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viernes, 11 de agosto de 2023

URUK: La primera ciudad de la historia

Hace poco más de cinco mil años tuvo lugar en el sur de Mesopotamia, en el actual Irak, una revolución inaudita: el nacimiento de la civilización urbana. El antiguamente conocido como país de Sumer (Sumeria) una región de los cursos bajos del Éufrates y el Tigris en la que zonas desérticas se alternaban con llanuras pantanosas, fue el escenario del primer gran asentamiento urbano. Su nombre: Unu para los sumerios, Uruk para los posteriores acadios, Erech según la Biblia y Warka en su denominación actual (tomada de la ciudad moderna más cercana). En Uruk apareció una sociedad urbana, compleja y de índole estatal, que levantó una arquitectura esplendorosa, predominantemente de carácter religioso. Por si esto fuera poco, fue el lugar donde surgió la escritura. El naturalista y arqueólogo aficionado británico William Kennett Loftus descubrió sus restos a mediados del siglo XIX y emprendió en el sitio una breve prospección. Pero las verdaderas excavaciones no empezaron hasta 1912 de la mano de la Sociedad Oriental Alemana. Esta organización arqueológica estaba entonces dirigida por Robert Koldewey, el artífice de las excavaciones en Babilonia y Asur durante la década anterior. La entrada de los alemanes en la arqueología mesopotámica a partir del siglo XX tendría un impacto mayúsculo. De hecho, marcó el inicio de una nueva era en esta disciplina, con la introducción de métodos rigurosos y meticulosos que descartaban por completo la prisa y el azar, y que en adelante serían adoptados por el resto de especialistas. La exploración de Uruk se encomendó a dos discípulos de Koldewey, primero a Julius Jordan y, a partir de los años treinta, a Arnold Nöldeke. Lo único que se conocía de la ciudad con certeza era su ubicación. Su historia, en cambio, seguía envuelta en el mito. Y el mito asegura que Uruk fue fundada por el monarca Enmerkar, al que se atribuye un reinado de más de cuatrocientos años. Aparte de la Biblia, las referencias más importantes al lugar procedían de la Epopeya de Gilgamesh, poema épico protagonizado por este mítico soberano de Uruk. Jordan y Nöldeke dejaron a un lado las leyendas e impulsaron una actividad arqueológica paciente y metódica. Su trabajo se prolongó hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y sacó a la luz impresionantes ruinas de templos y palacios, así como otros hallazgos que harían de Uruk uno de los descubrimientos más destacados del siglo XX. La larga etapa de las culturas neolíticas de Oriente Próximo llegó a su final en el milenio IV a. C., cuando el crecimiento demográfico se hizo notable y la población tendió a concentrarse en núcleos cada vez más amplios. Estos cambios vinieron impulsados por el auge de la producción agrícola, gracias al desarrollo de sistemas de riego y a la introducción del arado de tracción animal mediante hoces de barro. Además, contribuyeron a la aparición de nuevas estructuras sociales: dirigentes político-religiosos y grupos de población especializados en lo laboral. Aquel no solo fue el comienzo de la estratificación social. También se gestaron unas transformaciones económicas, religiosas y arquitectónicas que evolucionarían a lo largo de los siglos y se extenderían más allá de las fronteras de Mesopotamia, alcanzando incluso Occidente. En Uruk, por ejemplo, se erigió por vez primera un zigurat, plataforma diseñada como una pirámide escalonada, en cuya cúspide se encontraba el templo consagrado a una divinidad. Una construcción que se convertiría en el modelo de la arquitectura religiosa por excelencia de Mesopotamia. Las excavaciones han aportado pruebas de una creciente concentración de población en Uruk entre 3500 y 3200 a. C., cuando el emplazamiento ocupaba poco menos de 1 km2. En ese período, el poblado inició su transición a ciudad, que culminó hacia 3000 a. C. En realidad, Uruk surgió de la unión de dos antiguos asentamientos, Eanna (al este) y Kullaba (al oeste). En el área del primero han aparecido restos de construcciones de finales del milenio IV a. C., aunque muchas de ellas fueron demolidas y sustituidas mil años más tarde por templos. Es el caso de un impresionante zigurat dedicado a la diosa Innana que se levantó entre 2112 y 2004 a. C., en época de la III dinastía sumeria de Ur. Esta zona se considera la más importante de todas, ya que en ella se ha descubierto la arquitectura más monumental, así como los primeros textos escritos de la historia. La arqueología ha demostrado que, además de centro religioso, Eanna constituía el núcleo político, administrativo y económico de la ciudad. Pese a que la vecina Kullaba también acogió estas funciones, nunca adquirió tanta relevancia: el número de edificios que albergó este asentamiento era menor, y la arquitectura de sus templos menos espectacular. Algunos de sus vestigios acumulan más años de historia que los de Eanna, pese a que el área también fue objeto de una intensa edificación durante la III dinastía sumeria de Ur. Apenas se dispone de información del resto de la ciudad, debido a los escasos sondeos realizados. No obstante, parece seguro que en ella se concentraba la población, agrupada en barrios según el oficio de sus habitantes. Diferentes estudios señalan que, a finales del milenio IV a. C., Uruk alcanzaba ya una superficie de 5,5 km2 y cobijaba a cerca de cuarenta mil personas. Entre ellas, miembros de la familia real, el amplio cuerpo de sacerdotes y escribas, unidades militares, artesanos, comerciantes y un buen número de esclavos. El recinto estaba rodeado por una muralla de 9,5 km de largo. Según la leyenda, esta contaba con 900 bastiones de 12 m de altura y Gilgamesh fue quien ordenó levantarla. Lo cierto es que este elemento defensivo indica la existencia de conflictos con territorios vecinos. Uruk fue testigo de otras muchas innovaciones con un impacto aún visible en nuestros días. Se desarrolló un sistema económico que favoreció la aparición de un comercio basado en el trueque de productos –locales o importados– a partir de una escala de valores. Sabemos que 300 litros de cebada equivalían a 15 gramos de plata o a 12 litros de aceite de sésamo. Y que estos, a su vez, se intercambiaban por 5 kilos de lana o 1,5 de cobre. La administración era capaz de alimentar a una población cada vez más numerosa y de controlar el suministro de agua. Con todos estos avances, no resulta extraño que surgiera en Uruk la primera forma de escritura. Los arqueólogos alemanes que la descubrieron a comienzos de los años treinta se quedaron atónitos. Tenían ante sí un conjunto de tablillas de barro con una escritura de tipo pictográfico grabada con caña. Su antigüedad se remontaba en unos casos a 3200 a. C. y en otros a entre 3100 y 3000 a. C. Entre unas y otras se apreciaba una ligera evolución, pero no había duda de que todas eran resultado de la revolución urbana acontecida en Uruk y, en concreto, de la necesidad de la administración de realizar con eficacia registros contables. Los pictogramas de los llamados textos arcaicos de Uruk representan objetos, números, nombres propios, títulos... Algunos de los cerca de setecientos identificados son fácilmente reconocibles, como cabezas de toro o espigas de cebada; otros, en cambio, aún entrañan una gran complejidad de interpretación, caso de las combinaciones de signos. Con el tiempo, esta escritura pictográfica daría nacimiento a la escritura cuneiforme típica de Mesopotamia. Los especialistas también hallaron un sistema de registro de cuentas de arcilla de distinta forma (conos, cilindros...) y tamaño, utilizadas para representar una amplia gama de productos y cantidades. En Uruk se cimentaron las bases del esplendor científico sumerio. No en vano, allí se concibió el sistema sexagesimal, lo que facilitó enormemente el cálculo de las raciones de comida, las horas de trabajo, la división de las parcelas de cultivo... Sin olvidar que se estableció un calendario solar en el que un año sumaba 360 días y se dividía en 12 meses de 30 días cada uno. El emplazamiento fue perdiendo población a partir del milenio III a. C., pero mantuvo su relevancia religiosa. Prueba de ello es que monarcas de sucesivos reinos mesopotámicos no solo se dedicaron a rehabilitar, ampliar y embellecer los santuarios, sino que también añadieron sus propias construcciones. Además, la ciudad fue la mayor de Mesopotamia por espacio de dos mil años, tan solo superada en tamaño por la Babilonia de Nabucodonosor II en el siglo VI a. C. En Uruk, los arqueólogos han tenido que enfrentarse a uno de los sitios con una ocupación más prolongada: los restos hallados más antiguos datan del período de el-Ubaid (5000-3800 a. C.) y los más recientes, de la época parta (siglo III d. C.). El elevado número de estratos de población y construcción ha dificultado las excavaciones. El zigurat de Anu, por ejemplo, se edificó por encima de una serie de templos de entre 3200 y 3000 a. C. (en el denominado período de Uruk tardío), que, a su vez se levantaron sobre un zigurat anterior. Esta circunstancia, sumada al hecho de que, hasta la fecha, las labores se han concentrado en la zona sagrada de la ciudad, explica en parte por qué después de un siglo de excavaciones y cuarenta campañas arqueológicas solo ha salido a la luz el 5% del yacimiento. La mirada de los especialistas se centra en la periferia de Uruk y en la conservación y presentación de lo ya descubierto.
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