SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 7 de febrero de 2025
MANIFEST DESTINY: La decimonónica doctrina citada por Trump por la que EE.UU. se ve como una "nación elegida"
Acuñado por primera vez por el periodista John O'Sullivan en 1845, este concepto atribuye el dominio territorial de Estados Unidos a la voluntad de Dios: "Texas es ahora nuestra. [...] Ella entra dentro de la querida y sagrada designación de Nuestro País... otras naciones se han comprometido a inmiscuirse... con el objeto declarado [...] de frenar el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de extenderse por el continente asignado por la Providencia". En la historia de los Estados Unidos, pocas ideas han marcado tan profundamente su identidad nacional como Manifest Destiny (el Destino Manifiesto), promulgada por John O'Sullivan en 1845, en un artículo de Democratic Review. Este texto, que “justificó” entonces la expansión territorial de los estadounidenses hacia el oeste a costa de la derrotada Méjico - culminada con el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) -, argumentaba que los estadounidenses tenían el derecho y el "deber divino" de instaurar sus instituciones democráticas y protestantes a lo largo del continente, para que "los Imperios del Atlántico y del Pacífico vuelvan a fluir juntos en uno". Según O'Sullivan, esta misión no solo era inevitable, sino también justa y moralmente correcta. Opina lo mismo Donald J. Trump, actual presidente de los Estados Unidos, quien, 180 años más tarde de esa publicación, ha recuperado el término para respaldar algunas de sus intenciones políticas más controvertidas: desde plantar la bandera del país en Marte, hasta “hacerse dueño” de Canadá, Groenlandia y Gaza o retomar el control del Canal de Panamá… para comenzar. "Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta nuestra riqueza, expande nuestro territorio y lleva nuestra bandera hacia nuevos y hermosos horizontes", dijo en su discurso inaugural. Cuando O'Sullivan incluyó el concepto de Destino Manifiesto en su artículo, nunca pensó que sería clave para dar sustento a las políticas imperialistas del gigante norteamericano, esa tradición histórica (probablemente heredada de su progenitor, el Imperio británico) de propugnar su dominio sobre otros países mediante la fuerza militar, la economía, la política o la cultura. Pero así fue: mientras que el periodista buscaba protestar contra la intromisión europea en los asuntos del país, sobre todo por parte de Inglaterra y Francia, la referencia se topó con el sentimiento nacional de la población, el cual se había exacerbado y perpetuado durante el siglo XIX principalmente a causa de la compra de Luisiana a Francia en 1803 y la adquisición de la Florida española, en 1821. A finales de siglo, cuando hacía apenas 100 años desde que Estados Unidos se había desprendido del yugo británico, el país había pasado de ser un territorio solo bañado por el Atlántico, con la extensión original cedida por el Reino Unido, a poseer también estados en el Pacífico. Desde el punto de vista de los ciudadanos, el logro era tan asombroso que solo podía ser fruto de la acción divina: según esa disparatada idea, “Estados Unidos era el país elegido por Dios para dominar el mundo” (?). Y el texto de O'Sullivan, el motor ideológico para continuar con la misión. Como podéis imaginar, el denominado Destino Manifiesto no ha sido una idea exenta de controversias. Y es que la mayoría de episodios de expansión territorial estadounidense, también aquellos ocurridos antes de la publicación del texto, implicaron la expulsión masiva de los pueblos indígenas de sus tierras ancestrales, en acontecimientos como el Sendero de Lágrimas de la década de 1830. Durante los años previos al estallido de la guerra civil estadounidense, también conocida como Guerra de Secesión (1861-1865), las distintas posturas de los nuevos territorios con respecto a la esclavitud llevaron a la era del Destino Manifiesto a un abrupto final. Sin embargo, las ideas de O'Sullivan fueron recuperadas y redefinidas luego del conflicto por el historiador Alfred Thayer Mahan, quien, aprovechando el reemplazo de la vela por el vapor en el contexto naval, insistió en plantar la bandera estadounidense en lugares más remotos. Lo que vino a continuación - la compra de Alaska, la anexión de Hawái, la intervención en Cuba, la invasión de Puerto Rico o la posesión de otras islas en el Caribe y en el Pacífico - es historia. “Siempre que hay una crisis surge la evocación de un destino manifiesto y sólido. Nada más destinarista que la idea, siempre esgrimida en las ocasiones importantes, de que EE.UU. es la nación indispensable”, dice el historiador sueco Anders Stephanson. El destino manifiesto siguió presente en el siglo XX ya no necesariamente expandiendo su territorio sino controlando -o intentando controlar- el mundo desde la política exterior y la economía. Stephanson recordó que este destino manifiesto, resignificado, llegó hasta el siglo XXI con los Criminales de Guerra George W. Bush o Barack Hussein Obama y sus guerras de rapiña e incursiones militares. La consejera de Seguridad de Bush, por ejemplo, defendía en el 2002 la guerra que le había declarado EE.UU. a Irak bajo el argumento de que el país tiene el "derecho a la legítima defensa anticipada", una burda patraña, ya que lo realmente querían era apoderarse de sus inmensos campos petrolíferos. “Y vaya que lo consiguieron”, señaló. Y ahora, esta doctrina de hace 180 años resurge de las sombras para “justificar” las exacerbadas ambiciones imperiales de Donald Trump de apoderarse de países enteros, pasando sobre la voluntad de sus habitantes ¿Llegara a hacerse realidad?
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