Considerado una de las maravillas menos conocidas de la India, el Templo Dorado de Amritsar, o Harmandir Sahib, sobrecoge y conmueve a quien lo visita, no sólo por su ostentosa arquitectura, sino por la magia que lo rodea. Incrustado en el corazón del laberinto que conforman las callejuelas y bazares del barrio viejo de Amritsar, el centro espiritual de los sikhs guarda entre sus muros el ‘Adi Granth’, el libro sagrado. Los sikhs de todo el mundo intentarán peregrinar, al menos una vez en su vida, para poder contemplarlo y purificarse bañándose en las aguas sagradas del estanque de Amrit Sarovar (la piscina del néctar de la inmortalidad) en la que flota como una majestuosa embarcación de dorada techumbre el Harmandir, el santuario más sagrado y bello del Templo. Amritsar es, como tantas otras localidades hindúes próximas a la frontera paquistaní, un lugar ruidoso, polvoriento y atestado de gente, pero es también la sede del impresionante Templo Dorado, el mayor y más sagrado de esta comunidad. La ciudad santa de los sikhs fue fundada en 1577 por el cuarto gurú, Ram Das. Aprovechando su estratégica posición en la Ruta de la Seda, los comerciantes se instalaron en ella configurando una rica metrópolis que, tras ser saqueada en 1761 por los afganos, vio cómo el más grande de los sikhs, el maharajá Ranjit Singh, la reconstruía y coronaba su templo con la cúpula de oro por la que desde entonces es admirado y reconocido en todo el mundo. Durante el día, las aguas del Amrit Sarovar recogen los reflejos dorados que transmite el sol cuando ilumina la dorada cúpula del monasterio. Durante la noche, las aguas de la piscina sagrada devuelven la imagen del templo iluminado por los focos que mantienen constantemente visibles su dorado penacho Y a cualquier hora, los kirtans, o cánticos religiosos, transfieren al conjunto un ambiente de misticismo y recogimiento del que resulta más que difícil escapar. Desde la entrada norte del complejo, Darshini Deori, se llega directamente a la base de la Torre del Reloj, una construcción de la época victoriana, y de ahí a la escalera de mármol desde donde el viajero contempla atónito por primera vez el Harmandir. Tras bajar los peldaños de la escalera, en recuerdo de la necesaria humildad que debe adoptarse para acercarse al dios, se accede al Parikrama, el patio de pulido mármol que rodea el estanque. Por él deambulan día y noche miles de fieles que purifican su cuerpo en las aguas del Amrit Sarovar, mientras desde cuatro cabinas de cristal instaladas sobre el blanco mármol los sacerdotes o granthis, se turnan para recitar continuamente versos del Adi Granth. Muy cerca se encuentra el Jubi Tree, el árbol que, según cuentan, fue plantado hace 450 años por el primer gran sacerdote o Babba Buddhaya que tuvo el Templo Dorado, y del que se asegura tiene la facultad de favorecer la fertilidad de las mujeres, que cuelgan cintas de colores en sus ramas cuando buscan quedarse embarazadas. En el Harmandir - al que los sikhs comparan con un barco que atraviesa el océano de la ignorancia - se custodia celosamente el Libro Sagrado, que recoge las enseñanzas de los gurús sikhs y conforma los cimientos de su religión. Bajo la gran cúpula, compuesta por 100 kilos de láminas de oro que da nombre al templo, los granthis se turnan cada tres horas para entonar la continua lectura del Adi Granth que tardarán dos días en completar. Un hermoso puente, llamado del gurú, une el Harmandir con el patio circundante frente al Akal Takht, la segunda dependencia más sagrada del complejo, un símbolo del poder de la divinidad en la Tierra, hacia donde se transporta cada anochecer el Adi Granth en una asombrosa procesión desde el Harmandir que ningún viajero debería dejar de disfrutar. Ninguna visita al Templo Dorado puede quedar completa sin haber paseado antes por los Gurudwaras y el Guru-ka-Langar. Los Gurudwaras son los alojamientos gratuitos para todos los peregrinos que acogen tanto a sikhs como a extranjeros durante un máximo de tres noches. Por su parte, el Guru-ka-Langar es el gigantesco comedor comunitario anexo a las cocinas del complejo, donde se ofrece gratuitamente comida a todos los visitantes sin distinción de raza, religión o casta para reafirmar la creencia sikh en la igualdad de todos los hombres.
A pesar de la secular reputación del pueblo sikh como irreductibles activistas dispuestos a todo por defender su religión, y de que Amritsar y su templo siempre han sido considerados como centros neurálgicos de las reclamaciones por parte de los sikhs de un estado independiente para el Punjab el denominado Khalistán, el Templo Dorado, permaneció al margen de cualquier derramamiento de sangre hasta que el 6 de junio de 1984, cuando fundamentalistas sikhs al mando del guerrero y predicador Sant Jaranil Singh Bhindranwale reclamaron una patria propia y ocuparon con sus armas el Akal Takht, el segundo santuario más sagrado del Templo Dorado y símbolo de la autoridad de Dios en la Tierra. La por entonces primera ministra india, Indira Gandhi, ordenó la toma del templo. La operación, que se denominó Estrella Azul, concluyó con el bombardeo del santuario y la consecuente masacre de activistas y peregrinos que pernoctaban en el templo. Esta operación provocó, cuatro meses más tarde, el asesinato de la propia Indira Gandhi a manos de sus guardias sikhs y dio paso a las mayores revueltas vividas en el Punjab desde la división de la India en dos estados. La lección cayó en saco roto y tres años más tarde, en 1987, el hijo de Indira, Rajiv Gandhi, incumplió los acuerdos alcanzados con los sikhs por lo que estos ocuparon el templo por segunda vez. Si bien en esta ocasión el ejército se mantuvo al margen del desalojo, denominado operación Trueno Negro, que corrió a cuenta de la policía del Punjab y se saldó sin víctimas, el episodio convirtió la región en un foco de inestabilidad, que aún hoy se recrudece en algunas ocasiones y requiere la intervención del ejército indio. Cabe destacar que todo buen sikh tiene una serie de deberes que ha de cumplir y que se resumen en tener siempre presente el nombre de Dios, ganarse la vida trabajando honestamente, practicar la caridad, servir al resto de la comunidad sikh y huir de los cinco impulsos malignos: la lujuria, la codicia, el apego a los bienes materiales, la ira y el orgullo. Su fundador, el gurú Nanak (1469-1539), condenó el culto a los ancestros, la astrología, la distinción por castas, la discriminación sexual y los ritos brahmánicos. Los principios de un buen sikh se basan en la ayuda a los necesitados, la lucha contra la opresión, la creencia en un único Dios (que no es ni hindú ni mahometano, sino la verdad) al que se debe venerar, el abandono de la superstición y los dogmas y la defensa de la fe con el acero. Además, los adeptos a esta religión deben abandonar el tabaco, la carne y las relaciones sexuales con musulmanes y deberán abrazar la irrenunciable regla de las cinco "K", a saber: Kesh (no cortarse nunca su cabello), Kangha (llevar siempre un peine consigo), Kirpan (portar continuamente un sable o cuchillo), Kara (incluir en su vestuario una pulsera de acero) y Kachch (vestirse en todo momento con pantalones cortos, a modo de calzoncillos, bajo su vestimenta habitual). Por último, los sikh varones deberán sustituir el apellido de su casta por el de Singh –león- y las mujeres por el de Kaur –princesa-. Por cierto, la hospitalidad de los sikhs es inmaculada. Cualquier visitante es siempre bienvenido en el Templo Dorado que, a tal efecto, mantiene sus puertas continuamente abiertas a los cuatro puntos cardinales, siempre que se respeten unas cuantas normas básicas que los vigilantes del templo, de una amabilidad tan extrema como su feroz aspecto, se encargan de hacer cumplir. En primer lugar, el visitante debe abstenerse de consumir dentro del recinto sagrado tabaco, alcohol y drogas de cualquier tipo. Además, antes de entrar al Templo Dorado, deberán dejar sus zapatos en el guardarropa instalado a tal efecto a la entrada del mismo y cubrir su cabeza con un pañuelo de algodón que, en cualquier caso, se facilita gratuitamente a quienes no dispongan de él. Por último, todos aquellos que penetren en el recinto sagrado deberán lavar sus pies, algo que, por otra parte, resulta inevitable ya que para acceder al mismo es necesario atravesar unas piscinas de mármol que cubren de agua a los visitantes a la altura del tobillo. Llegada la noche es imposible no dejarse enamorar por el ambiente, cuando una ceremonia llena de música y cantos se apodera del aire, mientras las luces del templo majestuosas se reflejan a lo largo y ancho del lago y la hermosa plaza que lo rodea, completamente recubierta en mármol. Al tiempo es posible compartir con cientos de sikhs, quienes, llenos de curiosidad y ataviados con sus coloridos turbantes y largas barbas, se acercan a los viajeros para conversar, sin importar las barreras que puedan suponer las diferencias de idioma. Terminada la jornada vale la pena pasar al menos una noche en las posadas cercanas al templo, donde cómodas camas en dormitorios compartidos y duchas de agua caliente esperan a viajeros y sikhs por igual sin ningún costo, completando así una travesía mágica, relajante e inolvidable.