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viernes, 28 de agosto de 2020

ESMIRNA: La Perla del Egeo

Señalada tradicionalmente como la posible cuna de Homero, la ciudad de Esmirna comenzó a formarse en el III milenio a. C. Es decir, al mismo tiempo que la primera Troya, situada unos kilómetros al norte en la misma costa oriental del mar Egeo. Sin embargo, hace unos años se descubrió que su región de influencia ya estaba habitada con carácter estable desde hace al menos el doble de tiempo, durante el Neolítico, lo que hace de este asentamiento uno de los pioneros de toda la cuenca mediterránea. Más tarde, corrió mejor suerte que la plaza por la que se batieron Héctor y Aquiles. En la Antigüedad, tras pertenecer largos siglos al Imperio hitita, como el resto de Asia Menor, Esmirna sufrió los embates de los llamados Pueblos del Mar, que sumieron a la Grecia micénica en la Edad Oscura antes de resurgir en el período arcaico. Pero su recuperación fue temprana en comparación con la de otras zonas. Gracias a los restos de edificios y cerámica sabemos que, luego de la debacle, hacia el milenio I a. C., la población ya estaba regida por colonos eolios. Estos, que habían emigrado desde el oeste, se afincaron en el monte donde los léleges nativos habían fundado el asentamiento prehelénico. Allí, que entonces era una pequeña península, estos griegos no tardaron en prosperar gracias a las características del lugar. Se trataba de una colina junto a un río, que dominaba un amplio golfo estratégicamente localizado en el centro de la costa egea de Anatolia. Los eolios construyeron una ciudad, cuyo puerto sería uno de los principales accesos marítimos al Asia Menor continental, y una red de caminos acorde con esta preeminencia. También erigieron eficientes fortificaciones, facilitadas por los accidentes del terreno, para proteger sus recursos. Estos consistían en abundantes cosechas de olivas, vid, cítricos y trigo, además de la generosa pesca del litoral, una pujante industria alfarera y un dinámico tráfico naval. Pero el vigor de la urbe atrajo la codicia de los vecinos. A comienzos del siglo VII a. C., los jonios, fronterizos con la liga eolia, la ocuparon y la integraron en su propia coalición de ciudades-¬estado. Por entonces Esmirna ya era toda una polis, y sus nuevos dirigentes contribuyeron a llevarla a su apogeo, tanto económica como culturalmente. Pese a una rivalidad ancestral con las próximas Éfeso y Pérgamo, Esmirna pudo desarrollar un ordenamiento urbano de vanguardia. En esta época aparecieron las primeras calles helenas rectas, orientadas según los puntos cardinales, y las primeras pavimentadas de toda Jonia. También se construyeron casas modélicas, desde la Oval eolia, de una única estancia, hasta la jónica más antigua, con dos plantas y varias habitaciones. Incluso se alzó un templo dedicado a Atenea , uno de los precursores de este culto en la Grecia oriental. El esplendor de Esmirna, notable desde 650 a. C., cesó parcialmente luego de medio siglo, cuando otra potencia regional, el Imperio lidio, la anexionó a sus posesiones. Aunque ciertas áreas de la ciudad fueron incendiadas y arrasadas, algunas como el templo de Atenea, siguieron adelante. Más tarde, en 546 a. C., una nueva invasión, esta vez persa, destruyó la capital en la campaña contra Lidia (por parte de Ciro el Grande), preludio de las guerras médicas. Esmirna quedó reducida a un villorrio, pero volvió a levantar cabeza cuando Alejandro Magno doblegó a los persas. Es mas, uno de sus generales, Lisímaco, refundo la ciudad. La nueva capital, se extendió por una acrópolis fortificada en la colina a la que se sumó una ciudad baja que se prolongaba hasta el mar. En esta última se levantó, por ejemplo, un ágora inmensa, entre otras edificaciones que pregonaron el segundo auge de Esmirna. Aunque la capital continuó cambiando de manos: pasó a las selyúcidas, a las de Pérgamo y posteriormente a las romanas. No obstante, continuó progresando pese a los avatares políticos y bélicos. Incluso adquirió una posición destacada dentro de una nueva religión, el cristianismo, a juzgar por su mención en el Apocalipsis. La hora más difícil que experimentó durante este renacimiento grecolatino fue el terremoto que la demolió en 178 d. C. Reconstruida por el emperador Marco Aurelio, su pujanza, aunque tocada, se mantuvo hasta la división del Imperio romano en dos partes (cuando comenzó a declinar). Heredada por los bizantinos, fue gobernada por Constantinopla y otras potencias cristianas medievales hasta ser ocupada por los turcos al filo de la Edad Moderna. Algunos monumentos de la Esmirna antigua han permanecido a la vista a lo largo de los siglos. Es el caso del castillo y las murallas helenísticas de Kadifekale, reaprovechadas por las civilizaciones subsiguientes con los mismos fines defensivos. Esta visibilidad de ciertos restos arcaicos y clásicos explica igualmente que, ya a principios del siglo XIX, el francés Charles Texier excavara el ágora de la ciudad baja (durante la prospección de Anatolia que le condujo al descubrimiento de la capital hitita de Hattusa). Sin embargo, solo la sistematización de las obras en el siglo siguiente devolvió a la luz la auténtica dimensión que tuvo Esmirna en el pasado. El pistoletazo de salida lo dio el consulado alemán durante la I Guerra Mundial, cuando compró terrenos adyacentes al ágora para emprender exploraciones. No obstante, la derrota germana en la contienda retrasó un decenio la puesta en marcha del proyecto. Este obtuvo frutos durante los años treinta, al revelarse la mayor parte del complejo, que hasta entonces había permanecido bajo tierra. Fue gracias a la campaña encabezada por el germano Rudolf Naumann, junto con los estudios extra aportados por el austríaco Franz Miltner. Más se tardó en comenzar los trabajos en la primera Esmirna, la de Bayraklí, por tratarse de un yacimiento menos expuesto. Oculto y protegido por viñedos que impidieron la urbanización moderna del área, el enclave prehistórico, eolio y jónico había sido rastreado en el siglo XIX. También motivó publicaciones especulativas en los años treinta, pero solo fue identificado como el emplazamiento original de la ciudad al finalizar la II Guerra Mundial. Un equipo británico, liderado por John M. Cook y R. V. Nicholls, encontró más tarde el templo de Atenea y las stoas (pórticos) circundantes e investigó la estratigrafía de la zona. Hoy en día, la Esmirna histórica es uno de los principales reclamos turísticos de la antigua ciudad griega, gracias a un parque en el que pueden visitarse el ágora helenística y otros restos. El importante Museo Arqueológico local atesora las reliquias de diversas épocas. Y las investigaciones prosiguen, revigorizadas en los últimos años, gracias a tantos hallazgos, que nos muestra una ciudad varias veces milenaria, testigo y protagonista del devenir egeo desde la más remota Antigüedad.
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