Bautizado como el Stonehenge español, esta estructura megalítica de entre 4.000 y 5000 años de antigüedad está situado en el pantano de Valdecañas, en Cáceres (Extremadura, España) habitualmente cubierta bajo las aguas del citado embalse en el río Tajo y solamente era visible cuando el nivel de las aguas lo permitía. Consta de 150 piedras de granito, ortostatos, puestas en disposición vertical que conforman una cámara ovoide de cinco metros de diámetro precedida por un pasillo de acceso de unos 21 metros de largo y 1,4 de ancho. Al final del pasillo, justo a la entrada de la cámara, se encuentra un menhir de unos dos metros de alto que tiene esculpidas una serpiente y varias figuras, estimándose que servirían como protección del lugar. La cámara, está formada por 140 piedras y estuvo recubierta por un túmulo de tierra y grava. La rodea otro anillo circular que servía para contener el túmulo superior. Hay otro menhir con un grabado alargado y ondulado que estiman puede corresponder a una representación del río Tajo a su paso por la zona. El monumento fue hallado en 1926, en el transcurso de una campaña de investigación y excavaciones que entre 1925 y 1927 dirigió el arqueólogo alemán Hugo Obermaier. Se estima que pudo haber sido un templo solar, así como un enclave de enterramientos. En 1963 con la construcción de la presa de Valdecañas en el río Tajo, su embalse inundó el monumento quedando oculto bajo las aguas, el cual desde entonces solo era visible cuando bajaban las aguas. En la última década, durante el verano, debido a la sequía ha sido posible ver el Dolmen en varias ocasiones parcialmente hasta ahora, el cual puede verse en toda su magnitud. Los restos romanos encontrados en el lugar, como una moneda y fragmentos de cerámica indican que en esa época fue removido seguramente para su saqueo. También se encontró un asentamiento de la época de la construcción que se estima pudiera ser de los constructores del sepulcro. En él había hogares, manchas de carbón y cenizas, mucha cerámica, molinos y piedras para afilar hachas entre otros objetos. El hecho de estar sumergido la mayor parte del tiempo ha deteriorado el monumento erosionando las piedras y perjudicando los grabados de las mismas. Durante los estudios realizados por Hugo Obermaier se hicieron reproducciones de los grabados hallados que fueron publicadas en 1960 por los arqueólogos alemanes Georg y Vera Leisner. Su irrupción a mediados de agosto, debido a la sequía del pantano ha abierto el debate sobre que hacer con el. La decisión final la debe de tomar el Ministerio de Cultura, que ya ha encargado un análisis antes de tomar la decisión definitiva a expertos de Patrimonio Nacional. De momento se dividen entre los que apuestan por dejar la estructura como se encuentra ubicada en la actualidad, es decir, como desde hace medio siglo cuando se construyó el pantano (o sea, que cuando lleguen las lluvias o abran las compuertas del embalse volverá a quedar bajo el agua) o aquellos que ven ahora una gran oportunidad para ponerlo en valor, sacarlo a un lugar próximo y convertirlo en una referencia turística del lugar, ubicado a apenas hora y media de Madrid. De todo el mundo están llegando estos días visitantes a la zona, atraídos por el descubrimiento. El paso es libre y tan accesible que los selfies junto al dolmen inundan las redes sociales, con total impunidad y con peligro evidente del deterioro del monumento, al que de momento nadie vigila ni resguarda de los peligros a los que esta expuesto. En los últimos días, el nivel del pantano está subiendo rápidamente, y se espera que a mediados de septiembre las aguas lo cubran de nuevo ¿Cómo se gestionará a partir de ahora y cual será su destino final? Esa es la gran incógnita mientras los visitantes se siguen agolpando en la zona atraídos por un paisaje único, un verdadero tesoro puesto al descubierto por casualidad.