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viernes, 19 de julio de 2019
ESCITAS: Guerreros de las estepas
Cuando a finales del siglo VI a.C. los griegos atravesaron el Bósforo para establecer varias colonias en la costa septentrional del mar Negro, entraron en contacto con un misterioso pueblo de guerreros nómadas que ocupaba las infinitas estepas de lo que hoy es Ucrania y el sur de Rusia. Los escritores helenos, en particular el historiador Heródoto, recogieron múltiples referencias e historias sobre esos hombres «de ojos azules y cabello color de fuego», jinetes invencibles, maestros en el manejo del arco y con costumbres tan inquietantes como la de beberse la sangre del primer enemigo que abatían y recoger las cabezas de sus rivales muertos para ofrecérselas a su rey. A partir de informaciones de este tipo, los griegos se imaginaron a los escitas como un modelo de pueblo «bárbaro», contrapuesto en todo a su modo de vida «civilizado». Unos «bárbaros» que, sin embargo, fueron capaces de desafiar a los mayores imperios de Mesopotamia y crear un Estado complejo, una poderosa monarquía que tuvo un destacado papel histórico hasta su declive y desaparición en el siglo II a.C. Sobre los orígenes de los escitas, Heródoto recogía un relato que al parecer aún corría en su época, el siglo V a.C. Los escitas decían que en una tierra anteriormente desierta nació un primer hombre, Targitao, hijo de Zeus y de la hija del río Borístenes, antiguo nombre del Dniéper. Targitao tuvo tres hijos: Lipoxais, Arpoxais y Colaxais. A la muerte de su padre pasaron a reinar conjuntamente, hasta que en una ocasión cayeron del cielo unos objetos de oro: un arado, un yugo, una copa y un hacha de doble filo. Cuando los dos hermanos mayores intentaron asirlos, el oro se tornó rojo incandescente, por lo que tuvieron que renunciar a él. Sin embargo, al acercarse el pequeño pudo tomarlo y llevárselo a casa, por lo que sus otros dos hermanos convinieron en entregarle el reino. Naturalmente, el relato es un mito sin base histórica, pero contiene quizás una clave para entender el origen último de los escitas. Según los estudiosos actuales,la historia sería una metáfora de la organización de la sociedad en «tres órdenes» típica de los pueblos indoeuropeos, es decir, de una sociedad compuesta por una clase dedicada a rezar –simbolizada por la copa–, otra especializada en la guerra –encarnada en el hacha– y una tercera ocupada en trabajar la tierra, a la que harían referencia el arado y el yugo. En efecto, hoy sabemos que, desde un punto de vista étnico y lingüístico, los escitas eran indoeuropeos, pertenecientes al grupo nordiranio, emparentados con otros pueblos nómadas de Asia, como los sármatas, los masagetas y los sacios. La procedencia geográfica exacta de los escitas es incierta y ha dado pie a diversas hipótesis, pero su aparición en la historia escrita se sitúa en el siglo VIII a.C. Se sabe que por entonces entraron en conflicto con los cimerios, otro pueblo nómada estepario al que vencieron gracias a su dominio del combate a caballo y al que finalmente expulsaron de la región septentrional del mar Negro. Más tarde atravesaron el Cáucaso y en 676 a.C., coaligados con los maneos, atacaron el Imperio asirio, pero el rey Asarhadón logró derrotarlos. Las fuentes asirias los llaman ishkuzai, término muy parecido a la denominación griega skythai, lo que anula la pretensión de Heródoto de que el nombre de escitas se lo pusieron los griegos.Poco después, los escitas reaparecieron como conquistadores en Mesopotamia. Hacia 650 a.C. se habían apoderado de Media –en la Mesopotamia central–, del norte de Siria y de la costa levantina. Más tarde llegaron incluso a la frontera de Egipto, donde Psamético I tuvo que comprar su retirada. Heródoto explica que su dominio en Mesopotamia se prolongó 28 años, hasta que fueron expulsados por los medos. El cronista griego supone incluso que a su vuelta los guerreros escitas se toparon con un ejército formado por los esclavos con los que se habían casado sus mujeres, hartas de su ausencia, y en vez de masacrar a esos esclavos en una batalla, los guerreros habrían decidido usar el látigo para devolverlos a su condición servil y seguir explotándolos. En cualquier caso, tras su derrota frente a los medos, la mayoría de los escitas se replegaron a la región meridional de la actual Rusia y fue allí donde fundaron el reino de Escitia propiamente dicho. La etapa de la historia escita que se inició entonces estuvo marcada por la llegada de los griegos a la costa septentrional del mar Negro. Las nuevas colonias helenas potenciaron la actividad económica de los escitas, en particular los intercambios comerciales. Los escitas vendían a los griegos ganado, pieles curtidas y cereales, así como numerosos esclavos, pues los antiguos nómadas se habían convertido en traficantes de personas capturadas entre los pueblos limítrofes. Asimismo, algunos artesanos griegos empezaron a trabajar para los escitas, creando un estilo artístico greco-escita extraordinariamente interesante. Como resultado de ello, el arte escita alcanzó unas cotas de calidad altísima, que le reservaron un lugar destacado en la orfebrería y otras producciones suntuarias. En paralelo a este proceso de enriquecimiento, las tribus escitas se fueron uniendo en una estructura estatal. En su cúspide se hallaba un monarca hereditario, al que aparentemente se otorgaba una condición divina, aunque su poder parece limitado por una asamblea en la que estaban representadas las tribus. La manifestación más visible del poder de estos soberanos la encontramos en sus enterramientos, los famosos kurganes, el término turco con el que se designan los grandes túmulos que cubrían una o varias cámaras funerarias de los reyes o príncipes escitas, en los que los arqueólogos han descubierto riquísimos ajuares funerarios con armamento, vajillas de oro y plata, cerámica griega, adornos de fina orfebrería, estatuas e incluso alimentos. La unificación política impulsada por los reyes vino acompañada por un reforzamiento de su poder militar. Así lo experimentó el rey persa Darío cuando en 512 a.C. lanzó una gran campaña contra los escitas con el objetivo de cortar las rutas de aprovisionamiento de grano a las ciudades griegas que se proponía conquistar. Darío en persona dirigió su ejército más allá del río Don y durante más de dos meses se dedicó a perseguir a las huestes de los escitas, los cuales habían decidido evitar la batalla y retirarse cada vez más hacia el este. Heródoto, en su detallado relato de la campaña, supone que Darío envió a los escitas un mensaje para reprocharles su cobardía y exigirles sumisión, a lo que el rey escita Idantirso habría respondido: «Yo jamás he huido por temor ante hombre alguno y, en estos momentos, tampoco estoy huyendo ante ti. Voy a explicarte por qué no te presento batalla: nosotros no tenemos ciudades ni tierras cultivadas que podrían inducirnos, por temor a que fueran tomadas o devastadas, a trabar de inmediato combate con vosotros para defenderlas. Pero si descubrís y violáis las tumbas de nuestros antepasados, sabréis si lucharemos contra vosotros. Por eso a ti, en lugar de ofrecerte la tierra y el agua, te aseguro que te vas a arrepentir».Finalmente, Darío decidió emprender la retirada y escapó a duras penas del acoso de los escitas.El momento culminante de la expansión escita se produjo a mediados del siglo IV a.C., bajo la dirección del rey Ateas. Según Estrabón, Ateas reunificó todas las tribus bajo su mando y, animado por su éxito político, decidió experimentar la gloria militar extendiendo su reino hasta el Danubio. Pero Filipo II de Macedonia decidió frenar su avance y los derrotó en una batalla junto a aquel río, en la que murió el propio Ateas. Pocos años después, sin embargo, los escitas repelieron una expedición de castigo enviada por Alejandro Magno y dieron muerte a su general. A partir del siglo II a.C. se inició la desintegración del reino escita. Los celtas ocuparon la región balcánica, mientras los jinetes sármatas merodeaban por sus territorios del sur de Rusia, de los que terminaron por apoderarse. Los reyes escitas Esciluro y Palaco aún fueron capaces de enfrentarse al rey Mitrídates VI del Ponto en el siglo I a.C. por el control del litoral de Crimea y otras zonas del mar Negro. Pero poco a poco, las informaciones sobre los escitas se fueron desvaneciendo en las fuentes clásicas, hasta que se les pierde totalmente la pista coincidiendo con el fortalecimiento de los galos y los sármatas. No obstante, algunas noticias aún permiten fantasear con la leyenda de los escitas, pues habrían sido capaces de sobrevivir en un nuevo territorio. En efecto, a finales del siglo II a.C. un grupo de tribus escitas habría emigrado hacia Bactria, Sogdiana y Aracosia, las satrapías más orientales del viejo Imperio persa. Al frente iba el rey Maues, cuya gesta superó incluso el viaje de Alejandro Magno, pues tras cruzar el Indo, como hizo el macedonio, alcanzó Cachemira y el Punjab. Allí se asentarían los últimos escitas hacia el año 85 a.C. Nada más se sabe de ellos.
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