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viernes, 14 de julio de 2023

LA CIUDAD PROHIBIDA: Paraíso y prisión de los emperadores chinos

Año 1672. Atravesando las calles atestadas de Pekín, un palanquín se dirige hacia el centro de la ciudad. En su interior se halla un dignatario, representante de la lejana provincia china de Sichuan. Ha tardado semanas en recorrer la enorme distancia entre esta última y la capital. El palanquín se detiene justo a la entrada de la Ciudad Imperial y el hombre, un anciano, sale del mismo. Tras cruzar la Puerta de la Paz Celestial se dirige a la Puerta del Meridiano. Una vez allí, penetra en el lugar más prohibido y secreto del Imperio chino: la Ciudad Prohibida, donde solo unos pocos estaban autorizados a entrar. Inmediatamente alcanza un curso de agua denominado el Río de las Aguas Doradas. Cinco puentes de mármol permiten cruzarlo y acceder así al corazón de la Ciudad Prohibida. Más adelante cruza la Puerta de la Armonía Suprema y llega a un enorme patio que le conduce al palacio de igual nombre. En él se detiene. Ante un número de oficiales de la corte espera a ser llamado. De pronto, las puertas se y el dignatario tiene paso libre al interior de palacio hasta la sala de audiencias. Al fondo, sentado sobre el trono del Dragón, de siete escalones, se encuentra Kangxi, el Hijo del Cielo, es decir, el emperador de China. Tras arrodillarse diversas veces ante el soberano en señal de sumisión, el hombre procede a leer su informe. Aunque la temporada ha sido buena, lluvias torrenciales han dañado parte de la cosecha anual y las previsiones deben retocarse. Al terminar, Kangxi le agradece el informe y el hombre se retira. La importancia de su acción no es en absoluto despreciable. En su juventud, el dignatario había presenciado el fin de la dinastía Ming (1368-1644) y cómo los Qing, manchúes y por tanto extranjeros, llegados del norte, se habían apoderado del Imperio del Centro. Sabía que una mala cosecha podía llevar a una rebelión campesina, y esta, a la caída de una dinastía. Por ello, su informe debía llegar rápidamente a la Ciudad Prohibida, el centro del poder político del Imperio, para que el emperador tomara las medidas más oportunas. Aunque los Qing (1644-1911) fueron los artífices de la Ciudad Prohibida tal como la contemplamos hoy, no fueron ellos quienes impulsaron su construcción, sino los Ming. Las razones están estrechamente vinculadas al cambio de capital del Imperio por parte de su tercer emperador, Yongle, a principios del siglo XV, quien decidió abandonar la capitalidad de Nanjing (“la capital del sur”) por la de Pekín (Beijing, “la capital del norte”). Carecía de apoyos en la corte anterior y necesitaba con urgencia un centro político seguro. Pekín ofrecía esta posibilidad. Además, había motivos estratégicos: la mayoría de las invasiones de China habían procedido del norte, y era necesario controlar de cerca la frontera septentrional. Ello vino acompañado del refuerzo de la Gran Muralla, al norte de Pekín. El cambio de capital implicaba también la creación de un espacio residencial y político desde el cual regir el Imperio. Por este motivo, Yongle ordenó la construcción de un complejo de palacios y templos en el corazón de Pekín. Este lugar recibiría el nombre de la Ciudad Prohibida, porque su acceso quedaría restringido a las personas vinculadas al gobierno y la familia imperial. Su nombre en chino, Zijingcheng, significa literalmente la “ciudadela prohibida (o reservada) púrpura”. El color en cuestión designaba los muros que rodeaban el recinto. La elección del púrpura es importante, porque la estrella polar de la astrología china era un astro púrpura alrededor del cual giraba la capa del cielo. A ello no es ajeno el pensamiento chino de la época, y Yongle no dejaba nada al azar: el recinto imperial encarnaría el centro en torno al cual gravitaba el mundo. La Ciudad Prohibida era un universo secular y congelado donde cada uno tenía una función, y en el que el emperador encarnaba el curso correcto de las cosas. Desde aquí, el soberano gobernaba su inmenso imperio ayudado por una burocracia estratificada, formada por funcionarios y un poderoso ejército. Al igual que otras edificaciones de China, la Ciudad Prohibida se construyó siguiendo las premisas cosmológicas chinas. Así, se alza sobre un eje invisible norte-sur, simetría que busca expresar un orden social y político centrado en el equilibrio cósmico entre el Cielo, la Tierra y el hombre. El primero era el poder supremo del universo y su representante en la Tierra era el emperador, que ostentaba el Mandato del Cielo y recibía el título de Hijo del Cielo. La construcción de la Ciudad Prohibida no dejó de lado los principios del fengshui, antigua práctica de emplazamiento que busca la armonía con el entorno natural. Entre los principios figuraba la cercanía con un curso de agua, aspecto que tenía la zona elegida. Por otro lado, debían evitarse los malos espíritus traídos por los vientos del norte. Por ello, todas las edificaciones de la Ciudad Prohibida daban al sur, de donde procedían las brisas benevolentes y de buenos auspicios. El emperador Ming no olvidaba aspectos más terrenales. La construcción de la Ciudad Prohibida obedecía también a la necesidad de crear un entorno palaciego para los futuros soberanos chinos y consolidar de esta forma a Pekín como capital. Su éxito fue absoluto: veinticuatro emperadores residieron en la Ciudad Prohibida a lo largo de los siguientes cinco siglos. Durante el derrocamiento de los Ming, el recinto imperial fue atacado y parcialmente destruido. Pero la nueva dinastía se encargaría de restaurarlo y embellecerlo todavía más. En tiempos de los Ming y los Qing, la Ciudad Prohibida era conocida popularmente como “una caja en el interior de una caja en el interior de otra caja”. De hecho, el cerrado complejo de palacios y templos se encontraba en el interior de un recinto más amplio, conocido como la Ciudad Imperial, a su vez dentro de la llamada Ciudad Interior. En la primera se encontraban los edificios de la administración y el gobierno. Estaba rodeada por un muro y se accedía a ella a través de la Puerta de la Paz Celestial (Tian’anmen). La Ciudad Interior, también llamada Tártara por estar habitada en tiempos de los Qing por una mayoría de población manchú y mongol, contaba con una muralla que la separaba de la Ciudad Exterior, también conocida como Ciudad China. En la Ciudad Interior residían los oficiales de la corte, artesanos y los comerciantes más importantes. La Ciudad Prohibida estaba rodeada por un foso y protegida por una muralla. Solo contaba con cuatro accesos, cada uno en un lado del recinto, de los que el principal era la Puerta del Meridiano, encarada al sur. Pero no solo eso. Con sus numerosas edificaciones se pretendía crear una pantalla que protegiera la figura del emperador. La parte sur y central de la Ciudad Prohibida albergaba la Corte Exterior. Aquí se encontraban los edificios destinados a la labor oficial del emperador, como el Gran Secretariado, los archivos, los graneros, los almacenes y la biblioteca y los tesoros imperiales. También era importante el Palacio de Suprema Armonía, en cuya sala homónima el soberano recibía en audiencia. Como en un juego de cajas, la Ciudad Prohibida se hallaba rodeada por la Ciudad Imperial, y esta a su vez por la Ciudad Interior. De planta rectangular y orientada de sur a norte, la Ciudad Prohibida ocupa una superficie de 720.000 metros cuadrados y alberga cerca de 800 palacios, santuarios, pabellones, puertas, jardines... El recinto está protegido por una muralla de 1.006 m de largo por 786 de ancho y 10 de altura, y por un foso de 52 de ancho y 6 de profundidad. A medida que se ascendía de sur a norte, los edificios adquirían un carácter cada vez más privado. La parte septentrional de la Ciudad Prohibida era, de todas, la zona más prohibida del Imperio, y recibía el nombre de Corte Interior. Solo se permitía aquí la presencia del servicio doméstico, que incluía a hombres y mujeres encargados de cubrir las necesidades de la familia imperial.Salvo el emperador y sus parientes más cercanos, los únicos hombres autorizados a residir en esta área eran los eunucos, servidores castrados. En tiempos de los Ming llegaron a ser unos 20.000, lo que los llevó a dotarse de una gran influencia en el gobierno del Imperio en tiempos de soberanos débiles. Los Qing, en cambio, redujeron su número a 3.000. La Corte Interior contenía los edificios de ocio y descanso. En el Jardín Imperial y los tres grandes lagos del recinto solían pasar horas la emperatriz y las concubinas. En tanto, diferentes palacios hacían las funciones de residencias. No existía una fija para el emperador. Cada uno de los soberanos eligió su lugar de residencia según sus gustos. Kangxi, por ejemplo, prefería el Palacio de la Armonía Celestial en lugar del Palacio de la Pureza Celestial, opción de algunos de sus antecesores. Una excepción era la constituida por el Palacio de la Tranquilidad Terrestre: su parte occidental fue siempre la cámara nupcial de los emperadores. Los palacios también tenían una función religiosa y contaban con habitaciones para el culto. La crisis del Imperio a partir del siglo XIX, sumido en conflictos internos y amenazado, como el resto de Asia, por el ansia colonialista de Occidente, puso también en peligro a la propia Ciudad Prohibida. En 1860, el enfrentamiento entre el estado chino y las potencias occidentales llevó a estas últimas a atacar las residencias imperiales. En 1911, con la proclamación de la república, la Ciudad Prohibida dejó de constituir el centro político del país y se limitó a ser la residencia de Puyi, el último emperador. Tras la expulsión de este una década más tarde, se convirtió en museo. La invasión japonesa de China (1937-45) obligó al gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi) a reubicar buena parte de las colecciones imperiales lejos de la capital. La guerra civil que siguió (1946-49) también afectaría al recinto. Cuando los nacionalistas vieron cercana su derrota frente a los comunistas liderados por Mao Zedong, procedieron a robar los objetos más importantes del legado imperial, trasladándolos fuera del continente. Por eso, dos museos albergan hoy los tesoros de la Ciudad Prohibida: uno en Pekín y el otro en Taipéi, la capital de Taiwán, la isla donde se refugiaron los seguidores del dictador Chiang Kai-shek. El antiguo recinto imperial sigue, sin embargo, vinculado al poder político en la República Popular. El régimen tiene su sede en el complejo de Zhongnanhai (“mar del sur y del centro”), al oeste de la antigua residencia del emperador y antiguo lugar de descanso del soberano. Porque, de algún modo, los máximos dirigentes chinos no dejan de ser una versión contemporánea del Hijo del Cielo. La Ciudad Prohibida es hoy paso obligado para los millones de turistas que visitan China. Todos quedan maravillados por el esplendor del sistema imperial, pero a menudo se olvida que se trataba de un mundo aislado del verdadero mundo, que encerraba y ahogaba a sus habitantes. Como dijo Reginald F. Johnston, el tutor británico de Puyi, “si alguna vez ha habido un palacio que merezca la denominación de prisión, ese es el palacio de la Ciudad Prohibida de Pekín”.
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