia y se habían convertido en una orden militar verdaderamente internacional, con muchísimos recursos a su disposición: hombres, armas, equipo y una importante flota naval. Los templarios habían establecido un modelo que sería copiado por otras órdenes militares como los caballeros hospitalarios y los teutónicos. Pero hay un área en la que los templarios realmente destacaron: la banca. Como los lugareños las consideraban lugares seguros, las comunidades y los conventos templarios se convirtieron en depósitos de dinero, joyas y documentos importantes. La orden tenía sus propias reservas de dinero en efectivo, que, ya desde 1130, se aprovecharon como préstamos con intereses. Los templarios llegaron incluso a permitir a la gente depositar el dinero en un convento y, siempre y cuando pudieran presentar la carta adecuada, a transferirlo y retirar el dinero equivalente de otro convento diferente. Otro de sus servicios bancarios primitivos consistía en que la gente podía tener lo que hoy en día se llama una cuenta corriente con los templarios, en la que pagaban depósitos regularmente y acordaban con los templarios el pago, de parte del titular, de una suma fija a quienquiera que nombrara el titular. Para el siglo XIII, los templarios se habían convertido en unos banqueros lo suficientemente competentes y de confianza como para que los reyes de Francia y otros nobles mantuvieran su tesorería con la orden. Los reyes y los nobles que partían a las Cruzadas a la Tierra Santa, para poder pagar a sus ejércitos en el momento y suministrar provisiones, a menudo adelantaban grandes sumas de dinero en efectivo a los templarios para poder retirarlas una vez llegados a Levante. Los templarios incluso prestaban dinero a los gobernantes y así se convirtieron en un elemento importante de la estructura económica cada vez más sofisticada de la Europa medieval. Los reclutas provenían de toda Europa Occidental, aunque Francia fue la fuente más importante. Estaban motivados por un sentido de obligación religiosa a defender a los cristianos de todas partes, pero especialmente de la Tierra Santa y los lugares sagrados, como penitencia por los pecados cometidos, o como una manera de asegurarse la entrada al Cielo, o por razones más mundanas como la búsqueda de aventura, las ganancias personales, la promoción social o sencillamente unos ingresos regulares y comidas decentes. Los reclutas tenían que ser hombres libres e hijos legítimos, y si querían convertirse en caballeros medievales, a partir del siglo XIII tenían que ser descendientes de caballeros. Aunque era raro, un hombre casado podía unirse a la orden siempre y cuando la esposa estuviera de acuerdo. Se esperaba que muchos reclutas hicieran una donación importante al entrar en la orden, y como las deudas estaban muy mal vistas, la situación económica del recluta ciertamente era un aspecto a tener en cuenta. Aunque algunos menores se unían a la orden, por supuesto enviados por sus padres con la esperanza de que un hijo menor que no iba a heredar nada recibiera un entrenamiento militar útil, la mayoría de los reclutas tenían entre 20 y 30 años. Algunos reclutas se unían más adelante. Un ejemplo es el caballero inglés Sir William Marshal, que murió en 1219 y que, al igual que muchos nobles, se unió a la orden justo antes de morir, le dejó dinero en su herencia y fue enterrado en la iglesia del Temple, en Londres, donde todavía se puede ver su efigie. Dentro de la orden había dos rangos: caballeros y sargentos, y en el segundo rango estaban incluidos los seglares y el personal civil. La mayoría de reclutas pertenecía al segundo rango. De hecho, el número de caballeros dentro de la orden era sorprendentemente pequeño. Puede que en cualquier momento dado no hubiera más de unos pocos cientos de monjes templarios, aunque en periodos de guerras intensas puede que el número ascendiera hasta los 500. Estos caballeros habrían estado superados por mucho por los demás soldados que usaba la orden, como la infantería (los sargentos o reclutas de tierras vasallas) y los mercenarios (especialmente arqueros), así como escuderos, porteadores y demás personas no combatientes. Entre los demás miembros de la orden se contaban los sacerdotes, los artesanos, los peones, los sirvientes e incluso algunas mujeres miembros de conventos afiliados. La orden estaba dirigida por el Gran Maestre, que estaba en la cima de una pirámide de poder. Los conventos se agrupaban en regiones geográficas conocidas como prioratos. En las zonas turbulentas como el Levante, había muchos conventos en castillos mientras que en otras partes se establecían para controlar las áreas en manos de la orden. Cada convento estaba regido por un "preceptor" o "comandante", que respondía al jefe del priorato en el que se encontraba el convento. Las cartas, los documentos y las noticias viajaban de un convento a otro, todos con el sello de la orden (normalmente dos caballeros en un solo caballo) para fomentar cierta unidad entre las distintas ramas distantes. Los conventos normalmente enviaban un tercio de sus ingresos a la sede de la orden. El Gran Maestre vivía en la sede de Jerusalén, y luego en Acre a partir de 1191 y en Chipre desde 1291. El Gran Maestre tenía el apoyo de otros oficiales de altos cargos como el Gran Comandante y el Mariscal junto con otros funcionarios de menor importancia encargados de suministros como la ropa. De vez en cuando se celebraban encuentros de los representantes de toda la orden y parece que también de las secciones provinciales, pero parece que los conventos locales disfrutaban de una gran autonomía, y solo se llegaron a castigar las faltas graves. Los caballeros hacían votos al ingresar en la orden, como en un monasterio, aunque no eran tan estrictos ni estaban restringidos a permanecer siempre dentro de la vivienda comunal. La promesa de obediencia al Gran Maestre era la más importante que hacían, acudir a las misas era obligatorio, así como el celibato, y se daban por supuestas las comidas en común (estas comidas contaban con carne un día sí y otro no). No estaban permitidos los placeres terrenales, entre los que se contaban los pasatiempos tan característicos de caballeros como la caza y la cetrería o llevar la ropa llamativa ni las armas por las que eran célebres los demás caballeros. Por ejemplo, a menudo los cinturones eran de decoración, pero los templarios llevaban un simple cordel de lana que simbolizaba su castidad. Los templarios también llevaban una sobrevesta blanca sobre la armadura, como ya se ha mencionado, con una cruz roja en el lado izquierdo del pecho. La cruz roja también se llevaba en la librea de los caballos y en la bandera de la orden. Con esto se distinguían de los caballeros hospitalarios, que llevaban una cruz blanca sobre fondo negro, y de los caballeros teutónicos, que llevaban una cruz negra sobre un fondo blanco. En contraste, los escudos de los templarios normalmente eran blancos con una tira ancha negra en la parte superior. Los sargentos llevaban una túnica o capa marrón o negra. Otra característica que distinguía a los templarios era que todos tenían barba y llevaban el pelo corto (para los estándares medievales). Los caballeros ordenados podían tener sus propiedades personales, móviles o fijas, a diferencia de otras órdenes militares. Además, también eran algo menos estrictos en cuanto a los ropajes: los templarios tenían permitido llevar lino en primavera y verano, no solo lana, cosa que seguro agradecían los miembros de climas más templados. Si no se seguía alguna de las normas de la orden, conocidas en conjunto como la Regla, los miembros recibían un castigo que podía ir desde la retirada de privilegios hasta los latigazos o la cárcel de por vida. Como eran hábiles con la lanza, la espada y el arco, además de tener armaduras buenas, los templarios y otras órdenes militares eran los que estaban mejor entrenados y equipados de cualquiera de los ejércitos de cruzados. Por este motivo, a menudo se los enviaba a defender los flancos, la vanguardia o la retaguardia de cualquier ejército en movimiento. Los templarios eran especialmente conocidos por sus disciplinadas cargas a caballo en grupo que, cuando marchaban en formación cerrada reventaban las líneas enemigas creando el caos para que las tropas aliadas aprovecharan la confusión y avanzaran. También eran muy disciplinados en la batalla y en el campamento, y tenían penas severas para cualquier caballero que no siguiera las órdenes, incluida la expulsión de la orden por perder la espada o el caballo por descuido. Dicho esto, a veces a los comandantes de las cruzadas les podía resultar difícil controlar a la orden en conjunto, ya que a menudo eran las tropas más ansiosas y fervientes por ganarse el honor y la gloria. En muchas ocasiones los templarios estuvieron encargados de defender pasos importantes como el del Amanus, al norte de Antioquía. Se apoderaron de tierras y castillos que los estados cruzados no podían mantener por falta de personal. También construyeron los castillos destruidos, o construyeron nuevos, para defender mejor el oriente cristiano. Los templarios tampoco se olvidaron nunca de su función original como protectores de los peregrinos, y se hicieron cargo de muchos fuertes pequeños a lo largo de las rutas de peregrinos en el Levante, o actuaron como guardaespaldas. A pesar de que participaron en muchas victorias como la del asedio de Acre en 1189-91, Damietta en 1218-19 y Constantinopla en 1204, también hubo importantes derrotas por el camino, y su reputación marcial era tal que los templarios esperaban ser ejecutados si los capturaban. En la batalla de La Forbie en Gaza en octubre de 1244, un ejército ayubí derrotó a un gran ejército latino y mataron a 300 caballeros templarios. 230 templarios capturados fueron decapitados tras la batalla de Hattin en 1187, en la que ganó el ejército de Saladino, sultán de Egipto y Siria, que gobernó de 1174 a 1193. Como era costumbre en la época, se pedía un rescate a cambio de los miembros más importantes de la orden. Tuvieron que renunciar al castillo templario en Gaza para lograr la liberación del Maestre, capturado tras esa misma batalla. La batalla de El Mansurá en Egipto en 1250 fue otra derrota importante durante la séptima cruzada (1248-1254.) Sin embargo, la importante red de conventos que tenían siempre parecía capaz de reponer cualquier pérdida material o de personal. Como en gran medida imponían su propia ley y eran una amenaza militar potente, los gobernantes occidentales empezaron a desconfiar de las órdenes militares, especialmente cuando empezaron a acumular una gran red de tierras y reservas de dinero. Al igual que otras órdenes militares, los templarios también habían sido acusados desde hacía tiempo de abusar de sus privilegios y extorsionar el máximo beneficio de sus negocios. Fueron acusados de corrupción y de sucumbir al orgullo y la avaricia. Quienes los criticaban decían que llevaban una vida muy fácil y se gastaban el dinero que bien podía servir mejor para mantener a las tropas de la guerra santa. También se los acusó de malgastar recursos para competir con otras órdenes rivales, especialmente los hospitalarios. Por último, también estaba el argumento que decía que monjes y guerreros no eran una combinación compatible. Algunos incluso reprendían a la orden por no tener interés por convertir a los musulmanes, limitándose a eliminarlos. La mayoría de estas críticas estaban basadas en la falta de conocimiento de los asuntos de la orden, en una exageración de su riqueza real y en un sentimiento general de envidia y desconfianza. Para finales del siglo XIII, muchos consideraban que las órdenes militares eran demasiado independientes, y que la mejor solución sería amalgamarlas en una única orden para que la Iglesia y los gobernantes individuales de cada estado pudieran controlarlas mejor. Posteriormente, a partir de 1307, empezaron a circular acusaciones mucho más serias sobre los templarios. Se decía que negaban de Cristo como Dios, de la crucifixión y la cruz. Había rumores de que parte de la iniciación en la hermandad consistía en pisotear, escupir y orinar en un crucifijo. Estas acusaciones se hicieron públicas, especialmente en Francia. El clero ordinario también tenía celos de los derechos de la orden, tales como el enterramiento, que podía ser un negocio suplementario lucrativo para cualquier iglesia pequeña. La clase política y religiosa empezó a unirse para destruir a los templarios. La pérdida de los estados cruzados en el Levante en 1291 puede que fuera el desencadenante, aunque muchos todavía habrían pensado que sería posible recuperarlos, y para ello hacían falta las órdenes militares. El viernes 13 de octubre de 1307, el rey Felipe IV de Francia ordenó arrestar a todos los templarios de Francia. Sus motivos siguen sin estar claros, pero los historiadores modernos sugieren como posibilidades la amenaza militar de los templarios, el deseo de adquirir riqueza, la oportunidad de ganar una ventaja política y prestigio sobre el papado e incluso que Felipe se creyera realmente los rumores sobre la orden. Además de negar a Cristo y deshonrar la cruz, también fueron acusados de promover las prácticas homosexuales, los besos indecentes y la adoración de ídolos. En un principio, el papa Clemente V (que estuvo en el cargo de 1305 a 1314) defendió este ataque sin confirmar de lo que era, al fin y al cabo, una de sus órdenes militares, pero Felipe logró mediante atroces torturas, extraer “confesiones” de varios templarios, incluido el Gran Maestre, Jacques de Molay. El resultado fue que el papa ordenó arrestar a todos los templarios de Europa Occidental y requisar sus propiedades. Los templarios no pudieron resistirse, excepto en Aragón, donde varios consiguieron aguantar en sus castillos hasta 1308. Luego, hubo un juicio en París en 1310, tras el cual 54 hermanos fueron quemados en la hoguera. En 1314 el Gran Maestre de la orden, Jacques de Molay, y el preceptor de Normandía, Geoffrey de Charney, también fueron quemados, aunque el primero seguía manteniendo que era inocente cuando lo llevaban a la hoguera. Sin embargo, el destino de la orden en conjunto se decidió en 1311 en el Concilio de Vienne. Durante este concilio se tuvieron en cuenta las investigaciones realizadas durante los tres años anteriores sobre los asuntos de la orden en toda Europa, así como las “confesiones”, que eran falsas: la mayoría de los caballeros de Francia e Italia, y tres ingleses, admitieron todos los cargos, pero ninguno lo hizo en cuanto a las acusaciones más serias en Chipre y la península ibérica. Un grupo de caballeros convocado a escuchar su defensa, de hecho no fue convocado en su momento, y el papa declaró oficialmente el fin de la orden el 3 de abril de 1312, aunque la razón fue la dañina pérdida de su reputación más que cualquier veredicto de culpabilidad. Nunca se presentaron las pruebas físicas de las acusaciones: ni registros, ni estatuas de ídolos, ni nada. Además, muchos caballeros se retractaron luego de sus “confesiones” incluso estando ya condenados y cuando ya no servía de nada. Se jubiló a la mayoría de los caballeros templarios y se les prohibió volver a unirse a ninguna orden militar. Muchas de las posesiones de los templarios pasaron a los caballeros hospitalarios por orden del papa el 2 de mayo de 1312. Sin embargo, gran parte de las tierras y el dinero acabó en los bolsillos de los nobles, especialmente en Castilla. El ataque a los templarios no tuvo mayor efecto en las demás órdenes militares. El debate para combinarlos a todos en una sola unidad no llegó a nada, y la orden de los caballeros teutónicos, que probablemente se merecían las críticas más que ninguna otra orden, se salvó por sus estrechas conexiones con los gobernantes laicos alemanes. Los caballeros teutónicos trasladaron su sede de Viena a Prusia, que era más remota, mientras que los caballeros de hospitalarios fueron astutos al desplazar su sede a Rodas, donde tendrían más seguridad. Ambos traslados ocurrieron en 1309 y probablemente aseguraron la existencia continuada de las órdenes de una manera u otra hasta la actualidad.
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