SONIDOS DEL MUNDO
viernes, 25 de octubre de 2024
HADES: El inframundo griego
Se trata de un término general que se emplea para describir al reino de los muertos regido por el dios Hades según la mitología griega. Las primeras ideas sobre el más allá indican que, en el momento del fallecimiento, la esencia de individuo (psique) se separa del cuerpo y es transportada al inframundo. En las primeras referencias mitológicas, por ejemplo, en la Ilíada y la Odisea de Homero, los muertos se agrupaban indiscriminadamente y albergaban una pos-existencia sombría; sin embargo, en la mitología más tardía, por ejemplo, en la filosofía de Platón, se comenzó a segregar a los individuos según fueran buenas o malas personas. El inframundo era normalmente referido como Hades debido al dios homónimo (llamado Plutón por los romanos) ubicado en la periferia del mundo, ya fuera en los confines del Océano, también asociado al dios del mismo nombre, o bajo la Tierra. La mayoría de fuentes lo describen como un lugar oscuro y con ausencia de luz, en contraste directo con el mundo de los vivos y con el resplandor del monte Olimpo, residencia de los dioses. El inframundo se considera un reino invisible, a menudo entendido como un estado permanente de oscuridad, aunque también como enlace etimológico potencial con Hades como “un lugar nunca visto”. Aunque es un lugar exclusivo para los difuntos, algunos héroes consiguieron entrar vivos como Heracles, Teseo y Orfeo. Los muertos podían acceder al inframundo desde varias rutas, aunque quizás el más representado es el traslado del barquero Caronte a través de un río. Este evento se representa de manera reiterada en los lécitos (vasos funerarios) atenienses del siglo v a. C. y es difícil asociar esta figura a un periodo anterior al siglo vi antes de Cristo. Aunque Caronte no aparece en las primeras fuentes mitológicas, existía la superstición de que los difuntos no accederían al inframundo a no ser que recibieran un funeral adecuado, siendo el ejemplo más célebre el funeral de Patroclo y Héctor en la Ilíada. Alternativamente, Hermes también guiaría a los difuntos hacia el inframundo y aparece en el libro 24 de la Odisea de Homero, también recurrente en los lécitos funerarios. El Hades era célebre por sus puertas, ya que uno de los epítetos del dios homónimo era el de “guardián de la puerta”. En algunas fuentes griegas el Tártaro es un sinónimo de inframundo, mientras que en otras referencias es un reino completamente separado. Hesíodo describe el Tártaro como el punto más profundo del inframundo. Al igual que el Hades, es tan oscuro que “la noche lo rodea tres veces como un collar al cuello, mientras que por encima crecen las raíces de la tierra y del océano sin cultivar”. Los habitantes más célebres del Tártaro son los titanes, a los cuales Zeus expulsó junto a su padre Crono tras haberlos derrotado. Homero escribió que Cronos se convirtió en el rey del Tártaro. Según el Gorgias de Platón (c. 400 a. C.), las almas eran juzgadas tras la muerte y en el Tártaro los malvados recibían el castigo divino. El Tártaro también se consideraba una fuerza primordial o deidad junto algunas entidades como la Tierra, la Noche y el Tiempo. En el inframundo griego, las almas de los difuntos seguían existiendo, pero eran insustanciales y vagaban sin ninguna motivación. Los difuntos en el inframundo homérico carecen de fuerza, y por lo tanto no influyen en los vivos. Asimismo no poseen sentido común, por lo que ignoran todo lo que les rodea y la tierra sobre ellos. Sus vidas en el inframundo son neutrales, todos los estatus sociales y cargos políticos desaparecen y nadie puede beneficiarse de su vida anterior en el inframundo. La idea de progreso no existía allí, en el momento del fallecimiento, porque la psique se congelaba, tanto en experiencia como en apariencia. Eso quiere decir que las almas del inframundo no envejecían ni cambiaban de ninguna manera, de hecho, su apariencia era la misma que en su fallecimiento. Si alguien moría en batalla, iría eternamente cubierto de sangre, mientras que si habían fallecido pacíficamente, se mantendrían de esa manera. En definitiva, los difuntos griegos eran considerados irritables y desagradables, pero no peligrosos ni malignos. Podían enojarse si sentían una presencia hostil cerca de sus tumbas, por lo que se les proporcionaban ofrendas para apaciguarlos y no enfadarlos. La mayoría ofrecían ofrendas de sangre porque necesitaban la esencia de la vida para comunicarse y tener conciencia de nuevo. Este hecho es mostrado en la Odisea de Homero, cuando Odiseo (Ulises) ofrece sangre de oveja para interactuar con las almas, como la de Aquiles.
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